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CAPITULO XXVIII.

Tornando al lugar provincia y pueblo donde dejamos á Diego Velazquez, despues de algunos dias, por nuevas de indios, supo Diego Velazquez que habia llegado un navío, y en él ciertos españoles al puerto de Xágua, que estaba de allí cerca de 200 leguas, por lo cual envió una canoa bien esquifada de indios remadores, con una carta en que les decia que se viniesen á donde él estaba, quien quiera que fuesen. Llegada la carta, holgóse mucho el Capitan, que era Sebastian de Campo, que fué al que envió el Comendador Mayor á que bojase aquella isla el año de 8, segun que arriba, en el libro II, capítulo 44, dijimos; holgáronse tambien los que con él venian. Este habia cargado un navío, suyo ó con otros en compañía, de vino y mantenimientos para vender á los que estaban en el Darien, y, despachada su mercadería, tornábase para esta isla, y llegado allí, como sabia aquel puerto y traia muy per. dido el navío, dejólo allí, y tres pipas de vino y cuatro españoles que las guardasen, y embarcóse en la canoa con los españoles marineros que traia, que serian 12 ó 15, y vínose á donde Diego Velazquez estaba, el cual muy graciosamente recibiólo. Bien pudieran los indios de Xágua matarlo á él y á los suyos, sin que dellos memoria hobiera, pero no lo hicieron, ántes á todos y á los cuatro tractaron como á hijos. Desde á poco tiempo vinieron á Diego Velazquez nuevas como habia llegado al pueblo y puerto de Baracóa, Cristóbal de Cuéllar, Tesorero de aquella isla, y que habia sido Contador desta, con su hija, doña María de Cuéllar, que habia traido consigo, por doncella suya, doña María de Toledo, mujer del almirante D. Diego; tenia ya concertado con Diego Velazquez, por cartas, de dársela por mujer y él de rescebilla. Este

Cristóbal de Cuéllar era hombre muy prudente, cuanto á este mundo, y habia servido al príncipe D. Juan de darle la copa cuando habia de beber. Mostróse siempre en esta isla y en aquella demasiadamente servidor del Rey é celador de su hacienda; y dije demasiadamente, porque solia decir que por el servicio del Rey daria dos ó tres tumbos en el infierno. Bien podia ser que lo dijese por gracia, pero gracia era desgraciada y de mal ejemplo para cualquiera cristiano. Mucho debemos á los Reyes, y la Escritura Divina nos mandó que los honorifiquemos, obedezcamos, temamos, sirvamos, y la honra y tributos que se les debe les demos; pero no á tanta costa como es dar por ellos tumbos en el infierno, porque no es otra cosa sino posponer á Dios, menospreciándolo por los Reyes. Así que, sabida por Diego Velazquez la venida del tesorero Cristóbal de Cuéllar y su hija, que traia para dársela por mujer, despachóse de allí para ir á celebrar sus bodas, y dejó allí con 50 hombres á Juan de Grijalva, por Capitan, mancebo sin barbas, aunque mancebo de bien. Este era natural de Cuéllar, hidalgo, y tratábalo Diego Velazquez como por deudo; quedó por Capitan hasta que Narvaez volviese del alcance que hizo tras la gente de la provincia de Bayámo, que lo habian querido matar, hácia la de Camagüey. Dejó allí con él á un clérigo, llamado el licenciado Bartolomé de las Casas, natural de Sevilla, de los antiguos desta isla Española, predicador, á quien Diego Velazquez amaba y hacia muchas cosas buenas por su parecer, mayormente por sus sermones cuando predicaba; dejólo como por padre, y quien aconsejase á Juan de Grijalva, el cual siempre obedeció é hizo lo que le aconsejaba, el tiempo que le duró el cargo, que no fué mucho, porque presto volvió Narvaez. Llegó Diego Velazquez á la villa de Baracóa, y un domingo celebró sus bodas con grande regocijo y aparato, y el sábado siguiente se halló viudo, porque se le murió la mujer, y fué la tristeza y luto, más que la alegría habia sido, doblada. Pareció que Dios quiso para sí aquella señora, porque dicen que era muy virtuosa, y quiso prevenirla con la intempestiva muerte, por

que quizá con el tiempo y prosperidad no se trastornara. Estando las cosas de Diego Velazquez en este estado, tornó Narvaez de su alcance sin hacer nada, y desde á pocos dias comienzan los que se habian huido, de miedo de los cascabeles de la yegua de Narvaez, á la provincia de Camagüey, á venir llorando, pidiendo perdon de lo que habian contra Narvaez cometido y los cristianos, diciendo que habian sido locos y mal considerados, y que les pesaba mucho dello, y que ellos querian servir á los cristianos; y en ésto verlos era lástima. Tenian ya noticia de que allí estaba el Clérigo, que ellos, como sacerdote ó hechicero de los suyos, estimaban, y así lo llamaban Behique, y era y siempre fué dellos, y de los demás, como hombre divino temido y reverenciado. Y cuando los pobres venjan, traian unos sartales de sus cuentas, que arriba dejamos dicho ser como muelas podridas, pero dellos por gran riqueza estimadas, y daban un sartal al capitan Narvaez (que ya no lo era Grijalva), y otro al Padre, los cuales los rescibian con alegría, y aseguraban diciéndoles que no tuviesen miedo que ya era aquello pasado, que se fuesen cada uno á su pueblo, y que ninguno les haria daño. La causa de la vuelta á su provincia y meterse en manos de sus enemigos, los españoles, fué, que los vecinos de la provincia de Camagüéy no los pudieron sufrir, como eran mucha gente, para dalles de comer de sus bastimentos; y la razon es, porque aunque todas estas Indias sean abundantísimas de comida, nunca los indios y vecinos de cada provincia tienen, porque no lo procuran tener, más de lo que para sí en sus casas han menester, y aquello tienen y tenian tan cierto, por los ordinarios. buenos temporales, que no tienen miedo de que les ha de faltar. De aquí tenia colegido, y díjelo en el Consejo del Rey algunas veces ante personas notables del Consejo de guerra, que los españoles, siendo algun razonable número, no podian estar cercados de indios, por la mayor parte de todas estas Indias, arriba de ocho dias, en fortaleza ó pueblo que aquel tiempo se pudiesen sin daño defender; la razon que yo tenia y tengo y allí dí es, porque cada provincia no tiene más de comer de

Томо ІV.

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Cristóbal de Cuéllar era hombre muy prudente, cuanto á este mundo, y habia servido al príncipe D. Juan de darle la copa cuando habia de beber. Mostróse siempre en esta isla y en aquella demasiadamente servidor del Rey é celador de su hacienda; y dije demasiadamente, porque solia decir que por el servicio del Rey daria dos ó tres tumbos en el infierno. Bien podia ser que lo dijese por gracia, pero gracia era desgraciada y de mal ejemplo para cualquiera cristiano. Mucho debemos á los Reyes, y la Escritura Divina nos mandó que los honorifiquemos, obedezcamos, temamos, sirvamos, y la honra y tributos que se les debe les demos; pero no á tanta costa como es dar por ellos tumbos en el infierno, porque no es otra cosa sino posponer á Dios, menospreciándolo por los Reyes. Así que, sabida por Diego Velazquez la venida del tesorero Cristóbal de Cuéllar y su hija, que traia para dársela por mujer, despachóse de allí para ir á celebrar sus bodas; y dejó allí con 50 hombres á Juan de Grijalva, por Capitan, mancebo sin barbas, aunque mancebo de bien. Este era natural de Cuéllar, hidalgo, y tratábalo Diego Velazquez como por deudo; quedó por Capitan hasta que Narvaez volviese del alcance que hizo tras la gente de la provincia de Bayámo, que lo habian querido matar, hácia la de Camagüéy. Dejó allí con él á un clérigo, llamado el licenciado Bartolomé de las Casas, natural de Sevilla, de los antiguos desta isla Española, predicador, á quien Diego Velazquez amaba y hacia muchas cosas buenas por su parecer, mayormente por sus sermones cuando predicaba; dejólo como por padre, y quien aconsejase á Juan de Grijalva, el cual siempre obedeció é hizo lo que le aconsejaba, el tiempo que le duró el cargo, que no fué mucho, porque presto volvió Narvaez. Llegó Diego Velazquez á la villa de Baracóa, y un domingo celebró sus bodas con grande regocijo y aparato, y el sábado siguiente se halló viudo, porque se le murió la mujer, y fué la tristeza y luto, más que la alegría habia sido, doblada. Pareció que Dios quiso para sí aquella señora, porque dicen que era muy virtuosa, y quiso prevenirla con la intempestiva muerte, por

que quizá con el tiempo y prosperidad no se trastornara. Estando las cosas de Diego Velazquez en este estado, tornó Narvaez de su alcance sin hacer nada, y desde á pocos dias comienzan los que se habian huido, de miedo de los cascabeles de la yegua de Narvaez, á la provincia de Camagüéy, á venir llorando, pidiendo perdon de lo que habian contra Narvaez cometido y los cristianos, diciendo que habian sido locos y mal considerados, y que les pesaba mucho dello, y que ellos querian servir á los cristianos; y en ésto verlos era lástima. Tenian ya noticia de que allí estaba el Clérigo, que ellos, como sacerdote ó hechicero de los suyos, estimaban, y así lo llamaban Behique, y era y siempre fué dellos, y de los demás, como hombre divino temido y reverenciado. Y cuando los pobres venjan, traian unos sartales de sus cuentas, que arriba dejamos dicho ser como muelas podridas, pero dellos por gran riqueza estimadas, y daban un sartal al capitan Narvaez (que ya no lo era Grijalva), y otro al Padre, los cuales los rescibian con alegría, y aseguraban diciéndoles que no tuviesen miedo que ya era aquello pasado, que se fuesen cada uno á su pueblo, y que ninguno les haria daño. La causa de la vuelta á su provincia y meterse en manos de sus enemigos, los españoles, fué, que los vecinos de la provincia de Camagüéy no los pudieron sufrir, como eran mucha gente, para dalles de comer de sus bastimentos; y la razon es, porque aunque todas estas Indias sean abundantísimas de comida, nunca los indios y vecinos de cada provincia tienen, porque no lo procuran tener, más de lo que para sí en sus casas han menester, y aquello tienen y tenian tan cierto, por los ordinarios buenos temporales, que no tienen miedo de que les ha de faltar. De aquí tenia colegido, y díjelo en el Consejo del Rey algunas veces ante personas notables del Consejo de guerra, que los españoles, siendo algun razonable número, no podian estar cercados de indios, por la mayor parte de todas estas In-. dias, arriba de ocho dias, en fortaleza ó pueblo que aquel tiempo se pudiesen sin daño defender; la razon que yo tenia y tengo Y allí dí es, porque cada provincia no tiene más de comer de

Томо ІѴ.

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