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yo pensaba como usted en mi juventud, y aunque retirado del mundo, he recibido tantos desengaños! ¡ Dios perdone á mis enemigos! La experiencia me ha hecho conocer que el mejor medio de servir á Dios, es ejercer la beneficencia en secreto, y así lo hago en cuanto alcanzan mis débiles fuerzas. Esto es suficiente para explicar el modo misterioso con que se le ha conducido á mi pobre morada, y le aconsejo que imite mi reserva, si quiere ver cumplidos sus humanitarios deseos de dar la libertad á esas dos infelices que hace pocos dias han sido conducidas á la CasaGalera. He dicho antes que habia un riesgo inminente en hacer gala de ciertos principios filantrópicos, y mas en dirigirse indiscre tamente á las personas de posicion elevada para mendigarles proteccion. Estos magnates no solo jamás hacen cosa alguna en favor de los pobres, sino que sospechan del hombre generoso que toma la defensa del desvalido. Las desgraciadas que á todo trance hemos de salvar, hijo mio, son en verdad hija y esposa de un revolucionario. Esta circunstancia, que nosotros debemos olvidar, porque nada tienen que ver dos débiles mugeres con los extravíos de un hombre que ha dado ya cuenta de ellos al Todopoderoso, es alarmante... á lo menos para los espíritus vengativos, y no vacilan un momento en calificar de complicidad lo que no es mas que un sentimiento generoso.

Don Eduardo escuchaba con atencion al religioso, y fascinado por su acento de aparente bondad y de dulzura, habia olvidado la siniestra impresion de sus primeras palabras. Cayó en la red que se le tendia con el solo objeto de hacerle comprar á peso de oro la libertad de la Bruja y de su madre.

Los desengaños que acababa de tocar en la tertulia de la marquesa de Verde-Rama, en donde no le quedó la menor duda de que ninguno de los que se llamaban sus amigos y gozaban favor en la córte, habia querido hacer gestion alguna en favor de aquellas pobres mugeres, favorecian las ideas que acababa de emitir el astuto fraile.

-¡Oh!....... es verdad, es verdad, padre-exclamó don Eduar

do lleno de conviccion.-El proteger á los pobres es un crímen. para los palaciegos...

-Un crímen que no perdonan-repuso el religioso-y que si hallan oportunidad, no le dejan nunca sin castigo. Créame, hijo mio, no haga alarde de esa generosa proteccion que dispensa á esas desdichadas. Se le puede acusar de haber pertenecido á la secta de francmasones, y aun cuando esto sea una calumnia, no dejaria de proporcionarle gravísimos disgustos.

-Todo eso será cierto; pero por mas riesgos que corra, estoy decidido á no abandonar mi empresa. Si los hombres me niegan su amparo, Dios me protejerá.

-Sí, hijo mio, Dios nos protejerá.... ó mejor dicho, Dios proteje ya, á no dudarlo, á esas infortunadas mugeres. Dios ha dispuesto esta entrevista para que allanemos cuantas dificultades se oponen á la realizacion de nuestras benéficas miras.

-¿Cómo así?

-Sacando partido de la misma inmoralidad de los hombres.
-Expliquese usted, padre.

-Escuche, hijo mio. En este siglo de corrupcion, todo lo alcanza el oro.

-Si de eso depende el éxito de la empresa, gracias a Dios soy bastante rico para prodigarle, y nunca me tengo por mas feliz que cuando le empleo en socorro de los desvalidos.

-Ya lo sé, generoso jóven, y por esta razon no he puesto un solo momento en duda que el triunfo coronará nuestra esperanza. Aqui... en reserva, hijo mio... sepa que tengo el medio de comprar la libertad de nuestras protegidas. Ya lo hubiera hecho si me hallase en otra posicion ; pero un pobre sacerdote...

-¿Y qué cantidad se necesita?

Han tenido la audacia de pedirme veinte mil reales; pero con mucho menos tendrán que contentarse. Me explicaria mas claro; pero me han exigido el secreto en cuanto á las personas que median en este asunto, y como religioso, de ningun modo puedo revelarle.

-De nada me sirve el nombre de esa persona con tal de que logre mi objeto. Dígale usted que están á su disposicion los veinte mil reales, tan pronto como se me entregue una órden para que se deje en libertad á las mugeres en cuestion. Pero esa órden.....

-Será de la autoridad competente. No es la primera que la direccion de la Casa-Galera ha recibido, y á su presentacion será obedecida sin dilacion ni repugnancia alguna.

¿Pero está usted cierto, padre, que se obtendrá esa órden? -¿Por qué no?

-Usted mismo acaba de hacerme una pintura exacta del empedernido corazon de los poderosos.

-No importa... DÁDIVAS QUEBRANTAN PEÑAS, hijo mio. A las nueve de esta mañana, tendrá en su poder la deseada órden. -¿Quién la pondrá en mis manos?

-La persona que le ha conducido á este sitio.
-¿En mi casa?

-Sí, generoso jóven.

-Tendré preparados en oro los veinte mil reales.

-Y yo dirigiré á Dios mis oraciones para que premie ese rasgo de sublime beneficencia. Nada mas tenemos que hablar. Ahora, hijo mio, saldrá de esta humilde morada, del mismo modo que ha entrado en ella, con los ojos vendados, pero llevará ademas la bendicion de un pobre religioso.

-La bendicion de un santo sacerdote es la bendicion de Dios-dijo en un acceso de alegria don Eduardo, y levantándose de su asiento fué á postrarse ante el fraile y le besó la mano. El fraile la levantó despues, y mientras permanecia aun don Eduardo de rodillas, bendíjole con ademan solemne, y le dijo en tono de bondad:

Siéntese, hijo mio.

Don Eduardo volvió á ocupar su asiento.

El fraile tosió de una manera significativa.

Apareció el personage misterioso, vendó los ojos de don

Eduardo y se retiraron sin que ocurriese cosa alguna digna de mencion.

El dia siguiente á las nueve de la mañana recibió don Eduardo la órden de la libertad de sus dos protegidas, y entregó á su portador los veinte mil reales consabidos.

Lleno de júbilo corrió don Eduardo á la Casa-Galera. Una nueva catástrofe laceró su corazon generoso.

El lector se acordará de las fúnebres vibraciones de una campana que doblaba á muerto. El capítulo que sigue explicará este enigma.

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A guisa de visiones fantasmagóricas, una multitud de mugeres asquerosas se agitaba en un ancho salon, cuyas paredes ennegrecidas y mal enladrillado pavimento, revelaban la desidia de los que tenian á su cargo el aseo de aquel departamento de la CasaGalera.

Veíanse acá y acullá animados grupos de aquellas infelices escuálidas, cubiertas de andrajos, que á pesar de verse allí condenadas, acaso á perpétua reclusion, despues de haberse gozado en los brutales placeres de una vida sin freno, libre y licenciosa hasta el escándalo, no aparentaban pesar ni arrepentimiento. Satánica sonrisa animaba sus rostros cadavéricos, y entre aullidos de feroz alegría entonaban alegres cantares, que formaban un

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