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antípodas, cayó la esfericidad de la tierra. El mercader egipcio, monje luego con el nombre de Cosmas y apellidado Indicopleusto, «navegante de la India», le dio el último golpe (1). Después de rechazar por absurda la doctrina de los antípodas, consigna que la tierra es una superficie plana, de 400 jornadas de largo y 200 de ancho; da al mundo la forma del arca santa de Moisés (2), y explica la sucesión de los días y las noches por la interposición de una gran montaña, tras la que desaparece el Sol todas las tardes (3). Cosmas pone la losa á la sepultura de la civilización clásica: las doctrinas de griegos y romanos se dan al olvido, y se vuelve á la primitiva concepción de la tierra plana.

(1) Topographia cristiana, en Montfancon, Collectio nova Patrum, vol. II, págs. 113 y siguientes. 1766.

(2) Merece consignarse esta nota de Cosmas: «Más allá del Océano que circunda los cuatro lados del continente interior, el cual representa el área del tabernáculo de Moisés, hay situada otra tierra que contiene el paraíso y que habitaron los hombres hasta la época del diluvio:» por haber tratado algunos de identificar esta tierra con América.

(3) Pero en Cosmas hay que distinguir el monge del viajero. El viajero dice sencillamente la verdad de lo que ha visto ú oido en Ethiopía y en la India hasta Siedeliba (Ceilán), y sus notas de los países, habitantes y producciones no se consultan sin fruto. Aun cuando no le debiéramos más que la célebre inscripción de Adulis, monumento precioso para la historia y la geografía del reino de Axum (actual Abisinia), tendría derecho á nuestra consideración y gratitud. (Vivient de Saint Martin, Hist. de la Geogr., t. I, págs. 411-412; A. de Humboldt, Cristóbal Colón y el Descub. de Amér., t. I, caps. II y III.)

Este regreso da la medida del espantoso retroceso que sufrió la humanidad al hundirse el imperio romano de Occidente. ¡Cuánto trabajo perdido!

VI

Mas nó, no fué del todo perdido: el trabajo de griegos y romanos dió sus frutos, y frutos muy ópimos. La civilización, aun después de muerta, es fuego, fuego oculto bajo cenizas, pero fuego que arde siempre, y que se aviva, y se enciende, y se inflama así que encuentra á su alcance materia bien dispuesta. Los germanos, bárbaros, habían matado la civilización romana; los germanos, educados por el cristianismo, volverán á la vida la civilización romana. Este renacimiento se cumple en el siglo XIII, merced á la comunicación cada día más íntima de los cristianos con los árabes (1), herederos directos y continuadores de la ciencia antigua, muy dados á la ciencia de la tierra y del cielo, que

(1) Se ha dicho con razón que los árabes fueron los conservadores de la ciencia de los griegos cuando la Europa era demasiado ignorante para encargarse de aquel precioso depósito, y que á su influencia se debió el que las naciones europeas salieran del letargo en que dormían desde el siglo VI y sintieran las primeras aspiraciones á recobrar la ciencia antigua. Por este lado, más que por el de las conquistas cientificas, hay que buscar el papel que los árabes han desempeñado en la civilización del mundo.

tuvieron viajeros como Ibn-Batuta (1), geógrafos como Masudi, Ibn-Hocal y Edrisí (2), astrónomos como Abul-Hassan, Nazir-ed-Din y Olugh-beg, observatorios como los de Maragah y Samarcanda, y de quienes, por sus vastos conocimientos, gustaron rodearse los soberanos más ilustres de Europa, el emperador Federico II, en la Baja Italia, Alfonso X el Sabio, en Castilla, y más adelante, Enrique

(1) Ibn-Batuta es uno de los viajeros más notables del mundo. Por el Sur, avanzó hasta Quiloa, en el mar de Berbería, y hasta más allá de Timbucto, en la Nigricia; por el Norte, hasta Bolgar, antigua capital de los búlgaros, no lejos de la confluencia del Kama con el Volga, y por el Oriente, recorrió las costas de la China y el archipiélago de la Sonda. (Viajes de Ibn-Batuta, traducidos por Defremery y Sanguinetti, 1854.) También tuvieron los árabes sus navegantes, y no sólo en el mar de las Indias, sino en el del Occidente, el mare tenebrosum. Por este mar efectuaron los ocho almagrurinos su viaje de descubrimientos, que nos refieren casi con las mismas palabras Edrisi y Ebn-al-Hardi. Por los rasgos de los habitantes del país adonde llegaron, creyó Mr. Guignes, padre, que habían arribado, si no á la misma América, á una de las islas próximas á ella; pero la opinión más razonable es la sostenida por el docto orientalista de Göttinga, Tychsen, y repetida por Malte Brun, de que no hicieron rumbo al Oeste, sino al Sur, siendo el país que visitaron alguna isla de la costa de África, quizás del Cabo Verde (A. de Humboldt, Cristóbal Colón y el Desc. de Amér., t. I, pág. 296.)

(2) Los geógrafos árabes, educados en la ciencia de los griegos y romanos, mantienen en cosmografia algunas de las teorías de éstos. Así, Edrisí, después de explicar que el Atlántico se llama Mar Tenebroso porque, á causa de lo difícil de su navegación, de su falta de luz y de lo frecuente de las tormentas, nadie ha osado surcarlo, añade: «Sábese, sin embargo, que el Mar Tenebroso contiene muchas islas, habitadas unas y otras desiertas. El mar de

el Navegante, en Sagres. ¡Qué renacimiento tan hermoso el del siglo XIII! Alberto el Grande, Rogerio Bacon, Vicente de Beauvais, Tomás Cantipratensis son las grandes figuras que lo representan. Su caracter es enciclopédico. Como en teología se escriben Sumas, en ciencia se componen Enciclopedias, en las que se reunen todos los conocimientos del tiempo (1). Y ocupa parte muy principal en éstas el mundo exterior, la cosmografía. Basta fijarse en los títulos de las obras. Mirabilia, Imago mundi, Speculum son los más comunes. Liber de regionibus mundi titula Bacon al suyo;

Sin (China), que baña las tierras de Gog y de Magog (costas orientales de Asia), comunica con el Mar Tenebroso, siendo las últimas tierras por la parte de Asia las islas Vac-vac, allende las que nada se conoce.» (Edrisi, Geographia Nubiensis, páginas 136-137. París, 1619.) Es decir, que el mar de la China y el Atlántico forman un solo mar, hallándose, por tanto, las costas orientales de Asia frente á las occidentales de Europa. Exactamente lo mismo que decían Aristóteles, Strabón y demás geógrafos griegos y romanos.

(1) El más completo de estos trabajos, verdadera enciclopedia del segundo período de la Edad Media, es el Speculum de Vicente de Beauvais. Se divide en cuatro partes: Speculum Doctrinale, que trata de todas las ciencias, desde la gramática hasta la teología; Speculum Historiale, que contiene la crónica del mundo hasta el año de 1244; Speculum Naturale, en donde se expone la naturaleza de las cosas, la situación de los lugares y la división del tiempo, ó sea, la física, la cosmografia, la geografía y el calendario; en fin, Speculum Morale, que viene á ser un curso de moral y de teología escolástica. Á unos trescientos cincuenta asciende el número de autores que cita Beauvais, siendo éste uno de los aspectos más instructivos del trabajo, por revelarnos las

Liber cosmograficus de natura locorum es como se llama el de Alberto Magno. Pues bien, en estas obras se desentierran y sacan á la plena luz del día las teorías de los antiguos acerca de la esfera terrestre. «Toda la zona tórrida es habitable, dice Alberto Magno, y es una inepcia del pueblo el creer que los que tienen los pies dirigidos hacia nosotros deben necesariamente caerse. Los mismos climas se repiten en el hemisferio inferior, al otro lado del Ecuador, y existen dos razas de etiopes, los del trópico boreal y los del trópico austral. El hemisferio inferior, antípoda al nuestro, no es completamente acuático; está en gran parte habitado, y si los hombres de estas lejanas regiones no llegan á nosotros, es á causa de los anchos mares interpuestos, ó acaso también porque algún poder magnético retiene los cuerpos humanos, como el imán atrae al hierro» (1). Bacón, en su Opus Majus (2), expone la doctrina aristotélica acerca de la esfericidad de la tierra y de la relación entre los conti

fuentes en que la Europa medieval bebía los elementos de su instrucción. De estos autores, solamente unos pocos pertenecen á la cosmografía, tales son: Aristóteles, Plinio, Séneca (Quæstiones Naturales), Macrobio, Ptolomeo (Almagesto), Manilio, Solino, Marciano Capela, Orosio, Isidoro, una Imago Mundi y los viages de Ascelino y de Plano Carpino. (Daunou, Analyse du Speculum quadruplex, en Hist. de la France, t. XVIII; Bourgeat, Etudes sur Vincent de Beauvais, 1859; Fabricius, Bibl. Grecq., vol. XIV, págs. 107 y siguientes. 1754.)

(I

Liber cosmograficus de natura locorum, fol. 14 b, y 23 a. Argentor, 1515.

(2) Pág. 184, Febb., 1732.

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