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ción siguiese adelante, es ociosa, porque claro es que si á Pinzón se debió el que la expedición se armase, la cooperación del valiente marino era esencial para que se continuara en cada punto del trayecto.

IV

Ahora, cuáles fueron las causas del motín? ¿Por qué no lo reprimió Colón sin llamar á los Pinzones? Las causas son bien sabidas. Todo el mundo, testigos (1), historiadores y el propio Colón (2), las repite, á saber: la mucha distancia andada y la persistencia de los vientos del Oeste, que si ahora empujaban las naves adelante, las empujarían atrás en el regreso y no les dejarían volver á Europa. Pero estas causas adolecen de un gravísimo defecto: el ser demasiado generales. En efecto: si tales fueron las causas, ¿por qué no se amotinaron los marineros de las otras dos naos? Todos habían andado la misma distancia; para todos sopla. ban los mismos vientos. No, las causas hay que

(1) Porque según los tiempos reinaban, dice el testigo Francisco de Morales, levantes en el golfo, que no creian, si más adelante iban, de poder volver en España.»>

«Porque el agua iba hacía allá á donde ellos iban, y el viento tambien, y que no podían volver....», declara Juan Roldán. (2) Véase pág. 167, nota.

buscarlas en la nao cuya tripulación se amotinó, la Santa María, y dentro de ella, en las relaciones perturbadas, las relaciones entre el Almirante y los marineros. ¿Y qué hallamos en estas relaciones? Primero, que Colón era extranjero; segundo, que los marineros iban allí, no por su confianza en Colón, que no les inspiraba ninguna, sino por consideración y afecto á Pinzón; y estas dos circunstancias no podían menos de engendrar en el ánimo de los tripulantes de la Santa María disposición á no sufrir ningún exceso de autoridad por parte de Colón. Claro es, que éste pudo haber desvanecido esta disposición obrando con prudencia y cordura, usando de trato afable y dulce; pero, y aquí tocamos á la causa principal, Colón no poseia ninguna de estas cualidades, que tan necesarias son para el arte de gobernar. Todo lo contrario. Por un sin fin de testimonios y de hechos consta, que Colón era vehemente, irascible, violento, desigual (1), extremoso, lo mismo en el premio que en

(1) «Era enojadizo y crudo» (Gomara, Hist. de las Ind. en Bibl. de Aut. Esp., t. XXII, pág. 172); «de recia y dura condi ción» (Garibay); «iracundiæ tamen pronus» (Benzoni, Hist. Indiæ Occ., lib. I, cap. XIV), con el cual juicio convienen casi todos los que han hecho el retrato moral de D. Cristóbal. Estos defectos le incapacitaban para el gobierno y le llevaban con frecuencia á actos de crueldad. (L. Vidart, Colón y Bobadilla. Madrid, 1892. «Los documentos de su edad lo amplían (su retrato) dando á entender que supo muy bien regir las naves, sin aprender jamás á gobernar á los hombres, por carecer de ese precioso don con que se les sujeta, atrayéndolos.» (Fernández Duro, Pinzón en el Desc. de las Ind., pág. 267.)

el castigo, y lo peor de todo, altivo y algún tanto orgulloso, lo que le llevaba á tratar con cierto des. pego y desdén á sus subordinados, contra lo que era usual y corriente entre la gente de mar española. Tales fueron las causas de la rebelión: la falta de arte en Colón para mandar (1), junto con la disposición de los tripulantes á no sufrir.

¿Por qué no reprimió Colón el motín sin llamar á los Pinzones? Porque carecía de poder, por lo mismo que no era él quien había contratado á los tripulantes, y no había sabido conquistarse su simpatía y respeto. Por esto también dió cuenta á los Pinzones del motín en forma tan impersonal y resignada, sin revelar su actitud, entregándose á discreción, hasta como si él mismo quisiera volverse: «¿qué os parece, señores, que fagamos?» Mas cuando oyó la respuesta enérgica de los Pinzones, se le ensanchó el pecho y exclamó: «¡bienaventurados seais!» Aquí se destaca bien ostensiblemente el gran ascendiente de Martín Alonso en la armada.

(1) Colon debió tener conciencia de su parte de culpa en el motín y del triste papel que había desempeñado en el acto de reprimirlo, y ésta hubo de ser la causa de no consignarlo en el Diario. Este silencio ha conducido al P. Cappa (Colón y los Españoles, págs. 73-76), como conducirá á todos los que tomen por única guía el Diario, á negar en absoluto la existencia del motín. El Diario de Colón hay que mirarlo con mucho respeto, por lo mismo que, llevándolo reservado, no había de estampar en él nada que no le favoreciese. Por lo demás, el motín á que el P. Cappa se refiere, ese motín que habria tenido á los Pinzones por instigadores principales, ya hemos visto que no existió.

Calmado el motín en los términos que acabamos de ver, las naves desplegaron de nuevo las velas, que el propicio Eolo volvió á hinchar con su benéfico soplo.

CAPÍTULO V

¡TIERRA!

I

Dejamos en el capítulo anterior á los expedicionarios en el acto de reanudar su viaje, después de haber sido reprimido el descontento de los marinos de la Santa María. Hallábanse á unas ochocientas leguas al Oeste de la isla de Hierro. A po co mas que anduvieron, la impaciencia por ver tierra se fué apoderando de todos los tripulantes, y llegó á ganar á los mismos jefes á medida que se acercaron al término de la distancia calculada por Colón. Influido por ella y por ciertas señales de la proximidad de tierras, Martín Alonso propuso á Colón, el día 9 de Octubre, mudar la cuarta al Sudoeste, lo que resistió Colón todo aquel día, mas al siguiente dijo: «fagámoslo así. Mudada la cuarta al Sudoeste, continúa el testigo García Vallejo (1),

(1) Véase Apéndice IV.

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