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vas del poder, y que sentando el principio de que el hombre libre no es patrimonio de nadie, haga reconocer el otro de que el rey es para la nacion y no la nacion para el rey: que el pueblo no debia ni podia tolerar que se le diga que se ha instituido un gobierno civil para dirigirle, y que en el hecho solo vea los caprichos de un déspota, y un gobernador civil cuyas facultades consisten únicamente en cobrar el sueldo y vestir el uniforme del ramo: que el pueblo no quiere que cuando se le dice que estamos en el precioso siglo de la regeneracion, suceda lo que nunca, de ser primero el castigo que la averiguacion del supuesto crímen, y que la informacion de la ley que lo califique..... » Y despues de una rápida biografía del general Llauder y de sus consultores, concluia en estos términos: «Ciudadanos y urbanos: ¡ viva la libertad! ¡muera el traidor Acordaos de vuestros juramentos y perseverad en los mismos. ¡Valientes del ejército! recibid el sincero entusiasmo de un pueblo que os aprecia por vuestro valor, por vuestro patriotismo, por vuestra cordura y por la armonía que con él conservásteis. Acordaos que sois españoles, que esta nacion no ha presentado jamás la degradante escena de pelear el ejército contra el pueblo, que sois dignos defensores de la libertad y no viles instrumentos de un tirano. Confiad en el pueblo, como el pueblo confia en vosotros, y ambos en los patriotas que os dirigen la voz, aguardando preparados la señal del combate: la esperiencia os ha acreditado que no es dudosa la lucha del hombre libre y del débil esclavo.>>

Así, incitados de entrambas partes los ánimos, se podia temer que el combate fuese tan largo y sangriento como lo era el encono.

Además de estos papeles, se esparció una proclama sobrado enérgica (1), y bastaba ella sola para sublevar los ánimos ya escitados de los barceloneses.

Y en efecto, la revolucion estaba ya hecha en los espíritus: solo faltaba obrar; y segun todas las apariencias, una noticia exacta ó falsa, una aclamacion cualquiera, era suficiente á precipitar el rompimiento.

Todos estaban en esta persuasion, hasta las autoridades, que se hallaban perplejas, temiendo por un lado el rompimiento, y no atreviéndose por otro á adoptar medidas para impedirle, por no apresurarle.

ASESINATO DE BASSA Y OTROS HORRORES.

LV.

Don Pedro Nolasco Bassa, merodeaba cerca de Barcelona, pronto á

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(1) Véase el documento número 11.

entrar en ella al primer amago de insurreccion, ó cuando Pastors se lo previniese; más conociendo éste el mal efecto que su entrada causaria, no siendo vano temor de los descontentos que iba á proteger la formacion de causa á los sediciosos, le detenia para que su llegada no fuera un pretesto de rompimiento.

Bassa, valiente siempre, se contenia por obediencia, no por temor. Bien sabia que los alborotadores estaban inquietos con su aproximacion á Barcelona; pero no le arredraba su malevolencia, y estaba no solo dispuesto, sino deseoso de hallarse en la capital.

Pastors creia poder conservar el órden con la llegada de la columna del coronel Burgués, y teniendo próximas las fuerzas de Bassa.

Así las cosas, supo éste, por su desgracia, que la agitacion de los ánimos crecia por momentos en Barcelona, que todo anunciaba un próximo rompimiento, y llevado de su decision, se vino sobre la plaza, adelantándose impaciente con su columna.

Sabe Pastors su llegada, y corre en su busca, hallándole en la calle de Gignas: abrázanse, y le dice Bassa:

--Le sorprenderá á vd. mi venida, faltando en ella á lo que habíamos convenido; pero vd. lo sabrá todo.

Juntos marcharon á palacio; y á poco les participahan hallarse la ciudad en conmocion, y que la gente acudia de todas partes á la plaza, presentándose antes de mucho en ella con sus músicas y bandera desplegada los batallones de la milicia, ocupando en columna cerrada todo aquel punto y sus inmediaciones. Esta fuerza era numerosa, mientras que la del ejército apenas pasaba de unos trescientos hombres, y tenia que cubrir muchos puntos, de modo que solo existian unos doscientos hombres francos de servicio en la Ciudadela.

Como Pastors ejercia el mando interinamente, y Bassa era el segundo cabo de la provincia, á una indicacion de éste resignó el mando, y recibió el santo y órdenes.

Pastors entonces le hizo presente que convenia á su seguridad, y era oportuno, que por la puerta interior del palacio saliese al instante y se situase en la Ciudadela; pero Bassa le contestó que aun no era ocasion de adoptar esta medida.

En tanto aumentaba el gentío y la gritería, y los salones de palacio se llenaron de autoridades de todos los ramos, jefes, oficiales, eclesiásticos, ayuntamiento, diputacion y caballeros particulares, que en medio de aquella ansiedad se dirigieron á este punto deseosos de calmarla. Todos rodeaban á Bassa, rogándole pasase á la Ciudadela, si aun era tiempo, aconsejándole algunos que saliese al balcon principal á hacer una manifestacion al público, para desvanecer los infinitos rumores que corrian, no faltando quien le escitara á salir de la ciudad. Pero Bassa con

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testó segun, es fama ¡0 yo ó el pueblo! Esta espresion que circuló eléctrica inflamó el ánimo de los insurrectos.

En tan crítica situacion, Pastors mandó por sí á uno de sus ayudantes á la Ciudadela, á que trajese toda la tropa franca de servicio, y la situase en el patio de palacio, de manera que pudiese contener á los que le invadieran.

Al mismo tiempo entraba en Barcelona una columna de cuatrocientos hombres perteneciente á la division de Bassa, y se situaba frente á la Aduana.

Los momentos eran ya decisivos, y Pastors manifestó á Bassa con amistosa energía lo grave de la situacion y la urgencia de tomar una resolucion cualquiera, ora fuese conciliante, ó fuerte.

-Amigo Pastors, le contestó, ínterin se estiende el acta que al parecer se desea, hágame vd. el favor de bajar á tranquilizar al pueblo, manifestándole mis deseos de órden y prosperidad.

Pastors corrió y manifestó á la multitud los sentimientos de su general, la dió conocimiento del acta que se iba á redactar y de lo demás que creyó oportuno para calmar aquella gente embravecida; pero unos le oyeron con desprecio y otros gritaron: ¡Muera ese tambien! Arrastrado por los grupos de un punto á otro, vió que la columna recien llegada simpatizaba con los sediciosos, secundando sus gritos, que no eran otros que la muerte de su jefe. Indignado Pastors al ver tan villana ingratitud en los soldados, procuró desprenderse de la muchedumbre que le rodeaba, y volver á palacio, al avisarle iban las turbas á penetrar en él por la tribuna.

Al entrar en los salones le sorprendió verlos desiertos: solo habian quedado en ellos el coronel Gaset y don José Cortés, ayudante de plaza.

Bassa, rodeado antes de tanta gente de toda clase y categorías, estaba solo en su despacho.

Los amotinados invadian ya los corredores con espantosa gritería. Pastors entró en el despacho del general, le abrazó y le dijo: -Los momentos son preciosos: es preciso ganar tiempo: los amotinados están ya dentro de palacio.

Sin aguardar contestacion, obligóle á salir por una escalera estrecha que estaba en la alcoba y conducia á las oficinas de estado mayor, y cerrando la puerta salió para los salones con la idea de contener á la multitud que ocupaba ya el llamado de los Ayudantes, y armada pregonaba la muerte á gritos. Pastors se les cuadró delante, y preguntándoles que querian, contestaron que la cabeza del general Bassa: replicóles que habian llegado tarde, pues habia salido el general por la puerta interior, y estaria ya en la Ciudadela, 6 embarcado. ¡Muera, pues, éste! re

pusieron irritados los invas
acaloradamente de su aten
de pronto por una de las p
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Reconocido de todos, r
este es!.... A él, á él! y po
hasta uno de los rincones
y guarecido por su mismo
una mano en cada pared,
manifestando al mismo ti

s. Pastors, impávido empezó á disuadirles , cuando el imprudente Bassa se apareció as laterales de aquella sala.

oyó más que un grito aterrador: ¡Este es, dose Pastors delante, retrocedieron ambos 1 sala. Asido Bassa de la faja de Pastors, erpo, abrió éste los brazos, y colocando sentó su pecho indefenso al hierro asesino, po á aquellos desalmados los verdaderos deseos del general en beneficio de la poblacion, y lo falso que eran los proyectos que le atribuian.

Más todo era ya inútil. Acortóse la distancia y á boca de jarro se disparó un pistoletazo, cuya pólvora quemó la sien izquierda y frente. del general Pastors, quien en medio del dolor y aplicando á aquella parte sus manos, prorumpió en una de las interjecciones inevitables en ciertos casos, que contuvo á la multitud un momento; pero vuelto á su posicion, se disparó un segundo tiro, que pasando su faja y uniforme, causó una pequeña lesion á tan heróico defensor, é hirió mortalmente debajo del corazon al infeliz Bassa, á quien por su mayor obesidad no podia cubrir del todo. Soltóse el moribundo de su faja, y al caer dijo á Pastors apretándole la mano:-Gracias, compañero mio, mil gracias.

Pastors, aterrado, no pudo ya evitar que aquella multitud asesina se arrojase á Bassa como el buitre hambriento sobre su presa, le arrastrara por el salon inmediato, y arrojase por el balcon su cuerpo palpitante para consumirle luego en auto de fé inhumano.....

¡Y esto se hizo en nombre de la libertad!.... Mentira: no eran liberales los que asesinaban cobardemente á los que se batian contra los carlistas, defensores del despotismo..... No eran liberales los que encendian hogueras para un valiente, eran sicarios, eran el baldon de Barcelona, el oprobio de la humanidad, la mancha que empaña el brillo del sol de la libertad.

Amamos al pueblo, porque á él pertenecemos; pero así como cortaríamos sin titubear un miembro canceroso de nuestro cuerpo, lo mismo estirparíamos del verdadero pueblo los miembros que le corroen.

El crímen de setiembre en Francia, repetiremos nuevamente, no fué el crímen de la libertad. El crímen de agosto en Barcelona, no lo fué del liberalismo. Los horrores que siguieron á la muerte de Bassa, arrastrado por las calles, quemado en una hoguera, no los cometió el partido liberal como veremos, no; cometiólos una turba desenfrenada y ébria, un bando de incendiarios que, llamándose liberales y aclamando la libertad, la profanaban con sus impuros labios. Los sentimientos liberales no estaban, no podian estar arraigados en su corazon. Ni podian perte

necer á ningun partido de principios, cualesquiera que estos fuesen, quienes se entregaban á tamaños escesos. Ningun partido español acogerá en su seno á tales mónstruos.

Levántese en buen hora el pueblo si sus legítimas quejas son desoidas, si no tiene ya medio legal de hacerlas valer; pero que al oponer su soberanía á un poder tirano, no insulte á su misma obra con sus escesos, no justifique con sus crímenes la tiranía de sus opresores.

Los asesinos, los tostadores de Bassa se desbandan por la ciudad como un elemento destructor, asaltan las oficinas de los comisarios de policía, arrojan por los balcones todos los muebles y legajos, y los queman. ¡Tal era su aficion á los autos de fé! ¡Y aclamaban á la patria y á la libertad!

Los papeles del Tribunal de Rentas, y los que habia en la casa Procura del monasterio de Monserrat, fueron igualmente presa de las llamas. En tanto derribaban algunos la colosal estátua de bronce de Fernando VII, y la reemplazaban con el retrato de la reina.

Estas escenas y otras no menos lúgubres, eran acompañadas de los cánticos descompasados de grupos feroces que paseaban las calles mostrando su regocijo y sosteniendo la agitacion. Pero aun no eran bastantes los escesos cometidos, eran necesarios más horrores, era preciso justificar que una mano estranjera, enemiga de nuestra prosperidad, atizaba por lo menos la llama de la discordia, y la fábrica de Bonaplata salvada en el primer incendio, cedió ahora al irresistible empuje de la canalla. Así acabó aquel monumento erigido á la industria española por el ilustrado Ballesteros, cuya muerte llora el país La astucia vió una ocasion de destruir aquel establecimiento, modelo de la fabricacion del algodon y maquinaria, planteado por los eutendidos Bonaplata y Vilaregut el año 1827, con el auxilio de 80,000 duros, nos parece, y supo aprovecharla, retardando el progreso, que inició, de la más importante de las industrias del Principado, y sepultando entre ruinas el enorme capital que representaba. Jefes de la milicia sus dueños, y de ideas avanzadas, el oro, no hay duda, estraño, movió á la pillería y redujo á escombros la creacion magnífica del reinado de Fernando.

En defensa de esta fábrica perecieron quince ó más urbanos, y entre ellos algunos que habian capitaneado los dias anteriores los grupos que incendiaron los conventos. ¡Notable coincidencia!

Aquella turba necesitaba de pillaje, y en la mañana del 6 corrió á la Aduana, depósito de las mercaderías de! comercio, y pensó cebarse en tan rico botin. En otro estremo de la ciudad, se quemaban todos los efectos de una casa, con pretesto de que su dueño celebraba los asesinatos del conde de España, y no ocupaba en su fábrica sino á los que reputaba por carlistas.

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