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«Pasado mañana, 15 de agosto, hay funcion de toros, y da el piquete de la plaza la milicia. En vez de disolverse en la Mayor, tocarán sus tambores generala, esparciéndose por la poblacion, y los de los demás batallones regresando á la plaza como punto de reunion. Se ocuparán las casas de la Plaza, y se harán barricadas en las avenidas de los arcos. Tambien se ocupará el telégrafo para impedir se avise al gobierno. Una compañía se posesionará de la puerta de Hierro, é impedirá el paso al sitio (La Granja). Hecho esto, se pondrá inmediatamente en libertad á Aviraneta, que dirá lo demás que deba ejecutarse.▾

Inevitable la revolucion, querian otros adulterarla, para que no resultara de ella la Constitucion, y con este intento vió Borrego á Quesada, conviniendo en que la Guardia Real no hostilizase á la milicia cuando se reuniera, y que se redactase una esposicion pidiendo la caida del ministerio, lo cual contentaria á todos.

Así las cosas, se pronunció antes de llegar á la plaza Mayor el piquete que venia de los toros mandado por Sanz, y al toque de generala por sus tambores y los demás que hicieron salir (1), se reunió toda la milicia en aquel punto al entrar la noche del 15 de agosto de 1835.

Sin ver oposicion, entregáronse á la inaccion los alzados, como si Madrid no contase una guarnicion superior á su fuerza. Sin curarse más que de lo que veian, redújose toda su estratégia á ocupar las casas de la Panadería y de Oñate, á abrir unas zanjillas que se salvaban con facilidad, y á situar el segundo batallon junto á San Andrés, á la mira del cuartel de San Francisco. Todos los demás como si no existieran. Esto por lo que hace á la parte militar. En cuanto á la política, se reunen los comisionados de la milicia en la Panadería, cada uno pide una cosa, pero Sanz dice que se haga una esposicion á la reina pidiendo la caida de los ministros, y designa á Olózaga y Borrego para redactarla. Se retiran á un cuarto, y como esto era valor entendido y ya la llevaba escrita Borrego, invirtieron algun tiempo en fumar, salieron, la leyeron, se aprobó y firmó. Se pedian en ella más garantías políticas y más decision contra sus enemigos y proteccion á los defensores del trono. Y como si nada más hubiera que hacer, como si tanto apurasen las circunstancias que ni pudiera titubearse por la reina gobernadora, como si todo lo hiciese esperar la buena redaccion del citado documento, entregáronse los directores de aquel movimiento á una incomprensible apatía, y produjo sus resultados su insensata confianza.

Por no molestar á Aviraneta, suponiendo que descansaria, no le pu

(1) Parece ser que el señor G. obligó á tocar generala despues de aconsejar á algunos del piquete de los toros lo que debia hacerse.

TOMO II.

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sieron en libertad aquella noche. Acaso habria sido diferente el éxito del alzamiento, á poder influir en él desde su principio este preso. ¡Por no molestar á un preso retardar su libertad!.... ¡y retardarla creyéndole necesario!.... Basta esta consideracion para conocer los puntos que calzaban en materias revolucionarias los jefes de aquel movimiento.

Sin ver más que lo que sus ojos alcanzaban, olvidándose de todo, tranquilos y satisfechos de no ser molestados, pareciéndoles demasiado la posesion no disputada de la dichosa plaza, y sin el genio necesario para llevar adelante su propósito, nada hicieron y todo quedó á la

aventura.

Las autoridades superiores al ver su abandono, cobraron más confianza, y el conde de Ezpeleta se estableció militarmente en el paseo del Prado, ordenó se le reuniesen trescientos caballos del regimiento de Estremadura 3.o ligero, acantonado en Vicálbaro, y las compañías del provincial de Santiago, de Toro y la quinta del batallon 1.° Provisional viniesen tambien desde Valdemoro, Leganés y Getafe á formar con el resto de la guarnicion.

El segundo batallon de la milicia, mandado por su comandante don Rodrigo Aranda y con muy mermada fuerza, se hallaba en la plaza del Rey, y habia indicado ponerse en desórden. El primer escuadron de la milicia de caballería se hallaba en la calle de Alcalá, conducido por su comandante el marqués de Casa Irujo. Ambos jefes hicieron conocer á Ezpeleta cuán poco habia que contar con su tropa si llegaba el caso de marchar sobre sus compañeros de la plaza Mayor, y hubo de tomar alguna medida precautoria en observacion de unos auxiliares tan insegu ros como los que empezaron á acercársele, haciéndolo á breve rato en la calle de Alcalá, con acompañamiento de vivas á la Constitucion que resonaba á lo lejos, el segundo escuadron de la caballería de milicia urbana que venia de la Plaza, Dobló sus precauciones militares y pensó desde entonces en alejar de sí, sin escándalo, toda aquella fuerza en ocasion oportuna.

Mandó por dos veces se le presentaran en el Prado los tres comandantes de los batallones de milicia urbana que estaban en la Plaza y no lo verificaron.

Dos órdenes de S. M., comunicadas por el ministerio de lo Interior, le habian hecho patentes las intenciones del gobierno, tanto para que dirigiese sus avisos al punto en que el ministerio se hallaba constituido, como para que tomase con arreglo á sus facultades las disposiciones convenientes; mientras el gobierno de S. M. creia oportuno, para evitar escándalos y desgracias, valerse del influjo de algunas personas de reputacion, como el marqués de Moncayo. Manifestado confidencialmente este acuerdo á Ezpeleta, contestó que estaba convencido de la utilidad

de semejante medida, pero que no era la autoridad, depositaria de la fuerza armada, quien debia ponerla en práctica. Comunicó asimismo al gobierno cuál era su posicion, y que en el primer momento del calor de la rebelion le parecia inoportuno atacarla, sobre todo de noche, en que la confusion habria acarreado males inevitables á quien no los merecia. Separado, y además con corta fuerza, de la que por necesidad se hallaba en el recinto de Palacio, le era preciso contar con esta última y aguardar la que esperaba de fuera para maniobrar en conse

cuencia.

A las doce de la noche del 15 fué llamado Ezpeleta al ministerio de lo Interior; y al mismo tiempo se le presentó una comision de cuatro oficiales de milicia urbana, al frente de la cual iba el capitan del 4.o batallon don M. Nocedal, á entregarle la representacion para S. M. y á pedirle pasaporte para que la comision se trasladase al real sitio de San Ildefonso, que les fué negado, y recogió la esposicion para entregársela á los ministros; y cuando fué á hacerlo recibió una invitacion personal del comandante del 2.o batallon de la milicia urbana para no darla curso, llegando casi al mismo tiempo que Ezpeleta al ministerio de lo Interior y procedentes de la reunion de la Plaza, el general Quesada y Olózaga.

Se decidió, por último, que dicho general hiciese saber á los sublevados que se retirasen á sus casas, dejando solo un reten de cincuenta. hombres en la Plaza, y que Ezpeleta retiraria despues sus tropas, estableciendo despues las guardias y piquetes que le pareciesen convenientes. Así lo hizo Quesada, y ya desconfiasen algunos, ó no satisfaciese á muchos, hubo acaloradas discusiones; gritó uno: ¡Viva la niña! y Quesada se ofuscó y le dió un palo. Esto alborotó á los milicianos que le quisieron matar, y no sin grandes esfuerzos, ayudados de estrañas peripecias, le salvaron.

A las seis de la mañana del 16 ya se habian reunido algunas de las fuerzas que habia llamado Ezpeleta, y las dirigió todas hácia Palacio para asegurar y colocarse sobre el camino de San Ildefonso, y uniéndosele el nuevo capitan general de Madrid, Latre, y Quesada, se convino de órden del gobierno atacar á los sublevados.

Habíase en tanto dado libertad á Aviraneta á las once del 16, dia festivo, y habló con varios jefes y oficiales de la Milicia, desconfiados ya de la empresa, estrañándole sobremanera no haber una cabeza que dirigiese. No se habia nombrado, en efecto, junta; todos hablaban y proponian, sin que recayese, con tanta divergencia de pareceres, acuerdo alguno. En vano trató Aviraveta, en compañía del capitan M. del B., de que se formase una junta que reanimase el espíritu, que comenzaba á decaer, de la milicia, y tomase medidas capaces de dar cima al pronunciamiento. Habló al efecto el capitan general del ejército, du

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que de Zaragoza, y á otros personajes conocidos de prestigio y posicion autorizada; mas todos se negaron. Era tarde: se habia dejado escapar la ocasion. Consultado entonces acerca de la situacion y del partido que convendria tomar en tan apuradas circunstancias, manifestó con franqueza que habia fracasado el pronunciamiento por haber dejado pasar tanto tiempo sin hacer nada, tiempo que el gobierno habia aprovechado en prepararse y desalentar á muchos, siendo de opinion que, como medida estrema, y ante la imposibilidad de salir airosa de un choque contra la guarnicion, saliese la milicia á Guadalajara, donde se pondria en comunicacion con los pronunciados de Zaragoza, asegurando que desde luego vendria á reunírsele un regimiento de caballería, mandado por su amigo el coronel don Antonio Martin, hermano del Empecinado, con quien estaba en inteligencia.

Desechada esta propuesta, de casi imposible ejecucion por sus inconvenientes gravísimos, y más arriesgada aun que un combate en las calles, sirviendo de parapetos las casas y haciendo inútil la caballería y artillería, ya no quedó esperanza de buen éxito, entregándose al acaso; y ni aun se pensó en salir con honra de aquel conflicto.

Convenido el ataque, se adelantó Quesada con una batería de la Guardia Real en la plazuela de los Consejos, sosteniendo este movimiento cuatro compañías de granaderos de la Guardia, y un escuadron de granaderos de la misma; se enviaron dos fuertes destacamentos de caballería á recorrer en opuestas direcciones el circuito esterior de Madrid, se situaron dos piezas en la plaza de Oriente en frente de las avenidas de Santiago y Santo Domingo, y se suspendió el ataque sobre la Plaza por la frecuente y no interrumpida llegada de emisarios, pidiendo que no tuviese efecto. Recibió Ezpeleta en la plazuela del Sacramento cuatro de estos oficiales de la milicia urbana, acompañados de don Vicente Beltran de Lis, los condujo á la presencia del general Latre, y protestaron de paz y órden en nombre de sus compañeros: presentóse al mismo tiempo el general don José Bellido á dar parte de que una comision de la milicia urbana, encerrada en la Plaza, le habia ido á buscar con la súplica que se pusiese á la cabeza de los sublevados para sostener sus pretensiones, y que él habia rechazado con indignacíon semejante propuesta, de la cual se dió conocimiento á los emisarios que se hallaban en Palacio, y contestaron que no lo estrañaban, porque todo el mundo tomaba el nombre de la Milicia como le acomodaba.

En el ínterin, el brigadier Yarto, con seis compañías de la Guardia Real de infantería, dos piezas y sesenta caballos, se dirigió á ocupar la imprenta Real, y pequeños puestos de infantería cercaban lo restante de la Plaza Mayor á veinte pasos de sus cortaduras y de las barricadas : el

general Latre, que acababa de tomar el mando de la provincia-seis y media de la tarde,-mandó por último á los sublevados que se disolviesen, haciéndoles entender que al amanecer del 17 los atacarian indefectiblemente, y serian pasados á cuchillo cuantos opusiesen la más ligera resistencia. El cansancio y desánimo de la milicia, y el ir conociendo que habia sido engañada la hizo ceder, y al amanecer del 17 la tropa de la guarnicion ocupaba la Plaza, donde se encontraron sobre quinientos fusiles abandonados. Los enemigos de la libertad no tuvieron el placer de que corriese la sangre de sus defensores, vertida por ellos mismos. La poblacion salió de su angustia, y respiró libre de su inquietud. Cinco mil de sus hijos tornaron ilesos á su hogar, y volvieron al seno de su familia desolada. Todos unos, no hubo vencidos ni vencedores. Agenos enteramente al pensamiento de mejorar la situacion política si hubiese de costar una gota de sangre liberal, no era caso, ya que habia sido estéril por mal dirigido y bastardeado su alzamiento, de hacer alarde de un amor propio tan estraviado como insensato, comprometiendo la subordinacion y disciplina de los mismos que defendian sus hogares y prodigaban su sangre por los objetos que la Milicia aclamaba. Por esto fué débil, por esto cedió ante el peligro para la causa comun, de un combate con los bizarros soldados que tanto necesitaban en los campos de batalla, y que tanta gloria adquirieron despues. Cumplian su deber las tropas restableciendo el órden alterado, y faltaban al suyo los milicianos sosteniendo aquel estado de cosas, favorable únicamente á los carlistas. El ejército debia seguir hermanado con la Milicia una escision era el triunfo de don Cárlos. Otra cosa habria sido si se tratase de opuestros principios. El 7 de Julio y las playas gaditanas nos autorizan á pensar de esta manera. La milicia de Madrid, atacada bruscamente y de improviso en la misma Plaza al amanecer de aquel dia, venció á pesar de siete dias de fatiga, á los bravos batallones de los Guardias que se arrojaron á sus bayonetas, ciegos por su rey, alentados con la esperanza del saqueo. En ellos iba el vencedor de Mendigorría, y otros jóvenes é intrépidos oficiales, lustre despues del ejército, como ya lo eran de la nobleza de España. Inútil fué su empeño; estrellóse todo su ardimiento en la serenidad y firmeza de los que se batian por primera vez, y tuvieron que pronunciarse en fuga desordenada cansados de pelear con la muerte. Los mismos vencedores del 7 de Julio midieron con gloria sus armas en el Trocadero y cerca de los muros de Cádiz con las mejores tropas francesas. Gran parte de ellos constituia la Milicia del dia 15 de agosto, era el mismo su espíritu, y ahora contaba en sus filas jefes valientes del ejército. La misma, pues, habria sido á la vista de los objetos más queridos de su corazon, si tuviera enemigos que vencer.

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