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Acompañó las joyas con una carta al Conde-Duque, que copiada de su original, dice así:

Conde: Todo lo que fuere tan de mi agrado, como que el Rey admita mi voluntad en esta ocasion, quiero que vaya por vuestra mano; y así os mando supliqueis á S. M. de mi parte, se sirva de esas joyas, que siempre me han parecido muchas para mi adorno, y pocas hoy, que todos ofrecen sus haciendas para las presentes necesidades. Dios os guarde. De Madrid hoy Viernes 13 de Noviembre de 1642. La Reyna.

No dexó este pensamiento de la Reyna de sorpren-. der gustosa y vanamente el ánimo del Conde- Duque; pues veía la alta estimacion que se hacia de su persona, quando ni aún la Reyna estaba esenta de tributarle respeto, enviando por su mano al Rey aquella expresion. Entró á ver á S. M. el Conde de Castrillo, quien puso en su real mano la carta de la Reyna, y el Conde-Duque las joyas, y la carta que las acompañaron. Alabó el Rey en. sumo grado la accion de la Reyna, exâgerándola el Conde-Duque aún mucho mas; pero siempre con remordimientos de su entereza, pues presago cierto su corazon, parece le dictaba que se iba disponiendo por estos medios la desautoridad de su persona, y caída de su privanza.

Con esta ocasion la tuvo oportuna el Conde de Castrillo para manifestar á S. M. un fiel retrato de las gloriosas acciones de la Reyna, explay andose tanto en estas. alabanzas, que el Rey dixo: "¡Dichoso el Monarca que "tiene tal Reyna por muger! ¡Y feliz el reyno que logra "tal nuger por Reyna!" Palabras, que si envanecieron generosamente las fidelidades del Conde de Castrillo, ajaron fuertemente la sobervia, y la envidia del Conde Duque; pero tuvo que hacer abono fingido, de lo que debia hacer aplauso verdadero.

Despachóse al Conde de Castrillo, dándole el Rey

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en premio de su embaxada dos Encomiendas. La carta del Rey que traxo para la Reyna, dice así:

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Señora Vuestra generosa accion, al paso que agradecido, me dexa sumamente obligado á ofreceros mi corazon por premio de vuestra fineza. Las joyas de V. M. quedan en mi poder para tener la gloria de ser yo el portador que las ponga á V. M. pues antes empeñaría mi Corona, que me deshiciera de alhajas que el mundo les es corto precio, por ser de tal dueño. De Zaragoza hoy 22 de Noviembre de 1642. Señora, vuestro esposo = El Rey.

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La respuesta del Conde-Duque fue ésta.

Señora. Hice la embaxada que V. M. me mandó con el alma; que no puede hacerlo con otra cosa, quien mereció la honra que V. M. me ha hecho en encomendarme tal accion; y sé, Señora, que importará en la estimacion del Rey mas que el ser Señor del mundo. De lo que mas me huelgo es de saber bien sabído, que quan- ' to la merece, le paga á V. M. con su amor el Rey. Guar de Dios á V. M., como la christiandad, y sus vasallos descamos, y hemos menester. De Zaragoza, y Aposento, hoy 22 de Noviembre de 1642. ≈ Criado de V. M. el Conde-Duque.

Resentido, y no con la mayor seguridad, quedó el Conde-Duque, tanto de las acciones presentes de la: Reyna, como de la notoria fama de su gobierno, y empezó á prevenir medios, que no tuvieron efecto por alta disposicion contra tan grandes enemigos.

Vuelto el Rey á Madrid por Diciembre de 1642 tuvo lugar, ocasion y manera la Reyna, por las caricias con que el Rey la trataba, de introducirse abierta-: mente á discurrir con S. M. en razon de los públicos in-› tereses de la Monarquía; y tuvo lugar por la opinion. adquirida, en la singular destreza del gobierno, y ma

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nejo de las cosas en nueve meses por la ausencia del Rey, de instruir á S. M. por menor de la pérdida de los reye nos, de la ruina de los exércitos, de la escasez det dinero, y de las continuas quejas de los afligidos vasallos; y porque no pareciesen á S. M, estos recuerdos y afectos, oficios del sentimiento que tenia (que á todos era ya ¡público) contra la privanza del Conde Duque los autorizó con pareceres de los mayores Ministros, Grandes, principales de la Corte; con los quales estaba ya concertada, para qué despues de haber ella empezado á disponer al Rey, en razon de lo referido, ayudasen el negocio con razones puras, oportunas instancias, y sencilla verdad.

El principal de éstos fue el Conde de Castrillo, que por ser respetado por hombre de verdad, ademas de haber quedado á su cargo las cosas de la Reyna en la ausencia del Rey, estaba tan bien informado de todo, que por estas dos circunstancias, halló el credito necesario para acertar el golpe.

No encontró dificultad el Conde de Castrillo en unir sus pensamientos á los de la Reyna, tanto por ser muy zeloso del bien público, como por ser hermano del Marques del Carpio, cuñado del Conde-Duque ; á cuya excelente casa se mostró siempre tan enemigo, que desheredó á Don Luis de Aro, su único sobrino, por levantar, y engrandecer á su hijo putativo.

Tuvo el Conde de Castrillo oportunas y reiteradas Audiencias con el Rey, en las quales acreditó altamente quanto la Reyna habia antes explicado ; y aún adelantó la materia diciendo resueltamente á S. M., que la principal causa de tantos daños como se padecian era el Conde-Duque de Olivares; pues en su tiránico gobierno, caminaba por las torpes sendas de su ambicion, sobervia, intereses, y malicia; olvidando enC

te.

teramente el precioso camino de la fidelidad, desinteres, razon, justicia, y equidad; y que esto se lo haria constar á S. M. en poco tiempo.

ye Al Conde de Castrillo siguieron otros señores, que hablaron al Rey sobre el mismo asunto; asegurándole todos, que si duraba mas el gobierno del Conde-Duque, era evidentísimo el riesgo de la total perdicion del Estado: it'

Como estaba tan reconcentrado en la voluntad del Réy el Conde-Duque, y era fuera de los límites de lo natural el amor que le tenia, quando se esperaba, que tantas juntas persuasiones, y advertencias dadas á S. M. con aquella mañosa disposicion, consiguiesen desviar de la real persona, y del goberno al Conde-Duque ; solo se logró (y se tuvo por efecto de la divina providencia), que S. M. no le mostrase al Conde-Duque toda la gran. de ternura de afecto que antes; y que alguna vez le dixese con entereza: Que faltaban los arbitrios, porque todos los tenia consumidos; y que no daba providencia en los mayores negocios de Estado, que no traxese adversas conseqüencias y que en este concepto, se aplicase mas al bien de sus reynos, que al suyo.

Esta sola amenaza, ó fuese reprehension, que le hizo el Rey, alentó á todos los vasallos, que tuvieron noticia de ella, y se amontonaron á los pies del trono las quejas; y como siempre temia el Conde-Duque lo que le podia suceder, quiso anticipar el remedio mucho antes de experimentar la enfermedad; que el temor de un peligro no dexa respirar al que le padece hasta asegurarse.

Esto dió motivo al Conde-Duque, para tentar el vado, antes de pasar la puente. Dos veces pidió licencia á S. M. para retirarse; diciendo que la aplicacion, y fatiga que empleaba en el servicio de S. M., no podian aumentarse; pero que si esto no obstante, se habian de

atribuir los malos sucesos á su discrecion y nos á otras causas no comprehendidas de la humana inteligencia:con buena gracia de S. M. estaba dispuesto á retirarse.

Á la segunda de estas instancias le respondió el Rey con tibieza: Conde, entrambos debemos solicitar remedio para nuestros males. El tuyo es eses pero es preciso ballar yo el mio antes.

Divulgóse luego en la Corte, que la privanza del Conde Duque vacilaba, y que con qualquiera cosa, que se aumentase, caería de todo punto de la gracia del Rey, No habia persona que no bendigese á la Reyna, y exâge, rase en público, que habia de ser la restauradora de España, así como lo fue la Reyna Doña Isabel de Portugal, muger del Rey Don Juan el II., pues deshacien do la insolente privanza de Don Alyaro de Luna, pacificó el gobierno del Rey; y que imitaba tambien á la gloriosa Reyna Doña Isabel de Castilla, pues protextó al Rey Don Fernando el Católico, su marido, que en Palacio no habia de haber mas Privados, que el uno del otro; porque los vasallos habian nacido para obedecer, y los Reyes para mandar, El beneficio mas señalado, que podia recibir España era la caída del Conde-Duque: de esta tercera Reyna de España Doña Isabel de Borbon, y no podia esperarse menos, que el conseguirlo.

Despues de este golpe, dado á la privanza del Conde-Duque por la sabia disposicion de tan grau Reyna: dispuso la providencia divina, que consiguiese el mismo efecto, y se juntase á la autoridad de una Reyna, la simpleza discreta, y bien intencionada de una muger particular, llamada Doña Ana de Guevara, ama que crió á sus pechos al Rey.

Esta fue introducida en la Casa Real, con el privilegio de ama por el Duque de Lerma, y estuvo en Palacio recibiendo favores proporcionados á su condicion, hasta

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