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EXC.MO SEÑOR.

LA extraña metamorfosis que de repente se ha visto

en esta Corte, con la expulsion del Conde-Duque de Olivares no solo de los negocios públicos, sino de Madrid, sale tan admirable, y colmada de tantos misterios, que quando yo no diera á V. E. noticia y aviso de ella, con aquella confianza que entre los mas íntimos amigos se acostumbra; pudiera V. E. quexarse de mí con tanta razon, como que se señalaria por parte de deslealtad, lo mismo que ahora con esta execucion se debe tener por to do de la fineza.

Yo me alabo mucho de poder decir con toda puntualidad, no tan solamente la substancia, sino tambien las mas menudas circunstancias de este suceso; porque como siempre el Conde-Duque, y yo anduvimos en acecho cada uno de las acciones del otro, él para dar castigo á las mias, y yo para repetir reprehensiones á las suyas; no dexé de anticipar los renglones á su caída, esperándola siempre, y publicando en ellos los casos que se rían estimados, no por ignorados, sino por satisfechos con verdad, y con pureza; pues si fulminó iras en venganza de castigos (si mal impuestos por él, por mí bien su fridos), no doy á leer novedades del odio, sino la verdad de los hechos.

No puedo, ni quiero negar lo mucho que he escrito contra este Señor; pero tampoco se me podrá contradecir lo mas que se ha vengando de mi persona. Yo declamaba porque obrase bien; y él me encerraba porque no le predicase. Aquello era digno de agradecimiento en otro ánimo; y esto capaz de acobardar á otro espíritu.

Siempre triunfé, porque nunca me rendí. Hoy salia de una prision, y mañana reprehendia en mis escritos una accion de quien por igual causa me habia enviado á ella, y podia remitirme á otra mas rigurosa por esta osadía nueva, que en realidad era caridad; porque guiar á un ciego, ó advertirle el peligro para que no dé en él, jamas dexó de ser accion muy christiana.

No he dexado de exâminar todos los caminos , para llegar al perfecto conocimiento de las causa de esta caída, parecida en todo á la que dió..... que jamas se levantó; y muy distinta de la que dió san Pablo, pues cayendo como perseguidor del christianismo, se levantó como defensor de su santísima ley. Y porque esta relacion le salga á V. E. mas clara, se contentará con que le vaya diciendo lo primero los motivos antecedentes al hecho y últimamente las conseqüencias que cada día se sacan de ellos.

La privanza del Conde-Duque de Olivares, que se! habia continuado por veinte y dos años; tenia sus raices tan profundas y firmes en el corazon del Rey Don Felipe IV., que la juzgaron todos como un fuerte y antiguo Roble, que para arrancarle, y abatirle, no habian de prevalecer ni los ayres de la envidia, ni los torbellinos de las persecuciones, ni las tempestades de las maquinas de los emulos, y pretensores, ni aún el poder de la razon y de la justicia; que eran los mas poderosos y verdaderos fiscales, que las obras, la conducta la conciencia del Conde-Duque tenia contra sí.

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Fomentaba este concepto el natural amor (ó fuese inclinacion forzada) que desde su mocedad tuvo el Rey al Conde-Duque, y el exquisito modo con que éste se manejó, para sosegar en su altura sin sospecha desconfiada, y permanecer en aquel lugar sin sustos anticipados, no sabiendo discernir con propiedad si esta incli

na

nacion del Rey era amor ó reverencia, afecto ó veneracion; porque el efecto que mostraba en todos los accidentes, inducia un amor singular, y un cierto temor de no hacer cosa alguna, que no fuese totalmente ajustada al gusto del Conde-Duque.

Manifestabale S. M. con maravillosa admiracion de todos una oculta reverencia, no sin muchos menos cabos de su Real grandeza, y adelantando cada instante mas el Conde este imperio en el alvedrio del Rey; parecia al auditorio de estas cosas (que lo era todo el mun do) que ya salia aquel amor, y este dominio fuera de los límites, y de las leyes de la naturaleza; pues jamas se ha visto esforzar la voluntad el Señor, para sujetarse en todo á la del vasallo; lo qual dió largamente que sospe• char, aunque no lo pasasen á creer, á muchos bien ins truidos, y mas admirados de lo que veían, que no pu diendo éste ser efecto de la naturaleza, hubiese ó con curriese para él (*) alguna oculta manufactura, hechizo ó encanto; con injusto perjuicio de la verdad christiana, que siempre se ha mirado en el Conde-Duque sir viendo esta advertencia de piedad católica, de que usa mi fé ; pues si diera credito á lo que se dixo, y aún justificó sobre esto: acusaria de malévolo al Conde; y perderia en mi juicio el concepto de christiano, dándole el de apóstata de la Religion Christiana.

Los primeros y generales motivos de esta caída han sido los infelices sucesos de esta Monarquía debaxo de su gobierno; de los quales se atribuía la ocasion no al entendimiento del Conde-Duque, que parecia destina

do

(*) Vease el papel que sobre esto envió al Presidente de Castilla Don Miguel de Cárdenas, que á la letra está en la pri'mera parte de mis obras MS.

do á la direccion del Imperio de todo el mundo; sinò á su malicia y ambicion; tan grande, que tenia eficacia para perder no uno, sino mil mundos, si estuvieran sujetos á su desdichada autoridad ; dolor sin duda notable; pues no usar del talento, por saciar la codicia, es culpa sujeta á castigo, y es delito que merece pena cruel.

Fue la ambicion del Conde-Duque causa principal de que el Rey perdiese en Oriente los reynos de Ormuz, Hoa, y Fernambuco, y todos los que están en aquella amplísima costa ; ademas del Brasil, las Islas terceras, el reyno de Portugal, el Principado de Rosellon; todo el el Ducado de Borgoña, fuera de Dola, Wiranzan, y Esthin, Arras de Flandes; muchas plazas en el Ducado de Lucemburg, y Brusvik en la Alsacia; y poco menos de haber extraído los reynos de Napoles y Sicilia, y el Ducado de Milan, con la pérdida del de Mantua. El de haber perdido mas de doscientos y ochenta navios en el mar Occeano, y en el Mediterraneo. El haber sacado de las entrañas de la tierra, y del corazon de los vasallos con nuevos derechos y donativos por él impuestos, como son la media anata, así en lo temporal, como en lo espiritual; el papel sellado, alcavalas, y otras cosas inumerables: ciento y diez y seis millones de doblones de oro; parte de los quales se gastaron inutilmente en exércitos deshechos, y en armadas perdidas; parte se distribuyó entre Virreyes, Gobernadores, Capitanes Generales, y otros Ministros, todos hechuras suyas, ya por sangre, ό ya por servil dependencia, y parte que entró en el tesoro del Conde-Duque, y bolsillos de sus criados para fi

nes incontinentes.

Todas estas cosas juntas, han hecho desear á todos ver de una vez redificarse con su ruina el resarcimiento de tantos daños; con su caída el levantamiento de la Monarquía; y con su descrédito la estimacion del Rey; y

en

en el postrer supuesto de su autoridad, el espíritu de una exquisita reforma en el Gobierno.

Parecia que la naturaleza estaba preñada de tan siniestros accidentes, y que no podria menos al fin de venir á dar en un formidable aborto contra el Estado, subsistiendo en su despótico gobierno el Conde-Duque; mas Dios nuestro señor que siempre ha mirado con ojos de singular piedad á los Monarcas de España, verdaderos defensores, y amparo de la fe Católica, quiso que en el tiempo de las mayores calamidades se hiciese un nudo de causas segundas que concurrieron para descubrir al Rey las imperfecciones del Conde-Duque en el uso de su dominio, que junto con las causas primeras que llevan consigo la infelicidad de los influxos, surtieron la fuerza inevitable de aquel hado; el qual en tanto se llama numen en quanto trae la necesidad de sus efectos de la disposicion de las causas primeras, conjuntas á la eficacia de las segundas.

La primera entre las causas segundas, fue la Reyna Doña Isabel de Borbon; la qual desde el principio ha sido tan desestimada del Conde-Duque, y de la Condesa su muger, Camarera mayor suya, y tenida en tanta su-i jecion, que solo en la presencia era Reyna, experimentando en todo lo demas las desdichas de una miserable: esclava.

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Inspiró esta heroína de fama inmortal en la mente del Rey su marido la tiranía del Conde Duque; haciéndole presente al mismo tiempo la maldad que encerraba la proposicion que la habia hecho muchas veces, y era: Que las Monjas se habian de estimar sɔlo para rezar, y ́las muge. res propias unicamente para parir.

Eran insufribles los tormentos que padecia esta prudentísima y singular Reyna; y todavia lo sufrió no tanto por temor, como por respeto al Rey; mirando última

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