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dado con la reincidencia, porque en tal caso seria inexorable. No puedo tolerar elogios agenos. Todavía no sabe usted lo celosa que yo soy..... y á fé que bien debia usted estar escarmentado. ¿Ha olvidado usted el motivo de mi casamiento?

Fué usted muy cruel á la sazon.

¡Alabo la serenidad de usted! ¿Con que fui muy cruel, cuando usted faltó á todas sus promesas y juramentos?

-Porque prodigaba usted lisonjas á mil galanteadores.
-Es que usted veia fantasmas en todas partes.
-Veia la realidad..... y quise vengarme.....

-No hable usted mas, duque, no hable usted mas; pues aun cuando hubiera sido yo culpable, debiera usted haber elegido una venganza mas digna de mí..... mas digna de usted mismo. ¡Encapricharse por una mozuela del pueblo!; Eso es horroroso! Hice yo muy bien en casarme, y no debia haberme acordado mas de usted. Pero ahora que estoy viuda..... ¡tonta de mí! he vuelto á enredarme en las mismas redes.....

—Yo le juro á usted que todos mis afanes y desvelos tendrán siempre por norte la felicidad de usted, y me lisonjeo de que nunca tendrá usted el menor motivo de arrepentimiento en corresponder á mi amor. Solo falta ya fijar el dia para celebrar las bodas.

-Dia solemne..... Dos enlaces á la vez............ Esto exige grandes preparativos. Pero ¿y si nuestros hijos frustran el proyecto? ¿Ha dicho usted algo al duquecito?

-Aun no; pero aprovecharé la primera ocasion que se me presente, y no dudo que se allanará á mis deseos.

-Como no tenga otros amorcillos secretos.....

-No es probable. Estas cosas dificilmente se ocultan al ojo avizor de un padre. La caza y los libros son los objetos predilectos de su afan. No le he conocido otra pasion, y si lográsemos introducir en su pecho una sola chispa de amor..... Elisa es linda y graciosa... como su madre... y no creo que Eduardo permanezca apático á la dicha de poseer tantos hechizos.

-Seria una ingratitud; porque..... hablando con franqueza, amigo mio..... Eduardo es un gallardo jóven digno de aprecio por todos estilos; pero lleva la mancilla de su nacimiento.

-Nadie mas que usted sabe que sea hijo natural. La historia de mis locos amores, ó mejor dicho, la historia de mi ya olvidada venganza, no es conocida en la córte.

-Así parece segun el aprecio que se hace en todas partes del duquecito. Con todo, confiese usted que es una gran prueba del amor que le profeso, el consentir en darle á mi hija por

esposa.

-¿Y no se opondrá Elisa á este casamiento?

- Elisa es dócil y complaciente..... No tiene mas voluntad que la mia.

-¿Pero está su corazon libre? Entre tantos como rendirán homenage de admiracion á sus encantos, & no habrá algun jóven afortunado que haya merecido su predileccion? ¿Será posible que no haya sentido aun la llama de los primeros amores?

-¿Qué entiende ella de amores? El baile y el tocador son sus ídolos. Le gusta, como á todas las niñas, parecer bella, y mas oirselo decir á los jóvenes elegantes..... Así es que habla y se rie con todos ellos; pero estoy muy segura de que ninguno ha turbado la tranquilidad de su alma.

Mientras así ponderaba la mamá el candor y la inocencia de su hija, ocurria entre esta y el poeta don Agapito una tierna escena que no dejaba de ofrecer contraste con las maternales pa labras.

-¿Con que tanto me ama usted, don Agapito?—preguntaba la jóven al poeta con voluptuosa languidez.

-¡Oh! si la amo á usted!-respondia con entusiasmo el inspirado vate. No amó tanto Júpiter á Juno, ni Apolo á Climene, ni Céfiro á Cloris, como yo á mi encantadora Elisa.

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-Jamás falto yo á la verdad, y si no la digo en este feliz instante, consiento en que el Dios del Olimpo me transforme en pez

como á Venus, en cuervo como á Apolo, en vaca como á Juno, en cigüeña como á Mercurio, en macho cabrio como á Baco, ό en gata como á Diana; pero no, no..... Si alguna metamorfosis ambiciono, es la de que se valió el mismo Júpiter convirtiéndose en cuclillo ó abubilla para volar á refugiarse en el seno de nieve de una hermosa.

-¿Y quién habria de ser esa beldad tan feliz?

¿Quién sino mi adorada Elisa, jóven y bella como Hebe la copera de los dioses, ataviada de encantos como Circe y llena de donosura, donosura sublime que podrian envidiar las mismas gracias Eufrosina, Aglae y Talía?

¿Y puedo creer que soy la única á quien dirige usted semejantes lisonjas?

-No son lisonjas, amiga mia, si no verdades que manan de mis lábios y germinan en mi corazon. Son hijas de una pasion fogosa, que solo usted me inspira y á nadie podria consagrar.

-Sin embargo, he visto ciertas cosas...

-¿De quién, amable Elisa? Ni con los cien ojos de Argos verá usted jamás en mí una sola mala accion.

-Pues hoy he visto muchas, y su conducta de usted me tiene enojadísima.

Mi conducta !

—Ya se vé que sí... obsequiando á todas las damas...

-¡Oh, no!... no... Solo he dirigido á alguna que otra los cumplidos que la buena educacion recomienda.

-Pues ya sabe usted que yo no quiero que dirija cumplidos á nadie.

-Pero á lo menos el acostumbrado saludo...

No señor... no debe usted saludar á nadie.

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-Mejor.

-El buitre de Prometeo...

-¡ Inconstante! ¡Siempre haciéndome sufrir! -¿Yo?

-Usted¡ cruel! usted... ¿No he visto yo que regalaba usted un dulce á doña Natividad?

-¿A la condesa del Arroyo?

-A la misma.

-Por Dios, Elisa, y es posible que tenga usted celos de aquella esfinge con mas años que Metra?

-¿Y quién es esa Metra?

-La bisabuela de Ulises, vea usted si será vieja la tal doña Natividad.

-Vieja ó no vieja, la estaba usted obsequiando.

-¡Qué desatino! Si yo no puedo sufrir á las viejas. Le digo á usted francamente que á todas las arrojaria en las negras aguas del rio Aqueronte.

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-Las jóvenes... Las jóvenes... no deben desaparecer...

-Ya... porque le gustan á usted todas...

-Solo una es el ídolo de mi corazon, bien lo sabe usted, Elisa; pero bueno es que vivan todas para que rabien de envidia al contemplar los hechizos de usted. El caso es que me está usted reprendiendo, cuando soy yo el que tiene mil motivos de queja. Siempre veo á usted rodeada de impertinentes, que la están adulando...

-¿Puedo yo impedirlo?

-Si yo tuviese la habilidad de forjar rayos como los cíclopes...

-¿Qué haria usted?

-Un Un espurgo de rivales. La primera víctima seria ese marqués jiboso, mas deforme que Priapo, rey de los sátiros, y tragon cual Heliogábalo. No le daria á usted pena casarse con ese monstruo? Capaz seria de comerse los hijos como Saturno.

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Calle usted, y no diga vaciedades. Demasiado sabe

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mi corazon, ni mi mano serán nunca de nadie mas que de usted.

¿De veras? ¿Me lo promete usted?

-Lo juro. ¿Está usted contento?

-Soy el mas feliz de los mortales.

Este amoroso coloquio fué interrumpido por los finos cumplimientos de un elegante jóven, que despues de haber saludado á la marquesa de Verde-Rama, con indecible complacencia del duque de la Azucena, habíase aproximado á la hija de la casa para rendirle igual homenage de galantería.

Este jóven era don Eduardo, cuyo simpático rostro habia adquirido muchos quilates de interés desde que una ligera sombra de melancolía velaba sus expresivas facciones.

Las frases que dirigia á la hija de la marquesa, sin ser estudiadas ni altisonantes, rebosaban dulzura y sencillez. La jóven favorecida oíalas con agrado y contestaba á ellas con amabilidad, dando motivo á que don Agapito empezase á bullir de impaciencia, que procuraba disimular, ora arreglándose las descomunales puntas del cuello de la camisa, ora jugueteando con el cordoncito del lente, ó componiéndose el enorme lazo de la corbata.

La angustia de don Agapito duró breves minutos, porque no tardó don Eduardo en dejarle el campo libre; pues habíale atraido á aquella sociedad un motivo mas grave para él que el pueril placer de prodigar galanteos al sexo hermoso.

Habia recibido aquella misma tarde una esquelita de un personage de grande influjo, concebida en estos términos:

«Querido Eduardo: Espero que esta noche nos veremos en la tertulia de la marquesa de Verde-Rama. Estás servido en el asunto que me encargaste. Te explicaré verbalmente lo que he logrado en favor de tus protegidas y no dudo que quedarás satisfecho.»

Ademas, en casa de la marquesa tenia proporcion de ver á otros muchos que tambien le habian hecho formal promesa de gestionar en favor de las infelices presas. Violes en efecto y tuvo ocasion de hablarles á uno tras otro; pero recibió un nuevo desengaño

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