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CAPÍTULO XCVI.

Dejado por agora de contar lo que sucedió al Clérigo con la venida del Rey, tornemos á la diligencia que Diego Velazquez y los españoles de la isla de Cuba ponian en ir é enviar á saltear indios para traer á ella, por la priesa que daban á matar los naturales della con las minas y granjerías nefarias que tenian, porque cuanto más oro y riqueza adquirian, tantos más indios se les morian, y cuanto mayor número dellos perecia y se iba despoblando la isla, tanta mayor prisa se daban en hacer armadas para ir á buscar islas y saltear y robar las gentes naturales que en ellas vivian, de la manera que se habia hecho en esta isla. Tenia intento Diego Velazquez, segun él decia, que si las tierras ó islas que se descubriesen fuesen tales y de oro tan ricas, que alli hobiesen de ir á poblar españoles, no sacaria dellos para traer á la de Cuba los indios, sino que allí los irian á convertir de la manera que en esta Española, y en aquella, y en las otras, él y los demas lo hicieron, haciéndoles ántes blasfemar el nombre de Cristo, matándolos en los trabajos dichos, y por ellos y en ellos, muriendo sin fe y sin Sacramentos, ni que tuviesen cognoscimiento de Dios ni alcanzasen á saber una jota del culto divino; y éste era su propósito, y ésto llamaba ir á sus islas y tierras á convertillos y hacer á Sus Altezas servicio. Pero si las tierras no tenian oro, que por consiguiente las estimaban por inútiles y perdidas, tenia por sacrificio para Dios y servicio para Sus Altezas, saltear y prender toda la gente dellas, y traellos por esclavos y consumilla toda en las minas y en las otras granjerías, como de las demas de arriba se há harto dicho. Para proseguir, pues, sus buenos intentos de Diego Velazquez, y de los españoles que allí eran vecinos y tenian

indios, y se hallaban con dineros sacados de las minas y de las otras granjerías, con la justicia que se ha dicho, juntáronse tres dellos, llamados Francisco Hernandez de Córdova, harto amigo mio, Cristóbal de Morante y Lope Ochoa de Caicedo, y tractaron con Diego Velazquez que les diese licencia para ir á saltear indios donde quiera que los hallasen, ó en las islas de los Lucayos, aunque ya estaban, como arriba hobo parecido, destruidas, pero todavía creian poder topar, rebuscándola, algunos escondidos, ó de otras partes de las descubiertas. Dada licencia, puso cada uno dellos 1.500 ó 2.000 castellanos; compran ó fletan dos navíos y un bergantin, y provéenlo de pan caçabí, tocinos de puerco y carne salada, y agua y leña y lo demas necesario, juntan cien hombres, con marineros, y todos á sueldo ó á partes, que es decir que tuviesen su parte, cada uno, de los indios que salteasen, y del oro y de otros provechos que hobiesen. Hace Diego Velazquez Capitan de todos al dicho Francisco Hernandez, porque era muy suelto y cuerdo, y harto hábil y dispuesto para prender y matar indios; llevaron por piloto á un marinero llamado Anton Alaminos, el cual, los tiempos pasados, siendo él mozo y grumete, habia navegado y halládose con el Almirante viejo, primero que descubrió las Indias, cuando descubrió á Veragua el año de 502. Partiéronse del puerto de Santiago, haciéndose á la vela, creo que, por fin del mes de Febrero el año de 1517, por la banda ó parte del Norte de la isla de Cuba, y llegaron al puerto que dicen del Príncipe, donde tenia hacienda alguno ó algunos de los armadores ó sus amigos, para tomar carne, y agua, y leña y otras cosas para su viaje; y estando allí, dijo el piloto Alaminos al capitan Francisco Hernandez que le parecia que por aquella mar del Poniente, abajo de la dicha isla de Cuba, le daba el corazon que habia de haber tierra muy rica, porque cuando andaba con el Almirante viejo, siendo él muchacho, via que el Almirante se inclinaba mucho á navegar hácia aquella parte, con esperanza grande que tenia que habia de hallar tierra muy poblada y muy más rica que hasta allí, é que así lo afirmaba,

y porque le faltaron los navíos no prosiguió aquel camino, y tornó, desde el cabo que puso nombre de Gracias a Dios, atras á la provincia de Veragua. Dicho ésto, el Francisco Hernandez, que era de buena esperanza y buen ánimo, asentándosele aquestas palabras, determinó de enviar por licencia á Diego Velazquez para que, puesto que iban á saltear indios y traerlos á aquella isla, que, si acaso de camino descubriesen alguna tierra nueva, fuese con su autoridad, como Teniente de gobernador que allí gobernaba por el Rey; el cual se la envió larga, como Francisco Hernandez, que la pidió, deseaba. La licencia venida, luégo, sin más se tardar, como si con la misma licencia le enviara la llave de la puerta donde estuviera encerrada toda la tierra que habia de hallar con toda certidumbre, y hobiera de ir luégo á ella á morar, embarca muchas obejas y puercos, y algunas yeguas, todo para comenzar á criar. Hiciéronse á la vela, llegan á la punta ó cabo de la isla que se llama el cabo de Sant Anton, desde allí andaban de dia lo que podian, y bajaban las velas de noche, que llaman estar al reparo, por navegar por mar que no sabian, y por no dar en tierra ó bajos ó peñas de noche, industria de prudentes marineros; y finalmente, al cabo de cuatro dias que habian, segun su parecer, andado, con las paradas dichas, 70 ó 80 leguas, llegaron á una isla grande que los indios llamaban y llaman Cozumel, y los españoles le pusieron Sancta María de los Remedios, porque les ayudase á saltear las gentes que en sus casas vivian seguras. Llegándose á la isla y costeando por la ribera della, buscando puerto donde surgir ó echar anclas, y no lo hallando, mandó ir el Capitan con 45 hombres en las barcas, y llegó en ellas cerca de un pueblo grande que desde la mar habian visto, y como los indios dél vieron que los españoles iban hácia allá, salieron á recibillos muchas canoas llenas dellos, todos fajados por la cintura, y de allí abajo cubiertos con unos paños ó mantas de algodon, y con sus armas, arcos y flechas y ro-delas; llegando á las barcas comenzaron á hablar por señas á los españoles, como preguntándoles quién eran y qué que

rian, y junto con ésto dánles ciertas calabazas de agua, como entendiendo que los que navegan, siempre, lo primero que quieren de tierra es agua, diéronles tambien maíz molido en pella y masa, de que suelen hacer como unas zahinas ó poleadas, cuasi como bastimento para camino y para necesidad: el Capitan les dió una camisa de algodon. Vieron los indios en una de las barcas un indio de Cuba que llevaban consigo los españoles, al cual por señas pidieron que se lo diesen, para que trujese más arina ó masa de maíz y más agua; el Capitan se lo dió y metiéronlo en sus canoas y fuéronse. Los españoles llegáronse á un estero que por allí estaba, y en ésto llegó el bergantin, que venia más llegado á tierra y atras; dijeron los dél que aquellos indios habian peleado con él y le habian seguido por aquella costa de mar dos dias. Estando platicando en ésto llegaron 16 canoas de indios, los cuales por señas les dijeron que se fuesen con ellos al pueblo, lo cual hicieron los españoles y concedieron de buena voluntad, y los unos en sus barcas y los otros en sus canoas fueron juntos, y en el camino les anocheció cerca del pueblo, en una punta que hacia la tierra entrando en la mar; saltaron los españoles á dormir en tierra y los indios durmieron junto á ella en sus canoas, y como era cerca del pueblo, en toda la noche no hicieron sino ir y venir dél indios á hablar y estar con los indios de las canoas. A la media noche vinieron dos dellos con sus arcos y flechas por tierra, y viéndolos un español que velaba su cuarto y que se metian entre ellos, levantóse y arremetió á ellos con la espada sacada y dando voces; levántanse todos los españoles, y arremetieron con los indios que estaban junto en las canoas. No supe los que alcanzaron, mataron o hirieron, mas de que todos los que pudieron huyeron y dejaron 14 canoas con sus arcos y flechas; argumento harto claro de que no tenian por entonces pensamiento de acometer ni hacer daño á los españoles. Otro dia de mañana vieron venir los españoles dos canoas y dentro nueve hombres, y, llegados á tierra, el Capitan de los españoles los hizo prender y atar sin por qué ni para qué, sino para hacer heder por toda la tierra

su nombre. Hízolos interrogar uno á uno, apartados, mostrándoles oro de la isla de Cuba, y preguntándoles si en aquella tierra habia de aquel metal. ¡Mirad qué evangelio comenzaba á predicalles y qué señas les daba que habia en el cielo un sólo y verdadero Dios! Todos conformes respondieron que lo habia en unas provincias que nombraban Cube y Comi, señalando y nombrando los rios donde lo sacaban; ésto sabido, mandó soltar el Capitan el uno de los nueve, diciendo que fuese á traer el indio que habian llevado el dia pasado, y los ocho envió á los navíos y los echaron en cadenas. Esperaron dos dias, y como no volvió, quizá teniendo legítimo impedimento, partiéronse los españoles por tierra, la costa abajo, y los navíos cerca de tierra por la mar, hasta cerca de un pueblo grande que viniendo por la mar habian visto; allí vinieron ciertos indios en una canoa, haciendo á los españoles señales de paz, y preguntóles á qué venian ó qué era lo que querian en tierras que no eran suyas, respondió el Capitan que si les daban oro les daria un indio suyo que allí tenia, porque los demas de los nueve iban en los navíos, los indios dijeron por sus señas que desde á tres dias se lo traerian. Volvieron al tercer dia en una canoa seis indios y trujeron como media diadema y una patena de oro bajo, y dos gallinas asadas de las grandes de aquella tierra, y maíz hecho pan, lo cual todo dieron al capitan Francisco Hernandez y él les dió el indio, los cuales dijeron que otro dia volverian por los otros indios que les tenian presos y les traerian taquin, que entendieron ser otro oro fino (á lo bajo llaman mazca). Los españoles los esperaron, segun dijeron, seis ó siete dias, y como no vinieron acordaron de no entrar en aquel pueblo, sino irse por la costa abajo del Norte de la isla, llevando las barcas y el bergantin junto á tierra; de allí veian la playa y ribera de la mar llena de indios. Vieron por el camino muchos ciervos y en unas casas pequeñas hallaron muchas piedras labradas de cantería, y ciertas vigas grandes labradas de cuatro esquinas. Yendo desta manera descuidáronse los del navío, donde iban presos los siete indios, y así quebraron la cadena en que

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