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Libro segundo.

Napoleon

apoleon como escribia despues al gran duque de Berg, creía que las negociaciones y la política debian decidir de los destinos de España, y por lo mismo que, segun afirma en su carta, no reconocia en el príncipe de Asturias ninguna de las cualidades necesarias al gefe de una nacion, parecíale el mas á propósito para ser juguete de sus amaños y reinar como feudatario de la Francia. Tales eran sus ideas cuando altamente ofendido con los sucesos del Escorial, pareció tomar al príncipe bajo su amparo, y propuso en Mantua á su hermano Luciano el desposorio de su hija con el heredero de la diadema española. Aquel orgulloso republicano aplaudió decididamente el proyectado enlace, no obstante la invencible repugnancia de su hija, que se oponia á semejante sacrificio preocupada contra su augusto novio (*).

No se ocultaba al feliz instinto del guerrero que empuñaba el cetro francés, que Carlos IV y sus ministros, sin los talentos superiores que tan revueltas circunstancias requerian, parecíanse á un arbol seco amenazado por el hacha del leñador. El príncipe de Asturias por el contrario, semejante á la aurora que anuncia un nuevo dia lleno de esperanzas para el hombre que la saluda regocijado, escitaba el entusiasmo popular, y unirse á su cau

Proyecto de

casar á Fernando con la hija de Luciano.

(* Ap. lib. 2. núm. 1. J

sa era ponerse al frente de la causa de la nacion. Por un conjunto de circunstancias que los siglos no volverán á admirar, los amantes de nuestras leyes fundamentales y de los gobiernos representativos veían en el reinado de Fernando al príncipe destinado á restaurar las abolidas libertades; y nuestros numerosos histriones del fanatismo reconocian en el mismo jóven al exterminador de los amigos de las reformas, y al salvador de los conventos. El emperador favorecia sus proyectos, y le protegia fiado en las promesas que en su carta le habia hecho; y los ingleses le allanaban el camino del solio, no olvidados de los lazos que con ellos le unian desde que tantos servicios les prestó por medio de la ex-reina napolitana. Y ninguno de estos partidos, que guiados por opuestos intereses seguian un misino rumbo, habian conocido al príncipe de Asturias, cuyo falaz carácter era un secreto de familia.

Pero no por eso daba indicios Bonaparte de obrar á las claras contra el anciano monarca: para meRegalo de jor adormecerle en su confianza, regalóle dos herNapoleon á Carlos IV. mosos tiros de caballos, y aunque Carlos IV, concluida la causa del Escorial, le habia escrito aprobando el enlace de su hijo con la familia imperial, reconveníale aquel amigablemente de que no hubiese insistido mas veces en tan ventajosas bodas. Aumentada asi la incertidumbre de un monarca débil que se veía rodeado de precipicios, dilató el remedio y dedicóse á fortalecer la union de su palacio, que juzgaba restablecida con las muestras afectuosas de respeto que le prodigaba Fernando despues del generoso perdon que le habia concediOpinion pú- do. No conocia el anciano monarca que el proceso formado contra su hijo habia sido la piedra de escándalo de la nacion entera, y que alucinados con las apariencias reputaban inocente al príncipe he

blica sobre el

proceso del Es

corial.

redero y víctima de aquella trama, urdida, al creer de los pueblos, por el aborrecido favorito. Necesarias habian sido en efecto la imprevision y el mas completo desacuerdo para lanzar el terrible decreto de acusacion, y á los cinco dias poner fin \á los procedimientos contra Fernando, como si se tratara de alguna falta leve no digna del rigor de las leyes. Y por si alguna duda quedaba, desvanecíase con la sentencia de los jueces que absolvieron á los cómplices del de Asturias; porque si puesta en el crisol de un examen legal, salia brillante la inocencia de los seductores, ¿cómo podia existir la menor sombra de culpa en el heredero, que segun los decretos publicados habia sido el seducido? Pero el rey y los ministros habian examinado las pruebas, y convencidos de la conjuracion pensaban engañadamente que su modo de ver era general: la causa concluida habia sido mas útil al bando del príncipe, que diez victorias obtenidas en campo abierto contra las huestes de su padre.

El confiado Carlos no leyendo en los ojos de su hijo el disimulo que abrigaba su corazon, imaginó que de buena fé le prodigaba tantas pruebas de cariño, y que despues de haber delatado á sus instigadores, ninguno mas enemigo de ellos que Fernando, ni que pudiese penetrar mejor sus designios secretos. Persuadido por otra parte del incremento que en las masas habia tomado el odio á su amigo Godoy, resignábase al sacrificio costoso á su ánimo débil de descargar de los hombros del valido el peso de los negocios, si á tan alto precio podia comprar la tranquilidad de su casa, y la quietud del reino. Mas antes de verificarlo quiso oir á á su hijo, y penetrar por su respuesta si era ó no posible dilatar aun mas tiempo aquel doloroso trance, á que tan amargamente se sujetaba.

Llamó pues al príncipe de Asturias, que obe

simulo.

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diente á los mandatos de su padre se presentó con alegre semblante, en el que parecia retratada la sinceridad. Espúsole el anciano Carlos la turbacion de Europa, los peligros de la patria, y la necesidad de fortificar la union que entre todos reinaba, para presentar impávida la frente á la tempestad que comenzaba á rugir y á amenazar los destinos de España. Encareció la confianza que en su pecho real despertaban los nuevos procederes de su hijo, El rey loma y preguntóle cariñosamente si los hombres á cuya Consejo de su cabeza estuvo engañado por sus lisonjas, habian hijo. desistido enteramente de sus planes, y si convendria para acabar de desarmar sus pasiones, retirar á Godoy del alto puesto que tantas envidias escitaOdio y di- ba. Opúsose el príncipe al retiro del amigo de su padre, diciendo que el mediador, á cuyos buenos oficios era debida la reconciliacion de la familia, no debia separarse del timon del Estado, sino trabajar en salvar la patria, inmolando sus deseos de vivir lejos de la corte á la ventura de tantos millones de hombres. Añadió que no con halagos, sino con castigos, habian de estinguirse los restos de la faccion que le habia arrastrado al borde del precipicio, porque los malvados no ceden sino al verdugo. Dió su mano al príncipe de la Paz, le apretó la suya, le miró con cariñosos ojos, le pidió que se sacrificase á la felicidad pública, y llenó de gozo al anciano rey. Y cuando parecia hablar con la efusion de su alma, y desplegar las alas de su corazon abierto á la vista de los que le escuchaban, sabia que iba á sonar la hora terrible del destronamiento de su padre, y que la conspiracion abortada en el Escorial sería secundada en Aranjuez.

Junot en

Portugal.

Entre tanto las tropas francésas al mando de Juuot habíanse apoderado de Portugal. Aun caminaba la vanguardia del ejército para Abrantes, donde llegó el 23 de Noviembre de 1807, cuando que

riendo el príncipe regente conjurar la borrasca, dió una proclama prohibiendo el comercio con la Gran Bretaña, y declarando que se unia á la causa del continente. Pero al observar que las legiones invasoras no hacian alto, y se adelantaban atropelladamente, aterróse el gabinete de Lisboa y se resolvió á sujetarse letra por letra á las condiciones impuestas por el emperador en las notas que habian precedido á la retirada de los embajadores. Secuestráronse pues las mercancías de los súbditos ingleses; el embajador britano se embarcó, y el terror rayaba tan alto que para desarmar mejor el brazo del airado guerrero, los ministros enviaron al marques de Marialva á solicitar para el príncipe de Beira la mano de una hija del gran duque de Berg. El peligro apremiaba, la nenor tardanza podia ser funesta, porque las huestes enemigas se hallaban ya á corta distancia de la capital de la monarquía. En situacion tan desesperada el embajador inglés lord Strangfort volvió á tierra y aconsejó la retirada al Brasil de los príncipes portugueses. De cididos á seguir su consejo, anuncióse al pueblo el 26 la intencion de trasladar la corte á Rio Janeiro; y nombrada una regencia dióse la familia real á la vela el 29 en medio del sentimiento universal del abandonado pueblo. Aun se divisaban las velas de las naves en que huían los príncipes, cuando entró Junot en Lisboa el 30 sin haber encontrado resistencia en su marcha.

Contribuían tambien al triunfo de las armas francesas los soldados españoles que á las órdenes del general Solano, marques del Socorro, se apoderaron de Yelbes, mientras Taranco cruzaba el Miño con seis mil hombres. Brillaban nuestros guerreros por su disciplina y arreglada conducta, que contrastaba con las vejaciones y saqueos de las huestes de Junot en Lisboa y en los puntos por donde habian transitado.

Entra en Lisboa.

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