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-No admito réplicas sobre este particular; y ahora, pasando á otro asunto, me toca á mí la vez de dar cumplimiento á mi pro

mesa.

La ambiciosa jóven ardia en deseos de oir el parecer de la Bruja acerca de su porvenir. Lisonjeábase de oir pronósticos halagüeños, porque siempre le habian sido consoladoras las palabras de aquella infeliz, á quien apellidaba buena muger. La queria sinceramente y la respetaba por sus infortunios, al paso que admiraba su instruccion, su elocuencia y amabilidad. Era Enriqueta demasiado ilustrada para incurrir en las groseras supersticiones del vulgo; pero aunque no daba crédito á las brujerias que se contaban de su protegida, veía en ella una muger misteriosa, una criatura extraordinaria, un tesoro de sabiduria y de virtudes, que la inclinaban á sospechar si Dios la habria dotado de los atributos de una santa. Contra esta opinion habia sin embargo una circunstancia grave. La Bruja decia incesantemente que habia sido una muger criminal. Con todo, es muy grato el arrepentimiento á los ojos de Dios, pensaba Enriqueta, y acordándose de la historia de Santa Magdalena, acabó de fascinarse hasta el punto de creer que la buena muger se hallaba en el caso de penetrar en los arcanos del porvenir. Con esta confianza resolvió consultar á la Bruja acerca de la suerte que le aguardaba en el mundo.

He prometido añadió Enriqueta-que revelaria á usted las inquietudes de mi corazon, y voy á hacerlo con la ingenuidad con que una hermana confia sus penas á otra hermana. Tal vez mi franqueza me perjudicará en su afecto de usted, porque conozco que usted me tiene por, una inocente niña, sin defecto alguno, y sin embargo...

-¿Qué, hija mia?...-interrumpió la Bruja trémula de zo

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¡Ambiciosa!—gritó la Bruja con tan dolorosa expresion como si una flecha se hubiera clavado en su pecho; pero reconociendo su imprudencia, apeló al disimulo, y con forzada sonrisa

añadió: - Será sin duda una ambicion pueril la de usted, hija mia. Una de esas ambiciones, sin consecuencias, de que todas las jóvenes hermosas adolecen.

-Es una ambicion que me hace infeliz.

-¿Por qué razon, Enriqueta? ¡Usted infeliz! Rodeada de personas que la quieren con extremo, que se esmeran por dar á usted gusto en todo, por satisfacer sus deseos y hasta sus caprichos, que le proporcionan una esmerada educacion, y la miran á usted como la mas preciosa joya de la familia, ¿qué mas puede usted desear?

-Desearia que mis padres pertenecieran á la alta aristocracia, porque de este modo no tendria que ruborizarme de mi humilde cuna. Habitaria un magnífico palacio, me veria rodeada de criados sumisos, y si algun jóven marqués ó duque se enamorase de mí, me hallaria digna de él, y no tendria que sufrir las humillaciones á que está sujeta la pobre hija de un pintor. Pero toda vez que he tenido la desventura de nacer en plebeya morada, ¿por qué no he de hallar un esposo rico y noble que enaltezca mi posicion social? ¿Es este acaso un imposible? ¿No lo he leido yo mil veces en mis libros? ¡Si Dios me concediera esta fortuna!... Dígame usted, buena muger, ¿llegaré á ver algun dia satisfecha mi ambicion? No es una ambicion criminal, porque yo no deseo hacer mal á nadie. Quisiera ser noble porque se me figura que no puede haber nobleza sin virtud... Quisiera ser rica para socorrer á los pobres... de consiguiente nada tiene de punible mi ambicion, ¿no es verdad? Dígame usted pues si la veré algun dia satisfecha, porque de otro modo voy á ser muy desgraciada. Yo no creo, buena muger, que usted sea una bruja que todo lo adivine, como el vulgo asegura; pues hasta me atormenta que le den á usted semejante apodo; pero veo en usted todas las perfecciones de una santa, y las santas bien pueden penetrar en lo futuro de toda humana criatura. ¿Qué será de mí, señora? ¿Cuál será mi porvenir ?

-Horrible; trágico, sangriento-respondió en tono amena

zador y solemne la Bruja, que trémula y convulsa habia oido con horror la sincera y espontánea manifestacion de la candorosa adolescente.

Amilanada esta paloma sin hiel, por los desaforados gritos y bruscos ademanes de la Bruja, cayó de rodillas á sus piés, y sepultando su bello rostro entre las manos, escuchó con espanto el terrible vaticinio.

La Bruja, arrogándose todos los derechos de la autoridad que solo un padre posee sobre sus hijos, pronunciaba estas crueles palabras:

-¡Ay de tí, jóven incauta, si no arrancas de tus ojos la venda que les ciega! ¡Ay de tí, si buscas tu felicidad en el lujo, la magnificencia y los tesoros! ¡Ay de tí, si entregas tu corazon á un palaciego! En los palacios no hay mas que engaños, prostitucion... Si algun hombre de los palacios te habla de amores, huye de él, infeliz, huye de él como si fuera el ángel de maldicion. El hombre de los palacios fascina á las vírgenes con halagüeñas promesas y juramentos de amor; pero la ternura de su acento está empapada en horrible ponzoña, y á las escenas de voluptuosa embriaguez y amoroso deleite, sigue la acerba tortura del desengaño, y al desengaño el inútil y doloroso arrepentimiento, y escenas de escándalo, infortunios sin límites, padecimientos incesantes, tal vez espectáculos sangrientos...

-i Basta!........... ¡ basta........ por compasion!-gritó horrorizada Enriqueta, y se abrazó á las rodillas de la Bruja como impelida por un acceso de espanto.

La Bruja habíase exaltado progresivamente hasta la frenesía. Sus ademanes eran los de un ente convulso, los de un energúmeno atormentado por los espíritus malignos. Su rostro mutilado y deforme destellaba la horrible expresion de una furia infernal. Estaba fuera de sí; pero al sentirse asir por Enriqueta, calló de repente, y á este silencio siguió un estremecimiento prolongado.

Despues de una larga pausa exhaló un profundo suspiro, y con estudiada amabilidad, pronunció las siguientes palabras:

-Perdone usted, señorita, perdone usted si la he faltado al respeto..... ¡Usted á mis plantas! ¿Qué es esto?..... ¡Tiembla usted!...

-De miedo, sí, de miedo..... Me ha vaticinado usted tantos desastres...

Enriqueta se levanta y se arrima á la Bruja como si buscase amparo contra alguna aparicion fantástica.

-

-El dolor de haber perdido á mis padres me trae loca, señorita..... es un dolor inextinguible. Conozco que he sido demasiado

severa...

¡Sálveme usted!..... ¡Sálveme usted por Dios!-gritaba como fuera de sí la pobre niña.

Sosiéguese usted, hija mia... Usted tiene demasiado talento para caer en el lazo de una infame seduccion. Tiene usted demasiada virtud para dejarse alucinar por las falaces promesas de los palaciegos. De consiguiente, hija mia, usted misma sabrá salvarse del abismo á que una ambicion imprudente pudiera arrojarla. Sea usted cauta, mi buena señorita. Procure usted alejar de su fantasía esas quiméricas ilusiones de grandeza, y no dude usted que será feliz, porque la felicidad no germina precisamente entre el fausto de oropelados salones. La morada del honrado artesano, el taller del laborioso artista, y hasta la choza del jornalero cobijar pueden la verdadera felicidad. Es muy conveniente, hija mia, que jamás olvide usted que el lujo no es el único compañero de la dicha. ¡Cuántas veces los ayes del dolor resuenan por todos los ángulos de un fastuoso y marmoreo alcázar, mientras reina pura y vivificadora alegría en el modesto y tranquilo albergue de la pobreza! El bienestar, la paz del alma y el gozo del corazon no se compran con el oro, hija mia, son emanaciones de la virtud y del honor; y el honor y la virtud suelen ser con frecuencia el tesoro de los pobres. En una palabra, señorita, si alguna vez algun jóven rico dice á usted que la ama... ese hombre miente... quiere hacer á usted infeliz... Huya usted de él para siempre. -¿Tan perversos son los ricos?

-Las preocupaciones de la aristocracia... Su insensato orgullo embota sus sentidos... Seducir á una niña es para ellos un hermoso triunfo... Enlazarse con ella seria un crímen imperdonable que les haria degenerar de su elevada alcurnia.

-¿Y cree usted posible renunciar á un amor que halaga el alma?

-A una niña virtuosa le es fácil evitar el emponzoñado aliento de la seduccion.

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¡Pobre de mí!—exclamó la Bruja despues de un momento de vacilacion y angustia. —¡ Pobre de mí! ¿Quién puede haber amado á esta infeliz? Nací deforme, como usted ve... Los que no me dan el epiteto de Bruja..... suelen llamarme el Mónstruo. Me falta la mano que el sacerdote enlaza para bendecir ante Dios los vínculos del matrimonio, y me pregunta usted si he sido amada!!! -¿Así como yo la amo á usted, no pudiera tambien amarla

un hombre?

-Los hombres buscan juventud y hermosura-contestó la Bruja sonriéndose.

-Pues yo prefiero la belleza del corazon-repuso Enriqueta. -Gracias, hermosa niña. ¿Y de veras, me ama usted? -¡Oh! muchísimo. Así es que ahora estoy muy contenta porque la tendré á usted siempre á mi lado.

-Perdone usted, hija mia. No me ha dejado usted contestar cuando iba á hacerlo, y sin embargo...

-¿Qué va usted á decir?

Que me es imposible complacer á usted.

-¿Por qué razon?

-Porque no debo abandonar mi pobre buhardilla.

-Ahora no viven sus padres de usted.

-Pero han vivido allí... Allí se me figura tenerlos siempre á

mi lado... Allí he llorado con ellos... No... no exija usted de mí

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