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infantes; mas derrotado este ejército en Almodóvar, fué tomada Sevilla por capitulacion y conducido á Tánger su soberano.

Al siguiente año de 1092 apoderábanse los almoravides de Valencia, con muerte de Al-Cadir, que reinaba allí con apoyo de los cristianos; pero en breve fueron atajados sus progresos en esta parte por las no interrumpidas victorias del Campeador, Mio Cid Ruy Diaz.

CAPÍTULO IV.

Valencia bajo la proteccion de Mio Cid Ruy Diaz.-Entrada de los almoravides.—Muerte de Al-Cadir. Gobierno de Aben-Giahaf.-Primeras negociaciones para la entrega de Valencia. Conducta del Cid con los muslimes.-Capitulaciones otorgadas por el mismo á los moradores de Valencia.-Conquista de Murviedro.-Continuacion de la política de don Alfonso VI.-Batalla de Uclés.-Expulsion de los mozárabes por los castellanos.— Reaccion contra las costumbres orientales.

Al declinar el siglo XI, destacase entre las sombras que rodean la historia de los mudejares españoles, una altiva figura, cuyas hazañas, iluminadas desde entonces con la lumbre del patriotismo, aparecen siempre brillantes; la figura del conquistador de Valencia, del valeroso Rodrigo Diaz, el Campeador castellano. Represéntanle la tradicion y los cantares rindiendo desde su juventud caudillos que convierte en vasallos, é intérprete de la admiracion producida en nuestro suelo entre grandes y menores por las hazañas de aquel adalid incansable, la imaginacion nacional teje una leyenda armónica con su carácter histórico, considerado en la época de su mayor desenvolvimiento. Dicha época, á contar desde el año 90 al penúltimo del mencionado siglo, en que muere el Campeador, abraza nueve años, corto espacio de tiempo, si las acciones heróicas, que en él se suceden, no le hicieran extraordinamente grande.

Á la muerte de Al-Mondir de Zaragoza, acaecida en 1092, fuera de los feudos de Alcocer, Calatayud y Molina, citados en el Poema de Mio Cid, pagaban párias á Rodrigo Diaz las ciudades de Albarracin, Alpuente, Murviedro, Xérica, Segorbe, Almenara, Denia, Xátiva y Tortosa. En particular, el tributo de Valencia valíale hasta doce mil escudos, á más de mil doscientos para un obispo, puesto por influencia del rey don Al

fonso. Sus rentas tuvieron aun aumento de mayor importancia, cuando temerosos de sus armas los tutores de los hijos de Al-Mondir, compraron su proteccion, mediante el tributo anual de cuarenta mil escudos. Forzado á compartir desde entonces su atencion entre los estados de Zaragoza y los de Valencia, vivia alternativamente en cada uno de ellos, circunstancia que aprovecharon los valencianos para abrir las puertas, durante su ausencia, á los almoravides. En virtud de tamaña traicion, á que cooperó en gran parte Aben-Giahaf, fué depuesto y asesinado por los suyos el sultan Al-Cadir, siendo inútiles los esfuerzos de Aben-AlFarag, teniente del Cid, para salvarle.

Luego que supo este lo ocurrido, escribió una carta al cadí AbenGiahaf, que se habia hecho presidente de aquella suerte de república, en que se constituyera Valencia, echándole en cara la traicion cometida con Al-Cadir, y reclamándole tambien cantidad de trigo de su propiedad, que habia quedado en sus granjas. Respondióle el cadí, pretextando que todo habia sido robado, y ofreciéndole con afectacion de fineza su amistad, si queria obedecer á los almoravides. Encendido en cólera el Campeador, escribió otra carta más amenazadora, con juramento de vengar la muerte de Al-Cadir. Al propio tiempo, ordenó á los gobernadores de todos los castillos comarcanos que proveyesen su ejército de víveres, llamamiento á que acudieron todos, puesta excepcion únicamente en el poeta Abo-Ysa-ben-Labbon, quien acordó entregar la ciudad de Murviedro al señor de Albarracin para que este se entendiese con el Cid, ganoso él por su parte de vivir tranquilamente en el asilo de la vida privada 1.

Dos veces al dia, por la mañana y por la tarde, enviaba el Cid sus aterradoras algaras al territorio de Valencia. Cogíanse en ellas ganados y se cautivaba sin piedad á cuantos discurrian por los caminos, salvo el vulgo de campesinos y gente labradora, porque el Cid con toda prevision habia encargado á los suyos que no molestaran á los habitantes de la huerta, ni les estorbasen en sus faenas; antes tratasen de atraerlos, recomendándoles la asiduidad en el trabajo.

1 De este poeta, á quien la Estoria de España suele apellidar Aben Lupon, consérvanse versos que hacen recordar algunos de Rioja. Así se expresa en una composicion suya:

«Me he separado del mundo y le he di

cho: en adelante no tengo nada que ver contigo, porque no quiero que me engañes sobre la verdad.

Tengo un jardin al lado de mi casa; un libro me sirve de fiel compañero», etc.

Mientras el Cid sitiaba á Cebolla, el dicho Aben-Giahaf, quien no se extremaba por la deferencia hácia la persona de Abo-Nasir, caudillo africano que tenia en su compañía, pidió auxilio, no obstante, al general almoravide Aben-Ayexa, gobernador de Denia, á la sazon en que en la ciudad fraguaba una conspiracion Abo-Nasir, aliado ya con los BenuTahir para derribarle del mando. Sabido todo por el Campeador, prometió á Aben-Giahaf protegerle, segun lo habia hecho con Al-Cadir, á condicion de que rompiera con los almoravides. Consultó el cadí con Aben-Al-Farag, á quien tenia en su poder, sobre la lealtad del Cid, y recibiendo las seguridades que apetecia respecto de este punto, disminuyó la paga á los almoravides auxiliares, so pretexto de la carestía en que se hallaba. En esta sazon recibió carta del gobernador de Denia, aconsejándole enviar dinero á Yusuf para que le viniera á amparar con ejército numeroso, lo cual consultado con el senado ó aljama, y resultando conformidad en los pareceres, decidió por sí enviarlo. Fueron encargados de llevar el presente un hijo de Abdalaziz, un individuo de la familia de los Benu-Tahir y el mismo Aben-Al-Farag, antiguo general del Cid, admitido ya á la confianza del asesino de Al-Cadir. Aparentando entrar en sus miras, despachó secretamente el caudillo del Campeador aviso á sus compañeros cristianos, quienes cayendo sobre la comitiva, hicieron presa en los espléndidos regalos que conducia á África. En aquel momento estaba para rendirse Cebolla; ganada á poco por el Campeador, se adelantó este sobre Valencia, y quemando las propiedades de la familia de Aben-Giahaf, al par que demoliendo las casas de los alrededores, envió el material á Cebolla para reedificarla de nuevo. Asoló de igual suerte el arrabal de Villanueva, que hizo ocupar al cabo por los suyos. En cuanto al de Alcudia, vinieron sus habitantes á pedirle la paz, que concedió, ocupándolo por la noche, y prohibiendo á sus soldados, so pena de muerte, que hiciesen daño á los moradores. Con todo, volvieron á implorarle el dia siguiente, hasta que el Cid les prometió solemnemente respetar sus propiedades y no tomar arriba del diezmo de los frutos, encargando á su almojarife, el moro Aben-Abdos, percibir las contribuciones á que tenia derecho. Gozosos los de Alcudia, le trajeron víveres y mercaderías en tanta abundancia, que su ejército estuvo desde entonces extraordinariamente provisto.

Resolvióse al postre el Cid á extrechar á Valencia, donde Aben-Giahaf veiase combatido de contrarias fuerzas. Hostigábanle de una parte los almoravides, llamados por los de la ciudad; fatigábale por otra Po

drigo Diaz de Vivar, cada vez más exigente. Afligida en tanto la ciudad por el rudo azote del hambre, cargaban los valencianos toda la culpa de ella á Aben-Giahaf, y eligieron en consecuencia á los Benu-Taher para que los gobernasen 1. Gozábase por el contrario en los alrededores abundancia de todo, merced á la proteccion que habia dispensado el Cid á las gentes de los campos, y convertido además el arrabal de Alcudia en mercado abierto. Iban las cosas de tal modo, que los gobernadores de los castillos comarcanos acudian diariamente á prestar vasallaje al Cid, quien acogiéndolos con benevolencia, dábales el cargo de ministrarles ballesteros y peones, para combatir la ciudad cercada, cuyos conflictos crecian cada momento. Disgustados en efecto los valencianos de los Benu-Taher, que no habian acertado á remediar sus males, tornaban la confianza á Aben-Giahaf, el cual, repugnando las exigencias del Cid, comenzó por demandar auxilio al rey de Zaragoza; mas no se movió este de su capital, sordo á su tardío llamamiento. Forzado al cabo á rendirse, comisionó al cadí Al-Guattam para que se entendiera con Aben-Abdos, encargado por Mio Cid de pactar las capitulaciones.

Tras repetidas conferencias, convinieron en que los valencianos enviasen nuevamente mandaderos al rey de Murcia y al general AbenAyexa, á condicion de que si no eran socorridos, pasado el término de quince dias, se rindiese, Valencia con estos pactos:

Que Aben-Giahaf conservase en la ciudad la autoridad que en ella > alcanzaba.

› Que gozaria de toda seguridad en su persona y bienes, así como su » mujer é hijos.

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Que Aben-Abdos inspeccionaria la recaudacion de los impuestos.

› Que Muza, amigo del Cid, tendria en Valencia el mando militar.

> Que la guarnicion se compondria de cristianos mozárabes. Que el Cid no haria novedad en las leyes de Valencia, ni en las > contribuciones, ni en la moneda » 2.

Aprobados dichos capítulos por ambas partes, y transcurridos los quince dias de expectacion sin que asomase el deseado socorro, ni osa

1 El terror que á la sazon reinaba en Valencia, aparece muy á las claras de la elegía compuesta por uno de los sitiados, que incluye al llegar á este punto la Estoria

de España, escrita por don Alfonso X.

2 Estoria de España, edicion de 1541, pág. 270 y siguientes.

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