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paz y amistad verdadera. Era de ver la obstinación con que peleaban: ni pensaban en otra cosa que en destruírse enteramente, por conservar cada cual la opinión de docto y único en su línea; y esto lo probaban con golpes crueles, tirándose al degüello, como gente desesperada que sólo aspira a morir matando.

Mercurio se descalzaba de risa al ver lograda su maldita intención, y advirtiendo que Apolo con toda la gente de casa ocupaba ya las ventanas y galerías del patio, trató con él que se pusieran en uso las armas prevenidas, para dar gloriosa cima y remate a aquella

aventura.

Así se dispuso, y cuando todavía proseguían los literatos en hacerse añicos, comenzaron a bajar con ruido espantable infinitos muebles y utensilios que hicieron efectos de artillería, bombas y catapultas; tiraban los de arriba a los de abajo, para ponerlos en paz, mesas, fregaderos, cofres, tajos, sillas, barreños, armarios, platos, cantarillas y todo género de vasijas: las musas, las señoras musas, llenas de colerilla y deseos de venganza, eran las más diligentes en procurar la destrucción de la infeliz gavilla de los autorcillos. Ellos, viendo encima de si aquella tempestad, corrían desatinados de una a otra parte sin poder valerse; pero cayó segundo diluvio que los puso en mayor conflicto. Comenzaron a tirarles grandes ollas de agua hirviendo, espuertas de ceniza, basura, cantos, tronchos, arena de fregar, tejas, ladrillos, leños encendidos, agua fuerte, polvos de juanes, pajuelas ardiendo, aceite frito, trementina caliente, pez y rescoldo. No era fácil resistir a tan horrible fuerza: dieron a huir hacia la puerta, pues la necesidad no permitía otra cosa; el ejército de Apolo se abrió en dos columnas para que, dejándoles la salida libre, y asegurado el palacio, se les pudiese cargar después en la retirada; y así que los vieron fuera, salieron detrás el Conde de Rebolledo y Don Diego de Mendoza con una partida ligera a seguir el alcance, y otros cuerpos pequeños se iban apostando por todos los caminos y sendas del Parnaso, que absolutamente ignoraban los enemigos.

En éstas y estotras ya era de noche: la oscuridad, el cansancio, los golpes recibidos, el miedo, la prisa que llevaban, y sobre todo, el no tener conocimiento alguno del terreno por donde iban, eran todas circunstancias fatales que aumentaban la desgracia de los fugitivos.

Mercurio y los suyos les decían que se rindiesen, como algunos de ellos lo habían hecho (incluso el embajador tuerto, que le acaba ban de sacar medio descaderado de una zanja), porque si adelante seguían, perecerían todos sin remedio. Pero sí, ya estaban ellos en venirse a buenas. Correr que te correrás como galgos, saltar peñascos, atravancar malezas, y no dar oídos a cuanto les decían: esto fué lo que hicieron, hasta que llegándose a encarrilar la mayor parte de ellos por unas breñas escarpadas y altisimas, a breve rato comenzaron a rodar por ellas, agarrados unos a otros, y dando aullidos se precipitaron en una gran laguna, que está al pie de aquellos peñas. cos, y se forma de las vertientes de Castalia.

Los pocos que andaban descarriados por varios andurriales libraron mejor, porque cayeron en manos de los de Apolo: recibieron todo agasajo y buena asistencia; se les cataron las feridas, y fueron tratados con más amor que su ignorancia y soberbia merecieron.

Apolo, Mercurio, las musas, los poetas buenos, y todos los de casa no se hartaban de dar gracias al cielo por tan feliz victoria; despacháronse extraordinarios a todas partes con aviso de lo ocurrido en aquel tremendo día; y en ocho que duraron las fiestas quedó Timbreo casi pereciendo, porque el gasto de bollos, bizcochos, con. servas, bebidas heladas y chocolate ascendió a más de lo que puede sufrir el bolsillo de un dios que protege la buena poesía.

Después de pasado el turbión de visitas y enhorabuenas, se trató de lo que convendría hacer con los vencidos. Cascales, Cervantes y Luzán se encargaron de examinarlos separadamente, para ver a cuántas estaban de locura; y en vista del informe que presentaron estos jueces, se mandó que algunos de ellos, después de habérseles dado una buena reprimenda, se restituyesen a sus casas, con pasaporte para todos los registros del Parnaso, y sendas cestillas en que se les puso su ración de pan, queso y pasas; y a los más contritos, por vía de ayuda de costa, repartieron las caritativas musas de propio caudal unos cuantos maravedises.

A los restantes (incluso el tuerto), que a juicio de los examinadores eran incurables, los encerraron en las jaulas de los locos, donde hoy se hallan tan en cueros como siempre, y tan sabios como su madre los parió.

ÍNDICE

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Segundo trozo de su vida.

P. JOSÉ FRANCISCO DE ISLA..

De la «Historia del Famoso Predicador Fr. Gerundio de Cam-

Págs.

268

275

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Aparecen en el mar pájaros y otras señales de próxima tierra.

291

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Viaje de Madrid a León. Describe las glorias, los silos y las bodegas de
Castilla.

D. LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN..

De «La derrota de los pedantes».

Mercurio introduce a la presencia de Apolo a un poetastro que viene por
embajador de los pedantes que habían asaltado el Parnaso..

Reanúdase la lucha entre los literatos y los pedantes.

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para

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