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para sí, é la gente de guerra que tiene, aunque sean muchos, todavía, siendo los españoles en algun número bastan para defenderse de aquellos, y si de otra provincia que esté léjos de aquella, como 20 ó 30 leguas, quisieren venir á ayudarlos, han de traer á cuestas la comida, cada uno lo que ha de comer, como no tengan bestias para proveerse de sí mismos y de otras de bastimentos, pues ésto que se trujese de tan léjos no puede durar cuatro, ó cinco, ó ocho dias, ni en la provincia donde vienen no lo han de haber; luégo, de necesidad, la hambre pura los ha de hacer volver, y así, por consiguiente, los españoles no pueden estar sino muy poco tiempo cercados comunmente, si son en algun número para, entre tanto, sin daño, de que cualquiera provincia se defender. Razon fué que se me admitió y concedió por personas notables, como dije, del Consejo de la guerra. Así que, por causa de que no les comiesen los bastimentos los de la provincia de Bayámo, no los quisieron rescibir los de la de Camagüey, por lo cual, constreñidos los de Bayámo, acordaron de se volver á sus pueblos y casas y á su menester, aunque les pareció que se ponian en peligro de que los españoles podian vengarse dellos; donde se cumplió á la letra, el refran: «la hambre y el frio fuerzan al hombre meterse por casa de su enemigo.» Puesto que faltaba en aquellos, que venian á sus propias casas y no á las de sus enemigos.

CAPITULO XXIX.

Restituida la dicha provincia del Bayámo en sus naturales vecinos, y estando seguros en sus casas, aunque no mucho la quietud y seguridad y áun la vida le duró, avisado de todo Diego Velazquez envió á mandar á Pánfilo de Narvaez, que con la gente que habia ido tras los huidos, y con los que él habia dejado con Grijalva, que todos serian hasta cien hombres, fuese á la provincia de Camagüéy, y por la isla adelante, asegurándolas, que fuese aquel padre clérigo Bartolomé de las Casas con él, y creo que le escribió á él que lo hiciese. Llegaron á la provincia ó pueblo de Cueyba, que estaba en el camino, ántes de Camagüéy, 30 leguas del Bayámo, donde Alonso de Hojeda y los que con él padecieron aquellos grandes trabajos de la ciénaga, hobo aportado y salvádose, y donde Hojeda dejó la imágen de Nuestra Señora, muy devota, como se refirió en el libro precedente, cap. 60; y porque los españoles que habian visto la imágen dicha, porque iban allí algunos de los que con Hojeda en la ciénaga se habian hallado, y los que habian ido con el susodicho alcance de la gente del Bayámo, loaban mucho la imágen al dicho Padre, y él llevaba otra de Flandes, tambien devota, pero no tanto, pensó en trocalla con voluntad del Cacique ó señor del pueblo. Despues de muy buen rescibimiento que los indios hicie ron á los españoles, y ofrecida mucha comida, y los niños baptizados, que era lo primero que trabajaba hacerse, y todos aposentados, comenzó á tractar el Padre con el Cacique, que trocasen las imágenes; el Cacique luego se paró mustio y disimuló cuanto mejor pudo, y en viniendo la noche, toma su imágen y vase á los montes con ella, ó á otros pueblos distantes. Otro dia, queriendo el Padre decir misa en la iglesia,

que la tenian los indios muy adornada con cosas hechas de algodon, y un altar donde tenian la imágen, enviando á llamar al Cacique para que oyese la misa, respondieron los indios que su señor se habia ido y llevado la imágen por miedo que no se la tomase el Padre; harto pesar rescibió el Padre y todos los españoles, temiendo que la gente que hallaron quieta y pacífica no se alborotase, y áun dudando no quisiesen quizá hacer, á los españoles y al Padre, guerra por defension de su imágen; proveyó el Padre que fuesen mensajeros al Cacique, significándole y certificándole que no queria su imágen, ántes le daria la que traia graciosamente y de valde; como quiera que ello fué, nunca quiso parecer el Cacique, hasta que los españoles se fueron, por la seguridad de su imágen. Era maravilla la devocion que todos tenian, el señor y súbditos, con Sancta María y su imágen. Tenian compuestas como coplas sus motetes y cosas en loor de Nuestra Señora, que en sus bailes y danzas, que llamaban areitos, cantaban, dulces, á los oidos bien sonantes; finalmente, lo mejor que se pudo hacer, dejados los indios contentos y pacíficos como los hallaron, se partieron los españoles para ir adelante. Entraron en la provincia de Camagüéy, que es grande y de mucha vecindad de gente, que estaria de la Cueyba 20 leguas ó más, los vecinos de la cual, en los pueblos donde llegaban los españoles, tenian de la comida, pan caçabí, é de la caza que llamaban guaminiquinajes, aparejado segun ellos podian, y pescado tambien, si lo alcanzaban. El clérigo Casas, luégo, en llegando al pueblo, hacia juntar todos los niños chiquitos, y tomaba dos ó tres españoles que le ayudasen, con algunos indios desta isla Española, ladinos, que consigo llevaba y alguno que habia él criado, baptizaba los niños que en el pueblo se hallaban. Así hizo en toda la isla de allí adelante, y fueron muchos á los que Dios proveyó de su Sancto baptismo, porque los tenia para su gloria predestinados, y proveyólo al tiempo que convenia, porque ninguno ó casi ninguno de aquellos niños quedó vivo desde á pocos meses, como abajo será, Dios queriendo, declarado. Y porque los españoles llegando al pueblo, hallando los

indios en sus casas pacíficos, no cesaban de les hacer agravios y escandalizallos, tomándoles esa laceria que tenian, no contentándose con lo que de su voluntad los indios daban, y algunos, pasando más adelante, andaban tras las mujeres y las hijas, porque ésta es y ha sido siempre la ordinaria y comun costumbre de los españoles en estas Indias, ordenó el capitan Narvaez, por persuasion del dicho Padre, que despues que el dicho Padre hobiese apartado todos los vecinos del pueblo á la mitad de las casas dél, dejando la otra mitad vacía para e aposento de los españoles, ninguno fuese osado de ir á la parte del pueblo donde los indios estaban recogidos y allegados; para lo cual se iba delante con tres ó cuatro hombres el Padre, y, llegado al pueblo, cuando la gente llegaba ya tenia los indios á una parte del pueblo recogidos, y la otra parte desembarazada. Por esta vía, y porque vian los indios que el Padre hacia por ellos defendiéndolos y halagándolos, y tambien baptizando los niños, en lo cual les parecia que tenia más imperio y auctoridad que los demas, cobró mucha estima y crédito en toda la isla para con los indios, allende que, como á sus sacerdotes, ó hechiceros, ó profetas, ó médicos, que todo era uno, lo reverenciaban; por este crédito y auctoridad que habia entre ellos cobrado no era menester ir delante, sino enviar un indio con un papel viejo, puesto en una vara, enviándoles á decir con el mensajero que aquellas cartas decian ésto y ésto, conviene á saber, que estuviesen todos quietos y ninguno se absentase porque no se les haria mal ni daño, y que tuviesen de comer aparejado para los cristianos, y los niños para baptizar, ó que se recogiesen á una parte del pueblo, y todo lo que parecia envialles á avisar, y que si no lo hacian, que se enojaria el Padre, y ésta era la mayor amenaza que se les podia enviar. Ellos lo hacian todo de muy buena voluntad, segun su posibilidad, y era grande la reverencia y temor que tenian á las cartas, porque vian que por ellas se sabia lo que se hacia en otras partes absentes; parecíales más que milagro, y así mucho dellas se maravillaban. Pasaron así algunos pueblos de aquella provincia por el camino que llevaban, y porque la

gente de los pueblos que estaban á los lados del camino, cudiciosa de ver gente tan nueva, y en especial por ver tres ó cuatro yeguas que allí se llevaban, de que toda la tierra estaba espantada, y las nuevas dellas por toda la isla volaban, llegáronse muchos á verlas en un pueblo grande llamado el Caonáo, la penúltima luenga, y el dia que los españoles llegaron al pueblo, en la mañana paráronse á almorzar en un arroyo seco, aunque algunos charquillos tenia de agua, el cual estaba lleno de piedras amoladeras, y antojóseles á todos de afilar en ellas sus espadas; y acabado su almuerzo, dánse á andar su camino del Caonáo. En el camino habia dos ó tres leguas de un llano sin agua, donde se vieron de sed en algun trabajo, y allí trujeron algunos indios de los pueblos algunas calabazas con agua y algunas cosas de comer. Llegaron al pueblo Caonáo á hora de vísperas, donde se halló mucha gente que tenian aparejada mucha comida del pan caçabi é de mucho pescado, porque tenian junto un gran rio y tambien cerca la mar. Estaban en una plazuela, obra de 2.000 indios, todos sentados en coclillas, porque así lo tienen todos de costumbre, mirando las yeguas pasmados. Habia junto un gran bohío ó casa grande, donde estaban más de otros 500 indios metidos, amedrentados, que no osaban salir; é cuando algunos de los indios domésticos que los españoles por sirvientes llevaban (que eran más de 1.000 ánimas, porque siempre andan desta manera y con grande compaña, y otros muchos que traian de más de 50 leguas, y otros de los mismos de Cuba naturales), si querian entrar en la casa grande, tenian aparejadas allí gallinas, y decíanles: «toma, no entres acá;» porque ya sabian que los indios que servian á los españoles, no suelen hacer otras obras sino las de sus amos. Habia costumbre entre los españoles, que uno que el Capitan señalaba tuviese cargo de repartir la comida y otras cosas que los indios daban á cada uno de los españoles, segun era su parte, y estando así el Capitan en su yegua, y los demas en las suyas á caballo, y el mismo Padre mirando cómo se repartia el pan y pescado, súbitamente sacó un español su espada, en quien se creyó que se le

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