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deseo de castigar la insolencia del almugávar, aplazó el desafío, y quiso asistir y ver la batalla. Salió un francés con su caballo, armado de todas piezas, lanza, espada y maza para combatir, y el almugávar con sola su espada y dardo. Apenas entraron en la estacada, cuando le mató el caballo, y queriendo hacer lo mismo de su dueño, la voz del Rey le detuvo, y le dió por vencedor y por libre.

Otro almugávar en esta misma guerra, a la lengua del agua, acometido de veinte hombres de armas, mató cinco antes de perder la vida. Otros muchos hechos se pudieran referir, si no fuera ajeno de nuestra historia el tratar de otra largamente.

La duda que se ofrece, sólo es del nombre, si fué de nación o de milicia en sus principios. Tengo por cosa cierta que fué de nación, y para asegurarme más en esta opinión, tengo a George Pachimerio, autor griego, cuyos fragmentos dan mucha luz a toda esta historia, que llama a los almugávares descendientes de los ávares, compafieros de los hunos y godos; y aunque no se hallará autor que opuesta. mente lo contradiga, por muchas leyes de las Partidas se colige claramente que el nombre de Almugávar era nombre de milicia; y el ser esto verdad no contradice lo primero, porque entrambas cosas pueden haber sido. En su principio, como Pachimerio dice, fué de nación, pero después, como no ejercitaran los almugávares otra arte ni oficio, vinieron ellos a dar nombre a todos los que servían en aquel modo de milicia, así como muchas artes y ciencias tomaron el nombre de sus inventores. Pero dudo mucho que hubiese quien se agregase a los almugávares, milicia de tanta fatiga y peligro, sin ser de su nación, porque la inclinación natural les hacía seguir la profesión de los padres; ni hay hombre que, pudiendo escoger, siguiese milicia que desde la primera edad se ocupase con tanto riesgo de la vida, descomodidad y continuo trabajo. Nicéforo Gregoras dice que almugávar es nombre que dan a toda su infantería los latinos (así llaman los griegos a todas las naciones que tienen a su poniente); pero no hay para qué contradecir con razones falsedad tan manifiesta, y más contra un autor tan poco advertido en nuestras cosas como Nicéforo.

Salió la armada de Mesina, y con próspera navegación llegó a Malvasía, puerto de la Morea, donde fueron bien recibidos y ayudados con algún refresco por orden del Emperador. Antes de salir, llegaron cartas suyas, en que mandaba a Roger que apresurase la navegación. Partió alegre la gente con el refresco, y en pocos días la armada arribó a Constantinopla, por el mes de Enero, indicción segunda, según Pachimerio (lib. XI, cap. 13), con universal regocijo de la ciudad, viendo las armas que les habían de amparar y defender. Andrónico y Miguel, Emperadores, y toda la nobleza griega, con mucho amor y muestras de sumo agradecimiento, les recibieron y honraron. Mando luego Andrónico desembarcar toda la gente, у que alojase dentro de la ciudad en el barrio que llamaban de Blan. quernas, y el siguiente día se repartieron cuatro pagas, como estaba concertado.

(Cap. VII).

Vencen los catalanes y aragoneses a los turoos.

Con el aviso que Roger tuvo de cómo los turcos estaban cerca, temiendo perder tan buena ocasión si, advertidos de la llegada de los nuestros, se previnieran o retiraran, juntó el campo, y en una breve plática les dijo cómo el siguiente día quería dar sobre los alojamientos de los enemigos, fáciles de romper por estar descuidados. Propúsoles la gloria que alcanzarian con vencer, y que de los primeros sucesos nacía el miedo o la confianza, y que la buena o mala reputación pendía dellos. Mandó que no se perdonase la vida sino a los niños, porque esto causase más temor en los bárbaros, y nuestros soldados peleasen sin alguna esperanza de que, vencidos, pudiesen quedar con vida. Dispuesto el orden con que se había de marchar, dió fin a la plática.

Oyéronle con mucho gusto, y aquella misma noche partieron de sus alojamientos, a tiempo que al amanecer pudiesen acometer a los turcos. Guiaba Roger con Marulli la vanguardia con la caballería, y llevaba solos dos estandartes: en uno las armas dėl Empeperador Andrónico, y en el otro, las suyas. Seguía la infantería, hecho un solo escuadrón de toda ella, donde gobernaba Corbarán de Alet, Senescal del ejército. Llevaba en la frente solas dos banderas, contra el uso común de nuestros tiempos, que suelen ponerse en medio del escuadrón, como lugar más fuerte y defendido. La una bandera llevaba las armas del Rey de Aragón, Don Jaime, y la otra las del Rey de Sicilia, Don Fadrique; porque entre las condiciones que por parte de los catalanes se propusieron al Emperador, fué de las primeras, que siempre les fuese lícito llevar por guía el nombre y blasón de sus Príncipes, porque querían que adonde llegasen sus armas, llegase la memoria y autoridad de sus Reyes, y porque las armas de Aragón las tenían por invencibles. De donde se puede conocer el grande amor y veneración que los catalanes y aragoneses tenían a sus Reyes, pues aun sirviendo a príncipes extraños y en provincias tan apartadas, conservaron su memoria y militaron debajo della; fidelidad notable, no sólo cono. cida en este caso, pero en todos los tiempos; porque no se vió de nosotros príncipe desamparado, por malo y cruel que fuese, y quisimos más sufrir su rigor y aspereza que entregarnos a nuevo señor. No fué llamado el hermano bastardo, ni excluído el rey natural; no fué preferido el segundo al primogénito: siempre seguimos el orden que el cielo y naturaleza dispuso; ni se alteró por particular aborrecimiento o afición, con no haber apenas reino donde no se hayan visto estos trueques y mudanzas.

Pasaron los nuestros a media noche la muralla o reparo que divide el cabo de tierra firme, y al amanecer se hallaron sobre los turcos, que, como en parte segura, y a su parecer lejos de enemigos, estaban sin centinelas, reposando dentro de sus tiendas con descuido y sueño. Cerró Roger y Marulli con la caballería, metiéndose por las tiendas y flacos reparos que tenían, con grande ánimo. Siguiéronle los almugávares con el mismo, dando un sangriento y dichoso principio a la nueva guerra. Los turcos, a quien la furia y rigor de nuestras espadas no pudo oprimir en el sueño, al ruido de las armas y voces despertaron, y con la turbación y miedo que semejantes asaltos suelen causar en los acometidos, tomaron las armas para su defensa; pero fueron pocos, divididos y desarmados; con que su resistencia fué inútil y sin provecho contra el esfuerzo y gallardía de nuestra gente, que ya lo ocupaba todo. Pelearon los turcos con desesperación, viendo a sus ojos despedazar y degollar a sus más caras prendas, de gente que ni aun por el nombre conocían. Alcanzóse cumplidísima victoria, dejando en el campo muertos de los turcos tres mil caballos y diez mil infantes. Los que quedaron vivos fueron los que, reconociendo con tiempo el desorden y pérdida, y que los catalanes eran impenetrables a los golpes de sus dardos, se pusieron en seguro con la huída; y el querer muchos hacer lo mismo después, les causó más presto la muerte, porque, ocupados en retirar sus hijos y mujeres, dejaban la batalla, y luego perecían. La presa fué grande y los niños cautivos muchos. Refiere Nicéforo, griego de nación y enemigo declarado de la nuestra, el espanto y terror que causó en los turcos este primer acometimiento, con estas mismas palabras: «Como los turcos vieron el impetu feroz de los latinos (que así llama a los catalanes), su valor, su disciplina militar y sus lucidas y fuertes armas, atónitos y espantados huyeron, no sólo lejos de la ciudad de Constantinopla, pero más adentro de los antiguos límites de su imperio». Nuestra gente siguió el alcance poco rato, por no tener la tierra conocida, y volvieron aquella misma noche al cabo, por tener el alojamiento reconocido y seguro.

(Cap. X).

P. LUIS DE LA PALMA

1559-1641

Nacido en Toledo, ingresó en la Compañía de Jesús el año 1559. Entre los escritores de obras de devoción, que en tanta abundancia produjo nuestro siglo de oro, bien merece el P. La Palma lugar distinguido y no muy apartado del P. Rivadeneira, a quien se parece en la aristocrática serenidad del estilo y en el ambiente de suave unción religiosa que baña las páginas de sus libros.

Con el título de Camino espiritual, empezó su sólido comentario al libro de los Ejercicios de S. Ignacio, que quedó interrumpido.

La Historia de la Sagrada Pasión no ha sido hasta el presente superada por ninguna obra española del mismo asunto.

La Vida de Don Gonzalo de la Palma, su padre, es sin duda el más precioso documento que poseemos, para conocer el modo de vivir de los hidalgos fervorosos del tiempo de Felipe II.

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