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mente oprimidas y tiranizadas sus grandes prendas y talento, y sus reynos sin reparo, ni remedio. Desahogabase con la Condesa de Paredes, su secreta Valida, todas las veces que por algun accidente la concedia la Condesa Duquesa retirarse á solas con ella.

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Deciala la Reyna: Mi buena intencion, y la inocencia del Príncipe mi bijo, ban de servir alguna vez al Rey mi marido de dos ojos, mayores que los que boy tiene; porque con éstos mira solamente lo que le conviene al Conde, y á su muger; y con aquellos ba de mirar lo que convenga al Principe, á su conciencia, y á sus reynos ; y si no lo hace prontamente, ba de quedar un pobre Rey de Castilla, ó un Caballero particular. Reflexion que merece recuendos piadosos de la gran confianza que esta esclarecida Reyna tenia en la providencia de Dios, sobre el remedio de tantos daños.

Discurrió la Reyna que el único medio de alumbrar el entendimiento del Rey en sus propios intereses, era la jornada de mismo Rey al exército de Cataluña; pero el Conde-Duque que no ignoraba los daños, que ausencia del Rey le podia producir; la contradixo, y es torbó quanto pudo.

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En esta ocasion discurrió la Reyna dos cosas: la primera, que partiendo el Rey al exército, era forzoso que tratase con otros como Generales, y cabos de la guerra, y no solo con el Conde-Duque ; el qual en campaña no podria tener al Rey con los ojos tan cerrados, como indiscretamente lo hacia en Madrid; porque aborreciendo todos al Conde-Duque, y teniendo libres las ocasiones de hablar á S. M., era fácil que alguno celoso de la patria. le representase que aquellos, y otros sucesos mas enormes y siniestros nacian únicamente del gobierno absoluto y tirano del Conde- Duque.

La segunda, que quedándose ella en Madrid, á lo

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menos con el título de Gobernadora (como sucedió) tendria lugar y campo abierto para exercitar sus clemencias, y dar á entender las relevantes prendas que Dios la habia dado; con lo qual, adquiriendo crédito con el Rey, tendria mas oportunidad para descubrirle sus justísimos sentimientos. Así lo pensó, y sucedió así; porque rara vez se malogran las ideas que se dirigen á un perfecto fin.

El Conde-Duque que prevenia estas meditaciones, siempre atento á su subsistencia, y mirando con extraordinario cuidado y diligencia por sus intereses, y á desvanecer la menor sombra que espantase su privanza ; estorbó el primer pensamiento de la Reyna, disponiendo la jornada del Rey mas para divertirle, que para que trabajase, conduciendo á S. M. á las delicias de Aranjuez, y entretenimientos de Cuenca, y á los gustos de la caza de Molina de Cuenca ; y en fin, á una carcel de dos miserables aposentos en Zaragoza, sin que viese su exército, que completo de quarenta y cinco mil hombres, era el mas lucido y digno de verse. El Rey estaba encerrado sin atreverse á salir á campaña, porque le ame-drentaba el Conde Duque, dándole á entender, que corria peligro de ser prisionero de los Franceses, señores ya de Monzon, y de todas aquellas partes, y campañas Aragonesas.

Pusilanimidad fue esta que avergonzó el cetro, Y manchó de cobardía la purpura. Hizo el Rey que se alvergase el miedo en su corazon, y degeneró de su ascendencia invicta, lunar tan impropio en un Monarca, que ni el tiempo le olvida, ni la muerte le borra. Saber huir el cuerpo á los peligros, es prudencia que merece aplauso; -pero negarse á la campaña por temor y cobardía, y mas en un Príncipe, es linage de borron tan enorme, que lo hace desinerecedor de la Corona, y del nombre de Mo

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Todo el tiempo que estuvo retirado el Rey, no disfrutó de otra diversion, que la de asomarse por entre cristales á ver jugar á la pelota ; cuyo trato era mas propio de un joven pupilo, que de un Príncipe magná

nimo.

Salia el Conde-Duque dos veces al dia á pasearse por la Ciudad, y por el campo, acompañado de doce coches, у de quatrocientos hombres armados, unos á pie y otros á caballo, siendo cabo de ellos Don Henrique Felipe de Guzman, su nuevo hijo.

Debe creerse, que quando esto escribo me arrebata con tal extremo un furor tan grande, que no es capaz de sujetarlo toda la prudencia; y como loco exclamo conmigo mismo estas palabras: ¡Ó necios, ó insensatos Españoles, mis paysanos! ¿Dónde está aquel tan decantado valor vuestro? ¿Dónde aquella inimitable lealtad á vuestros Reyes? Ya sois otros. Murió el valor, y renació la cobardía Española. Falleció la fidelidad, y resucitó una inaccion; pues vemos á nuestro Rey en un cruel cautive rio, imperando el tirano, y en vez de libar á aquél, y convertir en menudos pedazos á éste ; de aquél nos olvidamos, y á éste indignamente obedecemos. Y es constante, que á no obrar la providencia de Dios con inexcrutabie imperio para castigo de nuestras culpas, parece imposible que tanto se callára, y se sufriera tanto.

Con este encierro repetido del Rey, nadie le hallaba sino en las públicas Audiencias ; en las quales no admitia el Conde-Duque sino es á personas conocidas, y de negocios ya manifiestos á él.

Los Grandes, que con tantos gastos é incomodidades fueron á Zaragoza, no tan solamente no alcanzaron Audiencia particular del Rey (como la merecian ) sino que como á señores y caballeros ordinarios apenas los escuchó el Conde-Duque en sus negocios particulares.

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Esta no fue culpa del Conde-Duque, sino feo delito de los Grandes. El que pretende una cosa, y puede lograrla sin resistencia, hará bien de tomarla con resolucion. Era sobresaliente la del Conde-Duque. Aspiraba á que todos le rindiesen adoracion, y sin mas medios que desearlo, llegó sin oposicion á conseguirlo. Eran los Grandes que esto toleraban nacidos para pequeños, y les anticipó una dicha la suerte en su grandeza, para que fuesen oprobio de sus cunas; pues las heredaron ilustradas del valor, y las mancharon con tanta cobardía.

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Formaban muchas quejas de que el Conde-Duque no usaba con ninguno de ellos la acostumbrada cortesía Espa ñola , pues ni aún les dió la bien venida. Estos eran sentimientos justos, pero indignos, pues se propalaban donde el temor los producia, y el miedo los formaba.

De este modo salió vano el primer intento, y pensamiento de la Reyna; pero se experimentó acertada la segunda consideracion, porque deponiendo S. M. la austerísima gravedad Española, y mezclándola con la llancza Francesa, corriendo las calles de Madrid, y visitando los cuerpos de Guardia de los soldados, preguntaba á los Capitanes algunas cosas importantes, y pediales razon de las pagas; animabalos al servicio del Rey, y hacia administrar justicia admirable, dando S. M. frecuentes Audiencias á todos, mostrándose en ellas mas bien madre que Soberana. Sacaba dinero en abundancia, y lo enviaba al Rey ; y en fin, en todo su manejo se portó de tal manera, que todos aclamaban á S. M. por la mayor Reyna que nunca vió España, y así la fama verdadera de su grande espíritu, tantas veces sepultado, llegó inmediatamente á noticia del Rey, que la recibió con el gus to mas grande, al paso que el Conde-Duque abominaba de tales noticias.

Es digno no solamente de referirse en el papel, sino

de

de esculpirse en bronce, un hecho de esta gran Reyna. Estaba el exército falto de dinero. Escribió el Rey á la Reyna esta necesidad, encargándola aplicase toda su fuerza y conducta para juntar lo mas que pudiese.

Con esto, poniendo en un cofrecito de plata todas sus joyás, pasó en persona á la casa de Don Manuel Cortizos de Villasante, acompañada del Conde de Castrillo, su único Valido, y le entregó todas sus joyas en el cofrecito, para que sobre ellas la diese ochocientos mil escudos, para enviar al Rey á Zaragoza. Cortizos quedó corrido de la humanidad de la Reyna: y gozoso en extremo de que hubiese dado á su casa el ilustrísimo blason de haberla pisado con tal motivo. Pusose á sus pies quasi llorando de alegria, no quiso recibir las joyas, y la dixo: Señora, mi vida, mi honra, y mi hacienda, todo es de V. M. ¿ Qué joya de mas precio, ni qué recompensa de mas valor, que el haber visto toda la Corte, que V. M. ha venido á esta casa? Vuelva V. M. á Palacio, que yo voy en seguimiento suyo. Hizolo así, llevando los ochocientos mil escudos, que S.. M. remitió inmediatamente al Rey S..M. con muchas recomendaciones para que honrase á Cortizos, como lo pedia tan gran servicio.

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El Rey admiró con júbilo imponderable la accion de la Reyna, y la celebraba continuamente; y disimulando el Conde-Duque la mortificacion que en esto recibia, concurria tambien, aunque con tibieza, á los aplausos comunes de la Reyna.

No fue menor accion la que hizo S. M. en otra ocasion en que se hallaba el exército sin dinero. Recogió todas sus joyas, y con el mismo Conde de Castrillo las remitió al Rey por mano del Conde-Duque ; que hasta en esto fue tan discreta, que quiso asegurar la confianza del Conde-Duque, antes que asombrarle con premisas del golpe atrasado, que le disponia la Providencia.

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