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Los liberales, avergonzados entonces de contribuir con su indiferencia á aquellas escenas de devastacion, quisieron terminarlas, y se pusieron decididos de parte de la autoridad.

RESTABLECIMIENTO DEL ÓRDEN.

LVI.

A ruegos del ayuntamiento, se encargó Pastors del mando, considerando este acto como el último sacrificio que podia hacer en aras de la tranquilidad; y á pié y sin sombrero, salió al instante de palacio, y por entre un inmenso gentío recorrió los principales sitios de la ciudad, admirándole unos, y compadeciéndole otros al verle en aquel estado.

Pasó por delante de la hoguera que consumió en la Rambla los restos del desgraciado Bassa; mandó apagar el incendio que habia enfrente, y recobrando algun tanto su energía, montó á caballo, atravesó por entre la multitud que gritaba vivas y mueras, y fué á las casas consistoriales, donde constituidas las autoridades en junta auxiliar consultiva se fueron enterando de las infinitas exigencias que se les hacian. Resol víanse unas, se enviaban otras al gobierno, y se logró producir una calma aparente.

Al saberse la invasion de la Aduana, dirigióse Pastors á un batallon de la milicia y le arengó. Escuchado con imponente silencio, les dijo por último: Nacionales, ¿quereis salvar la ciudad?—Sí, mi general, respondieron unánimes; y al momento tocaron ataque las bandas y músicas, salió el batallon al trote, y apareciendo á los pocos minutos el escuadron de lanceros de la milicia, siguió gustoso á Pastors, y acuchillaron todos á aquellas turbas, que huyeron despavoridas.

Barcelona se salvó del pillaje y de la devastacion. La autoridad recobró alguna fuerza, y el vecindario pacífico comenzó á tranquilizarse. Don José Melchor Prat, hijo del país, y de opiniones bien liberales, reemplazó interinamente en el mando al gobernador civil, don Felipe Igual.

La junta consultiva publicó una proclama invitando á los liberales acudiesen al socorro de los demás de la provincia, oprimidos por los enemigos de la libertad, é hiciesen tremolar su pendon y el de Isabel desde las orillas del mar hasta las más altas cimas de los montes, donde se ostentaban los carlistas orgullosos: llamaba á todos á tan heróica empresa, y abria el registro en varios puntos de la ciudad, ofreciendo cinco reales y el pan. En la misma invitaba á que los ciudadanos que no pertenecian á la milicia devolviesen las armas que se les habia entregado, dándoles gracias por sus servicios.

El 6 se dió esta órden de la plaza.

Los que ahora se propasan al desórden, no tienen otra mira que el pillaje y el asesinato: los buenos ciudadanos se unen al ejército para su esterminio, pues son muchos los que se me han presentado al efecto: por consiguiente encargo estrechísimamente á todos los comandantes de la fuerza, tanto de la benemérita milicia como del ejército, que guardando la debida union y armonía, hagan uso de las armas en cualquiera grupo de amotinados, destruyéndolos y conduciendo á los que capturen á la Real Ciudadela, á disposicion de la comision militar.- AYERVE.D

Entre otras medidas, acordó además la junta señalar cinco puntos céntricos á la fuerza militar; sacar de los fuertes á los regulares detenidos en ellos para destinarlos á donde conviniera; suspender de sus funciones á Civat,―el delator de la conspiracion de Madrid del 24 de julio del año último, y á otros empleados; reponer al delegado de policía; nombrar nuevos censores de imprenta, y disponer que se aumentase la milicia con todas las personas que ofrecieran confianza.

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La comision militar condenó á la última pena á Garri y Pardinas: al primero por cabecilla carlista, y al segundo por ser uno de los primeros que destruyeron la mencionada fábrica de vapor. La sentencia se ejecutó en la tarde del 7 por la tropa y la milicia reunidas, dándose así una satisfaccion, aunque incompleta, á la tan ultrajada vindicta pública.

SE ORGANIZA LA REVOLUCION.

LVII.

El furioso motin se convirtió en una revolucion pacífica que suplicaba al trono <«<se dignase enviar á regir la provincia una persona de circunstancias esplícitas é identificada en los principios políticos que S. M. consignó en el Estatuto Real; que en el caso de que no fuese de su soberano agrado, se dignase disponer siguiese desempeñando su destino al actual comandante de armas, así como los demás empleos públicos vacantes se llenasen por sugetos dignos; que S. M. se pusiese al frente de las reformas civiles y eclesiástica que tan imperiosa é instantáneamente reclamaban las necesidades cas y el voto general de la nacion; que se erigiesen diputaciones pro ciales en el Principado, y que se trasladase la universidad de Cerve Barcelona.»

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Esta esposicion no satisfizo á la gene nada tenia que ver con la revolucion el universidad de Cervera; que debia supo cuanto era dable en beneficio de la nacion que habian contrariado su voluntad; qua

ad, y decia el pueblo que estuviera en Barcelona la se que S. M. habia hecho que los ministros eran los creacion de diputaciones

provinciales era una medida de administracion muy secundaria, y que lo que se necesitaba eran principios de igualdad legal, de libertad civil, de facultad de constituirse por sí mismos, representacion nacional, jurado, en una palabra, la Constitucion. Por esto, decian, la mision de la junta era pedir lo conveniente á la reina con lenguaje franco, y aunque respetuoso, enérgico, esplicando las causas del público descontento.

Creció éste, y le acalló la junta con una medida que aplaudió el pueblo cuando leyó un edicto de la junta de autoridades y comisionados del pueblo, para la creacion de una auxiliar consultiva que ayudase á las autoridades civiles y militares á sostener la libertad, la causa de Isabel II y la traquilidad pública; cuya junta habia de ser el resultado del voto general de la poblacion, emitido libremente por las diferentes clases sociales, para obtener toda la fuerza, duracion y confianza po· sible.

El nombramiento de los doce indivíduos de que habia de componerse, se verificaria por electores y los cuerpos de la milicia, en reunion con la junta de autoridades y comisionados del pueblo; para lo cual se convocaban las juntas de los priores, cónsules y prohombres de los colegios y gremios, los dueños de fábricas, los comerciantes, los nobles y hacendados y cada uno de los seis cuerpos de la milicia.

Cada una de estas juntas nombraria tres electores de entre los indivíduos de su clase, á pluralidad absoluta de votos; y se precisaba la asistencia, bajo grave reponsabilidad.

Celebráronse las juntas electorales con órden, á pesar de que eran numerosísimos los cuerpos y corporaciones que elegian, y nombraron los electores de los indivíduos que debian componer la auxiliar (1).

(1) Colegios y gremios. Don Agustin Yañez, farmacéutico.-Don Luis Roquer, procurador. -Don Domingo Vidal, albañil.-Don Pelegrin Palers, zapatero.-Don Pablo Soler, impresor.Don Magin Tusquets, tendero.

Fábricas. Don Jaime Bosch y Quer.-Don Juan Vilaregut.-Don Andrés Subirȧ. Comerciantes. Don José Antonio Flaquer.-Don José Parladé.-Don Guillermo Oliver. Nobles y hacendados. Excmo. señor conde de Santa Coloma.-Don José Casagemas.-Don Cayetano Roviralta.

Primer batallon de voluntarios. Don Mariano Borrell, capitan.-Don Luis Joy, ayudante.— Don Juan Gally, sargento primero.

Segundo batallon. Don Mariano Vehils, capitan.-Don Ramon de Martí, capitan.-Don Antonio Venero, teniente.

Sesto batallon. Don Antonio Gironella, comandante.-Don José Manuel Planas, capitan.Don Pedro Soler, capitan.

Batallon de artilleria de voluntarios. Don José Luis de Rocha, comandante.-Don Antonio Xuriguer, capitan.-Don Pascual Madoz, sub-brigada.

Escuadron de lanceros. Don Joaquin de Gispert, capitan comandante accidental.-Don Manuel Senillosa, ayudante.-Don Francisco Lama, lancero.

Томо п.

18

La nueva junta convocó las diputaciones de los corregimientos de la provincia, dirigió un notable manifiesto á los catalanes y una respetuosa esposicion á la reina Gobernadora (1), é invitó á una confederacion liberal á los reinos de Aragon y Valencia; pudiéndose decir que desde entonces entró la revolucion en su cauce natural, y se hizo imponente.

El pueblo mostraba su soberanía, y se erigia en salvador de sí mismo y aun del trono que respetaba, y por el cual derramaba gustoso su sangre.

MOTINES Y ESCESOS EN TARRAGONA, VALENCIA, MURCIA, MALLEN, MONZON Y TARAZONA.-PRONUNCIAMIENTO DE ZARAGOZA Y OTROS PUNTOS.

LVIII.

Llauder supo el 6 en Vich las ocurrencias de Barcelona, y sin fuerzas para reprimirlas, contribuyó en lo que pudo á dar fuerza á Pastors (2). Recibiendo á este tiempo la concesion de la licencia que tenia pedida, marchó escoltado dignamente á los baños de Escaldas en el vecino reino de Francia.

Tarragona en tanto imitaba el ejemplo de Barcelona. La noticia de lo ocurrido el 25 en esta ciudad, agitó los ánimos, y para calmarlos, espidió el gobernador civil pasaportes al arzobispo y á muchos eclesiásticos de gerarquía, contra quienes se manifestaba el encono, á todos los religiosos de la ciudad, disolvió sus comunidades, y procuró poner en salvo á los que habian escapado de la matanza de Reus.

A pesar de estas medidas, aun veia el horizonte oscuro; y aunque todo el clero regular habia abandonado el cláustro, no consideraba seguros á sus indivíduos, ni á cubierto de tropelías sus edificios. Consiguió, sin embargo, frustrar algunos proyectos incendiarios; pero los últimos acontecimientos de Barcelona decidieron á los sediciosos.

Décimo batallon de milicia urbana. Don Juan Tamaró, sargento primero.-Don Antonio Miarous, urbano.-Don Bartolomé Vilaró, segundo comandante.

La junta de electores nombró para componer la junta auxiliar, á Don José Gasagemas.--Don Juan Antonio de Llinás. -Don Juan Abascal.-Don Mariano Borrell.-Don Antonio Gironella.Don José Parladé.-Don Pedro Figuerola.-Don José Manuel Planas.-Don Guillermo Oliver.Don Andrés Subirá.-Don Ignacio Vieta, tendero.-Don José Antonio Llobet.

Instalada esta junta, nombró por su presidente á don Antonio Gironella, por vice-presidente á don Juan Abascal, y secretario á,don Francisco Soler, que desempeñó iguales funciones en la diputacion provincial de Cataluña en la última época de libertad, quedando disuelta de becho la junta de autoridades.

(1) Véanse los documentos números 12 y 13.

(2) Segun comunicacion firmada en Puigcerdà el 8 de agosto.

Colubi, una de las víctimas predestinadas, salió de la ciudad al conocer que no podia hacer frente á la insurreccion. Una hora despues llegaron trescientos urbanos de Reus, é incorporándose á ellos los de Tarragona, aclamando todos á la reina, se dirigieron á matar al teniente rey y al mayor de plaza, á falta de Colubi. Refugiados éstos al cuartel de Saboya, se salvaron por el momento, gracias á la enérgica intercesion del brigadier Lausaca, á quien los amotinados nombraron gobernador, y á condicion de que se embarcaran los perseguidos. Hiciéronlo así, y al retirarse el destacamento que los habia escoltado dejándoles en el buque, hicieron algunos revoltosos que atracase al muelle, y asesinaron cobardemente á los dosjefes y á un oficial que los acompañaba, arrojando al mar los tres cadáveres.

Colubi, que iba vendido por su escolta, supo despedirla oportunamente, y refugiarse en Francia.

Tambien en Valencia, que ya en mayo se habian amotinado los díscolos, ahora que se asesinaba á Bassa en Barcelona, se alzaron á pretesto de que Quilez y el Serrador, despues de saquear varias poblaciones, habian llegado á Almenara. Principian por reunirse considerables grupos en las principales calles: tocan á generala á media noche, y aclamando á la libertad, piden el castigo de los presos por causas de conspiracion. Pero impacientes los sublevados, fuerzan las puertas de la torre de Cuarte, la cárcel de Serranos, la de San Narciso y las eclesiásticas, sacan los presos, los trasladan al Principal de urbanos, fusilan á las pocas hora á siete y trasportan al Grao á más de ciento para embarcarlos á Ceuta.

Los insurrectos no pasaron adelante en su saña, y respetaron á las autoridades, si bien don Francisco Ferraz se vió en la necesidad de hacer en Almodovar dejacion del mando de capitan general, que no desempeñaba á gusto de todos, á pesar de sus antecedentes liberales, y de su reputacion entre los verdaderos amantes de la libertad y gentes honradas.

En obsequio público, el conde de Almodovar tuvo que transigir con la revolucion, contenida algun tanto por la presencia del infante don Francisco y su familia, que estaban tomando los baños.

Entre las medidas que se adoptaron, fué una de las principales la disminucion de los derechos de puertas.

Murcia siguió el ejemplo funesto de Valencia. Habia en aquella capital una compañía movilizada de urbanos que no observaba rígidamente la disciplina; algunos grupos pidieron su encarcelacion, y las autoridades cedieron. No pasó de aquí el alboroto; pero sabidas las ocurrencias de Reus y las del 25 en Barcelona, cobraron nuevos brios los descontentos, dieron fuego á los conventos de Santo Domingo, la Tri

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