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CAPÍTULO III.

Treguas asentadas por los reyes de Castilla don Enrique II y don Enrique III con los moros granadinos.-Conquista de Antequera.-Amparo concedido en el territorio castellano á algunos príncipes muslimes.-Conciertos para las paces de 1432.-Sumision voluntaria de algunos pueblos del reino de Granada á la dominacion de Castilla. --Capitulaciones de 1439.

Grandes alegrías se hicieron en Castilla á la muerte del rey don Pedro; en particular el clero y los ricos-homes daban gracias á los santos por las cosas que dichosamente se habian acabado, trocados en público regocijo el cuidado y congoja que tenian del suceso y remate de las turbaciones pasadas. Quedábanle, sin embargo, á don Enrique II dos contrarios de importancia: la lealtad de los de Carmona, en cuyo recinto se hallaban los hijos del difunto rey, y la hostilidad de los moros, que habian recibido hartas pruebas de la amistad de dicho príncipe, para no sentir su desventura. Mas si bastó á librarle del primero el cansancio natural de los rebeldes, que al postre, se sometieron á sus armas, andando el año 1371, menester hubo notables esfuerzos para reducir al granadino, quien desechando todo vasallaje, imaginaba sacar mayores ventajas, en virtud del estado movedizo de los negocios de Castilla. Cediendo, además, el monarca nasarita á instigaciones del soberano de Almagreb, pusieron ambos sitio á Algeciras, ciudad que se rindió á las armas infieles, propuestas condiciones tolerables. Todo esto venia á contrariar sobremanera las intenciones de don Enrique, quien anhelando vivamente la paz, envió á los maestres de Santiago y de Calatrava á que la tratasen con los moros. Firmóse con efecto en 1370, aunque hubo necesidad de renovarla en 1375 y 1378, por las frecuentes correrías de los gazules y árabes fronteros.

Tras esto, duró la buena concordia entre castellanos y moros todo el reinado de don Juan I, príncipe no desaficionado á los muslimes, cuyo modo de hacer la guerra imitaba, dando además cabida en su ejército para la campaña de Portugal, á grueso golpe de gente sarracena de las aljamas mudejares 1. Continuaba aun al advenimiento de don Enrique III, en cuyo tiempo lograban tanto crédito los sarracenos en las poblaciones de los cristianos, que no tocó en ellos el resentimiento popular, promovido contra los judíos, por las predicaciones del arcediano de Écija. Y puesto que contribuyera á esta conducta, por parte del vulgo, el temor á las represalias de los mahometanos, algo debió influir en la misma el ejemplo de la tolerancia de aquel monarca, accesible á interés por las costumbres de diferentes pueblos, y afecto en sumo grado á las buenas relaciones internacionales. Merced á estas condiciones de carácter, que los propios alarbes le reconocian, no se alteró la paz ni aun por la loca expedicion del maestre de Alcántara; antes ambicionaban su amistad los príncipes sarracenos, como se vió en el honroso asiento de las treguas el año 1395, en que retardado el acuerdo de mantenerlas, solicitado por los mensajeros del sultan Muhammad Aben-Yusuf, llegó en persona el mismo monarca á Toledo, con apariencia de embajador, para más obligarle á firmarlas.

Siguieron dichas treguas sin alteracion hasta el fin de su reinado, en que pudieron ser parte á romperlas, ora provocacion de los vasallos de don Enrique, ora alevosía de los sarracenos, que aprovechaban las enfermedades y achaques de don Enrique para crearle dificultades 2. Viendo á los muslimes apoderados de Ayamonte y que avanzaban hasta Baeza, trataba de reunir Córtes en Toledo, para acudir á su castigo, cuando falleció, todavia muy jóven, á 25 de Diciembre de 1406.

Á la muerte de aquel príncipe, en tanto que los castellanos andaban entretenidos en las cuestiones acerca de la gobernacion del reino, reanimado el espíritu de los granadinos, vinieron á sitiar á Priego, cayendo al propio tiempo sobre Mula y Caravaca, en el reino de Murcia. Re

1 Cascales, Discursos históricos, p. 195. 2 Cascales escribe (0. C. pág. 222 y siguientes) que hacia el año 1304 rompió el moro la tregua, quejoso de los cristianos, y que habiendo hecho investigacion don Enrique, no encontró motivo para semejante

conducta, antes llegaron por el contrario cartas á Lope Fajardo desde Lorca y Mula, donde con referencia á un alfaquí de Aragon, que habia venido de Vera, se hablaba de aprestos que hacian los moros contra Mula y Caravaca,

á

chazáromos las fuerzas concejiles de estas poblaciones, dado que le moros ganasen á furcal, conquistada poco tiempo habia por los concejos murcianos. Tomó al tanto desco al gobernador don Fernando de atajar la creciente osadía de los sarracenos, y mientras enviaba á la frontera al maestre de Santiago á enfrenar las demasías de la morisma con la conquista de Pruna, dábase el mismo á reunir, en la antigua colonia patricia, las fuerzas necesarias para una expedicion imponente. No se ocultaba á Aben-Yusuf la tempestad que contra él se fraguaba, antes bien dispuesto a prevenirla, acudió á pedir auxilio á los reyes de Tremecen y Tunez, los cuales, como enviasen sus escuadras para ayudarle, tuvieron enormes pérdidas en el combate que les presentó el almirante de Castilla. Ni adelantó más el rey de Granada en sus excursiones y correrías por el reino de Jaen, del cual se retiró apresuradamente, al saber la aproximación de los cristianos. Determinando estos ir á la parte de Ronda pusieron sitio á Zahara, donde jugaron por tres dias las máquinas de batir, hasta que abierta una brecha en su muro capitularon entregar el lugar, saliendo libres, los sarracenos. Recobró, asimismo, el infante á Ayamonte, cuyos vecinos se entregaron mediante condiciones, despues de lo cual entró á Cañete y las Cuevas.

Ganoso, sin embargo, Muhammad de probar la suerte de los suyos, púsose sobre Jaen con un ejército, que al decir de los nuestros no bajaba de ochenta y seis mil infantes y seis mil caballos; vano aparato contra la decision de los valientes fronteros de Castilla, quienes rechazaron á los muslimes, forzándolos á levantar el asedio. Entretanto tomaba el infante por capitulacion à Ortexica, volviendo á su pais con botin preciosísimo; pero aprovechando el granadino su ausencia, mientras se celebraban Córtes en Guadalajara, dirigió otra tentativa contra Alcaudete, donde, asimismo repelido por refuerzos oportunamente enviados, despachó sus embajadores á dichas Córtes para obtener unas treguas de ocho meses.

Concedidas despues de algunas vacilaciones, duraban aun en 1408, época de la muerte de Muhammad, á la sazon en que su hermano y sucesor Yusuf, no menos interesado en sostener las buenas relaciones con Castilla, despachó á dicha córte á Abdallah Aben-Al-Amin con encar

20 de dar cuenta de su elevacion, así como de solicitar la continuacion de las mencionadas treguas, que sin dificultad obtuvo. Permanecieron de esta suerte las cosas hasta el año 1409, en que mostrando empeño linante por reparar á Priego, contra lo asentado en las capitulaciones,

pasó segunda vez Abdallah Aben-Al-Amin á Castilla para mantener lo convenido; acuerdo en que no quisieron venir ni la reina, ni el infante, salvo sometiéndose á renovar el vasallaje y párias, que tributaron los reyes de Granada á los monarcas castellanos, hasta los tiempos del rey don Pedro. Con todo, otorgaron algun tiempo de plazo, para dar lugar á los preparativos de la campaña.

Hallábase ya dispuesto todo, para la expedicion contra los moros (año 1416), y habia colocado el infante su cuartel en Córdoba, cuando rompió las hostilidades el granadino con apoderarse de Zahara, en virtud de una traicion abominable, aunque inútil, dado que se resistió el castillo con solos veinte hombres, que bastaron á su defensa, hasta que se retiró el rey nasarita, sabida la aproximacion de considerables so

corros.

Mientras esto sucedia en la frontera, reunidos en Córdoba el consejo de guerra de los ricos-homes, generales y adalides, presididos por el infante, decidieron todos poner sitio á Antequera. Pusieron por ejecucion el acuerdo, llegando delante de la ciudad el 23 de Abril, y dando principio á las operaciones por desbaratar el ejército del rey de Granada, quien hubo de levantar sus reales con solo las reliquias de sus numerosas huestes.

En su consecuencia, envió al campo de los sitiadores á Zeid ben AlAmin, para que tratase con el infante algunos conciertos pacíficos; pero aunque este se negase á escuchar proposiciones, antes de que se rindiese la ciudad, con todo, permaneció aquel en los reales, fingiendo varios pretextos, bien que en realidad con la esperanza de inducir á traicion á algunos esclavos muslimes y soldados mudejares. Sirvióle de cimiento. para el proyecto que meditaba la amistad, que hizo con un esclavo trompetero de Juan Velasco, el cual prometió traer á sus planes todos los moros que con él servian y los del conde don Fadrique. Estaba aparejado todo por los conspiradores para el incendio de los reales, y solo se aguardaba el momento oportuno, cuando salvó la Providencia á los fieles por un medio tan eficaz como impensado.

Entre los soldados que habia en el campamento hallábase un converso, llamado Rodrigo, quien sin faltar á la debida lealtad á la religion que habia abrazado, solia gustar de la conversacion de paisanos y antiguos correligionarios suyos. Con este trabó amistad Zeid, manifestándole que en su mano estaba llevar á cabo el incendio de los reales, si quisiere ayudarle, proposicion á que accedió Rodrigo, movido al pare

cer por las grandes promesas, que le hiciera de parte del rey de Granada, y en realidad con ánimo de instruir de todo al infante. Instado por don Fernando á continuar en el disimulo, juntóse con los moros de la traicion, en un lugar donde tenian sus conferencias, provistos ya de alquitran y otros materiales, para dar principio al incendio proyectado. Supo allí, que aquella tarde se partia Al-Amin á Archidona, donde con ciertas supersticiones esperaba levantar un viento tan recio que estorbase los trabajos de los cristianos, los cuales no podrian apagar el incendio, antes que dispuesta en Loja la caballería sarracena cayese sobre el real, al tiempo que sus defensores se hallasen embarazados por el desastre, suspensos y desprevenidos.

Comunicado todo al infante, fueron sorprendidos los moros con las pruebas de su crímen en las manos, y castigados con muerte ignominiosa. Entróse al fin por asalto la ciudad, puesto que retirados sus moradores al castillo, solo consintiesen en entregarse á condicion de que el infante los pusiese salvos en Archidona, facilitándoles doce mil acémilas, para el trasporte de sus bienes. Permanecieron, sin embargo, mil seiscientas veintiocho personas en la fortaleza, bajo el pretexto de vender algunos objetos, de que tenian encargo, por parte de sus convecinos.

Menester era asegurar la plaza conquistada de los ataques de los muslimes, á cuyo propósito dispuso tomar don Fernando los castillos de Haznalmara, Cabeche y Xebar, allanándose tambien con el rey de Granada á concederle una tregua de diez y ocho meses, puesta la condicion de que entregase en tres plazos trescientos cristianos de los cautivos.

Por el mismo tiempo tenian lugar las predicaciones de San Vicente Ferrer, varon verdaderamente evangélico, quien con las armas de su palabra y de su fé ardentísima, al par que dedicábase á la extirpacion del mudejarismo por las vias de la conversion à la religion cristiana, preservaba á los fieles de sus perniciosos ejemplos, con generalizar más las distinciones en el lugar de la morada y en el vestido 1.

1 La Historia de San Vicente Ferrer, escrita por su pariente el maestro Valdecebro, refiere cómo pasara á Granada, donde convirtió al rey Muhammad, hijo del segundo Yusuf; pero colocando este suceso despues de su predicacion por el reino de

Murcia, que Cascales pone con razonable fundamento (pág. 250) en 1411, época en que no es posible que reinara el dicho Muhammad, muerto en 1408. Acaso el viaje á Granada corresponda á tiempo anterior, y falte la exactitud cronológica.

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