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sa, la flamenca, la italiana con sus agregadas veneciana, napolitana, florentina, todas en fin las que han dado obras maestras estaban representadas por selectos cuadros de artistas de indisputable mérito é imperecedera y gloriosa remembranza, como Zurbaran, Murillo, Ribera, conocido en Italia por el Spagnoleto, Velazquez, Menendez, Juanes, Vernet, Tiziano, Rubens, Allegri, llamado el Correggio, Van Dyck, Falcone, Sneyders, Fiorini, Theotocopuli, llamado el Greco, Lebrun, Mengs, Teniers, Tintoreto, Veronés y otros.

En ciertos puntos de la sala llamaban la atencion algunas estátuas de yeso, entre ellas el Apolo del Belvedere, la Venus de Médicis, Diana cazadora, Castor y Polus y Laoconte y sus hijos.

Ocupaban el frente de dos ventanas sendos caballetes con cuadros empezados, y sobre una mesa inmediata veíanse paletas de varios tamaños, pinceles y algunos tientos ó varillas para afirmar el pulso.

Una gran mesa, atestada de otros muchos objetos como los libros del Palomino Velasco, las aguas fuertes de Pinelli, las de Rembrant, las estampas de Pusino, alternaba con algunos maniquíes de hombre y de muger, una gran caja-mesa provista de colores y una librería que contenia los mejores tratados de pintura.

Habia tambien entre los referidos objetos, mascarillas, bustos, piés y manos de yeso, un pantógrafo, una cámara oscura y una gran cartera de apuntes; pero lo mas magnífico de aquel sublime conjunto colocado en agradable confusion, era el animado grupo que ocupaba las mejores luces de la sala.

Graciosamente sentada sobre un banco á propósito, veíase una seductora criatura dotada de todos los encantos que puede atesorar la mas celestial belleza, de toda la frescura de la virginidad, de toda la gracia de una candorosa jóven que frisa con la dorada sazon de la adolescencia. Si no alardeaba la blancura del jazmin, no por eso era menos tersa y fina la sedosa tez que cubria sus redondeadas formas. Sencilla y donosamente recogida su cabellera negra como el ébano, permitia brillar en toda su pureza la an

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churosa frente. Dos arcos de azabache acentuaban sus expresivos ojos, cuyas pupilas, fijas siempre en un mismo punto, parecian clavadas en un pequeño óvalo de marfil, entornado de larguísimas pestañas, que sombreaban lijeramente la nevada superficie de las órbitas. Graciosa y diminuta nariz, armonizábase con las sonrosadas orejas, que semejaban destellos de una perfecta miniatura. En el carmin de su boca anidábase todo el hechizo de una sonrisa arrebatadora. La barba se apoyaba muellemente sobre la pulida mano derecha, dando á todo su cuerpo cierto aire de indefinible voluptuosidad. Un ligero ropage colocado con notable inteligencia, parecia haberse desprendido de aquellas celestiales formas, como queriendo prestar un tesoro de perfecciones á la destreza del artista.

Esta encantadora beldad que servia de modelo para el personaje principal de un cuadro mitológico que el pintor estaba trazando... ¿lo creerá el lector?... era Juanilla la hija del torero.

Cinco dias habíanse apenas deslizado desde la terrorífica escena en que encontró un cadáver en el cofre donde iba á buscar sus joyas, y no solo parecia que nada siniestro le hubiese ocurrido, sino que, como se verá por el siguiente diálogo, hallábase esta jóven muy contenta y en posesion de las riquezas adquiridas por los medios referidos en los capítulos anteriores. ¿Qué arcano es este? Tamaña imperturbabilidad en una tierna jóven es misteriosa. ¿Habrá en ella complicidad de asesinato? No lo permita Dios, y ojalá que en el transcurso de la presente historia lleguemos á ver descifrado este espantoso enigma, sin tener que amancillar con mas horribles pinceladas la conducta de una jóven, que al través de su astuta coquetería albergaba en su alma ciertos sentimientos de propia estimacion y noble generosidad.

Juanilla habíase presentado en casa del pintor, ignorante de cuanto habia ocurrido posteriormente á su salida del palacio del poeta, y mientras el pintor atendia á su cuadro, estaba la jóven en alegre conversacion con él.

-De veras, Juanilla-decíale el pintor-me recelaba que

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La Bruja de Madrid, por D. W. Ayguals de Izco.

estarías enferma, y como hubiera sabido tu habitacion, hubiera ido á visitarte.

-¿Tanto me quiere usted?-repuso la jóven con acento can

doroso.

-Ya se vé que sí. Además, hija mia, para mí no solo eres apreciable por tu buena conducta, sino porque eres una joya preciosa, que si te perdiera, acaso me seria imposible reemplazarla. ¿De veras?

-Como lo oyes. Tienes las formas de una Venus. Y no vayas á creer ahora que te hablo así por el gusto de requebrarte, nada de eso, Juanilla. Cuando tengo yo mi paleta y mis pinceles en la mano, olvido los efímeros placeres de la sensualidad, y mi fantasia me eleva á otra region de hermosas ilusiones. Ya ves que raras veces entablo conversacion contigo. Hoy adelantaremos poco.

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-Porque en mi profesion, cuando uno habla no está del mejor talante para pintar.

-Lo siento de veras.

-¿Tanto te repugnan mis requiebros?

Ya ha dicho usted antes que no lo eran,

-No son requiebros ó lisonjas, porque son la verdad. He dicho que si te perdia no hallaría un modelo tan á propósito como tú.

-Está usted hoy de buen humor.

- Rara vez lo tengo malo.

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Pero hoy me dice usted unas cosas...

-Vienen rodadas por la conversacion. Y digo que eres un

buen modelo, no solo por la belleza de tus formas, sino por la expresion y gracia que naturalmente das á tus posturas.

-¿Con que soy una joya sin reemplazo en caso de

me pierda?

-Así lo he dicho antes y lo repito ahora.
-Pues ya puede usted considerarme como perdida.
-¿Cómo así?

que usted

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