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ran los almoravides arrostrar las haces del Cid; aunque habia declarado este que en tal caso no se tendria por obligado á la observancia de las capitulaciones, retardaron los moros otro dia aun el acto de abrir las puertas, lo cual verificaron al fin á las doce de la mañana del siguiente, que fué el 15 de junio de 1094 1. Entrados en la ciudad los soldados del Campeador, comenzaron á ocupar los baluartes y fortificaciones, desatendiendo las representaciones de Aben-Giahaf, que pretendia reconvenirles por su falta de respeto á lo pactado. El Cid en persona subió á la torre más alta de la alcazaba, desde donde contempló la ciudad, como para tomar posesion de ella, y en muestra de su autoridad y poderío.

Vinieron despues los muslimes á besarle la mano, cortesía á que correspondió, otorgándoles muchas consideraciones, y ordenando en su obsequio murar las ventanas de las torres que daban sobre la ciudad; medida discreta y acomodada al carácter receloso de los sarracenos, y que fué objeto de pacto especial en posteriores capitulaciones. Dispuso, además, que los cristianos honrasen á los muslimes cuando los encontrasen, saludándolos y cediéndoles el paso. Agradecidos los muslimes al honor que les dispensaba el Campeador, se entregaron á expansivo júbilo, declarando en altas voces que no habian visto jamás hombre tan excelente, más honrado, ni que mandase gentes mejor disciplinadas.

Llegó asimismo Aben-Giahaf á ofrecerle un presente considerable en gruesas cantidades de dinero; pero el Cid, que sabia cómo lo habia adquirido, medrando con la miseria del pobre en la pasada carestía, negóse resueltamente á aceptarlo, con lo cual creció su popularidad, excediendo á todo encomio. En esto seguia el mismo sistema empleado por Alfonso VI con los vasallos mudejares: hacer odioso el antiguo estado social, mejorando la suerte de los vencidos y desobligándolos con sus antiguos señores, sobre los cuales hacia pesar la reconvencion y el oprobio.

Al propósito mandó pregonar por un heraldo la invitación á todos los propietarios para que se reunieran en su jardin de Villanueva, y subien

1 La Gesta Roderici refiere muy de otra manera la entrada, como llevada à cabo à viva fuerza: «Rodericus autem, non modico tempore, Valentiam solito more fortius ac

robustius ex omni parte debellavit, eamque expugnatam tandem gladio viriliter cepit, captamque continuo depraedatus este.

do á un tablado cubierto de alfombras, que se hallaba aparejado á este fin, dispuso que se sentaran delante de él y les tuvo una plática tan discreta como satisfactoria 1.

Con palabras de gran cordura, dijoles que podian volver á sus antiguas heredades, entrando en posesion aun de las que hallasen cultivadas, con solo indemnizar por su trabajo al cultivador, segun la ley de los moros. Recordándoles las vejaciones que venian experimentando con sus cadies, prometióles administrarles entera justicia por sí mismo, á cuyo fin les señaló dos dias por semana, lunes y jueves, á la usanza de los muslimes, sobre mostrarse accesible á todos en cualquier momento que fuese menester por la urgencia de los negocios.

Al obrar así el Cid, inspirado por sentimientos de rectitud y de benevolencia, olvidaba acaso su verdadera situacion y las necesidades que la guerra trae consigo. Descansaba en los asuntos de hacienda en su almojarife Aben-Abdos, el cual con prevision exquisita habia dispuesto de todo, y cuando los sarracenos se presentaron á recobrar sus tierras, fueron rechazados por los soldados de Ruy Diaz, que alegaban haber pagado su venta, y haber recibido aquellos terrenos por el sueldo del año. Llegado el jueves siguiente, acudieron los quejosos al Cid; pero este, desentendiéndose de sus reclamaciones, comenzó por manifestarles lo sagrado de la obligacion que habia contraido con sus soldados, é insistiendo sobre el derecho que tenia como señor para disponer de todo, segun mejor le pareciera, demandóles que le entregasen la persona de Aben-Giahaf, presidente de la aljama, en quien pensaba castigar pasados crímenes y traiciones.

Hiciéronlo así, aparentando condescender de grado con lo que no podian resistir en modo alguno, viniendo aquel desventurado magnate á manos del Campeador, quien castigó en él durísimamente el asesinato de Al-Cadir con algun aparato de justicia, aunque afeada con la nota de destemplada crueldad. Tras esto, mandó salir de la ciudad á cuantos muslimes habian dejado de serle fieles en las pasadas guerras, que eran el mayor número, disponiendo que asimismo lo hicieran cuantos no se hallasen bien con su gobierno, y previno á los que quedaron, que no

1 Véase en la Estoria general. Tambien se encuentra reproducido con ligeras variantes en Mr. Dozy, Recherches, t. II,

pág. 195, y en Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, pág. 126.

2 Le hizo quemar vivo.

habian de tener en sus casas más de una mula y un esclavo, ni otras armas que aquellas para que fuesen autorizados.

Prometióles, no obstante, la libertad de sus mezquitas en Valencia y en Alcudia, conservar sus faquíes, leyes y alcaides, con un alguacil nombrado por él mismo, y la posesion de sus heredades, reservándose el derecho de señor sobre las rentas y la administracion de justicia, no menos que sobre la moneda, que prometió acuñar con su nombre 1. La desconfianza sembrada por tan extraño proceder fué tan profunda, que movió á los muslimes á abandonar el pais casi en masa, siendo tan considerable el número de habitantes emigrados, que al decir de algunas historias, tardaron en desfilar dos dias 2.

á

Prosiguiendo el hilo de sus conquistas, apenas interrumpido por los vanos alardes de los almoravides, cuatro años despues pensó en la adquisicion de Murviedro, ganoso de recoger las últimas joyas de la desbaratada corona de los soberanos de Valencia. Á este fin abrió la campaña con la toma de Almenara, que hubo de entregarse por fuerza. Aterrados los habitantes de la moderna Sagunto, le pidieron tregua por treinta dias, en cuyo tiempo, perdida la esperanza de que viniese à acorrerlos su señor Aben-Racin, solicitaron en vano la proteccion de don Alfonso de Castilla 3, de Al-Mostain de Zaragoza, de los almoravides y del conde barcelonés. Pasados los treinta dias del plazo, suplicaron otros doce y aun despues prorogar la tregua hasta Pentecostés: el Cid, mostrándose extraordinariamente generoso, otorgósela hasta San Juan, ofreciéndoles en este término todo linaje de seguridades respecto de sus mujeres, hijos y bienes, y en lo de evacuar la ciudad pacíficamente no menores facilidades y garantías. Alentados con estas concesiones se atrevieron á permanecer en la ciudad algunos sarracenos; pero á los tres dias de entrarla intimóles el Cid que le entregasen cuantas riquezas poseyesen y aun las que hubiesen sacado de la ciudad y las que enviaran á los almoravides, so pena de encarcelarlos ó cargarlos de cadenas. Así lo hizo con todos los que no pudieron en modo alguno satisfacerle, y fueron conducidos cautivos á Valencia.

Muerto el Cid aquel año (1099), todavia mantuvo la ciudad su esposa doña Jimena, defendiéndola con valor hasta Octubre de 1101, en que sitiada por el general almoravide Mazdalí, á los siete meses de asedio

1 Así parece de la narracion de la Estoria de España, L. C.

2 Dozy, O. C., pág. 202.
3 Gesta Roderici Campidocti.

envió al obispo don Jerónimo á la córte de don Alfonso VI, demandándole auxilio. Y aunque don Alfonso acudió al socorro con numeroso ejército é hizo levantar el sitio al almoravide, considerando la ciudad de Valencia muy lejos de sus estados para conservarla sin dificultades, sacó la guarnicion de cristianos y poniendo fuego á los edificios, la abandonó enteramente.

Mientras las gentes del Campeador habian dominado en Valencia, fiel el rey don Alfonso á la política que estaba de acuerdo con su carácter, trabajó en asimilarse la poblacion musulmana, fin á que parece encaminar sus esfuerzos, así en los fueros de Miranda del Ebro, como en los de mozárabes, y en los de castellanos y francos 1.

Dedicóse igualmente á varias obras de utilidad pública, ora restaurando los muros de Toledo, ora abriendo caminos, ora poblando ciudades y restaurando ó ampliando templos, tareas en que no dejó de aliviarle mucho el auxilio de su yerno don Ramon, esposo de doña Urraca, al tiempo que don Enrique, esposo tambien de su hija doña Teresa, reducia á obediencia en Portugal varios régulos que se le habian revelado. Velando por todos los ramos de la administracion pública, llevó su atencion á establecer la seguridad que faltaba en caminos y despoblados, lográndola tan perfecta, que en los últimos años de su vida podia atravesar sus estados en todas direcciones una vejezuela ó un niño con un bolso lleno de dinero en las manos, sin temer asechanzas de ningun género.

Mas lo que sorprende sin duda, contrastando el rigor de la medida con la tolerancia legal, que otorgaba á los mudejares, es el destierro de muchos mozárabes amigos de los muslimes, llevado á cabo por este príncipe moderado y prudente 2.

1 En el fuero de Miranda del Ebro, otorgado el año 1099, se encuentran equiparados para obtener sus ventajas los nobles, pecheros, moros y judíos. En el de los mozárabes de Toledo, dado en 1101, se ordena que dichos pobladores solo paguen la quinta parte de lo señalado por la calumnia en el libro de los godos, exceptuando el hurto ó muerte de cristiano ó moro. Asimismo, segun resulta de la confirmacion del fuero de castellanos y francos, que debió darse en su reinado, la sospecha por muerte de cristiano, moro ó judío dentro de

la ciudad, debia juzgarse segun las leyes de los godos.

2 «En este tiempo (dice Sandoval refiriéndose al año 1106, bajo la autoridad de Pedro Leon) habia muchos mozárabes malos cristianos, tan estragados y peores que los moros en los lugares fronteros, donde más convenia haber cristianos fieles, seguros á su Dios y á su rey. Teniendo, pues, el rey aviso de lo poco que en los tales hay que fiar, los echó de Málaga y de las demás fronteras donde estaban y los hizo pasar á África». Cuatro Reyes, cap. XXIV.

1

Ni estas medidas, ni la cordura y prevision maravillosas de Alfonso VI pudieron impedir que el astro brillante de su reinado padeciese todavia otro desastroso eclipse antes de llegar á su ocaso. En el estío de 1108 partió de Granada, donde ejercia el mando Temim-ben-Yusuf, general almoravide, internándose en Castilla, con el propósito de estragar las tierras y robar los poblados. Llegado bajo los muros de Uclés, fortaleza defendida por castellanos, entróla por sorpresa, obligando á sus defensores á retirarse al castillo, de donde despacharon un correo á don Alfonso, quien salió apresuradamente á campaña. En el momento de partir representóle su esposa que era más conveniente oponer á Temim, hijo del emperador almoravide, su propio hijo Sancho, que lo era del emperador de los cristianos. Persuadido don Alfonso por las razones de la reina, envió á su hijo don Sancho, niño de corta edad, confiándole á su ayo el conde Garcia Ordoñez, antiguo émulo del Cid, y caudillo experimentado en lides, que avanzó hasta Uclés con fuerzas muy considerables. Bien quisiera Temim evitar la pelea como quien conocia el valor de aquellas huestes aguerridas; pero disuadiéronle sus valerosos alcaides de Lamtuna, fingiendo, para darle aliento, que el enemigo tenia solo tres mil hombres. Y aunque intentó huir durante la refriega, se le opusieron todavía los mismos lamtuníes, quienes con esfuerzos desesperados de valor concluyeron por grangearle la victoria. Quedaron en el campo de batalla el desgraciado hijo de don Alfonso y su valiente ayo, con cerca de treinta mil guerreros. Los muslimes entraron en Uclés, espada en mano, no sin derramar copiosa sangre de los suyos.

Para vengar la derrota, dicen nuestros historiadores, emprendió todavia Alfonso dos campañas: dirigió la primera contra Abdallah, gobernador de Córdoba, en que redujo á tributo la ciudad y volvió triunfante á Toledo, llevando muchos cautivos muslismes y mil quinientos cristianos redimidos: encaminó la segunda contra Sevilla, donde, aunque ya recobrada Córdoba por los almoravides, logró sentar en el trono á un nieto de su suegro Aben-Abbed. Sucedia esto á la sazon en que el pueblo árabe, descontento de los almoravides, pugnaba por arrojarlos de la ciudades españolas, y animados por los triunfos de don Alfonso acudieron á ponerse bajo su proteccion varios príncipes y ciudades del mediodia de España. Así convertida la corriente de los sucesos, no le fué dificil cobrar las poblaciones de Cuenca y Ocaña, perdidas á consecuencia de la última derrota, ni perseguir en sus últimos baluartes á los almoravides, antes unidas sus naos á las de los sevilla

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