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é injusticias de modo alguno inspiran ese amor del pueblo que es el diamantino escudo de un buen gobierno, los opresores hánse visto en todas épocas rodeados de asquerosos reptiles que se arras— tran por el fango de todo jaez de infamias para llegar á las gradas del trono y lamer los piés de su rey. Los que de tal guisa degradan la magestad del hombre, osan apellidarse magnates, y no son mas que despreciables y embrutecidos esclavos. Estos entes de prostitucion germinan de una manera asombrosa en los palacios, al impulso de la emponzoñada atmósfera cortesana, donde no se respira otro hálito que el de la falsedad y la lisonja. ¿Quereis saber lo que es un rey absoluto? ¿Quereis saber lo que son los palaciegos? Abrid el gran libro de la historia y leed el siguiente escándalo :

«Habiendo heredado jóven la corona Felipe IV, era todo su valimiento el conde de Olivares, tercer hijo de la casa de Medina Sidonia, con quien tenia gran cabida D. Gerónimo de Villanueva, protonotario de Aragon y ayuda de cámara, todos tres mozos; y con la ocasion de ser el protonotario patron del convento de la Encarnacion Benita, unido junto á su casa, estando un dia en conversacion los tres, casualmente dijo que en su convento estaba por religiosa una hermosísima dama. La curiosidad del rey y el encarecimiento del protonotario dió motivo á que Felipe quisiese verla: pasó disfrazado al locutorio, donde D. Gerónimo, patron, con su autoridad dispuso el que la viera. Enamorose el rey, el conde con su poder facilitó las disposiciones, y en fin todas las noches en el locutorio eran largas las visitas. No se pudo esconder tanto este galanteo, que no se censurase en el convento, y el rey encendido en el fuego de su apetito, no pretendiese atropellar con todos los inconvenientes. Las dádivas y ofrecimientos del conde, la maña del protonotario y la vecindad de las casas hicieron romper la clausura por una cueva de la casa del patron, que dió paso de una bóveda del convento destinada para guarda del carbon. La dama religiosa, entre resuelta y tímida no se atrevió á la ejecu– cion del sacrilegio sin dar parte á la abadesa, la cual, estrechán

dose con el conde y D. Gerónimo, procuró con todo recato el disuadir tal empeño. Los dos decididos á complacer al monarca, la respondieron resueltos, á lo que ella animose la noche que estaba destinada para la ejecucion, dispuso en la celda de la dama un estrado, en cuya almohada la hizo reclinar, y á su lado un devoto crucifijo con luces. Entró por la mina, primero D. Gerónimo, dejando en su casa al rey y al conde, y á vista de aquel espectáculo volvió confuso y se suspendió la ejecucion. Volvió el conde las baterías hacia la prelada, y en fin se consiguió el intento, pasando la adulacion desde sacrilegio á irreligion, pues ó fuese por adornar la belleza ó fuese por ignorancia, PUESTA CON RICA GALA DE AZUL Y BLANCO EN TRAGE DE CONCEPCION SE PRESENTÓ LA DAMA AL REY, Y EL CONDE Y D. GERÓNIMO CON DOS INCENSARIOS LES

DABAN OLOROSOS PERFUMES ALREDEDOR DE SUS PERSONAS POR UN

RATO, RETIRÁNDOSE HASTA EL ALBA QUE SALIA EL REY.» (1)

Así era un rey de aquellos tiempos en que el odioso tribunal de la inquisicion, sacrilegamente llamado santo, abrasaba en sus hogueras á los hereges. Así era un rey, señor de vidas y haciendas, á quien no menos sacrilegamente calificaba el ciego fanatis

(1) No pudo estar secreto este suceso (continúa el códice de la Biblioteca Nacional, de donde está sacado este relato, publicado en el Bibliotecario, semanario de escritos antiguos que daba á luz D. Basilio Sebastian Castellanos, y recientemente en La Tertulia, periódico que se publica en Cadiz) los prelados de la religion confusos averiguaron el todo. En fin llegó á noticias del tribunal del santo oficio todo el caso. Era inquisidor general don fray Antonio Sotomayor, religioso dominico, arzobispo de Damasco, confesor del rey. Este tuvo audiencias repetidas y secretas con el rey, advirtiéndole los muchos errores que se habian cometido en todo el cuento. Dió Felipe IV palabra de abstenerse de la comunicacion, y que inadvertido se habian hecho aquellas demostraciones, pero luego se lo participó al conde-duque, para que discurriese la enmienda.

El santo tribunal fulminó causa contra el D. Gerónimo de Villanueva. En las declaraciones secretas que se habian tomado resultó culpado, y se pasó á prenderle. El rey y el conde resolvieron el disimular aquella prision, pero el conde receloso no le sucediera á él algun desaire, previno al rey el riesgo, y procuró atajar todo el cuento. Lo primero que hizo fué irse una noche á la casa del inquisidor general á estar con él. Y sin darse por entendido de nada, le puso delante dos decretos del rey, el uno en que S. M. le concedia doce mil ducados de renta con la calidad que hiciese renuncia de la Inquisicion y se retirase á Córdoba (que era su patria) luego; y no aceptando esto, el otro decreto era ocupándole las temporalidades dentro de 24 horas, saliendo desterrado de todos los reinos.

Aceptó el arzobispo el primer decreto, hizo dejacion y se retiró á Córdoba. Estaba por embajador en Roma el conde de Peñaranda, y empezaba su pontificado Urbano VIII: despachó postas el conde-duque con pliegos al papa y al embajador, y dentro de poco vino órden muy apretada de Roma para que la causa original la remitiese la Inquisicion à Su Santidad, cesando en España las diligencias que se practicarian en aquella córte. Obedeció el santo tribunal, y nombró á Alfonso de

mo de sus vasallos de IMAGEN DE DIOS SOBRE LA TIERRA ! Y este rey sacrilego que llevaba la impiedad y el escarnio de la religion, hasta el estremo de profanar con criminales amores el templo del Divino Redentor, era el ídolo de sus corrompidos cortesanos, porque estos seres degradados solo medran por sus infamias; y avezados á la mentira, prodigan lisonjas á los mas soeces desvarios del que puede enaltecerlos. Los magnates comprar suelen su elevacion con bajezas denigrantes; y solo de este modo se concibe, que así como en otro tiempo hubo en España un conde-duque que se alardeaba en el repugnante oficio de incensar los criminales escesos de la brutal sensualidad de un monarca, haya en el dia algun fátuo marqués que empuñe tambien el incensario para rendir ovaciones á los desmanes del poderoso, apadrinando con enfática ridiculez y pedantería insoportable, la dictadura militar.

¿Al ostentar semejante avilantez, creen acaso los imbéciles sectarios del retroceso que es posible en el mundo la reaparicion de los hijos de Loyola y los autos de fé de Torquemada? ¡Delirio! Los pueblos conocen su dignidad y sus derechos. No quieren ser patrimonio de las testas coronadas, y se lanzaron á una revolucion su

Paredes, uno de los notarios del consejo, para que pasase á Roma, y en una arquilla cerrada y sellada le entregaron los papeles.

El conde-duque, luego que supo la eleccion del ministro, lo primero que hizo fué sacar su retrato con todo secreto por un pintor del rey, de que se hicieron copias, y enviar una á Génova al embajador de España, otra al virey de Sicilia, otra al de Nápoles y otra al embajador de Roma, con órdenes del rey para que estuviesen con gran cuidado, y á cualquier paraje donde pudiese ser habido Alfonso de Paredes cogiesen su persona y se la remitiesen al virey de Nápoles con suficiente guardia y gran secreto, y al virey que en Castel del Obo, castillo muy fuerte de Nápoles, le pusiese preso señalándole cóngrua suficiente para su sustentacion, y que la arquilla con el mismo secreto la remitiesen al rey con un cabo de los de mejor confianza sin permitir la abriesen.

Alfonso de Paredes con su encargo se embarcó en Alicante, y llegado á Génova donde desembarcó, el embajador que ya tenia prevenido al Dux mucho antes con las cartas y el retrato que habia recibido, luego supo su llegada, y pasando inmediatamente á noticiárselo al Dux, aquella noche le prendieron y sacaron de la ciudad por la via de Milan, cuyo gobernador que tambien estaba prevenido, le remitió con el mismo recato á Nápoles, donde el virey ejecutó la órden poniéndole en el castillo, señalándole dos ducatones cada dia para su mantenimiento, poniéndole pena de la vida si hablaba ó decia la menor cosa de quién era ó á lo que habia venido, sin permitirle escribir, y al alcaide le hicieron la misma prevencion, y así estuvo mas de quince años que tuvo de vida.

El virey de Nápoles remitió la arquilla con un capitan confidente suyo al condeduque, quien se la llevó al rey cerrada como habia venido, y abriéndola los dos sulos quemaron en la chimenea del cuarto del rey la causa original.

En este tiempo habia el rey nombrado, á instancias de la reina doña Isabel, por inquisidor general á D. Diego de Arce y Reinoso, y la religion benedictina habia

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blime, impulsada por la mano de Dios que hizo dar la señal al Sumo Pontífice.

Ondeó en el Quirinal la inmaculada insignia de reformas civilizadoras, antes de que el HOMBRE FUNESTO de España contaminase las aguas del Tiber con su calamitosa presencia; y por do quiera se alzaron las naciones para derribar á los tiranos que se oponian al movimiento regenerador.

Entes de corvo espíritu, de tímida condicion y reducidos alcances, se estremecieron ante las grandes oscilaciones del año de 1848 impelidas por la digna conducta del sucesor de San Pedro, y amilanados entre el bélico estrépito, entre las sacudidas de la tremenda liza, han esclamado trémulos:

«MALDITO SEAS!»

Sellad los labios, criaturas pusilánimes. El año de 1848, ese año que imprudentes maldecís porque sois miopes, fué un año de gloria y de bendicion, fué el año mas feliz de cuantos ha devorado el tiempo, fué el año en que, despertando el mundo entero de un letargo vergonzoso, ha colocado la piedra fundamental del templo de su gloriosa regeneracion.

puesto el mas conveniente remedio en la reforma del convento de la Encarnacion Benita; siendo desde entonces así la cómplice, como todas las religiosas, un relicario de santidad.

Como la causa no llegaba á Roma (no obstante que se susurraba todo el cuento) el protonotario se estaba preso en Toledo, á donde le habian llevado desde el principio, á pesar de que hacian diligencias sus parientes. El rey y el conde-duque disimulaban, pasando en esta suspension mas de dos años. Escribiéronse cartas por el inquisidor general á Roma y el conde de Oñate se estrechó con el Papa, quien tambien disimuló dejándolo todo en silencio. El inquisidor general, de su motu propio, dispuso que en la sala de la Inquisicion de Toledo, delante de los inquisidores y secretarios convocados, el guardian de San Juan de los Reyes, el prior de San Pedro Mártir, el prepósito de la Casa Profesa de Toledo, el comendador de la Merced, dos canónigos de la santa iglesia y el prior del Cármen, saliese D. Gerónimo de Villanueva a la sala en cuerpo y sin pretina, sentado en un taburete raso. Sin leerle la causa fué gravemente reprendido por el guardian de San Francisco, sin declarar la causa, diciendo haber incurrido en casos de irreligion, sacrilegios y supersticiones, y otros pecados enormes por donde habia sido incurso en la Bulla de la cena, y por usar de misericordia el santo tribunal le absolvia en todo con la calidad de que por un año ayunase los viernes, no entrase en el convento de las monjas, ni tuviese comunicacion con ninguna, y repartiese dos mil ducados de limosna con intervencion del padre prior de Atocha. De todo esto se dió testimonio por el secretario del secreto, y fué absuelto.

Volviose á su casa y empleos con órden precisa del rey de que nunca le hablase ni al conde-duque de todo este secreto.

Así tuvo fin un tan singular escándalo y que ocasionó tantos disturbios.

A un hijo que dejó en España Alfonso de Paredes, le dió el rey empleo decoroso con que se mantuvo con toda decencia.

A principios de 1848 el cetro de hierro del absolutismo abrumaba á cien infelices pueblos, entre los cuales era el mas digno de compasion la liberalísima Italia, condenada bajo el yugo de estrangera dominacion á apurar hasta las heces el cáliz de su horrenda esclavitud.

Los inícuos opresores reposaban en todas partes tranquilos á la sombra de una confianza sin límites, porque embotados los sentidos con los placeres de sus orgías, estaban asaz lejos de vislumbrar siquiera un destello de insurreccion popular. Entre los cánticos de sus bacanales, entre el ruido de sus brindis, las quejas de los pueblos morian sin oirse, como los ayes del náufrago entre el estrépito de las olas. ¿Ni cómo habia de caerles en mientes que sobreviniera de improviso un suceso de tan colosal magnitud, que desquiciara los cimientos seculares sobre los cuales descansaba el orgullo de altivos soberanos, ni menos que rodasen por el suelo sus cetros y coronas?

Sucedió así apesar de cuantos diques se levantaron contra el torrente de la revolucion, porque la causa de la justicia es la causa de Dios. Los primeros himnos de triunfo que entonó el pueblo parisiense y el estrépito de las salvas resonaban aun en las márgenes del Sena, cuando ya los denodados milaneses arrojaban de su patria al ejército austriaco dando el grito entusiasmador de ¡ INDEPENDENCIA !

Y la Italia toda se sublevó.

Tras la heróica Milan pronunciose libre la mas galana y preciosa joya del Adriático.

Sacudió las melenas el Leon de San Marcos, y su bélico rugido despertó á los valientes.

Venecia dió el ejemplo á los piamonteses, napolitanos, romanos y toscanos.

El generoso alzamiento fué impelido hasta mas allá de los Alpes, y el grito de libertad que sonára en el Sena, retumbó en el Tiber, en el Danubio, en el Rhin!....

El triunfo de Viena y de Berlin hubiera, á no dudarlo, asegu

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