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La Bruja de Madrid, por D. W. Ayguals de Izco.

presion de la felicidad. Conservaba la infeliz todo su conocimiento, Ꭹ ansiaba el instante de verse ante la presencia de Dios.

-No llores-decia la moribunda á su inconsolable hija.— No acibares con tu llanto los últimos momentos de mi existencia. Estos momentos felices en que veo terminados todos mis infortunios. Tu padre me llama, hija mia........... ¿Qué hago yo en este mundo?

-¿No tiene usted una hija que la adora?

-Es verdad........ y á quien yo tambien he querido siempre con idolatría; pero yo... pobre ciega, no puedo ver sus facciones.... Me acuerdo que era tan linda!....

La Bruja se estremeció, y prorumpió en nuevo llanto.

Hija mia — continuó su madre con voz apagada ya por la agonía-¡ cuánto siento no poder verte en este instante!... Acerca á lo menos tus lábios á los mios..... Deja....... hija adorada...... que te dé mi último beso....

La Bruja rozó sus lábios con los de su madre, y no pudo contener las lágrimas que bañaron el lívido rostro de la moribunda.

-¿Por qué lloras, hija mia? Tú debes alegrarte de mi muerte..... Reflexiona bien lo que padecia en este mundo..... Y sin mi pobre Francisco... Bien sabia yo que no podria sobrevivirle. Me está llamando, hija mia... ¿No oyes su cariñosa voz?... Mira... ese hermoso niño.... que bate sus hermosas alas como una mariposa... que me tiende su manecita.... ¿le ves?... es un ángel... Viene..... en mi busca... para llevarme... á donde... está... mi esposo... mi es... poso... mi es...

Despues de pronunciar estas palabras con acento apagado, repentina convulsion agitó los miembros de la moribunda.

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Madre! Madre! —gritó azorada la Bruja, y viendo que su madre estaba fria como el mármol, dió voces de dolor y de desesperacion.

Presentose aceleradamente el religioso que habia confesado á la enferma, y con el crucifijo en la mano la dirigió las últimas exhortaciones.

Era la media noche cuando aquella pobre muger murió embellecida con la aureola del justo. La muerte tenia para ella mil encantos..... esa muerte cuyo recuerdo atosiga acerbamente á los criminales hasta en el goce de los tesoros y todo linage de placeres de su deleznable y azarosa existencia.

Cuando se presentó don Eduardo en la Casa-Galera, contáronle el triste suceso que acabamos de describir, añadiendo que la Bruja, despues de haber sufrido frecuentes convulsiones, que ponían su vida en peligro, logró llorar largas horas, y estaba ya sosegada; pero en cama y con calentura.

Al oir esto, brilló en el semblante de don Eduardo la expresion de la ira como una llamarada fosfórica. Acordose de que todas estas desgracias eran consecuencia de la injusticia de los poderosos y del criminal abandono con que se trata á los pobres. Pero á este destello de indignacion siguió un acceso de amargura. No pudo contener algunas lágrimas. Recomendó muy encarecidamente la enferma al facultativo y al director, entregando á este último la órden para que se dejase libre á la Bruja tan pronto como estuviese del todo restablecida, y se despidió encargando que se hiciese de su cuenta un lucido entierro á la madre, dejando algunas monedas de oro de limosna, para alivio de las desgraciadas que expiaban sus extravíos, ó eran víctimas de alguna venganza en aquella reclusion.

Regresaba don Eduardo á su casa con el corazon prensado de tantos sinsabores.

·¡ La naturaleza es tan fecunda en placeres como en amarguras!... Desechemos la melancolía-decia por el camino.-La pobre anciana que ha muerto, no podia ser ya feliz en este mundo. ¿Y su hija? Me valdré de todas los medios posibles para que deje de ser el escarnio del vulgo. Le señalaré una pension........ ¡Nunca ha querido admitirla!... ¡Cuántos misterios en esta muger!... Yo no sé por qué me interesa.... por qué me conmueven sus desgracias. ¡ Oh! es preciso lograr á todo trance mejorar su situacion. Yo voy á ser feliz con las bodas proyectadas, toda vez que de ellas depen

de el sosiego de mi padre. La felicidad no es verdadera cuando no se propaga á las personas que nos circundan. Sí... sí... esa muger misteriosa ha de ser dichosa tambien.

La niebla del mal humor que oscurecia el semblante del duquecito, disipose por fin.

Un lacayo le aguardaba en su casa á la puerta de la calle, y al pasar, entregole un papel, y desapareció.

Era un billete de desafio á muerte.

Citábasele para el medio dia en el café de la Fontana de Oro.

La esquela no tenia firma, y aunque por esta circunstancia merecia el desprecio del duquecito; este jóven que era tan valiente como generoso y compasivo, miró su reloj, y dijo para sí:

-Las doce menos cinco minutos... no se puede perder un momento. La provocacion es donosa, y no puede menos de suceder algun lance jocoso que me desimpresionará sin duda de la triste escena que me acaban de relatar.

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Vibraba todavía la última campanada de las doce, cuando el duquecito de la Azucena cruzaba por debajo del dintel de la puerta principal de la Fontana de Oro.

La concurrencia en aquel sitio era á la sazon escasa, por manera que una ojeada breve bastole á don Eduardo para pasar revista á cuantos ocupaban las mesas ó se paseaban por el salon.

No vió un solo rostro que destellase expresion hostil. Encendió un puro para dar lugar á que su misterioso rival se diese á conocer; y reparando que en uno de los rincones del café estaban tomando ponche tres de sus mas íntimos amigos, aproxi

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