CONDICIONES DE LA SUSCRIPCION. LOS ANALES DE ESPAÑA (1) se publicarán periódicamente en diez tomos en fóleo menor. Cada uno de ellos estará dividido en veinte entregas lo menos, en treinta entregas lo mas. Todo cuanto pase del número de treinta entregas por tomo será gratis. Cada entrega constará de ocho páginas de texto y una lámina, ó bien de doble texto sin ella. Se publicarán semanalmente una ó dos entregas (2). Cada entrega costará un real indistintamente en todos los puntos del reino. Los mapas que daremos serán primorosamente iluminados, y se contarán por una lámina aunque sean dobles. PUNTOS DE SUSCRIPCION. MADRID, CUESTA, Y PUBLICIDAD. — BARCELONA, IMPRENTA DE CERVANTES, calle de Fernando, esquina á la Rambla. Y en los demas puntos en casa de los corresponsales de la IMPRENTA de cervantes. (1) Los editores Lebrun y Compañía de París han obtenido privilegio para traducir esta obra en francés. Y se hace esta reserva en virtud de los tratados internacionales sobre propiedad literaria. - NOTA DEL EDITOR. (2) Como el autor se ha reservado la última revision del pliego de prensa, solo en el caso de enfermedad ó ausencia suya podria sufrir algun retraso la publicacion de la obra; retraso que siempre quedaria compensado por el esmero que se observará en la correccion de las pruebas. NOTA DEL EDITOR. BARCELONA: Imp. de CERVANTES, á cargo de Alejo Sierra, Aurora. 12.-1837. PRÓLOGO. No sin visos de fundamento los escritores griegos colocaron en España los Campos Elíseos y el Tártaro, pues ningun país del mundo ofrece mayores encantos que el nuestro cuando las pasiones humanas no le convierten en morada de las furias. Le hemos recorrido antes de escribir sus anales, buscando en él los vestigios de los desastres trazados por los geólogos, las señales de la devastacion descrita en el capítulo siete del Génesis, y las huellas de sus primeros habitadores. En sus minas, hemos visto convertidas en carbon de tierra las que miles de años há fueron selvas inmensas al aire libre; y subiendo á sus cordilleras hemos hallado lo que hoy en dia encierra el océano; y en el llano, en el monte, y en las costas hemos visto reliquias del amor religioso de la raza de Sem, rastros del orgullo de los hijos de Cam, é indicios del genio social de la familia de Jafet. De suerte que, al dar comienzo á nuestro libro, nos ha sido forzoso tomar un camino distinto del de nuestros predecesores (1). (1) Ni siquiera hemos podido descansar en la fidelidad de sus citas, y este desengaño nos sirvió, haciéndonos acudir á las fuentes, aunque obligándonos á llenar de notas nuestro tomo primero. Y aquel defecto no es propio solamente de alguno de nuestros historiadores antiguos, pues los modernos, extranjeros y nacionales, los aventajan en negligencia. Por ejemplo, el estudioso Romey en el tomo 1, página 62 del original, dice que los egipcios tomaron de los fenicios su traje, » y cita a Herodoto, lib. I. cap. 81. En tal capítulo Herodoto no habla de los fenicios; y al contrario en el cap. 79 del mismo libro, dice que los egipcios no tomaron nada de los extranjeros.» El laborioso Lafuente, tomo 1, pág. 405, dice «que el tribunal de ciento salvó á la república de Cartago de toda tentativa de trastorno,» y cita á Aristót. Política. Lo que dice Aristóteles en el lib. 11, cap. 9 de su Politica, és que el tribunal de los ciento cuatro (nó ciento) elegido entre los ricos, inspiraba mas amor al dinero que á la virtud, y convirtió á la nacion entera en un pueblo de ávidos especuladores;... que la paz de Cartago era un beneficio de la fortuna;... y que si Cartago experimentaba reveses, y sus súbditos se rebelaban, no hallaría en su constitucion remedio para restablecer el órden.» No dijo, pues, Aristóteles lo que se le hace decir, sino que profe TOMO I. 1 Y luego otras consideraciones nos han obligado á no camblar de rumbo. Las histo- Doloroso es ver que los hombres dedicados á historiar las glorias y los desastres tizó la ruína de Cartago. El mismo Lafuente, tomo 1, págs. 320 y 321, notas, se apoya en Justino, lib. XLIV, y le hace indicar que la guerra contra los fenicios de Gades su- cedió en el reinado del hijo de Argantonio. Ciertamente que Justino trata en dicho lib. XLIV, desde el capitulo 1 al 5 y último, de las cosas de España, y habla de Teucro, Gargoris, Abidis, Gerion, y hasta de los titanes: pero no menciona á Argantonio, ni á su hijo. El mismo, tom. 1, pag. 347, copiando á Romey tom. 1 del orig. pag. 114, ci- ta la respuesta de los volcianos á los romanos, como sacada de Polibio. En este autor griego no hay tal cosa: Lafuente y Romey debieron citar a Tito Livio, lib. XXI, C. 19. Dunham, mucho inas ligero en sus citas que los ya nombrados, dice, tom. 1, intro- duccion, que, «segun Herodoto, los celtas son el pueblo mas al ocaso en Europa. » No hay exactitud en tal cita. Lo que dice Herodoto, lib. II, cap 33, es «que los celtas moran mas allá de las columnas de Hércules, y que son limitrofes de los cinesios, ul- timo de los pueblos que habitan la parte occidental de la Europa.»> (2) Aristóteles las ha conservado en una de sus obras, « Principios de las leyes, y declaracion de los deberes del ciudadano de Zaleuco. » que no en vano nuestros principes, al juntar en uno los mas poderosos reinos de nuestra patria, ya no se llamaron señores de Aragon, Navarra, Leon ó Castilla solamente, sino reyes de España. Pero, así como en la Gaceta no se ven otras armas de España que los leones y los castillos, y al salir triunfante el honor nacional defendido con sangre española, no se mienta comunmente la España, sino los pendones castellanos; y al hablarse en la Guia nacional de nuestros antiguos reyes, hasta los de Aragon y los de Navarra son reputados indignos de estar en lista: de la misma manera que esto pasa en el centro de la península por un efecto de las pequeñeces humanas, no de otra suerte para nuestros historiadores generales Castilla es España. Las equivocaciones, los errores, los descuidos, no son lunares como no recaigan en cosas de Castilla. Semejante proceder no le creemos digno de alabanza. Sea porque la razon nos dicte otra senda, ó sea tal vez porque estemos familiarizados con los escritores de la antigüedad, y no hallemos en ellos aquella costumbre : es lo cierto, que entendemos que nuestra historia nacional puede ser tratada de otra suerte. Y cuando el padre de los historiadores principia su obra diciendo que ofrece el resultado de sus investigaciones para que el tiempo no borre los hechos memorables de sus compatricios (1), ni los de los mismos bárbaros, desde luego acatamos en él á un escritor imparcial; y si le seguimos en sus viajes hechos con la mira de poder hablar de los enemigos de su patria con completo conocimiento de causa (2), crece nuestra estimacion, y decimos, éste es un buen modelo. Ni vale disfrazar con el desden aquella penuria de diligencia y de discurso, fomento de dichos errores: pues si Natal Alejandro (3), y otros con él, se apoyan á veces en la máxima cómoda de que es mejor dudar de lo oculto que litigar sobre lo incierto, esto lo hacen cuando está agotado el arsenal de conocimientos que poseen, y nó antes: como si dijesen, esto afirman unos, á esto se inclinan otros, el lector elija; manera de escribir conveniente y digna. Otra consideracion nos movió asimismo á no dejar de pecho nuestro libro, y fué el ver con qué facilidad eran admitidas entre nosotros y naturalizadas varias historias de España escritas por extranjeros, dignos de consideracion los mas y laboriosos, pero propensos, unos á dar mas crédito á las leyendas árabes que á las nuestras, y muy inclinados otros á no ver en nuestra tierra mas que galos, y á deprimir por puro (1) Herodoto, lib. 1, cap. 1. (2) Ib. lib. 1, y ш passim. (3) Nat. Alex. ETAS MUNDI, I, diss. 1, prop. 2, al fin. |