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escribir, entraron en Cabildo secretamente, por miedo del Condestable, y enviaron cuatro regidores que lo buscasen` por los pueblos donde andaba, y le rogasen de partes de la villa se acercasen más á ella, viniéndose una legua de allí, á donde venian todos disimuladamente para ser de la demanda que traia informados; y entre los que vinieron fueron cuatro, los cuales los subieron á un pajar, en lo más alto de la casa donde posaban, cuasi temiendo que las paredes lo habian de decir al Condestable, y le dijeron: «Señor, cada uno de nosotros no quiere ir á las Indias por falta que tenga acá, porque cada uno tenemos 100.000 maravedis de hacienda y aún más (lo cual para entónces, y en aquella tierra, era mucho caudal), sino vamos por dejar nuestros hijos en tierra libre y real.» No. lo hicieron tan secreto que lo ignorase el Condestable; despacha luego un escudero, y otro á rogar al Clérigo que se saliese de su tierra; el Clérigo hacíase reacio, diciendo que él iria luégo á besarle las manos, y así fué, y hallóle á la salida de Berlanga, que iba á despedir al obispo de Osma, que con él habia pascuado; pasaron muchas pláticas, alegando el Condestable que rescibia grande agravio, y que le rogaba que se fuese á sacar labradores de otra parte. El Clérigo dijo que así lo haria, por serville, pero que queria entrar en Berlanga á hacer apregonar las provisiones. Dijo él: «Si quereis entrar como amigo yo me holgaré mucho dello, y haceros hé todo buen tractamiento.» Finalmente, se despidió dél, llevando la Memoria escrita de los que se habian asentado. Mandó luégo apregonar el Condestable que cualquiera que comprase la hacienda de los que se habian escripto para las Indias la tuviese perdida, lo cual no mucho de tiranía distaba. Anduvo el Clérigo por aquellos lugares de señorío, y cuasi todos se movian á la jornada, y en un lugar del conde de Coruña, llamado Rello, que era de 30 casas, se escribieron 29 personas, y entre ellas dos vecinos, hermanos, viejos de setenta años, con 17 hijos; diciendo el Clérigo al más viejo: «Vos, padre, ¿á qué quereis ir á las Indias siendo tan viejo y tan cansado?> respondió el buen viejo: «A la mi fe, señor, dice él, á morir

TOMO LXV.

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me luego y dejar mis hijos en tierra libre y bienaventurada.» Un poco antes desto, andando por aquellos lugares, el bueno de Berrio pidió muchas veces licencia al Clérigo para se ir al Andalucía, donde era casado; el Clérigo decíale que no se la podia dar, porque aquel era el negocio por que el Rey le daba salario, y por entónces andaban por aquella tierra donde hallaban gente propia para estas partes, que, cumplido por aquella tierra lo que el Rey mandaba, tiempo vernia cuando fuesen de los puertos abajo, porque, en fin, todo se habia de andar. El cual, como vido que pedir licencia al Clérigo era por demas, vino un dia con las botas calzadas á despedirse del Clérigo, diciendo que viese lo que le queria mandar, porque queria ir á la Andalucía, y que allá haria él lo que el Rey mandaba. El Clérigo, de su insolencia quedó admirado, y no le quiso hablar, pensando luégo quitalle el salario, creyendo que la Cédula donde se lo señalaba estaba vírgen como se la habia dado; fuése algunos pasos con él un escudero cuerdo, llamado Francisco de Soto, de los que con el Clérigo tambien andaban, y diciéndole que cómo se iba sin licencia del padre Casas, pues sabia que le podia quitar el salario diciendo la Cédula dél que lo acompañase y hiciese lo que él le dijese, respondió: Por eso vengo yo bien proveido, que donde decia «hagais lo que él os dijere», se puso «hagais lo que os pareciere», donde le constó ésto y creo que lo más. Tornó luégo el Francisco de Soto al Clérigo, diciéndole: «Señor, no os quejeis de Berrio, sino del obispo de Búrgos y de los demas que son vuestros enemigos, que os trabajan desbaratar cuanto sudais y trabajais.» Váse Berrio al Andalucía y estáse de reposo en su tierra comiendo á costa del Rey, é cuando le pareció váse á Antequera y allega 200 personas, los más taberneros, y algunos rufianes y vagabundos y gente holgazana, y los ménos labradores, y dá con ellos en Sevilla y en la Casa de la Contratacion. Los oficiales de la Casa, como no tenian Cédula ni mando del Rey, porque el Clérigo no la habia enviado por no ser tiempo ni sazon, segun la órden que llevaba, viendo tanta gente no sabian qué se hacer, y al fin

acordaron, porque allí no se desbaratasen, porque ya sabian en general la poblacion que el Rey hacer mandaba, por otras cartas, con esperanza que el Clérigo enviaria las Cédulas, embarcallos en unos navíos que para partir estaban y enviallos. Llegaron á esta isla y ciudad de Sancto Domingo, donde tuvieron mayores peligros y trabajos, porque como los oficiales del rey no habian rescibido Cédula tampoco alguna del Rey, ni mandado, porque el Clérigo no la habia enviado por la razon dicha, ningun remedio se les dió ni lo tuvieron sino morirse muchos dellos y henchir los hospitales de los demas, y de los que escapaban y sanaban hiciéronse taberneros, como quizá lo eran ántes, y otros vaqueros, y otros irse hian á robar indios á otras partes. Súpose tarde: el Clérigo dió voces al Rey y al Chanciller, que era venido ya, notificándoles y afeándoles el mal recaudo que el Obispo habia causado; mandólo luego remediar el Rey, puesto que fué en balde, y este remedio fué que mandó envialles 3.000 arrobas de harina y. 1.500 de vino, pero cuando acá llegaron, ya no habia hombre dellos á quien se diese ni dello se aprovechase. Aqueste fructo salió de haber falseado la Cédula real, despues de firmada, por contradecir el Obispo al Clérigo por su propia pasion en negocios que al mismo Obispo incumbian, y por ellos debiera mucho amallo. Desque vido el Clérigo la mucha gente labradora que se movia, y que los Grandes dello se agraviaban, y tambien que Berrio se le habia alzado, acordó de no mover más de los movidos y se tornar á la corte para que el Rey en lo uno y en lo otro pusiese remedio, como en cosa que tanto le importaba, y que solo él convenia poner la mano. Dejó toda la gente movida por los lugares, con buena esperanza que volveria presto y que iba por recaudo para sacallos. Llegado á Zaragoza, lo primero que hizo fué ir al mismo Obispo, por convencello como que queria, dándole buenas nuevas del buen suceso del negocio primero que á otro, alcanzar su gracia, y diciendole: «Señor, no sólo 3.000 labradores, á que yo me ofrezco, pero 10.000 podrá vuestra señoría enviar, si quiere, á poblar las Indias, que irán de muy

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buena gana; la muestra dello traigo, que son 200 vecinos y personas escriptas, y á ir obligadas, y no traigo más por no escandalizar los Grandes, hasta dello dar al Rey parte.» Respondió el Obispo (Dios sabe con qué ánimo): «¿Cierto, cierto?»> «Si señor, cierto, cierto.» «Por Dios, dijo él, que es gran cosa, cosa grande es.» Besadas las manos, y á lo que parecia ya de lo pasado aplacando, fuése el Clérigo al cardenal Adriano, que solia mucho gustar de la poblacion y la favorecia y loaba, y hecha la relacion de lo que dejaba comenzado, respondió en latin, porque con personas que lo entendiesen siempre lo hablaba: vere vos tribuitis aliud regnum regi, y áun bien pudiera con verdad decir que no sólo reino, pero reinos daba y más que reinos al Rey. Pero no mereció el mundo que gustasen dello ni lo entendiesen los que lo debieran entender; mas el Cardenal, como no pretendia interese y era de ánimo sincero, íbalo entendiendo como quien carecia de impedimentos; y porque ya estaba el Rey de camino y la corte mudándose para Cataluña y Barcelona, y vacaron los negocios por algunos dias, por tanto quédese lo relatado así, hasta que demos la vuelta sobre ello y prosigamos lo mucho que mientras el Rey estuvo en Barcelona sucedió. En este año de 18, en Zaragoza, hizo el Rey á Diego Velazquez Adelantado y Gobernador de toda la tierra de Yucatán y de la Nueva España, que habian descubierto Francisco Hernandez y Juan de Grijalba, como abajo parecerá.

CAPITULO CVI.

Entre tanto que el Rey llega y se asienta la corte en Barcelona, tornemos á enhilar las cosas que acacieron en estas Indias por este tiempo, que ya era el año de 1518; y contando primero lo de la tierra firme, converná que nos acordemos dónde cesamos de hablar en ella, y ésto parece arriba, en el cap. 76, donde referimos la justa muerte de Vasco Nuñez, no por lo que lo justiciaron, porque no pareció á todos que la causa que le levantaron era verisimile, sino por juicio de Dios, que tenia bien contadas las muertes injustas é innumerables que él habia perpetrado en los inocentes indios; y en el cap. 77, con ciertas y extrañas crueldades cometidas por los nuestros en los indios, aquella relacion concluimos. Degollado, pues, Vasco Nuñez, fuése de la villa de Acla, Pedrárias, al Darien, donde halló una carta de los padres de Sant Hierónimo, en que de parte del Rey le mandaban que no determinase por sí sólo cosa alguna, sin parecer del Cabildo del Darien, por haber sabido algunas de sus tiranías y como aquella tierra destruia. Pero harto poco remedio enviaban los Padres para excusar la destruccion della, pues eran tan grandes tiranos como él, y quizá más crueles los del Cabildo; mandáronle asimismo que restituyese todo el oro que habia robado al Rey y señor Pariba ó Paris, segun se dijo. Debian tener ya los padres Hierónimos noticia del robo que Badajoz habia hecho al dicho Cacique, y, por ventura, los avisaron dello Diego Albitez, de quien habemos hablado harto arriba, ó un Francisco Hernandez, que era Capitan de la guardia de Pedrárias, que tambien hizo cortar la cabeza como se

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