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masco carmesí con las armas reales bordadas con plata y oro, puestas en asta dorada con hierros dorados» 1; en la expugnación de la plaza de San Salvador en el Brasil por D. Fadrique de Toledo (1624), el estandarte de la Capitana real «era de damasco, de la advocación de María Santísima», y tomada la ciudad se puso en la torre de la iglesia mayor el estandarte con las armas reales".

Consta en la relación de objetos facilitados á la escuadra que había de traer á la reina doña Mariana en 1649, que se construyeron «estandartes de damasco carmesí guarnecidos con flecos de seda y oro, con sus juegos de cordones de seda del mismo color y borlas de oro y seda, y pintadas de oro y colores la insignia (imagen) de Nuestra Señora y armas reales y las de la casa de Austria, y treinta gallardetes de dicho damasco carmesí, guarnecido del dicho fleco y pintadas de oro y colores la imagen con las armas reales y las de la casa de Anstria». Para el viaje de la Emperatriz se volvió á preparar la galera real en 1665, y por estar deslucidos los estandartes y gallardetes, se hicieron nuevos de damasco carmesí, pintados como los anteriores, á dos haces, los escudos de armas reales 4.

Queda de esta época un hermoso ejemplar del estandarte que usó el general D. Miguel Oquendo. Estuvo á vista del público en la brillante exposición de objetos

3

Zamora, Acta de la proclamación.

Juan de Valencia, Compendio historial de la jornada.

* Fernández Duro, Disquisiciones náuticas, t. 1, pág. 221.

Idem. íd., pág. 219.

del arte retrospectivo, dispuesta por la Grandeza de España en celebración del segundo centenario de D. Pedro Calderón de la Barca (1881), como propiedad actual del Marqués de Estepa. Es de rico damasco carmesí, de seis paños de cinco metros, próximamente. Al rededor tiene orla pintada con trofeos de armas y otros adornos, y fleco de seda roja y amarilla. En el centro gran escudo de armas reales, con un crucifijo, entre las efigies de la Virgen María y del apóstol San Juan, y el patrón Santiago, galopando en un caballo blanco y esgrimiendo la espada contra los moros, de los que uno yace muerto á sus pies. Todas las figuras están pintadas al óleo de muy buen pincel.

Por esta, con otras muestras se deduce que semejantes obras no se encomendaban á manos adocenadas, viniendo á corroborarlo unas libranzas à favor de Pedro de Medina, pintor de Sevilla, de 2.730 reales por banderas que pintó al aguazo para la real armada (1673), y de 1.757 reales por dos banderas grandes. En obra moderna se lee:

«Joven todavía Pacheco, y probablemente en casa de su mismo maestro, Francisco Herrera el Viejo, desde 1594 para adelante, pintó cinco estandartes reales, los cuatro para las flotas de Nueva España, de á 30 varas, y el postrero para Tierra Firme, de 50, todos de damasco carmesí.

«Pintábale cerca del asta un bizarro escudo de las armas reales, con toda la grandeza y majestad posible,

1 D. José María Asensio, Pacheco y sus obras.

enriquecido á oro y plata, y de muy finos colores, todo á óleo. En el espacio restante, hacia el medio círculo en que remataba la seda, le pintaba el apóstol Santiago, patrón de España, como el natural ó mayor, la espada en la mano derecha, levantada, y en la izquierda una cruz, sobre un caballo blanco, corriendo, y en el suelo cabezas y brazos de moros. Demás de esto se hacía una acenefa por guarnición en todo el estandarte de más de cuarta de ancho, en proporción, con un romano de oro y plata perfilado con negro y sombreado donde convenía; la espada y morrión de plata, la empuñadura, riendas, tahalí, estribos y otras guarniciones y diadema del santo, oro, y lo demás pintado á óleo, con mucho arte y buen colorido..... Apreciábase la pintura en más de 200 ducados, según la calidad y coste que tenía. »

de

Se conservan cuentas que señalan para la pintura de un estandarte pequeño de falúa 800 reales; por la de dos gallardetes 400 reales; por la de otro estandarte para la galera del Duque de Veragua 1.500 reales, sobre 900 que costaba el damasco, á 30 reales vara, más las partidas de fleco y cordones, considerables sumas en aquel tiempo: baste saber que con la cantidad librada para banderas y gallardetes pudo inaugurar el hospital de galeras del puerto de Santa María el principe Fili

berto
en 1613 1.

Tocóle á Cárlos II reducir y simplificar el número crecidísimo de armerías que llenaban el escudo, y puede juzgarse que no sin sentimiento firmó á petición del en

Fernández Duro, Disquisiciones náuticas, t. 111, pág. 244.

viado de Portugal y como reconocimiento definitivo de la independencia de aquel reino, la orden de quitar las armas de aquella corona que hasta 1685 llevaron los estandartes de los navíos. En lo demás no se hizo novedad, según cuentas de arsenales de 1684 á 1696 é instrucciones sobre el estandarte dadas al almirante Mateo de Laya en 1688.

Ello es que Felipe V fué proclamado alzando pendones «de tafetán doble carmesí con las armas reales 1, el mismo que siguió alzándose en actos semejantes hasta el año de 1833, que por última vez se verificó la ceremonia en las ciudades y villas de España, por la reina doña Isabel II 2.

VI.

Los colores nacionales.

Los que en estos tiempos han estudiado la cuestión de insignias y divisas, por confundir la significación de la bandera con la del estandarte ó pendón, han juzgado que hasta el acceso de Felipe V al trono de España, tenía la bandera carácter familiar ó personal, pero nunca genérico, ni real, ni nacional, que de otro modo no hu

1 Zamora, Acta de la proclamación.

El Sr. D. Adolfo Herrera en la obra titulada Medallas de las proclamaciones y juras de los Reyes de España, ha publicado extensa bibliografía de relaciones y opúsculos en que se describen estas ceremonias desde Felipe II á Isabel II. Apéndice núm. 9.

biera en cuadros, tapices, estampas y cuantas representaciones gráficas nos quedan de sucesos, singularmente militares, tal variedad de colores y figuras. Observan, sobre todo, que en las escuadras y navíos sueltos, donde en toda época ha debido cuidarse más del simbolismo. que lejos de las costas prolonga el concepto de la patria, por la concurrencia y relación con los bajeles de otras naciones, la misma variedad de las banderas subsiste, y en un mismo reinado, acaso en un mismo año ó día, se ven navíos de guerra con distintivos diferentes, en general blancos ó rojos.

Todo esto es exacto, como irrefutable la opinión de no haber sido divisa de la nación la bandera antes del siglo XVIII; más no es menos cierto que la divisa ó distintivo nacional existía, como lo viene demostrando la ilación de este estudio. Lo que no estaba en esos tiempos determinado todavía, era el color de soporte, dejando hablar heráldicamente al de las armas. En éstas, en el conjunto de sus blasones consistía la representación genuina que se busca ahora con raciocinio apartado de aquellas edades por un mundo de ideas sucesivas. Así como no influye en el mérito de una pintura que se haya hecho sobre tabla ó lienzo, así entonces importaba poco que las armas reales se fijaran en lienzo, seda, cuero, lana, acero ó medio cualquiera adecuado al objeto; lo esencial era que esas armas, dibujadas primitivamente en el escudo del guerrero, se vieran y distinguieran á distancia, y habiéndolas ornado con los más preciosos materiales para las ocasiones de fiestas y galas, ó para las batallas, que son las fiestas grandes del sol

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