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►Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

>>Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria, y ponlas en la verdad del caso.

>>No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito y aun de tu hacienda.

>Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto, y tu bondad en sus suspiros.

►Al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

Al culpado que cayere debajo de tu juridición, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el de la misericordia que el de la justicia.

>>Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto, que hasta aquí te he dicho, son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo.

(Ibid., cap. XLII).

De los consejos segundos que dió Don Quijote a Sancho Panza.

¿Quién oyera el pasado razonamiento de Don Quijote, que no le tuviera por persona muy cuerda y mejor intencionada? Pero, como muchas veces en el progreso desta grande historia queda dicho, solamente disparataba en tocándole en la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento, de manera que a cada paso desacreditaban sus obras su juicio, y su juicio sus obras; pero en esto de los primeros y segundos documentos que dió a Sancho, mostró tener gran donaire, y puso su discreción y cordura en un levantado punto.

Atentísimamente le escuchaba Sancho, y procuraba conservar en la memoria sus consejos, como quien pensaba guadarlos, y salir por ellos a buen parto de la preñez de su gobierno. Prosiguió, pues, Don Quijote y dijo:

-En lo que toca a cómo has de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean la manos, como si aquel excedente y añadidura que se dejan de cortar, fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso.

>No andes, Sancho, desceñido y flojo; que el vestido descom. puesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería, como se juzgó en la de Julio César.

>Toma con discreción el pulso a lo que pudiere valer tu oficio; y si sufriere que des librea a tus criados, dásela honesta y provechosa, más que vistosa y bizarra, y repártela entre tus criados y los pobres: quiero decir, que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo; y este nuevo modo de dar librea no le alcanzan los vanagloriosos.

>No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería; anda despacio, habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a tí mismo; que toda afectación es mala.

►Come poco, y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago.

>Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra.

>Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie.

-Eso de erutar no entiendo, dijo Sancho.
Y Don Quijote le dijo:

-Erutar, Sancho, quiere decir regoldar, y éste es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy significativo; y así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a los regüeldos erutaciones; y cuando algunos no entiendan estos términos, importa poco; que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso.

-En verdad, señor, dijo Sancho, que uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo.

-Erutar, Sancho, que no regoldar, dijo Don Quijote.

-Erutar diré de aquí adelante, respondió Sancho, y a fe que no se me olvide.

También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.

-Eso, Dios lo puede remediar, respondió Sancho; porque sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que rifñen, por salir, unos con otros; por eso la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo; que en casa llena presto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener, seso ha menester.

-¡Eso sí, Sancho! dijo Don Quijote; encaja, ensarta, enhila refranes; que nadie te va a la mano: castigame mi madre, y yo trómpogelas. Estoyte diciendo que excuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos, que así cuadran con lo que vamos tratando, como por los cerros de Úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito; pero cargar y ensartar refranes a troche moche, hace la plática desmayada y baja.

>>Cuando subieres a caballo, no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas, y desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo, que parezca que vas sobre el rucio; que el andar a caballo, a unos hace caballeros, a otros caballerías.

>Sea moderado tu sueño; que el que no madruga con el sol, no goza del día; y advierte joh Sanchol que la diligencia es madre de la buena ventura; la pereza, su contraria, jamás llegó al término que pide un buen deseo.

>Este último consejo que ahora darte quiero, puesto que no sirva para adorno del cuerpo, quiero que le lleves muy a la memoria; que creo no te será de menos provecho que los que hasta aquí te he dado, y es, que jamás te pongas a disputar de linajes, a lo menos comparándolos entre sí; pues por fuerza en los que se comparan, uno ha de ser el mejor, y del que abatieres, serás aborrecido, y del que levantares, en ninguna manera premiado.

►Tu vestido será calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo; gregüescos, ni por pienso; que no les están bien ni a los caballeros ni a los gobernadores.

>Por ahora esto se me ha ofrecido, Sancho, que aconsejarte; andará el tiempo, y según las ocasiones, así serán mis documentos, como tú tengas cuidado de avisarme el estado en que te hallares.

-Señor, respondió Sancho, bien veo que todo cuanto vuesa merced me ha dicho son cosas buenas, santas y provechosas; pero ¿de qué han de servir, si de ninguna me acuerdo? Verdad sea que aquello de no dejarme crecer las uñas y de casarme otra vez si se ofreciere, no se me pasará del magín; pero esotros badulaques y enredos y revoltillos, no se me acuerda ni acordará más dellos que de las nubes de antaño; y así, será menester que se me den por escrito; que puesto que no sé leer ni escribir, yo se los daré a mi con. fesor, para que me los encaje y recapacite cuando fuere menester.

-¡Ah, pecador de míl respondió Don Quijote, y ¡qué mal parece en los gobernadores el no saber leer ni escribir! Porque has de saber joh Sanchol que no saber un hombre leer, o ser zurdo, arguye una de dos cosas: o qué fué hijo de padres demasiado de humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que no pudo entrar en él el buen uso ni la buena doctrina. Gran falta es la que llevas contigo; y así, querría que aprendieses a firmar siquiera.

-Bien sé firmar mi nombre, respondió Sancho; que cuando fuí prioste en mi lugar, aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que decían mi nombre. Cuánto más, que fingiré que tengo tullida la mano derecha, y haré que firme otro por mí; que para todo hay remedio, si no es para la muerte; y teniendo yo el mando y el palo, haré lo que quisiere. Cuánto más, que el que tiene ei padre alcalde... y siendo yo gobernador, que es más que ser alcalde... llegaos, que la dejan ver. No, sino popen y calóñenme; que vendrán por lana y volverán trasquilados; y a quien Dios quiere bien, la caza le sale; y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo; y siéndolo yo, y siendo gobernador y juntamente liberal, como lo pienso ser, no habrá falta que se me parezca. No, sino haceos miel, y paparos han moscas. Tanto vales cuanto tienes, decía una mi agüela, y del hombre arraigado no te verás vengado.

-¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! dijo a esta sazón Don Quijote. Sesenta mil Satanases te lleven a tí y a tus refranes: una hora ha que los estás ensartando, y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades. Dime: ¿dónde los hallas, ignorante? o ¿cómo los aplicas, mentecato? que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase.

-Por Dios, señor nuestro amo, replicó Sancho, que vuesa mer ced se queja de bien pocas cosas. ¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda? que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes, y ahora se me ofrecen tres, que venían aquí pintiparados, o como peras en tabaque; pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho.

-Ese Sancho no eres tú, dijo Don Quijote; porque, no sólo no eres buen callar, sino mal hablar y mal porfiar; y con todo eso, querría saber qué tres refranes te ocurrían ahora a la memoria, que venían aquí a propósito; que yo ando recorriendo la mía (que la tengo buena), y ninguno se me ofrece.

-¿Qué mejores, dijo Sancho, que «entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares», y <a idos de mi casa, y qué queréis con mi mujer, no hay responder», y «si da el cántaro en la piedra, o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro», todos los cuales vienen a pelo? Que nadie se tome con su gobernador ni con el que le manda, porque saldrá lastimado como el que pone el dedo entre dos muelas cordales; y aunque no sean cordales, como sean muelas, no importa; y a lo que dijere el gobernador no hay que replicar, como al salíos de mi casa, y qué queréis con mi mujer. Pues lo de la piedra en el cántaro, un ciego lo verá. Así que, es menester que el que ve la mota en el ojo ajeno, vea la viga en el suyo; porque no se diga por él espantóse la muerta de la degollada»; y vuesa merced sabe bien que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena.

-Eso no, Sancho, respondió Don Quijote; que el necio ni en su casa ni en la ajena sabe nada, a causa que sobre el cimiento de la necedad no asienta ningún discreto edificio. Y dejemos esto aquí, Sancho; que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mía la vergüenza; mas consuélame que he hecho lo que debía en aconsejarte con las veras y con la discreción a mí posible; con esto salgo de mi obligación y de mi promesa. Dios te guíe, Sancho, y te gobierne en tu gobierno, y a mí me saque del escrúpulo que me queda, que has de dar con toda la insula patas arriba, cosa que pudiera yo excusar con descubrir al Duque quién eres, diciéndole que toda esa gordura y esa personilla que tienes, no es otra cosa que un costal lleno de refranes y de malicias.

-Señor, replicó Sancho, si a vuesa merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto; que más quiero un solo negro de la uña de mi alma, que a todo mi cuerpo; y así me sustentaré Sancho a secas con pan y cebolla, como gobernador con perdices y capones; y más, que mientras se duerme todos son iguales, los grandes y los menores, los pobres y los ricos; y si vuesa merced mira en ello, verá que sólo vuesa merced me ha puesto en esto de gobernar; que yo no sé más de gobiernos de ínsulas que un buitre; y si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno.

-Por Dios, Sancho, dijo Don Quijote, que por solas estas últimas razones que has dicho, juzgo que mereces ser gobernador de mil insulas. Buen natural tienes, sin el cual no hay ciencia que valga: encomiendate a Dios, y procura no errar en la primera intención; quiero decir, que siempre tengas intento y firme propósito de acertar en cuantos negocios te ocurrieren, porque siempre favorece el cielo los buenos deseos. Y vámonos a comer; que creo que ya estos señores nos aguardan.

(Ibid., cap. XLIII).

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