pilones de mármol gran cantidad de pedazos de lienzo, los reducían a menudos átomos; y recogidos éstos en cedazos cuadrados de hilo de arambre, y enjutos entre fieltros, quedaban hechos pliegos de papel: materia fácil de labrar y bien costosa a los hombres. ¡Qué ingeniosos somos en buscar nuestros daños! Escondió la naturaleza próvidamente la plata y el oro en las entrañas de la tierra, como a metales perturbadores de nuestro sosiego, y con gran providencia los retiró a regiones más remotas, poniéndoles por foso el inmenso mar Océano, y por muros, altas y peñascosas montañas; y el hombre industrioso busca artes y instrumentos con que navegar los mares, penetrar los montes, y sacar aquella materia que tantos cuidados, guerras y muerte causa al mundo. Están en los muladares los viles andrajos de que aun no pudo cubrirse la desnudez, y de entre aquella basura los saca nuestra diligencia, y labra con ellos nuestro desvelo y fatiga en aquellas hojas donde la malicia es maestra de la inocencia, siendo causa de infinitos pleitos y de la variedad de religiones y sectas. El frontispicio de la puerta de la ciudad era de hermosas colunas de diferentes mármoles y jaspes. En ellas (no sin misterio) parece que faltaba a sí misma la arquitectura; porque de los cinco órdenes solamente se veía el dórico, duro y desapacible símbolo de la fatiga y del trabajo. Entre las colunas estaban en sus nichos nueve estatuas de las nueve musas, con varios instrumentos de música en las manos; a las cuales había dado la escultura tal aire y movimiento (a pesar del mármol), que la imaginación se daba a entender que imprimía en ellas aquellos efectos que suelen infundir desde las esferas del cielo, donde las consideró inteligencias o almas la antigüedad. Clío parece que encendía en los pechos llamas de gloria con las hazañas de los varones ilustres. Tersícore elevaba los pensamientos con la dulzura de la música. Erato daba números y compases a los movimientos de los pies. Polimnia avivaba la memoria. Urania se servía della para persuadir el ánimo a la contempla. ción de los astros. Calíope levantaba los espíritus heroicos a acciones gloriosas. Melpomene los alentaba con la memoria de muchos que merecieron con las hazañas los elogios. Talía, disimulando en el donaire la censura, a un tiempo entretenía y enseñaba. Euterpe formaba diversas flautas, acomodando a todas diferentes sentidos con tal propiedad, que parecía que para cada uno las había fabricado. Este frontispicio se remataba en la estatua de Apolo, cuya madeja de oro, con lustroso curso de luz, bajaba sobre los hombros. Ocupaba su mano derecha el plectro y la izquierda la lira, y aun sin herir las cuerdas hacía armonía al discurso, si no al oído, la propiedad..... Describe la Aduana de los libros y la censura que de ellos se hace. Dos gramáticos, cargados de cejas y prolijos de barbas, vestidos a la antigua, con escarcelas al lado y llaves pendientes del cinto, eran porteros y guardas de aquellas puertas; tan soberbios e inso lentes con la confianza que se hacía dellos, que por no pasar por sus manos estuve ya para volver atrás. Pero la curiosidad me obligó a la paciencia; y habiendo entrado, se me ofreció a la vista un hermoso edificio, a quien dejaba espacioso lugar una plaza cuadrada; el cual, según me dijo Polidoro, era la aduana donde se descargaban los libros, que de todas las naciones del mundo se enviaban a aquella república. Casi toda la piaza estaba ocupada de acémilas cargadas dellos; y algunas, aunque traían un libro solo, llegaban sudadas y anhelantes. Tal es el peso de una carga de necedades, insufrible aun a los lomos de un mulo. Recibían estas cargas diversos censores ancianos, cada uno destinado para los libros de su profesión; los cuales con riguroso examen reconocían, y sólo dejaban pasar para servicio de aquella república los libros que con propia invención y arte eran perfectamente acabados y podían dar luz al entendimiento y ser de beneficio al género humano; y a los demás, por lograr el papel, ya que se había perdido el trabajo, destinaban (no con mal gusto) para los usos y ministerios caseros de la república, burlándose del vano apetito de gloria de sus autores. Acerquéme a un censor, y vi que recibía los libros de jurisprudencia, y que, enfadado con tantas cargas de lecturas, tratados, decisiones y consejos, exclamaba: «¡Oh Júpiter! Si cuidas de las cosas inferiores, ¿por qué no das al mundo de cien en cien años un Emperador Justiniano, o derramas ejércitos de godos, que remedien esta universal inundación de libros?» Y sin abrir algunos cajones, los entregaba para que en las hosterías sirviesen, los civiles de encender el fuego, y los criminales de freir pescado y cubrir los lardos. Otro censor recibía los libros de poesía, en que había gran número de poemas, comedias, tragedias, pastorales, piscatorias, églogas y otras obras satíricas; y con mucha risa aplicaba los libros de materias amorosas para hacer cartones a las damas y capillos a las ruecas, devanadores, papelones de grajea y anis, y también para envolver las ciruelas de Génova. Los libros satíricos entregaba para papeles de agujas y alfileres, para envolver la pimienta, dar humo a narices y hacer libramientos. De estas obras, muy pocas vi que, libres del examen, mereciesen el comercio y trato. Lo mismo sucedía a los que llegaban con materias de astronomía, astrología, nigromancia, sortilegios y adivinaciones y alquimia; porque a casi todos enviaban para hacer cohetes y invenciones de fuego. El censor que recibía los libros de humanidad estaba muy afli. gido, cercado por todas partes de diversos comentarios, cuestiones, anotaciones, escolios, observaciones, castigaciones, centurias, lucubraciones; y de cuando en cuando soltaba la risa, viendo algunos libros en latín y aun en vulgar con el título en griego, con que sus autores querían dar autoridad a sus obras; como los padres que llaman a sus hijos Carlos o Pompeyos, creyendo que con estos nombres les infunden el valor y la nobleza de aquellos. Algunos destos libros reservó el censor, y a los demás deputó para que en las boticas se cubriesen con ellos los botes, cuyos títulos están en griego, siendo nacionales los simples que contienen. Reíme de la aplicación y celebré el donaire con que castigaba también la vana ostentación de los que esparcen por sus libros lunares de palabras griegas. Gran parte de los libros de historias estaban excluídos del templo, y destinados para hacer arcos triunfales, estatuas de papel y festones; como también los de medicina para tacos de arcabuces, no menos ofensivos que las balas; y los de filosofía para florones, gatos y perros de cartón. De las partes septentrionales, y también de Francia y Italia, venían caminando recuas de libros de política y razón de estado, aforismos, diversos comentarios sobre Cornelio y Tácito y sobre las repúblicas de Platón y Aristóteles. Recibía esta dañosa mercancía un censor venerable, en cuya frente estaba delineado un ánimo candido y prudente; el cual, llegando estas cargas, dijo: ¡Oh libros, aun para reconocidos peligrosos, en quien la verdad y la religión sirven a la conveniencia! ¡Cuántas tiranías habéis introducido en el mundo, y cuántos reinos y repúblicas se han perdido por vuestros consejos! Sobre el engaño y la malicia fundáis los aumentos y conservación de los estados, sin considerar que pueden durar poco sobre tan falsos cimientos. La religión y la verdad son los fundamentos firmes y estables, y solamente feliz aquel príncipe a quien la luz viva de la naturaleza con una prudencia candidamente recatada enseña el arte de reinar». Ponderé mucho la gravedad de estas razones, y juzgué por ellas que de aquellos libros mandaría hacer rehiletes, que a cualquier viento, y a veces sin él, se mueven al fin de quien los conduce, y también máscaras, porque todo el estudio de los políticos se emplea en cubrir el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando los desinios; pero todos los mandó entregar al fuego; y preguntándole la causa me respondió: -Este papel trae tanto veneno, que aun en pedazos y por las tiendas sería peligroso al público sosiego; y así, más seguro es que le purifiquen las llamas. Algo me encogí, temiendo aquel rigor en mis Empresas Poli ticas, aunque las había consultado con la piedad y con la razón y justicia. Entra en la sala donde se hacia el contraste de los ingenios, y Fernando de Herrera le anuncia y juzga varios poetas italianos y españoles. Dolióme tanto de ver malogrado el trabajo de tantos ingenios, que volví el rostro a aquel examen; y entrando dentro de aquellas aduanas, me divertí en una sala cuadrada, que era del contraste, donde se pesaban los ingenios y se les daba la justa y debida estimación. En el techo resplandecía el octavo cielo con todas sus constelaciones, atravesado el zodiaco, en el cual se veían los doce signos. Formábase este círculo sobre cuatro ángulos, en los cuales se ofrecían resalidos los cuatro vientos principales: el Euro, entre blancas nubes; el Austro, arrebolado y fogoso; el Favonio, vertiendo flores, y el Aquilón, sacudiendo de su oscuro manto nieve y granizo; y por el espacio de las cuatro paredes estaban los cuatro tiempos del año: la Primavera, coronada de rosas; el Estío, de espigas; el Otoño, de pámpanos, y el Invierno, de secos y erizados cambrones. En medio desta sala pendía una romana grande, y a su lado un pequeño peso. Con aquella, se pesaban los ingenios por libras y arrobas; y con éste, los juicios por adarmes y escrúpulos. Más adelante, a la luz de una ventana, Fernando de Herrera con gran atención cotejaba los quilates de unos ingenios con otros en una piedra de parangón, en que me pareció que cometería algu nos errores; porque muchas veces no son los ingenios como parecen a la primera vista. Algunos son vivos y lucientes al parecer, pero de pocos quilates; otros, aunque sin ostentación, tienen grandes fondos. Con todo eso, quise saber dél (como quien era tan versado en los poetas toscanos y españoles de nuestros siglos) en la estima ción que los tenía; y preguntándoselo con cortesía, me respondió con la misma en esta conformidad: -Cayó el imperio romano, y cayeron (como es ordinario) en. vueltas en sus ruinas, las ciencias y artes; hasta que, dividida aquella grandeza, y asentados los dominios de Italia en diferentes formas de gobierno, floreció la paz y volvieron a brotar a su lado las ciencias. > Petrarca fué el primero que en aquellas confusas tinieblas de la ignorancia, sacó de su mismo ingenio, como de rico pedernal de fuego, centellas, con que dió luz a la poesía toscana. Su espíritu, su pureza, su erudición y gracia le igualó con los poetas antiguos más celebrados. >El Dante, queriendo mostrarse poeta, no fué científico, y queriendo mostrarse cientifico, no fué poeta; porque se levanta sobre la inteligencia común, sin alcanzar el fin de enseñar deleitando, que es propio de la poesía, ni el de imitar, que es su forma (1). >>Ludovico Ariosto, como de ingenio vario y fácil en la invención, rompió las religiosas leyes de lo épico en la unidad de las fábulas y en celebrar a un héroe, y celebró a muchos en una ingeniosa y varia tela, pero con estambres poco pulidos y cultos. >Desta licencia usó el Marino en su Adonis, más atento a deleitar que a enseñar; cuya fertilidad y elegancia forman un hermoso jardín con varios cuadretes de flores. >Más religioso en los preceptos del arte se mostró Torcuato Tasso en su poema; ara a quien no se puede llegar sin mucho respeto y reverencia. >Lo mismo que a los italianos sucedió también a los ingenios de España. Oprimió sus cervices el yugo africano, de cuyas provincias pasaron a ellas sierpes bárbaras que pusieron miedo a sus musas, las cuales trataron más de retirarse a las montañas que de templar sus instrumentos; hasta que Juan de Mena, docto varón, les quitó el miedo y las redujo a que entre el ruido de las armas levantasen la dulce armonía de sus voces. En él hallarás mucho que admirar y que aprender, pero no primores que imitar. Tal era entonces el horror a la villana ley de los consonantes, hallada en medio de la ignorancia, que se contentaban con explicar en copla sus conceptos como quiera que fuese. >>Florecieron después el Marqués de Santillana, Garci-Sánchez, Costana, Cartagena y otros, que poco a poco fueron limando sus obras. >Ausías March escribió en lengua lemosina, y se mostró agudo en las teóricas y especulaciones de amor; y aun dió pensamientos a Petrarca para que con pluma más elegante los ilustrase y hiciese suyos. Ya en tiempos más cultos escribió Garcilaso, que, con la fuerza de su ingenio y natural, y la comunicación de los extranjeros, puso en un grado muy levantado la poesía. Fué príncipe de la lírica, y con dulzura, gravedad y maravillosa pureza de voces descubrió los sentimientos del alma; y como éstos son tan propios de las canciones y églogas, por eso en ellas se venció a sí mismo, declarando con elegancia los afectos y moviéndolos a lo que pretendía. Si en los sonetos es alguna vez descuidado, la culpa tienen los tiempos que alcanzó. En las églogas con mucho decoro usa de locuciones sencillas y elegantes, y de palabras candidas que saben al campo y (1) Sabido es que ni Petrarca fué primero que Dante, ni el divino Alighieri merece juicio tan ramplón. |