Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CAPITULO LXXVIII.

Dejemos de proseguir la historia 'de la tierra firme hasta emparejar con el tiempo della la relacion de las islas, que dejamos atrás en el cap. 39, y tornemos al hilo que llevábamos dellas, contando las cosas que acaecieron en el año de 1514, como parece arriba, en el cap. 36 y 37, donde referimos de un repartidor de los indios, llamado Alburquerque, y otros que despues fueron, que ningun provecho hicieron á los tristes desmamparados indios de esta isla, ni estorbaron que no se consumiesen, los cuales cada dia en las minas y en los otros trabajos perecian; lo mismo se hacia en las otras islas, sin tener una hora de consuelo ni alivio dellos, y sin mirar en ello, ni se doler dellos los insensibles que la tierra regian. En todo este tiempo, el tesorero Pasamonte, y oficiales, y jueces de la Audiencia desta isla, ó algunos dellos que lo revolvian y movian al dicho Pasamonte, y lo tomaban por cabeza de sus pasiones y envidias, por ser tan favorecido del Rey, perseguian al almirante D. Diego con cartas al Rey é á Lope Conchillos, Secretario, y al obispo de Búrgos D. Juan Fonseca, que como arriba se ha dicho algunas veces, nunca estuvo bien con los Almirantes, padre y hijo. No creí ser otra la causa sino por echalle de la gobernacion desta isla y de lo demas, y quedarse ellos con ella, no sufriendo superior sobre sí; finalmente, tanto, que rodearon que el Rey le mandase llamar, y que fuese á Castilla, no supe, aunque lo supiera si mirara en ello, con qué color ó debajo de qué título. El cual, obedeciendo el mandado del Rey, aparejó su partida y salió del puerto de Sancto Domingo en fin del año de 1514, ó al principio del año 15, dejando á su mujer doña María de Toledo, matrona de gran merecimiento, con dos hijas en esta isla. Entre tanto, quedaron á su

placer los jueces y oficiales, mandando y gozando de la isla, y no dejaron de hacer algunas molestias y desvergüenzas á la casa del Almirante, no teniendo miramiento en muchas cosas á la dignidad, persona, y linaje de la dicha señora Doña María de Toledo. En este tiempo lo que más se trataba y sonaba, y de donde más esperanza se tenia, destas islas y aun de todas estas Indias, era la isla de Cuba, por las nuevas de tener mucho oro, y por hallarse la gente della tan doméstica y pacífica; y habia ya dos años que á ella los españoles con Diego Velazquez á poblar habian venido. Porque de la tierra firme, como entonces llegase Pedrárias, cosa de fruto de su llegada no se habia visto, pues de todas las otras partes della ninguna noticia se tenia. Tornando, pues, á tomar la historia de la isla de Cuba, que en el cap. 32 contamos, dijimos allí como Diego Velazquez, que gobernaba la isla como teniente del Almirante, habia señalado cinco villas, donde todos los españoles que en ella habia se avecindasen, con la de Barocoa que ya estaba poblada. Repartidos los indios de las comarcas de cada villa y entregados á los españoles, cada uno segun el ansia de haber oro tenia y más ancho de conciencia se hallaba, sin tener consideracion alguna que aquellas gentes eran de carne y de hueso, pusiéronlos en los trabajos de las minas, y en los demas que para aquellos se enderezaban, tan de golpe y tan sin misericordia, que en breves dias la muerte de innumerables dellos manifestó la grande inhumanidad con que los trataban. Fué más vehemente y acelerada la perdicion de aquellas gentes, por aquella primera temporada, que en otras partes, por causa de que, como los españoles andaban por toda la isla, como ellos dicen, pacificándolas, y consigo traian muchos de los in-dios que por los pueblos, para se servir dellos, contínuamente tomaban, y todos comian y ninguno sembraba, y los de los pueblos, dellos huian, y dellos,. de alborotados y medrosos, de otra cosa más de que no los matasen, como á otros muchos se mataron, no curaban, quedó la tierra toda ó cuasi toda de bastimentos vacua y desmamparada. Pues como la cudicia de los españoles, segun dije, los ahincaba, no curando de sembrar

para tener pan, sino de coger el oro que no habian sembrado, como quiera y con cualquiera poca cosa que podian haber de bastimento como rebuscándolo, ponian los hombres y las mujeres, sin suficiente comida para poder vivir cuanto ménos para trabajar, en los susodichos trabajos. Y es verdad, como arriba en cierto capítulo dije, que en mi presencia y de otras personas nos contó uno, como si refiriera una muy buena industria ó hazaña, que con los indios que tenia de su repartimiento habia hecho tantos mil montones, que es la labranza de que se hace el pan caçabí, enviándolos cada tercer día, ó de dos á dos dias, por los montes á que comiesen las frutas que hallasen, y con lo que traian en los vientres les hacia trabajar otros dos ó tres dias en la dicha labranza, sin dalles á comer de cosa alguna un sólo bocado; y el trabajo de aquel labrar es cavar todo el dia, y mucho mayor que cavar en las viñas y huertas en nuestra España, porque es levantar la tierra que cavan haciendo della montones, que tienen tres y cuatro piés en cuadro y de tres ó cuatro piés ó palmos en alto, y ésto no con azadas ni azadones que les daban, sino con unos palos como garrotes, tostados. Así que, por esta hambre, no teniendo que comer, y metiéndolos en tan grandes trabajos, fué más vehemente y más en breve la muerte de aquella gente que en otra parte. Y como llevaban los hombres y mujeres sanos á las minas y á los otros trabajos, y quedaban en los pueblos solos los viejos y enfermos, sin que persona los socorriese y remediase, allí perecian todos de angustia y enfermedad sobre la rabiosa hambre; yo vide algunas veces, andando camino en aquellos dias por aquella isla, entrando en los pueblos, dar voces los que estaban en las casas, y entrando á vellos, preguntando qué habian, respondian: hambre, hambre, hambre. Y porque no dejaban hombre ni mujer que se pudiese tener sobre sus piernas que no llevasen á los trabajos, á las mujeres paridas que tenian sus hijos y hijas chiquitas, secándoseles las tetas con la poca comida y con el trabajo, no teniendo con que criallas, se les morian; por esta causa se murieron en obra de tres me ses 7.000 niños y niñas, y así se escribió al Rey católico por

persona de crédito que lo habia inquirido. Tambien acaeció entonces que, habiendo dado en repartimiento á oficial del Rey 300 indios, tanta priesa les dió, echándolos á las minas y en los demas servicios, que en tres meses no le restaron más del diezmo vivos.

f

CAPITULO LXXIX.

Llevando este camino, y cobrando de cada dia mayor fuerza esta vendimia de gentes, segun más crecia la cudicia, y así más número dellas pereciendo, el clérigo Bartolomé de las Casas, de quien arriba en el cap. 28 y en los siguientes alguna mencion se hizo, andaba bien ocupado y muy solícito en sus granjerías, como los otros, enviando indios de su repartimiento en las minas á sacar oro y hacer sementeras, y aprovechándose dellos cuanto más podia, puesto que siempre tuvo respecto á los mantener, cuanto le era posible, y á tratallos blandamente, y á compadecerse de sus miserias, pero ningun cuidado tuvo más que los otros de acordarse que eran hombres infieles, y de la obligacion que tenia de dalles doctrina, y traellos al gremio de la Iglesia de Cristo; y porque Diego Velazquez, con la gente española que consigo traia, se partió del puerto de Xagua para hacer y asentar una villa de españoles en la provincia donde se pobló la que llamó de SanctiEspíritus, y no habia en toda la isla clérigo ni fraile, despues de en el pueblo de Baracoa donde tenian uno, sino el dicho Bartolomé de las Casas, llegándose la Pascua de Pentecostés, acordó dejar su casa que tenia en el rio de Arimáo, la penúltima luenga, una legua de Xagua, donde hacia sus haciendas, é ir á decilles misa y predicalles aquella Pascua. El cual, estudiando los sermones que les predicó la Pascua, ó otros por aquel tiempo, comenzó á considerar consigo mismo sobre algunas autoridades de la Sagrada Escritura, y, si no me he olvidado, fué aquella la principal y primera del Eclesiástico, capítulo 34. Immolantes ex iniquo oblatio est maculata, etc., comenzó, digo, á considerar la miseria y servidumbre que padecian aquellas gentes. Aprovechóle para ésto lo que habia oido

« AnteriorContinuar »