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do, todas las sombras que podrian anublar aquella risueña atmósfera, parece haber desaparecido.

Tál era el aspecto esterior de la poblacion de Madrid en la mañana del 9 de julio de 1820, dia destinado á la solemnidad de la Sesion Régia: expectáculo grandioso, y nuevo en España, el de ir el rey en persona con toda la ceremonia y todo el aparato y brillo de la majestad á abrir las Córtes y prestar ante ellas el juramento á la Constitucion. Dentro del santuario de las leyes esperaban con ánsia este momento los representantes del país y las comisiones nombradas para recibir y acompañar la real familia, y las tribunas se hallaban ocupadas por el cuerpo diplomático, por los altos funcionarios del Estado, y por personas de ambos sexos de lo mas distinguido de la córte. Henchia las calles una inmensa muchedumbre, que sin señal alguna de inquietud, y mostrando la mas viva jovialidad, aguardaba, seguia y aclamaba al rey, que acompañado de la reina, y de los infantes don Cárlos y don Francisco con sus esposas, y de una brillante comitiva, se dirigió desde el real alcázar al palacio de las Córtes, en elegantes y lujosas carrozos, tiradas por soberbios caballos ricamente enjaezados, á un lado y á otro multitud de volantes, cazadores y lacayos con vistosas libreas, y en la carrera tendidas las tropas de toda gala. Esta suntuosa ceremonia, que después en nuestros dias hemos visto muchas veces repetida, era entonces y en aquellas circunstancias

una novedad sorprendente, y que causó una admirable sensacion.

Llegado que hubo al salon de Córtes la régia comitiva, recibida por las comisiones, colocadas la reina y las infantas en sus respectivas tribunas, sentado el rey en el sólio, y mas abajo y á su izquierda los dos infantes sus hermanos, puesto luego en pié el monarca, con el libro de los Evangelios delante, pronunció con voz firme y con semblante halagüeño, ante el presidente y los secretarios, el juramento siguiente:

«Don Fernando VII. por la gracia de Dios y la > Constitucion de la Monarquía española rey de las Españas: juro por Dios y por los Santos Evangelios, »que defenderé y conservaré la religion Católica » Apostólica, Romana, sin permitir otra alguna en el >> reino: que guardaré y haré guardar la Constitucion » política y leyes de la monarquía española, no mi>>rando en cuanto hiciere sido al bien y provecho de >ella: que no enagenaré, cederé ni desmembraré par» te alguna del reino: que no exigiré jamás cantidad » alguna de frutos, dinero ni otra cosa, sino las que » hubiesen decretado las Córtes: que no tomaré jamás »á nadie su propiedad, y que respetaré sobre todo » la libertad política de la nacion, y la personal de » cada individuo: y si en lo que he jurado, ó parte de » ello, lo contrario hiciere, no deseo ser obedecido, »antes aquello en que contraviniere sea nulo y de nin

»gun valor. Así Dios me ayude y sea en mi defensa, sinó me lo demande. >>

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Una salva de aplausos siguió á las últimas palabras del rey. Terminado el juramento, el presidente Espiga dirigió á S. M. un discurso lleno de circunspeccion y sensatez, y de ideas liberales templadas y sanas. Manifestó el rey su agradecimiento á las Córtes por los sentimientos expresados por el órgano de su digno presidente, y en seguida pronunció él con voz clara é inteligible un discurso, cuyos primeros períodos bastarán á dar idea de su espíritu, y eran los siguientes:

«Señores diputados: Ha llegado por fin el dia, >objeto de mis más ardientes deseos, de verme ro>deado de los representantes de la heróica y generosa » nacion española, y en que un juramento solemne » acabe de identificar mis intereses y los de mi fami»lia con los de mis pueblos.-Cuando el exceso de los >males promovió la manifestacion clara del voto ge. »neral de la nacion, oscurecido anteriormente por cir» cunstancias lamentables que deben borrarse de nues» tra memoria, me decidí desde luego á abrazar el sis» tema apetecido, y á jurar la Constitucion política de » la monarquía, sancionada por las Córtes generales y >extraordinarias en 1812. Entonces recobraron, así la corona como la nacion, sus derechos legítimos, » siendo mi resolucion tanto más espontánea y libre, > cuanto más conforme á mis intereses y á los del pue

>>blo español, cuya felicidad nunca habia dejado de ser >> el blanco de mis intenciones las mas sinceras. De es» ta suerte, unido indispensablemente mi corazon con »el de mis súbditos, que son al mismo tiempo mis hi»jos, solo me presenta el porvenir imágenes agrada>>bles de confianza, amor y prosperidad.-¡Con cuán> ta satisfaccion he contemplado el grandioso espec» táculo, nunca visto hasta ahora en la historia de una »> nacion magnánima, que ha sabido pasar de un es»>tado político á otro, sin trastornos ni violencias, >> subordinando su entusiasmo á la razon, en circuns>>tancias que han cubierto de luto é inundado de lá» grimas á otros paises menos afortunados! La aten>>>cion general de Europa se halla dirigida ahora sobre >> las operaciones del Congreso que representa á esta >> nacion privilegiada, etc., "").»

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El presidente manifestó á S. M. la satisfaccion con que las Córtes habian oido de sus augustos lábios tan nobles y generosos sentimientos; y concluida la ceremonia, salió la real familia con el mismo cortejo, resonando, primeramente en el salon, después en la carrera hasta palacio, repetidos aplausos y vivas á la Constitucion y al rey constitucional. Las Córtes permanecieron reunidas hasta nombrar, á propuesta del conde de Toreno, una comision para redactar el

(4) Estos discursos se publicaron integros en la Gaceta extraordinaria del 10. El que pro

nunció el rey se atribuyó á Argüelles.

proyecto de contestacion al discurso de la Corona, el cual se presentó y aprobó en la sesion del siguiente dia. La Junta provisional consultiva, cuyas tareas terminaban con la apertura é instalacion de las Córtes, despidióse el mismo dia 9 con un estensísimo Manifiesto, en que daba cuenta minuciosa á las Córtes y á la nacion de todos sus actos políticos y administrativos en el período de su gobierno, al propio tiempo que sembraba su escrito de reflexiones y máximas juiciosas y saludables"). Las juntas de provincia cesaron tambien en sus respectivas funciones.

Como un faustísimo dia fué mirado aquél por los amantes de la libertad; el mayor dia de España se le llamó en el diario oficial del gobierno. ¿Pero bastaban estas demostraciones esteriores para poder confiar en que las halagüeñas esperanzas de los liberales se viesen cumplidas? Así hubiera podido ser, si hubiese habido sinceridad y buena fé en unos, juicio y templanza en otros, en otros ménos fanatismo y apasionamiento, y en otros, en fin, más ilustracion ó más desinterés. Pero examinemos cuál era la actitud respectiva de los diversos elementos que jugaban en la organizacion y en la marcha del nuevo órden de cosas, y lo que de sus relaciones podia esperarse. Pensar que Fernando VII. hubiera renunciado de

(4) Inserta el marqués de Miraflores este largo documento en el tomo 1.o de Apéndices á su

opúsculo: «Apuntes históricos para escribir la historia de España del 20 al 23.»

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