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dentro en la tierra, y apartado de la mar, tenian ciertas ramadas de árboles y hojas grandes, de las que arriba dijimos, y desherbado todo alrededor, todo muy fresco y gracioso, para donde se metiesen los españoles á comer y recrearse. Salió el capitan Grijalva en tierrra, con buen número de españoles, y así como el Cacique ó señor lo vido, váse á él y pone las manos en el suelo y bésalas, y luego abrazó al Capitan con rostro muy alegre, y tómalo por el brazo y llévalo á las ramadas, y llegados y sentados sobre las hierbas y hojas, dá de los mosquetes encendidos, llenos de sahumerios, al Capitan y á los españoles que á par dél estaban, uno á cada uno. Mandó el Capitan hacer allí un altar, y que dijese misa el capellan que llevaban, y como el Cacique vido que aquello era señal de religion y ceremonias del divino culto, mandó traer ciertos brasericos con ascuas y poner dellos debajo del altar, y otros por allí alrededor ó cercanos del altar, y echar en ellos incienso y de las cosas aromáticas que solian ellos á sus ídolos incensar y sahumar, porque las gentes de aquella Nueva España fueron de las más religiosas que hobo jamás entre todas las naciones que no tuvieron conocimiento del verdadero Dios. Estuvo pasmado, y los indios que con él estaban, clavados los ojos, mirando las ceremonias de la misa, como en los indios siempre se halla tener grandísima atencion notando los actos y obras que hacer nos ven. Así que, acabada la misa, mandó el señor traer de comer, y luego trujeron ciertos altabaques ó cestillos de pan de maíz, de diversas maneras hecho y cocido; trujeron frutas de la tierra y muchos platos hondos de barro, y quizá eran de las calabazas que llaman jícaras, muy pintadas por de fuera, llenas de potaje de carne bien guisada, que no supieron qué carne era, y no podia ser sino de aves, las gallinas que llamamos de papada, ó de venados. Comieron los guisados de buena gana, y dijeron que les supieron muy bien, y que les parecia que fuesen guisados con especias. Acabada la comida, mandó traer el Cacique algunas joyas de oro en granos grandes, aunque parecia estar fundido; algunos zarcillos para las orejas y na

debian

rices, ciertas sartas de cuentas gruesas y menudas, que ser la sustancia de madera, pero muy bien doradas; otras 15 ó 20 cuentas grandes, doradas, y al cabo una rana de oro muy sutilmente labrada; un ajorca de oro, muy rica, de cuatro dedos en ancho; otra sarta de cuentas doradas, con una cabeza de leon de puro oro, y otras sartas con muchas cuentas, y alguna que tenia 70 y más dellas doradas, y al cabo una rana de oro al propio hecha; un rostro de piedra, creo que verde; guarnecida de oro, con una corona de oro muy rica, y encima una cresta de oro y dos pinjantes de oro; un ídolo ó hombre de oro, pequeño, y con un moscador de oro en la mano, con unas joyas de oro en las orejas, y en la cabeza unos cuernos de oro, y en la barriga una piedra que debia de ser turquesa, muy linda, engastonada en oro. Entre estas joyas, aquí ó en otras partes deste viaje, se dijo haber rescatado una esmeralda ó piedra preciosa que valia ó que valió 2.000 ducados. Otras muchas cosas les dió, no tan principales, pero estas fueron las de más valor y más hermosas. Valia todo el oro que dieron mas de 1.000 ducados, sin el valor de la hechura de algunas cosas dellas, que pudiera valer más que el oro que tenian. El Capitan le dió, en pago del presente rescibido, no con qué saliese de laceria, y fueron las joyas siguientes: un sayo, una caperuza de frisa colorada, y en ella una medalla, no de oro, sino de las falsas; una camisa de presilla, con algunas gayas ó labores, de hilo y no de seda; un paño de tocar; un cinto de cuero, con su bolsa; un cuchillo, y unas tijeras, y unos alpargates; unas servillas de mujer, unos zaragüelles, dos espejos, dos peines y algunas sartas de cuentas de vidrio de diversos colores, todo lo cual valdria en Castilla tres ó cuatro ducados. Aquel señor Cacique y su gente, estimándose por muy ricos con lo que Grijalva les habia dado, y áun quizá creyendo que habian engañado á los españoles en más de la mitad del justo precio, volvieron otro dia con más ricas joyas para los tornar á engañar. Trujeron seis granos de oro fundido, grandes, no supe cuánto pesaron; siete collares muy ricos de oro puro, y otros cuatro

collares pequeños de oro, los dos con sus arracadas y pinjantes de oro, y tres sartas de cuentas doradas, y nueve cuentas de oro y un cabo, como patron, tambien de oro; otra sarta de cuentas de piedras, que ellos tienen por preciosas, y una ajorca de oro: ésto lo principal. Dióseles por retorno un sayo azul y colorado de frisa ó paño basto, un bonete de lo mismo, una camisa de lienzo, un cuchillo y unas tijeras, un espejo y un par de alpargates, y algunas sartas de cuentas de vidrio. Otro dia tornaron á su rescate y contratacion, y dió el Cacique á Juan de Grijalva dos granos de oro que pesaron 12 ó 15 castellanos, un collar de oro de piezas hermosas de ver, ciertas sartas de cuentas doradas, y nueve cuentas, todas de oro pero huecas, muy bien artificiadas, con un cabo de oro más grueso; una máscara de pedrerías, como las que arriba diji– mos: pagóle Grijalva con obra de 4 á 5 reales de valor, conviene á saber, un par de alpargates, un cinto de cuero con su bolsa, un paño de cabeza, unas servillas de mujer y dos ó tres sartas de cuentas de vidrio, que llamamos margaritas por ser de diversas colores, y cada sarta podia ser de 50 cuentas, como acá vienen comunmente y así las solíamos con los indios tratar y conmutar.

CAPÍTULO CXIH.

Visto por los españoles ser todos aquestos rescates y conmutaciones señales de haber en aquella tierra mucha cantidad de oro, y la gente della tan pacífica, franca y liberal, y por consiguiente, haber grande aparejo para henchir las bolsas y ser ricos señores á tan poca costa, comenzaron á renovar el clamor que en la tierra de Yucatán habian comenzado diciendo á su capitan Grijalva, con gran importunidad y murmurio, que pues Dios les mostraba tierra tan rica y gente tan bien acondicionada, donde fuesen bienaventurados, tuviese por bien de que allí poblasen, y en un navío de aquellos cuatro hiciesen saber. á Diego Velazquez su bienandanza, enviándole todo el oro y joyas que habian rescatado, para que les enviase más gente y rescates, y armas, y otras cosas, para su poblacion necesarias; ofreciéndose todos á que lo ternia por bueno Diego Velazquez, no embargante que por la instruccion que le habia dado trujese prohibido que no poblase, sino que descubriese y rescatase. Juan de Grijalva, era de tal condicion de su natural, que no hiciera, cuanto á la obediencia y aún cuanto á humildad y otras buenas propiedades, mal fraile, y por esta causa, si se juntaran todos los del mundo, no quebantara por su voluntad de un punto ni una letra de lo que por la instruccion se le mandaba, aunque supiera que lo habian de hacer tajadas. Yo lo cognoscí é conversé harto, y entendí siempre dél ser á virtud y obediencia y buenas costumbres inclinado, y muy subjeto á lo que los mayores le mandasen. Así que, por más ruegos, requirimientos, y razones importunas que le hicieron y representaron, no pudieron con él que poblase, alegando que lo traia prohibido por el que le habia enviado, y que no para más de des

cubrir é rescatar tenia poder ni mando, y que con cumplir la Instruccion que se le dió haria pago. Vista su determinacion, todos comenzaron á blasfemar dél, y á tenello en poco, y fué maravilla no perderle la vergüenza, y salirse todos en tierra y poblar, dejándolo ó enviándolo en un navío á Diego Velazquez; y por que un navío de aquellos hacia mucha agua, y tenia necesidad de se adobar, acordó Grijalva de lo enviar á la isla de Cuba, con la gente que andaba indispuesta, y que llevase las buenas nuevas de la buena tierra rica, y gente pacífica, y el oro y joyas que habian rescatado. Con esta embajada envió á Pedro de Alvarado, que debia ser el Capitan del mismo navío que tenia necesidad de ser adobado, el cual al cabo de ciertos dias llegó á la isla, y dada cuenta de la riqueza que habian hallado, y dando quejas todos los que en el navío habian ido de Grijalva, porque pidiendóselo todos, no quiso poblar ni dejar poblar tan felice y rica tierra, movióse á ira contra Grijalva Diego Velazquez, porque no lo habia hecho habiéndolo él mandado y dado por instruccion que por ninguna manera poblase. Pero era Diego Velazquez de aquella condicion, y terrible para los que le servian y ayudaban, y fácilmente se indignaba contra aquellos de quien le decian mal, por ser más crédulo de lo que debia. Finalmente, indignado contra Grijalva, porque no habia poblado contra su mandado, determinó, ántes que Grijalva viniese, de hacer otra armada, y enviar otro Capitan, y hobo al cabo de dar en quien no le obedeció tan fielmente como Grijalva, que la hacienda y la honra, y que lo que desde allí vivió viviese amarga y triste vida, y al fin la perdiese, y el alma sabe Dios por aquella causa en qué paró. Y dejado aparte que habia muchas razones por las cuales Dios le castigase, por haberse hecho rico de la sangre de aquellas gentes de la isla de Cuba, y de las matanzas que ayudó á hacer en esta Española, en especial la de la provincia de Xaraguá, como en el capítulo 9.o, del libro II, pareció, pero parece que quiso nuestro Señor afligille en pago de no agradecer á Grijalva la obediencia que le guardaba, cumpliendo estrechamente su manda

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