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segun que por sus antecedentes y por sus prendas gozaban mas popularidad, y eran aclamados y elegidos. En este agregado incoherente de hombres de todas las gerarquías sociales, nombrados en momentos de turbacion y desasos iego, en que la necesidad, la pasion y la premura no dejaban lugar á la reflexion, ¿se estrañará que no todes reunicsen ni las luces, ni la prudencia, ni el criterio para obrar como gobernantes con la discrecion y el tino que hubiera sido de desear, y que exigian circunstancias tan difíciles y espinosas? ¿Se estrañará que falto de combinacion el movimiento, fuera éste en su principio como dislocado y anárquico, no habiendo un centro de accion, creándose en cada comarca y en cada ciudad, casi en cada villa y en cada aldea, una junta independiente y con pretensiones de soberana? Y sin embargo, ya se advertian en algunos paises y poblaciones síntomas de tendencia hácia la unidad, que con el tiempo habia de buscarse, y tenia que venir. Y aun aquella misma multiplicidad y desparramamiento de juntas y de autoridades, que parecia un mal y un desconcierto, fué muy conveniente para que no pudiera ser paralizado aquel primer impulso, perque los interesados en detenerle ó en torcer su marcha, carecian de un blanco donde dirigir ó los recursos de la persuasion ó el empleo de la fuerza material. Uno y otro medio se debilitaban en su accion, otro tanto cuanto era estenso y dilatado el círculo, y estaban mas desmembrados, dispersos y sin cohesion los objetos á que intentaban dirigirla.

¿Se estrañará tambien, como no se desconozca la condicion de la humana naturaleza, que en tan general trastorno, en medio del fervor popular, irritadas y sueltas las masas, roto el freno de toda subordinacion y obediencia, desencadenadas las pasiones y desbordadas las turbas, se comelieran en uno ú otro punto desmanes, tropelías, y hasta asesinatos horribles, y repugnantes crueldades? Por desgracia no conocemos un sacudimiento social de éste género sin demasías que deplorar y sin tragedias que sentir, y bien cerca están las innumerables escenas de sangre y de horror de la revolucion francesa, en cu yo cotejo los escesos de la insurreccion de España son como los granos de arena al lado de una cadena de empinados riscos. Aqui, aparte de las abominables ejecuciones de Valencia dirigidas por un genio infernal, pero que al fin fueron castigadas con una prontitud y un rigor desusados en circunstancias tales, los demás fueron crímenes aislados, deplorables siempre, siempre punibles, y por cuya expiacion y escarmiento no dejaremos nunca de clamar, pero que no constituian sistema, ni bastaron á desnaturalizar el carácter de grandeza de aquella revolucion. En provincias enteras se hizo el movimiento sin tener que lamentar un solo esceso, y en muchas se procedió con laudable generosidad: el espiritu general que movió y guió el alzamiento era altamente patriótico; así

el torrente se hacía irresistible; ¿quién se atrevia á intentar contenerle? Doloroso es decirlo. Solo la Junta suprema de gobierno de Madrid (4), creyendo sin duda de buena fé que la insurrec cion de las provincias, aunque fuese un noble esfuerzo del heroismo español, traeria la ruina de la patria, por ser imposible vencer el poder inmenso de Napoleon; cada dia mas ciega y mas empeñada en su mal camino, cada dia mas supeditada á su presidente el lugarte niente general del reino Murat, no contenta con enviar por las provincias emi. sarios franceses y españoles con el encargo de alucinar con ofrecimientos á los gefes de la insurreccion y ver de torcer por todos los medios posibles su rumbo, publicó una proclama (4 de junio), en que es sensible leer párr. fos como los siguientes: «Cuando la España, esta nacion tan favorecida de la naturale eza, empobrecida, aniquilada y envilecida á los ojos de la Europa por los vicios ❝y desórdenes de su gobierno, tocaba ya al momento de su entera disolu. «cion.... la Providencia nos ha proporcionado contra toda esperanza los medios ade preservarla de su ruina, y aun de levantarla á un grado de felicidad y esplendor á que nunca llegó ni aun en sus tiempos mas gloriosos. Por una de aaquellas revoluciones pacíficas que solo admira el que no examina la série de «sucesos que las preparan, la casa de Borbon, desposeida de los tronos que «ocupaba en Europa acaba de renunciar al de España, el único que le queda«ba: trono que en el estado cadavérico de la nacion.... no podia ya sostenerse: atrono en fin, que las mudanzas políticas hechas en estos últimos años la obli«gaban á abandonar. El príncipe mas poderoso de Europa ha recibido en sus «manos la renuncia de los Borbones: no para añadir nuevos paises á su impe«rio, demasiado grande y poderoso, sino para establecer sobre nuevas bases la «monarquía española.... Y en el momento mismo que la aurora de nuestra fe alicidad empieza á amanecer, en que el héroe que admira el mundo, y admi«rarán los siglos, está trabajando en la grande obra de nuestra regeneracion «política.... ¿será posible que los que se llaman buenos españoles, los que aman

(1) Componian entonces la junta las personas siguientes: don Sebastian Piñuela, ministro de Gracia y Justicia; don Gonzalo O'Farril, de la Guerra; el marqués Caballero, consejero de Estado, gobernador del Consejo de Hacienda; el marqués de las Amarillas, decano del de la Guerra; don Pedro Mendinueta, consejero de Estado, y teniente general; don Arias Antonio Mon y Velarde, decano y gobernador interino del Consejo de Castilla; el duque de Granada, presidente del de las Ordenes; don Gonzalo José de Vilches, ministro del Consejo y Cá→

mara de Castilla; don José Navarro y Vidal, y don Francisco Javier Duran, ministro del mismo; don Nicolás de Sierra, fiscal de dicho Consejo; don García Xara, ministro del de Indias; don Manuel Vicente Torres Consul, fiscal del de Hacienda; don Ignacio de Alava, teniente general y ministro del de Marina; don Joaquin María Sotelo, fiscal del de la Guerra; don Pablo Arribas, fiscal de la sala de Alcaldes de Casa y Córte; y don Pedro de Mora y Lomas, corregidor do Madrid.

«de corazon á su patria, quieran verla entregada á todos los horrores de una «guerra civil.... etc (1).»

Pero afortunadamente ni aquellos emisarios (2), ni estas proclamas, ni el ofrecimiento del cuerpo de guardias de corps al gran duque de Berg para que ⚫le empleára donde quisiera á fin de restablecer la pública tranquilidad (3), dieron otro fruto que el de exasperar más los ánimos del pueblo en vez de apaciguarlos, y el movimiento nacional continuó grandioso é imponente, dispuestos los hombres á sostener resuelta y denodadamente la gran lucha que pronto iba á comenzar.

1808.

(1) Gaceta de Madrid del 7 de junio, Pero el de Lazan, tan pronto como llegó á aquella ciudad, en vez de contrarir el movimiento se unió á su hermano y le ayudó á darle impulso, y cooperó después con él en todo.

(1) Uno de ellos fué el marqués de Lazan, hermano mayor del nuevo capitan general de Aragon Palafox, enviado á Zara. goza para que influyera en el sentido que la Junta queria y en contra del alzamiento.

(3) Gaceta del mismo dia 7 de junio.

CAPITULO XXV.

LA CONSTITUCION DE BAYONA.

JOSÉ BONAPARTE REY DE ESPAÑA.

1808.

Proclama de la Junta de Madrid acerca de la convocatoria á Córtes en Bayona.-Algunos diputados se niegan á concurrir, y no van.-Escrito notable del obispo de Orense so❤ bre este asunto.-Llega á Bayona José Bonaparte.-Es reconocido como soberano do España por los españoles alli existentes.-Primer decreto de José como rey.-Otros decretos.-Reunion y apertura de la asamblea de los Notables españoles para discutir el proyecto de Constitucion.-Sesiones dedicadas á este objeto.-Aprobacion y jura de la Constitucion.-Los diputados españoles en presencia de Napoleon.-Breve idea de aquel Código.-Felicitaciones de Fernando VII. y de su servidumbre à Napoleon y al rey José.-Ministerio de José Napoleon I.-Negativa de Jovellanos.-Dispone José su entrada en España.-Su proclama á los españoles desde Vitoria.-Su viage hasta Madrid. Entrada en la capital: recibimiento.-Su solemne proclamacion.-Silencio y frialdad en el pueblo; síntomas de disgusto. --Antecedentes, carácter y prendas del rey José.-Cómo las desfiguró el ódio popular.-Cómo se le retrataba á los ojos del pueblo. -Influencia de estas impresiones en los acontecimientos sucesivos.

Conveniente será, antes que entremos en la relacion de los combates y bechos de armas á que quedamos avocados, informar á nuestros lectores de lo que en este tiempo se hacia por parte de Napoleon y de la Junta de Madrid para cumplir el ofrecimiento, que, aquél primero y ésta después, habian hecho á los españoles de regenerar la monarquía sobre nuevas bases y salu dables reformas políticas. «A este fin, decia la Junta en su proclama, ha lla«mado cerca de su augusta persona diputados de las ciudades y provincias, y de los cuerpos principales del Estado: con su acuerdo formará leyes funda«mentales que aseguren la autoridad del soberano y la felicidad de los vasa

«llos; y ceñirá con la diadema de España las sienes de un príncipe generoso «que sabrá hacerse amar de todos los corazones por la dulzura de su ca«rácter.....>>

Habíase á este efecto espedido la convocatoria de que hablamos al final del capítulo XXIII. para el congreso que habia de celebrarse en Bayona y habia de reunirse el 15 de junio. Aunque la Junta de Madrid trabajó mucho para que concurrieran los diputados que en aquella se designaban, algunos de los nombrados tuvieron bastante temple de alma para negarse á asistir á aquella asamblea; táles como el marqués de Astorga, que no reparó en las persecuciones y perjuicios que le podria costar; el bailio don Antonio Valdés, que con peligro de su persona se fugó de Burgos y se refugió en tierra de Leon, donde se incorporó á la junta patriótica que acababa de formarse; el obispo de Orense, don Pedro de Quevedo y Quintano, que se hizo célebre 'por la vigorosa y atrevida contestacion que dió por escrito al ministro de Gracia y Justicia, nutrida de verdades y razones en favor de los derechos de la nacion y de su dinastía, espuestas con notable desembarazo, y cuyo docu mento causó impresion profunda (1). Los demas nombrados fueron concur

(1) Hé aquí esta famosa respuesta, que marán justa y necesaria mi súplica de que merece ser conocida. admitan una escusa y exoneraciou tan legítima.

«Excmo. Sr.: Muy señor mio: un correo de la Coruña me ha entregado en la tarde del miércoles 25 de éste la de V. E. con fecha del 19, por la que, entre lo demás que contiene, me he visto nombrado para asistir á la asamblea que debe tenerse en Bayona de Francia, á fin de concurrir en cuanto pudiese á la felicidad de la monar quía, conforme á los deseos del grande emperador de los franceses, celoso de elevarla al mas alto grado de prosperidad y de gloria.

«Aunque mis luces son escasas, en el deseo de la verdadera felicidad y gloria de la nacion no debo ceder á nadie, y nada omitiria que me fuese practicable y creyese conducente á ello. Pero mi edad de 73 años, una indisposicion actual, y otras notorias y habituales me impiden un viage tan largo y con un término tan corto, que apenas basta para él, y menos para poder anticipar los oficios, y para adquirir las noticias é instrucciones que debian preceder. Por lo mismo me considero precisado á exonerarme de este encargo, como lo hago por ésta, no dudando que el Serenisimo Sr. duque de Berg y la Suprema Junta de gobierno esti

«Al mismo tiempo, por lo que interesa al bien de la nacion, y á los designios mismos del emperador y rey, que quiere ser como el ángel de paz y el protector tutelar de ella, y no olvida lo que tantas veces ba manifestado, el grande interés que toma en que los pueblos y soberanos sus aliados aumenten su poder, sus riquezas y dicha en todo género, me tomo la libertad de hacer presente à la Junta Suprema de gobierno, y por ella al mismo emperador rey de Italia, lo que, antes de tratar de los asuntos á que parece convocada, díria y protestaria en la asamblea de Bayona si pudiese concurrir á ella.

«Se trata de curar males, de reparar perjuicios, de mejorar la suerte de la nacion y de la monarquía, ¿pero sobre qué bases y fundamentos? ¿Hay medio aprobado y autorizado, firme y reconocido por la nacion para esto? ¿Quiere ella sujetarse, y espera su salud por esta vía? ¿Y no hay enfermedades tambien que se agravan y exasperan con las medicinas, de las que se ha dicho: tangat vulnera sacra nulla manus? ¿Y no parece haber sido de esta clase la que ha em

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