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Declárase por necio con facultad de sustituir al que, fuera del lenguaje ordinario que corriere en su era, se pusiere a referir ser. món, comedias y cuentos, o discurriendo por otros o por el repetido de las últimas palabras, diciendo: «Y cómo pasó esto así;-que, como digo. Y si a esto añadiere lugares de viejas y bordoncillos viejos, tragando saliva, tales como decir «¿Doyme a entender?-¿Están ustedes conmigo?-No quitando lo presente;-si no han por enojo;y tal cual; -y, hablando con poca crianza; y otros vocablos desta suerte, se le impone perpetuo silencio en toda conversación donde no haya comadres ni vecinos entre quien no gaste y corra este lenguaje.

Declárase por necio de participantes al que, yendo a casa ajena, se asoma a la ventana antes de llamar a la puerta; y al que está dentro, que dejó la ventana u hoja abierta, por la cual pueda ser visto (mayormente si está en acto o cosa que requiera recato), se le dé título de necio alpargatado.

Item. Se declara por necio pascual al que trayendo a conversación méritos ajenos, hace alarde de los suyos, juzgándose digno de la provisión en otros hecha, ignorando las demás circunstancias que se requieren, y luego que ha gastado su hacienda y tiempo, el desengaño le envía al carnero con los muchos. Y si a esto afñadiera infructuosas quejas, se le libre ejecutoria de orates, y se remita a la Caridad con la venia y facultad para poder acudir a la sopa de cualquier convento como militante estropeado, y quede hábil para poder traer cualquiera demanda con insignia y bacinica.

Item. Se declara por necio con felpas y plumas de papagayo al que, tirando de la gravedad como el zapatero del cordobán, habla en tono tan bajo y pausado y a lo ministro, que parece saludador, en cuya presencia, en vez de despacho y alivio, es confusión y desor den; buscando retazos de razones imperfectas, pega unas con otras, con más sentidos y dificultades que un algebrista huesos de pierna u brazo quebrado.

Hay además otros cien mil géneros de necedades, que por dife. rentes modos se traen entre manos, hijas, nietas, biznietas y descen dientes de los monstruos atrás referidos; digno de entender y enmendar, cuya nota y conocimiento queda al discreto lector.

D. DIEGO SAAVEDRA FAJARDO

1584-1648

४४४०

Nació en Murcia y cursó en Salamanca la Jurisprudencia, empezando a los veintidós años con el cargo de Secretario de la Embajada Española en Roma su larga carrera diplomática que había de durar hasta dos años antes de su muerte, que fué en Madrid en 1648.

Como literato, su obra más célebre es Empresas Políticas o Idea de un Príncipe Cristiano, en la que, bajo el símbolo de ciento un emblemas, va filosofando sobre la educación y virtudes del buen príncipe cristiano.

El origen e intención de este libro altamente discreto y de señoril y aristocrática forma le declara el mismo autor en la empresa preliminar AL LECTOR:

•En la trabajosa ociosidad de mis continuos viajes por Alemania y por otras provincias pensé en esas cien empresas, que forman la Idea de un principe políticocristiano, escribiendo en las posadas lo que había discurrido entre mí por el camino, cuando la correspondencia ordinaria de despachos con el Rey mi señor y con sus ministros, y los demás negocios públicos que estaban a mi cargo, daban algún espacio de tiempo. Creció la obra, y aunque reconocí que no podía tener la perfección que convenía, por no haberse hecho con aquel sosiego de ánimo y continuado calor del discurso que habría menester para que sus partes tuviesen más trabazón y correspondencia entre sí, y que era soberbia presumir que podía yo dar preceptos a los príncipes, me obligaron las instancias de amigos (en mí muy poderosas) a sacalla a luz, en que también tuvo alguna parte el amor propio, porque no menos desvanecen los partos del entendimiento que los de la naturaleza».

No escribo esto, oh lector, para disculpa de errores, porque cualquiera sería flaca, sino para granjear alguna piedad dellos en quien considere mi celo de haber, en medio de tantas ocupaciones, trabajos y peligros, procurado cultivar este libro, por si acaso entre sus hojas pudiese nacer algún fruto, que cogiese mi príncipe y señor natural, y no se perdiesen conmigo las experiencias adquiridas en treinta y cuatro años que, después de cinco en los estudios de la Universidad de Salamanca, he empleado en las cortes más principales de Europa, siempre ocupado en los negocios públicos, habiendo asistido en Roma a dos cónclaves; en Ratisbona a un convento electoral, en que fué elegido rey de romanos el presente Emperador; en los Cantones Esguízaros a ocho dietas; y últimamente, en Ratisbona a la dieta general del imperio, siendo plenipotenciario de la Serenísima Casa y Círculo de Borgoña. Pues cuando uno de los advertimientos políticos deste libro aproveche a quien nació para gobernar dos mundos, quedará disculpado mi atrevimiento».

Escribió además la República Literaria, libro en que, sirviéndose de la alegoría de una gran ciudad, va recorriendo la diversidad de artes liberales y ciencias en que se emplea el ingenio humano, juzgando de ellas y de los hombres que en cada una han sobresalido, con criterio ajustado y preciso unas veces, y otras errado y superficial, aunque siempre con nobleza de forma y suficiente elegancia de estilo para que pueda leerse desde el principio hasta el fin toda la obrita, sin el cansancio que de ordinario produce el género fantástico-alegórico.

Las virtudes principales de Saavedra como estilista son la concisión, dignidad y energía de la frase. Entre sus defectos pueden enumerarse flojedad y desmayo en algunos pasajes, vulgaridad en algunas sentencias, y abuso de alegorías secundarias dentro de la fundamental del libro.

DE LA «REPÚBLICA LITERARIA»

Desoribe los arrabales de la ciudad y su frontispicio y la
calle habitada por los artifices del dibujo

Habiendo discurrido entre mí del número grande de los libros y de lo que va creciendo cada día, así por el atrevimiento de los que escriben como por la facilidad de la emprenta, con que se han hecho ya trato y mercancía las letras, estudiando los hombres para escribir y escribiendo para granjear, me venció el sueño, y luego el sentido interior corrió el velo a las imágenes de aquellas cosas en que despierto discurría. Halléme a vista de una ciudad, cuyos capiteles de plata y oro bruñido deslumbraban la vista y se levantaban a comunicarse con el cielo. Su hermosura encendió en mí un gran deseo de vella; y ofreciéndoseme delante un hombre anciano que se encaminaba a ella, le alcancé; y trabando con él conversación, supe que se llamaba Marco Varrón, de cuyos estudios y erudición en todas materias, profanas y sagradas, tenía yo muchas noticias por testimonio de Cicerón y de otros. Y preguntando yo qué ciudad era aquella, me dijo con agrado y cortesía que era la República Literaria; y ofreciéndoseme a mostrarme lo más curioso de ella, acepté la compañía y la oferta, y fuimos caminando en buena conversación.

Por el camino fuí notando que aquellos campos vecinos llevaban más eléboro que otras yerbas; y preguntándole la causa, me respondió que la Divina Providencia ponía siempre vecinos a los daños los remedios; y que así, había dado a la mano aquella yerba, para cura de los ciudadanos, los cuales, con el continuo estudio, padecían graves achaques de cabeza. Muchos buscaban el eléboro y anacardina para hacerse memoriosos, con evidente peligro del juicio. Poco me pareció que tenían los que le aventuraban por la memoria, porque, si bien es depósito de las ciencias, también lo es de los males; y fuera feliz el hombre si, como está en su mano el acordarse, estuviera también el olvidarse. La memoria de los bienes pasados nos desconsuela, y la de los males presentes nos atormenta.

Habiendo llegado a la ciudad, reconocí sus fosos, los cuales estaban llenos de un licor escuro. Las murallas eran altas, defendidas de cañones de ánsares y cisnes, que disparaban balas de papel. Unas blancas torres servían de baluartes, dentro de las cuales levantaba la fuerza del agua unas vigas, cuyas cabezas, batiendo en

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