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SANTIAGO.

Señor Don Joaquin de Sotomayor, señor de Aillones, y otras Jurisdicciones.

VALENCIA.

Señor Don Antonio Pasqual Garcia de Almunia, Regigidor perpetuo de esta Ciudad.

GRANADA.

Señor Don Francisco Joaquin de Loyo, Canónigo de la Metropolitana de esta Ciudad.

VALLADOLID.

Señor Don Joseph Antonio Lafarga, del Consejo de S. M., y su Alcalde del Crimen de esta real Chancillería.

CARTAGENA.

Bell.

Señor Don Juan Francisco Redon y

LOGROÑO.

Señor Don Francisco Manuel Laborda, Corregidor de esta Ciudad,

VILVAO.

Señor Don Miguel de Ascarate, Comisario de Guerra,

SANTANDER.

Señor Conde de Villafuertes.

VELEZ-MALAGA.

Señor Don Francisco de Anda y Mendivil, á nombre de la Sociedad Economica de esta Ciudad.;

PUENTE DE EUME.

Señor Don Pedro Mesía, Abad de san Cosme de Nos guerosa.

TORTOSA.

Señor Don Diego Amigo de Ibero, Administrador de la Real Aduana de esta Ciudad,

CAIDA DE SU PRIVANZA,

↑ MUERTE DEL CONDE-DUQUE DE OLIVARES, gran privado del señor Rey Don FELIPE IV. el grande, con los motivos, y no imaginada disposicion de dicha caída,

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A 17 de Enero de 1643, para exemplo de muchos, admiración de todos,

y

NOTA DEL MANUSCRITO.

Supone D. Francisco de Quevedo en está cúda del CondeDuque, , que escribió, ser otro el Autor de ella, pues la acomoda como carta escrita de un gran personage á otro; lo qual sería ocultacion juiciosa por las cosas de aquellos tiempos.

SIN

NOTA DEL EDITOR.

apre

IN embargo de que la nota antecedente que se halla en el MS. de la obra que publicamos, supone que el verdadero autor de ella es Don' Francisco de Quevedo y Villegas, no es documento que deba ciarse para creerlo así; mayormente quando hay literatos que la atribuyen, unos al Marques de la Grana Carreto, Embaxador que fue de Viena en nuestra Corte, y otros al que tambien lo era en ella de la de Venecia, y por el qual abogan incomparablemente los Italianos.

Estamos persuadidos á que esta obra se halla impresa, é ilustrada con notas críticas en el idióma Italiano, donde se asiența por su verdadero padre al ciA

ta

tado Embasador; pero es el caso, que en otros exemplares MS. se ve declarado por tal al expresado Marques de Carreto. Y como uno de los principales obje tos de nuestro Semanario es hacer ver en lo posible las obras que los exrangeros nos han usurpado, é impre so baxo de sus nombres, debemos justificar que la presente es una de ellas.

Para esto no hay necesidad de valernos de otros documentos, que de los que hallamos en varias clausulas de la misma obra ; v. g. en el fol. 1.o dice: Porque como siempre el Conde-Duque, y yo anduvimos en acecho cada uno de las acciones del otro del otros él para dar castigo á las mias, y yo para repetir reprehensiones á las suyas, no dexé de anticipar los renglones á su caída, experándola siempre, y publicando en ellos los casos, que serían estimados, no por ignorados, sino por satisfechos con verdad y pureza; pues si fulminó íras en venganza........................................................ ( si malimpuestas por él, por mí bien sufridos) no doy á leer novedades del odio, sino la verdad de los hechos.

El lector imparcial pero sensato, decidirá si las expresiones de este periódo son propias de la pluma de un Embaxador extrangero, ó de la de un patricio como Quevedo, perseguido, siempre del sugeto de quien se habla.

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En el S. siguiente afirma: Que boy salia de una prision, y mañana declamaba contra el que le babia puesto en ella, sin temer que le pusiese en otra peor.

Esta continuacion de prisiones experimentada por on Embaxador extrangero, y subsistir en la Corte donde las padecía, ya se ve que es una cosa increíble; Juego no fue autor de esta obra ninguno de los dos á quien se atribuye.

Mas. En la pag. 14 se leẹ: ¡6 necios é insensatos

Es

Españoles mis paisanos! Esta exclamacion por lo que significa, no es propia de ningun extrangero. Luego el autor de esta obra fue Español! trios manq

En el fol. 36 dice: I no le costó mucho cuasi des◄. truir la casa del Duque de Lerma, y del de Uzeda su bijo, que precipitada de la alteza de dos privanzas. › (como tengo dicho en mis Anales de quince dias)............

.... Quevedo fue autor de estos Anales; luego es el verdadero padre de esta obra; y por conseqüen cia los Alemanes, y particularmente los Italianos se la han apropiado sin mas título, que el que dá una usurpacion, y quiere sobstener un capricho.

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- En la prensa está la historia del Gil Blas de San tillana adoptada, y defendida por los Franceses, co-! mo produccion original de su paisano Mr. Le Sage, siendo nuestra, como con documentos fidedignos, y razones irrebatibles parece que lo justifica así en el prólogo que pone á ella su crítico traductor el Padre Joseph Francisco de Isla. Y no es este el primer robo de nuestras obras, en que ha sido descubierto el referido Mr. Le-Sage. El Diablo Cojuelo, la Garduña de Sevilla, y la Cordovesa Astuta, son producciones de Españoles sábios; las pilló este buen Mr. las traduxo á su idióma, y se nombró, no traductor, sino padre de ellas, á excepcion de la del Diablo Cojuelo, que por fin se le hizo confesar que era nuestra. Otros plágios de igual naturaleza se irán descubriendo en nues◄ tro Semanario.

Pero volviendo á la caída del Conde-Duque, lo que creemos es, que los dos Embaxadores referidos se hicieron con esta obra, y que tal vez sería por la mano de Quevedo su autor; la traduxo cada uno á su idióma, separando de ella las clausulas expresadas, la remitieron á su respectivas Cortes, y ca

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da una la dió por autor al suyo.

Los que se empeñaren en defender lo contrario, podrán decir: Que la copia por la que imprimimos esta obra, está viciada, por ser supuestas las clausulas que la bacen de Quevedo. Pero ¿por qué no podremos nosotros con la propia razon replicar: Que si faltan estas mismas clausulas en los exemplares MS. Alemanes, é impresos Italianos, es porque se ban suprimido maliciosamente?

Mientras que no nos presenten otros testimonios que derriben la posesion en que estamos, por las razones citadas que expresa la misma obra, no desistiremos de creer, que es Quevedo su autor; mayormente quando aún sin todas estas circunstancias, la pureza de su estilo, la libertad de sus expresiones, el conocimiento de los sucesos que se refieren, y el de las personas que señalan, la hacen suya sin disputa.

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