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que trabajaban en las estancias ó granjas, quisiera aquel en-
cubrilla, por lo que á él quizá, ó á otros que él bien que-
ria, tocaba, y leíala de otra manera que la ley rezaba; pero el
Clérigo, que la sabia muy bien de coro, y tenia bien estudia-
da, dijo luégo allí en presencia de todos: «no dice tal aquella
ley.» Mandole el Cardenal al que la leia tornarla á leer; leyóla
de la misma manera. Dijo el Clérigo: «no dice tal cosa aquella
ley; el Cardenal, cuasi como indignado contra el Clérigo, en
favor del lector, dijo, «callad ó mirad lo que decís.» Respondió be q
el Clérigo, «mándeme vuestra señoría reverendísima cortar la
cabeza, si aquello que refiere el escribano fulano, es verdad
que lo diga aquella ley.» Entónces, tománle las leyes de la
mano, y hallan lo que el Clérigo afirmaba. Bien se podrá
creer que aquel fulano (que por su honor no quiero nombrar),
por ventura no quisiera ser nacido por no rescibir la confu-
sion que allí rescibió. No perdió el Clérigo nada desde entón-
ces, cuanto al amor que el Cardenal le tuvo, y el crédito
que siempre le dió. Informado bien el Cardenal de las cosas
que acá pasaban, y de las razones que el Clérigo daba, y
satisfecho no ménos de su intencion, mandóle que se juntase
con el doctor Palacios Rubios, y que ambos tractasen y orde-
nasen la libertad de los indios y la manera como debian ser
gobernados, pero el doctor Palacios Rubios, cognosciendo la
experiencia del dicho Clérigo, cuanto al hecho, y la buena
razon que cuanto al derecho asignaba, cometióselo todo á él
para que en su posada lo escribiese, y despues lo trujese á
conferirlo con él, y conferido y limado al Cardenal se pre-
sentase; y porque á la sazon era ya venido á la corte el suso-
dicho padre fray Anton Montesino, pidió licencia el dicho Clé-
rigo al Cardenal, para que se juntase tambien con el Doctor
y con el Clérigo, para que juntos lo ordenasen, y porque posó
el dicho Padre con el Clérigo, y dándole la ventaja por la
diuturnidad del tiempo que habia que las cosas destas tierras
y gentes, y daños que habian de los españoles rescibido, ex-
perimentaba, tambien se lo cometió á él sólo que lo pensase
y escribiese, y así hecho ambos lo viesen y firmasen. Hizo

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el Clérigo la traza, segun lo que sintió que para el remedio de los indios convenia, el fundamento del cual era ponellos en libertad, sacándolos de poder de los españoles, porque. ningun remedio podia ponérseles para que dejasen de perecer quedando en poder dellos, y así se fenecian y estirpaban los repartimientos que llamaron encomiendas, como pestilencia mortal que aquellas gentes consumia, como despues fué bien averiguado, segun parecerá; y porque convenia dar manera para que los españoles se pudiesen sustentar, porque, quitados los indios, quedaban desmamparados segun estaban mal vezados, á no saber más de mandar á los indios y mantenerse de sus sudores y de su sangre, dió tambien remedios como los españoles que hasta entonces estaban en estas Indias, que no eran muchos, se pudiesen ocupar, y granjear y vivir en la tierra, sin pecado, ayudándose, ó de sus manos los que podian y solian en sus tierras trabajar, ó de su industria granjeando, y no fuese toda su vida, como lo habia sido, estar holgazanes. Todo lo cual pareció primero bien al padre fray Anton Montesino, que estaba en su posada, y despues, llevado al doctor Palacios Rubios, tambien lo aprobó en su estancia, puesto que él lo mejoró, añidió y puso en el estilo de corte, y así lo llevó al Cardenal y al Adriano, teniendo Consejo sobre ello. Ya dijimos que no estaban otros en este Consejo por entonces, con el Cardenal, sino el Adriano y el obispo de Avila, y el licenciado Zapata y el doctor Carabajal, y el doctor Palacios Rubios, y á éste el Cardenal, en estos negocios de las Indias, daba más crédito que á todos los otros.

CAPITULO LXXXVI.

Despues de haber bien platicado el Cardenal y los demas que en aquel Consejo entraban, y considerada y disputada la órden que el Clérigo, para que los indios saliesen de tanta calamidad y consiguiesen su pristina y natural libertad, y como los españoles tambien pudiesen tener manera para en la tierra se sustentar, habia dado, y añadido ó quitado algo de las circunstancias, segun mejor les pareció, aunque ninguna cosa mudaron de la sustancia, y determinado que se proveyese de buscar personas fieles que fuesen á ejecutallo, llamó el Cardenal al Clérigo y encomendóle que las buscase cuales convenia para que dellas tal obra se confiase. Pensando el Clérigo en quién serían, como conociese pocas ó ningunas en Castilla por haber morado tantos años en estas Indias, ocurrióle á la memoria un religioso de Sancto Domingo, llamado fray Reginaldo Montesino, hermano del mismo padre fray Anton Montesino, de la misma órden de Sancto Domingo, hombre letrado, predicador prudente y experimentado, y no poco hábil en las cosas agibles; y hablando un dia con el obispo de Avila sobre ello, y diciéndole que no conocia otro sino aquel Padre, díjole el Obispo: «mejor será que la eleccion de las personas que hayan de ir á poner por obra este negocio remitais al señor Cardenal, que tiene más experiencia que vos de personas en Castilla. Hízolo así, para lo cual escribió una Memoria en que puso las calidades que las personas que á poner en ejecucion aquella órden habian de ir debian tener, conviene á saber, que fuesen cristianas, religiosas, prudentes y experimentadas, rectas y amadoras de justicia, y de las angustias de los pobres y desmamparados compasivas, y porque fácilmente su reverendísima señoría cognoscería mejor las tales

personas, en quien las dichas calidades concurriesen, que él en Castilla, le suplicaba tuviese por bien de la eleccion dellas tomalla sobre sí. Llevándole aquesta Memoria, díjole con graciosa y alegre cara el Cardenal: «Pues padre, ¿tenemos buenas personas?>> Respondió el Clérigo: «por el papel lo verá vuestra señoría reverendísima.» Visto el papel ó memoria, consideró el Cardenal que todas aquellas condiciones se hallarian bien, y por la mayor parte, en religiosos de Sant Hierónimo, y puesto que tambien se hallaran en los de Sancto Domingo y de Sant Francisco, pero porque sabia que los años pasados habian ido á la corte los Franciscos, por induccion de los seglares, contra los Dominicos, como arriba cuasi en el principio deste libro se vido, parece haberse prudentemente movido el Cardenal á no tomar de las dichas dos Órdenes, sino de otra, por evitar lo que podia en disfavor de la una ó de la otra sentirse ó decirse. Y para efecto desto determinó escribir al General de la órden de Sant Hierónimo, que en el monasterio llamado Sant Bartolomé de Lupiana siempre reside, que porque el Rey determinaba de poner órden y remedio en las Indias, y habian menester personas que la ejecutasen de mucha confianza, y virtud, y religion, por ser la obra importantísima, y entendia que en aquella Órden las habia, le rogaba encarecidamente que le diese algunos religiosos della, para que con las provisiones y poderes del Rey viniesen á estas tierras á ejecutar lo que se habia determinado, para remedio de las gentes dellas, en cuyo viaje y ejercicio supiese de cierto que ofrecerian á Dios inestimable sacrificio, y el Rey por su parte rescibiria muy señalado servicio. Rescibidas estas letras, el General convocó luégo todos los Priores de toda la provincia de Castilla para celebrar Capítulo, que ellos llamaron Capítulo privado, y juntos en Sant Bartolomé de Lupiana propuso el General á todos la demanda y ruego del Cardenal; la cual oida, todos acordaron, que, pues la obra era de tanto mérito, cuanto á Dios, y en sí pia, y que el Rey lo recibiria por gran servicio, que obedeciese la voluntad y ruego del Cardenal, y para ello señalaron 12 frailes escogidos entre todos los

de la provincia, para que de los 12 tomase el Cardenal cuantos le pluguiese, y que fuesen cuatro Priores señalados con este recaudo, y á ofrecelle de parte de la Órden todo el restante della, para en semejantes obras servirse segun le pluguiese. Vinieron los cuatro Priores á Madrid, donde la corte, como se dijo, entónces residia, y como el Clérigo desease muy mucho la respuesta buena de la órden de Sant Hierónimo, fué un domingo á oir ó á decir misa á Sant Hierónimo, que está un rato fuera de la villa, y, andando por la sobre-claustra, estaba rezando un religioso viejo y bien viejo, y llegóse á él y pre- maging guntóle si sabia algo de lo que el Cardenal les habia enviado á pedir; respondió que sí, porque él era uno de cuatro Priores que traian la respuesta de la Órden, y buen recaudo de lo que el Cardenal les pedia. Anoche, dijo él, vinimos, ya lo sabe el señor Cardenal, y á la tarde ha de venir acá, donde le diremos y ofreceremos lo que digo. No se podria fácilmente pronunciar el alegría que el Clérigo de tales nuevas rescibió, y díjole: «Pues yo soy, padre reverendo, un clérigo venido de las Indias, que solicita estos remedios por ésto, por ésto y por ésto.» Y así le refirió en breve las angustias, muertes, opresiones y calamidades y perdicion de los indios, las causas dellas, la cudicia de nuestros españoles, con las crueldades que en ellos habian hecho y quedaban haciendo, la obra para que el Cardenal los llamaba cuál era, y de grandes siervos de Dios cuán digna. Dijo el bueno del Prior, por la relacion y espresion de la grandeza y mérito de la obra que el Clérigo le significó, con celo de virtud ya rendido: «Pluguiera á Dios que yo fuera de algunos años atras, para poderme dedicar á tan sancto camino, porque yo me tuviera, muriendo en la demanda, por felicísimo.» Fuése el Clérigo á comer lleno de espiritual regocijo, haciéndosele cada hora hasta la tarde más que un dia. A la tarde cabalgó el Cardenal y el Adriano, y toda la corte con ellos, donde habia muchos caballeros y algunos Grandes, y porque era verano tenian los religiosos muy aparejada la sacristía, que es cosa muy fresca, y allí entraron el Cardenal y el emba

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