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el pliego, sin sabiduría del Conde-Duque, ni de otra alguna persona; á lo que respondió, que sí, y que S. M. le habia mandado volverse al instante.

M!

Á lo expresado se juntó otra cosa, que fue sin dificultad eficacísima para acabar de disponer el ánimo de S. M. á deshacerse totalmente del Conde-Duque. Fue, pues, el caso, que el Marques de la Grana Carreto, Embaxador del Emperador en esta Corte, traxo consigo, quando llegó á ella, aquel valor hereditario de la ilustre sangre de los Carretos, bien conocida en el mundo, sin separarle de la libertad, y sinceridad Alemana. El valor, la prudencia y experiencia que manifestó por tantos años en el Arte Mililar en Italia, Flandes y Alemania, eran aquí bien notorios, á lo que añadiendo las prendas personales que mereció á la naturaleza su suficiencia, su bondad y cortesano trato para todos; le grangearon en esta Corte un afecto general, pero la libertad de su hablar en materias de Estado, bien que nacida de su misma ingenuidad y zelo, con que como Ministro y vasallo del Cesar trataba todas las cosas pertenecientes á la casa de Austria, le hacia odiosísimo al Conde-Duque, cuyas orejas estaban únicamente acostumbradas á oir adulaciones que representaban idolatría, y novedades descubiertas, aplicadas con malicia á las inclinaciones suyas.

Este odio permaneció algun tiempo, si no en el todo, en la mayor parte, escondido en el pecho del Conde Du? que; pero al fin se descubrió en el Consejo de Estado que se tuvo en Molina de Aragons en el qual por expresa órden de S. M. se halló el Embaxador.

En este Consejo se trató, si era bien que S. M. saliese de Castilla, y se pusiese al frente de su exército, ό no. Defendió el Conde Duque esto último, y con él concurrieron todos, exâgerando las infundadas razones del

Con

Conde Duque el Licenciado Joseph Gonzalez, Habló el último el Embaxador, y él solo fue de parecer contrario á los otros, y probó con fuertísimos argumentos, que el Rey debia salir de Castilla para Aragon, y dexarse ver del exército de Cataluña.

Pareció tan mal al Conde-Duque, que el Embaxador contradixese sus razones conocidas por tantos Ministros Españoles, que solo sabian lisonjear su dictamen, que manifestó su enojo sin reparo alguno; y aún contra los buenos ritos y constituciones de los Consejos, en los quales los votos son libres, y sin réplica, tuvo aliento el dicho Licenciado Joseph Gonzalez, Archimandrista del Conde-Duque, para contradecir las razones del Embaxador, tratándole con libertad de poco práctico en semejan. tes materias; lo qual obligó al Embaxador á descomponerse, y decir á Joseph Gonzalez, que en lo que tocaba á Bartulo y á Baldo le cedia el derecho como á tan buen Letrado; pero que en dar consejo á los grandes Prínci pes en lo perteneciente á la guerra, era propio de los Generales y Caballeros, como él lo era, y no de Doctores de obscuros nacimientos, indigno por ellos de semejantes actos, y que las doctrinas de la guerra se estudiaban con el honrado estruendo de los arcabuces en la campaña, y no á la luz de los candelones en las chozas.

Fue grande el sentimiento del Conde Duque por este desahogo del Embaxador, y desde entonces llamaban á este él y sus aduladores Socrates borracho. Mas con todo esto S. M. desaprobó el parecer del Conde-Duque, y del Consejo, y solo estimó al único del Embaxador, mandándole se lo diese por escrito; lo que hizo inmediatamente, no sin implacable mortificacion del Conde-Duque, y del Consejo; á quienes fue mucho mas sensible el oir á S. M. alabar publicamente el dictamen del Embaxador; por cuya razon el odio que el Conde-Duque le tenia, se con

virtió en horrible rencor; y obrando siempre con él, dió tan extraordinarios disgustos al Embaxador en Zaragoza, que le causó con ellos una peligrosa enfermedad no sin sospecha de veneno; de lo que fue avisado con cartas anónimas que recibió el mismo Embaxador; el qual en los principios de su convalecencia, con licencia, y buena gracia del Rey, se volvió á Madrid.

Como Dios favorece siempre á los inocentes verdaderos, á los veinte dias de haber llegado el Embaxador á esta Corte, le puso las armas en la mano, sin haberlas solicitado, para que pudiese con ellas herir libremente la sobervia del Conde-Duque. Fue el caso que S. M. escribió de su mano al Embaxador, en que le decia pasase al exército, si se hallaba enteramente restablecido, pues en él hacia gran falta su persona. Excusóse el Embaxador con decir se hallaba á los principios de su convalecencia, y que el Emperador su amo le mandaba dixese á S. M. no podia remitirle á Gill de Aus con los regimientos que le habia prometido, por hallarse en mucha necesidad despues de la batalla de Lipsie, en la qual el Archi-Duque habia sacado la peor parte.

Tocado todo esto en su carta, proseguía en ella poniendo en la consideracion de S. M. que las cosas de la Casa de Austria iban tan á menos cada dia, que si no se remediaban de todo punto, quedarían sujetas á una irremediable necesidad. Que considerase S. M. la calidad de la persona que le habia perdido á Portugal, á Cataluña, á Mantua, y otros muchos reynos y plazas, y tenia aniquilados el erario, y los vasallos; que ya sabia era el Conde-Duque, y que tomase en vista de ello aquella determinacion propia y correspondiente á tales delitos, y conforme á los exemplares, que á S. M. habian dexado sus gloriosos antepasados,

Comunicó esta carta al Embaxador con la Reyna,

y

y todas las órdenes que tenia; y despues de una Audien cia secreta de dos horas, parece se resolvió entre S. M. y el Embaxador añadir á la misma carta otras cosas tan verdaderas como opuestas á la privanza del Conde-Duque. Cada uno puede juzgar lo que diría, y obraría en este hecho el Embaxador, como injustamente ofendido del Conde-Duque, y con ocasion oportuna para vengarse. S. M. le respondió, que luego que se restituyese á esta Corte, daría exâctas providencias para remediar lo que estaba tan perdido.

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Á todas estas novedades, que vinieron dándose la mano unas á otras en pocos dias, y alteraron eficazmente el ánimo de S. M., se agregó últimamente, y parece fue la mas terrible, la de que el Príncipe Don Baltasar Carlos, que tenia cerca de 16 años, con admiracion general permanecia criándose en poder de mugeres sin familia, sin trato con hombres, y sin la menor libertad. Habia mucho que el Rey su padre deseaba ponerle casa, y que se sirviese como á tan gran Príncipe convenia; pero el Conde-Duque con varios entretenimientos y pretextos iba alargando la execucion por dos fines. El primero, porque siendo el Príncipe vivacísimo, no mirase por defuera aquello que no se le permitia viese por dentro, embobado en los entretenimientos de la Condesa-Duquesa, que le manejaba, é inclinaba como á ella le parecia. Y el segundo, por dar tiempo á que su bastardo hijo saliese de sus vastísimas costumbres, y que por medio del matrimonio con la hija del Condestable de Castilla Doña Juana de Velasco, de un Hábito, y una Encomienda en la Orden de Alcantara, y de la Presidencia del Consejo de Indias (á la qual estaba ya vecino) se calificaba de manera, que el oficio de ayo tan considerable, no le lastimase los huesos como la silla al

asno.

Por

Por estos mismos dias de Navidad', en los quales ya estaba vacilando la privanza del Conde-Duque; S. M. mismo formó una lista de las criados que habian de servir al Principe; la que entregó al Conde-Duque, para que se proveyese de todo aquello que fuese necesario para la nueva real casa con toda prontitud. De los criados que la lista contenia reprobó muchos el Conde-Duque, con fa satisfaccion que tenia en su valimiento; pero quedó asombrado oyendo decir al Rey: "Estos criados han de servir, y no otros; y en cosa que yo determine, no vol»vais à replicarme, porque experimentareis mi enojo,“

Mucha confusion causó al Conde Duque esta respuesta de S. M.; pero fue sin tasa, quando por su parecer sobre el quarto que se le habia de poner al Principe, dixo: Que estaria bien en el de su Alteza el Señor Infante Cardenal; á que replicó muy ayrado S. M. ; »¿Y por »qué, Conde, no estará mejor en aquel que habitais »ahora vos, que es propio del primogenito del Rey, y en el que estuvo mi padre, y estuve yo quando eramos Príncipes? Desocupadle inmediatamente, y tomad casa fuera de Palacio."

to Quedó atonito el Conde-Duque, y se ausentó de la real presencia temblando; aunque bien echó de ver, que estos eran amargos anuncios de su pronta caída. Luego que salió el Conde-Duque, entró la Reyna, quien exâgeró con forma extraordinaria la insolencia del Conde·Duque, y se aceleró la determinación del Rey, que la tomó la misma noche del Jueves; escribiendo de su mano al Conde Duque un papel, que parecia villete, y era órden, por la qual le mandaba no se entremetiese mas en el Gobierno, y que se retirase luego á Loeches, hasta que otra cosa se dispusiese., wit

Y porque este suceso está lleno de admiraciones, para satisfacer la de V. E. diré por menor todo aquello que

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