Nine Spanish PoemsHenry Frowde, 1909 - 47 páginas |
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Pasajes populares
Página 27 - Pobre de aquel que corre y se dilata, por cuantos son los climas y los mares, perseguidor del oro y de la plata ! Un ángulo me basta entre mis lares, un libro y un amigo, un sueño breve, que no perturben deudas ni pesares.
Página 7 - Cantemos al Señor, que en la llanura Venció del ancho mar al Trace fiero; Tú, Dios de las batallas, tú eres diestra, Salud y gloria nuestra.
Página 13 - Señor, fuiste exaltado; que tu día es llegado. Señor de los ejércitos armados, sobre la alta cerviz y su dureza, sobre derechos cedros y extendidos, sobre empinados montes y crecidos, sobre torres y muros, y las naves de Tiro, que a los tuyos fueron graves.
Página 23 - Desde el primer sollozo de la cuna. Dexémosla pasar como a la fiera Corriente del gran Betis, cuando airado Dilata hasta los montes su ribera. Aquel entre los héroes es contado Que el premio mereció, no quien le alcanza Por vanas consecuencias del estado.
Página 3 - Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo. Del monte en la ladera, por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera, de bella flor cubierto, ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Página 30 - La codicia en las manos de la suerte Se arroja al mar, la ira a las espadas, Y la ambición se ríe de la muerte.
Página 26 - Las espigas del año y la hartura, Y la temprana pluvia y la tardía. No imitemos la tierra siempre dura A las aguas del cielo y al arado, Ni la vid cuyo fruto no madura. ¿ Piensas acaso tú que...
Página 32 - Estas, que fueron pompa y alegría Despertando al albor de la mañana, A la tarde serán lástima vana, Durmiendo en brazos de la noche fría. Este matiz, que al cielo desafía, Iris listado de oro, nieve y grana, Será escarmiento de la vida humana: ¡Tanto se emprende en término de un día!
Página 30 - Ya, dulce amigo, huyo y me retiro de cuanto simple amé; rompí los lazos. Ven y verás al alto fin que aspiro, antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
Página 4 - La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna; al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía. A mí una pobrecilla mesa, de amable paz bien abastada, me baste; y la vajilla de fino oro labrada, sea de quien la mar no teme airada.