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objeto de no pocos escritos, lo esplica perfectamente él mismo, y á él dejamos hablar con elocuente exactitud.

«El 3 de enero, dice, me hallaba yo en Cádiz indispuesto, cuando al oscurecer entró una persona en mi casa, diciendo que el telégrafo acababa de dar parte de que, sublevado el ejército espedicionario por no embarcarse, habia muerto y amarrado á todos sus generales, y se hallaba en marcha sobre la Isla y Cádiz, en donde debia entrar aquella noche. Al instante pasé á presentarme à las autoridades, á quienes ni de vista conocia, y que reunidas en un cuartel me confirmaron lo que llevo dicho, manifestando que no se podia, con el débil y único batallon espedicionario de Soria, que fraternizaba ya con sus compañeros, evitar la entrega de la plaza á los sublevados. Nada, ni una palabra se pronunció por nadie entonces sobre la Contitucion, ni de cosa alguna que pudiese ligar la insurreccion militar con la causa política, sin embargo de que habia sido proclamada por los sublevados. Discurriéndose cómo salvar á Cádiz, se creyó que, defendida la Cortadura, estaba asegurada la plaza; pero ¿con qué tropa defenderla? la marina no podia desembarcar ninguna hasta las tres, hora de la marea, y esto si calmaba el temporal. Entretanto se pudieron juntar cuarenta y ocho antiguos urbanos, de los cuales tomé el mando, y con los cuales llegué á las doce de la noche á la Cortadura de San Fernando, completamente desmantelada desde la última guerra. Ví al instante que era imposible soñar en defenderla á la más ciega temeridad; y confieso que no formé tal designio al tocar las dificultades y saber que ya se alcanzaban á ver las tropas sublevadas, las cuales se presentaron un cuarto de hora despues de mi llegada al fuerte. Las dejé acercarse sin hostilizarlas hasta la misma contraescarpa, y presentándome solo sobre el parapeto, les dí por mí mismo las voces de alto, quién vive y reconocimiento, despues de las cuales añadí:

-¿Cuál es el objeto con que viene esta tropa?

-Ahora se lo diré á vd., contestó el que parecia mandarla.

-Pues entre vd., repliqué, señalándole el camino que debia tomar para penetrar en la fortaleza, y dando en voz alta órden al que mandaba el rastrillo de bajarlo. En este momento, y á pesar de una esplicacion tan pacífica, me dispararon de la columna de quince á veinte tiros, cuyas balas silbaron muy cerca de mis oidos, no presentándose más objeto que yo á quien dirigirlas. El lenguaje me pareció más enérgico que persuasivo, y á quien solo hablaba con la fuerza, menester era contestarle con la misma. Dando un salto al terraplen, ordené á los paisancs hacer fuego, los que muy temerosos dispararon sus armas al aire, sentados como estaban en la banqueta. Habia allí dos piezas pregunté al artillero que con ellas hacía la salva del fuerte:

-¿Están ya cargadas?

St.

-Pues fuego.....

Faltaba la mecha: mi cigarro la suplió. Estos dos tiros rechazaron la agresion; pero enarbolaron mi bandera política, fijaron mi suerte, y me señalaron un puesto y un partido que no elegí, que habia estado, que estuvo casi siempre en contradiccion con mis ideas é inclinaciones: pero

al que fuí tan fiel como lo he sido, lo soy y lo seré siempre en todos los actos de mi vida pública ó privada á cualquiera causa ó persona que mi fé reciba.»

Córdova desde entonces se emplea en combatir á la revolucion, y el 24 de enero prestó un señalado servicio á la causa realista, evitando el pronunciamiento de las tropas que guarnecian la plaza de Cádiz, instigadas por don Santiago Rotalde. Reanima brioso el espíritu de los soldados, bate á los que les sitiaban, recupera la ciudad, pone en libertad las autoridades aprisionadas, arresta á los jefes y oficiales del batallon de Soria, puesto al frente de este mismo cuerpo sedicioso, y restablece la autoridad con ciento veinte hombres que le siguieron.

En las deplorables escenas á que los soldados realistas se entregaron en los tristes dias del 10 y 11 de marzo, se interpone entre los amotinados y el pueblo, y ahorró víctimas, si bien no evitó la horrible matanza á que se entregó aquella soldadesca desenfrenada y dirigida por autoridades á quienes se culpó justamente. Culpóse tambien á Córdova, y cuando fué á Madrid á incorporarse á su regimiento, fué perseguido y desterrado á Cádiz á responder á los cargos que contra él resultasen en la causa formada por aquellos sucesos, que aun recuerdan con dolor é indignacion los gaditanos. Pero nada arrojó la causa contra él, y despues de veintidos meses, fué rehabilitado para volver á su cuerpo, del que le rechazaron sus adversarios políticos.

Despechado Córdova y solicitado por los agentes del rey, que conocian su ardimiento, le llevaron á la presencia de Fernando, á quien dijo por ultimo estaba seguro de sublevar los cuerpos de la Guardia Real para derribar la Constitucion ó perecer.

Satisfecho el rey de su decision, le autorizó para todo, y obró Córdova en su consecuencia, derramando copiosamente el oro que recibia.

Pronto se vieron los resultados de su energía. El motin de 30 de junio, en que fué asesinado por sus mismos soldados el capitan Landaburu en la misma escalera de Palacio, y el combate del 7 de Julio, probaron al rey la adhesion, la bizarría y capacidad de Córdova. Estrellado su valor en el de los nacionales, españoles tambien; salvado por casualidad de la muerte en tan sangrienta jornada, pues que llegó hasta los cañones, ocultóse en Palacio, desde donde marchó con pasaporte francés á París. Allí siguió trabajando contra los liberales, tomando una parte activa en el proyecto de formar una regencia presidida por el infante de Luca, y se unió luego á las fuerzas realistas que se organizaron en Navarra.

Agregado despues al ejército francés y á la junta provisional de gobierno formada en Oyarzun, separóse de ella en Burgos, consiguió su disolucion, y desde Madrid, incorporado al ejército, marchó con el

Томо п.

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cuerpo espedicionario francés destinado á Andalucía, y formó en su vanguardia.

Hallóse en el poco glorioso sitio de Cádiz, y en la toma del Trocadero, afrentosa para los franceses, que apenas dieron cuartel á sus defensores, padres casi todos de familia; y al besar la mano al rey despues de estos sucesos, pidióle, no sabemos por qué causa, pasar á la carrera diplomática. El 7 de noviembre de 1823, fué nombrado oficial de la primera secretaría de Estado; el 24 de julio de 1825, secretario de la embajada en París, y el 21 de junio de 1827, ministro residente en Copenhague, ascendiendo á ministro plenipotenciario de Berlin el 23 de enero de 1829.

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Estando en Suiza de paso para Italia, estalló la revolucion de 1830, y escribió con este motivo una estensa y prudente carta á Fernando VII, pronosticando cuanto sucedió despues. En peligro la absoluta autoridad del monarca, y confirmando los sucesos que predijo en su notable escrito, corrió leal á Madrid, donde Calomarde, sabedor de todo, previno en su contra el ánimo del rey, y logró se le hiciese volver á Italia. Detúvose en Vitoria, á pesar de las órdenes terminantes en contrario, tibiamente comunicadas por el subdelegado Amirola, y teniendo lugar entonces la invasion de Vera, presentóse á la autoridad militar, desplegando el mayor celo y actividad contra los emigrados liberales.

Terminado aquel triste episodio, marchó Córdova á Berlin. A virtud de la noticia que ligeramente dió el embajador francés en Madrid, túvose allí por muerto al rey. A ser cierta, dice Córdova, se hubiera puesto del lado de don Cárlos; mas subió luego Zea al ministerio, deseó verse con su amigo Córdova en París, trataron allí de la cuestion de Portugal, y la identidad de sentimientos hizo que el nuevo ministro trasladase á nuestro representante en Berlin á la córte de Lisboa.

El recibimiento que le hizo Cristina le cautivó: era jóven, noble, y ofreció servirla contra las pretensiones de don Cárlos. Veia en ella una madre que cuidaba, único escudo y amparo, de sus tiernas niñas próximas á la horfandad, y no vaciló el diplomático, que tan leal habia sido al padre de las inocentes princesas.

Esto, no obstante, llevaba el encargo de servir celosamente los intereses de don Miguel, y establecer en Portugal el despotismo ilustrado de Zea. Mas el que tan previsor fué en Suiza, aparecia ahora poco avisado, no viendo sin duda más que por los ojos de Zea, cuyas torpezas por no conocer el país que regia hemos visto en su lugar.

Consecuencia inmediata de la situacion política en que estaba España, era el alejar del trono y del país á don Cárlos; y atendiendo á la parte que tomaba en los asuntos de gobierno la princesa de la Beira, natural era tambien que siguiese esta señora la misma suerte, y al

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efecto se previno á Córdova solicitase del monarca portugués el llamamiento de su hermana, llamamiento á que éste hubo de acceder no muy gustoso.

Córdova, que en esto sirvió, como debia, lealmente al gobierno, vió entibiadas algun tanto sus relaciones con don Miguel y con los infantes españoles. Dimitió el cargo por librarse acaso de la borrasca, pero no se le admitió, y arrastrado por las circunstancias, tuvo que hacer frente á don Cárlos, no dejando de conocer que el sistema que este príncipe pensaba establecer, no era el que reclamaban los adelantos del siglo.

Referidos en el tomo primero los actos de Córdova como representante nuestro, que acabaron por hacerle enemigo del infante español y de sus servidores, que tramaron más adelante su muerte, despues de procurar en vano don Cárlos ganarle para su causa, añadiremos que vino á Madrid á mediados de 1834, y consultado por Martinez de la Rosa sobre los asuntos de Portugal, opinó por el inmediato reconocimiento de doña María, y por la intervencion armada, que con diez mil hombres llevó á cabo Rodil.

Sus campañas diplomáticas fueron premiadas con la faja de mariscal de campo, que obtuvo sin haber pasado por los anteriores grados de la milicia, y este general improvisado se incorporó al ejército espediciona. rio de Portugal, y con él marchó á combatir en el Norte á los soldados de don Cárlos.

En Burgos le dió Rodil ochocientos hombres, con los que batió á Cuevillas cuando pasaba el Ebro. Este suceso hizo que se le aumentase la fuerza á sus órdenes, y formando con ella la tercera division, se le confiriera su mando. Encargado de la escolta de toda la artillería del ejército hasta Puente la Reina, desempeñó esta comision á placer de Rodil.

Entró en breve en las Provincias, y conocidas ya sus operaciones en aquella época, veamos ahora las que emprendió de general en jefe del ejército, cargo que le lisonjeaba estraordinariamente, pues satisfacia sus ideas de noble ambicion, y presentaba un risueño porvenir á sus brillantes esperanzas.

Jóven y con talento, solo necesitaba que la fortuna le siguiese ten. diendo su mano, y le guiase por la carrera que de nuevo habia emprendido, erizada ahora de dificultades y preñada de peligros, más grave que la diplomática, pues el error de un despacho podia subsanarse; pero una batalla perdida, un movimiento mal calculado, un error ó una imprevision no se podia enmendar ni deshacerse.

CÓRDOVA MANDANDO INTERINAMENTE EL EJÉRCITO.—SU ALOCUCION.

III.

Los laureles que habia conquistado Córdova de jefe de division habian acabado de borrar del ánimo de los liberales los recuerdos de Cádiz y del 7 de Julio, del Trocadero y de Navarra; y los que, cuando se ofreció á ir al ejército del Norte á pelear por Isabel querian oponerse á su marcha, le designaban ahora para general del mismo.

Hallábase en Madrid despues de su gloriosa cooperacion en los campos de Artaza, donde á la cabeza de un batallon y con el fusil de un granadero, dió una carga á la bayoneta tan brillante como feliz, y salvó luego á los refugiados en Abarzuza, cuando la dimision de Valdés dejó sin jefe al ejército, y puso al gobierno en el grave deber de reemplazarle. No faltaban militares dignos en los generales de division; pero se temian sus rivalidades, y no todos querian aceptar tan espinoso cargo en circunstancias tan críticas. Aunque gastado y de salud quebrantada, el gobierno pensó en Sarsfield; pero en tanto le consultaba sobre su estado, la opinion pública se pronunció decididamente por Córdova, fué llamado al consejo de ministros. Allí espuso que no se encargaria del mando superior sino interinamente y mientras durase el conflicto en que se hallaba el ejército, asegurando que las tropas cumplirian con sus deberes, y serian dignas de su antigua gloria, ó él no sobreviviria á su deshonra, y comprometióse á salvar á Bilbao ó morir bajo sus

muros.

Nombrado con la calidad que puso por condicion, partió al instante, alcanzándole en Valladolid un correo del gobierno que le llevaba la recomendacion de no parar hasta reunirse al ejército, del cual acababan de recibirse tristísimas noticias. Ignoraba el gobierno que el general La Hera hubiese tomado en aquel abandono el mando de las tropas. Córdova siguió en posta hasta Bribiesca, y desde este punto con una escolta de seis caballos anduvo aquella noche ocho leguas, hasta encontrar á Zarco del Valle que marchaba con otros diez, llegando juntos á Balmaseda. En este punto se le reunió el brigadier Iriarte, avisado por Córdova como práctico en el terreno; y creyendo una temeridad atravesar por medio del enemigo con solo ochenta infantes que pudieron reunirse, le dijo el nuevo jefe:

-Es preciso llegar al ejército ó morir; vea vd. de conducirme sin hablar de detenciones ni peligros.

Obedeció Iriarte, y desempeñó felizmente su mision, pues aunque fueron tiroteados todo el camino por las partidas de Castor, llegaron

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