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diariamente se reproducian en todas partes y en todos sentidos. Lamentábase de que las escaseces y miserias eran de todos los instantes, y que cuando las tropas tenian una cosa, les faltaban ciento: cartuchos, dinero, raciones, brigadas, almacenes, vestuarios, calzado, útiles, trabajadores, todo faltaba, ora junto, ora separado; y todo, sin embargo, era indispensable en aquella guerra, que, sin tales elementos, decia, es tan imposible como representar una comedia sin actores, sin pieza, sin trajes y sin teatro.

Tantas privaciones y penalidades hallaron un lenitivo de opinion en la del gobierno, en la de las Córtes, y en la del país. El ejército y su digno jefe eran aclamados por su bizarría, por su constancia y heroismo.

Córdova, que en 12 de octubre ordenó á todos los jefes de los cuerpos se redactaran y le remitieran esposiciones felicitando al trono y al gobierno por la marcha política inaugurada, dándole así más fuerza, dirigió el 29 de noviembre desde Bribiesca una felicitacion á ambos estamentos, y en ella renovaba el juramento del ejército, de derramar hasta la última gola de la sangre que corria en sus venas por la independencia y libertad de la patria, y por el trono legitimo de la reina. Recibieron las Córtes con gratitud esta felicitacion, y acordaron su reconocimiento, dar las gracias, y se hicieron un deber en celebrar el valor, constancia y decision del ejército y de su benemérito caudillo, así como su disciplina y constante decision en favor del órden público;» añadiendo el de procuradores, «que las fuerzas del ejército, marina y guardia nacional empleadas hasta aquí en hacer la guerra al bando rebelde, habian merecido bien de la patria.»>

Es innegable que prestó servicios, que, aunque autorizado para abandonar algunos puntos fortificados, los conservó; que contuvo á los carlistas en el Ebro; que persiguió cuanto pudo las espediciones, ya que no le fué posible impedirlas; que encerró y bloqueó algun tanto á los carlistas en sus montañas (1); conquistó la parte llana del país, reorganizó el ejército, mejoró su administracion, promovió el espíritu guerrero, mantuvo á las tropas más obedientes y disciplinadas, y cumplió, en fin, lo que habia prometido.

Asombra en verdad la incansable actividad que se vió en Córdova; siempre á caballo y robando al sueño el tiempo que invertia en sus comunicaciones al gobierno, que forman gruesos legajos. Todo lo hacia por sí, todo lo escribia por su mano, y solo su juventud, su entusiasmo, su emulacion de gloria, pudieron hacerle superior á tantas fatigas y pe

(1) Véase documento número 25.

TOMO II.

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nalidades de cuerpo y de espíritu como sufrió en los seis últimos meses de este año; pero más le esperaban en el siguiente.

ESCESOS DE LOS CHAPELGORRIS Y SU CASTIGO.

XXIX.

Nos ocuparemos ligeramente de un acontecimiento, tan lamentable como ruidoso, que tuvo lugar por entonces y ocupó á los mismos esta

mentos.

Hallábase Espartero el 11 de noviembre en Miranda, y sabedores los carlistas de que iba á pasar por los puestos donde se hallaban para dirigirse á Peñacerrada, trataron de oponérsele, y no creyendo acertado el jefe liberal forzar aquel paso, retrocedió por el camino real de las Conchas, forzó con bravura esta formidable posicion y se dirigió á la villa de Haro por la de Labastida, en cuyo pueblo, en el de Briñas y otros, se entregaron algunos de los voluntarios de Guipúzcoa, titulados chapelgorris-gorras coloradas,-á los más reprobados escesos, profanando las iglesias, robando objetos sagrados, y atropellando á personas respetables por su carácter y autoridad.

Participó el obispo de Calahorra á Espartero los atentados cometidos, mandó el general formar la sumaria, se prendió en su virtud á dos oficiales y un sargento, y en vez de contener esta medida á aquel batallon indisciplinado, se entregan algunos de sus indivíduos á nuevos horribles atentados, crímenes y sacrilegios, en Subijana de Alava y Ulivarri, é indignado Espartero, viendo lo lento é ineficaz de las actuaciones, que nadie declaraba por temor, que la honra del ejército estaba manchada y temblando por la disciplina, se decidió á ejecutar uno de esos castigos terribles en su forma y en su fondo, pero necesarios á veces. Formó su tropa el 13 de diciembre entre el pueblo de Gomecha y la venta de Paracuatro, mandó al batallon de Chapelgorris formar pabellones y salir al frente de la division, y colocado á su lado Espartero, dijo en alta voz:

«Este batallon es el deshonor de toda la division, de todo el ejército y de la nacion entera: antes de anoche han robado la iglesia del pueblo de Ulibarri, sucedió, lo mismo en Labastida; pero todo se ha de descubrir aquí, y sino, yo aseguro que daré fin de toda esta pandilla de ladrones.>>

A este duro lenguaje, sucedió un minucioso reconocimiento, en el cual no se encontró más que un rosario de plata, un chaleco de seda y un candelero de metal. Espartero, sin embargo, ordenó en seguida al jefe de la plana mayor, fuese diezmado el batallon, y quintado el diez

mo, y fusilados inmediatamente los indivíduos á quienes tocase la suerte. Los desgraciados á quienes cupo, fueron conducidos con piquetes de otros cuerpos á retaguardia de la division, y fusilados, prévios los auxilios espirituales.

A pesar de los heróicos servicios que aquel batallon habia prestado, no se reparó en sacrificar inocentes para castigar culpables. Una de las víctimas de aquel arrebato, fué el desventurado Alzate, decidido liberal desde anteriores épocas, padre de cinco hijcs, alcalde de un pueblo, modelo de honradez, y que se presentó voluntariamente á Jáuregui, por ver en la guerra un campo más dilatado á su patriotismo.

El conde de las Navas y don Joaquin María Ferrer levantaron en el Estamento de procuradores su voz acriminando con enérgica indignacion el hecho, y pidiendo «que respondiese á la vindicta pública el autor de semejante atentado.>>

Presentaron una sentida esposicion al presidente del Consejo de ministros, acompañada de una relacion original, firmada por el jefe y oficilialidad del batallon de voluntarios de Guipúzcoa, «para hacer oir, decian, la voz de la justicia vengadora, cuya espada debe caer sin distincion de personas sobre los que de cualquier modo hubiesen faltado á ellas»: pedian el exámen del caso en consejo de guerra; que se averiguase la conducta de todos, y si resultaban inocentes las diez víctimas sacrificadas en el campo de Gomecha, sin forma de juicio, se indemnizase á sus familias, aparte del castigo que mereciese su autor.

Remitiéronse á Córdova las reclamaciones, que trasladó á Espartero, y éste contestó refiriendo detalladamente los escesos cometidos, y acriminando aun más que lo habia hecho, la conducta de los voluntarios de Guipúzcoa (1).

Solo puede atenuar este acto de un general, no menos entendido que benemérito, su deseo laudable de que no se alterase la disciplina del ejército, de que no apareciesen los liberales como profanadores de los templos. Pero si respetamos sus intenciones, si las aplaudimos, no asi el modo de hacerlas cumplir.

Quizá la vindicta pública exigiese más vidas; pero que las designase, que no quedasen impunes los culpables, que no fuesen á la muerte los inocentes. Jamás debe ser sacrificado el inocente, ni puede la sociedad sacrificarle. No hay sociedad donde tal acontece. Imposible que hubiera sido el descubrimiento de los delincuentes-fueron algunos descubiertos, -hubiera purgado el batallon el esceso de unos pocos, no con la

(1) A la órden del dia con que dió cuenta Espartero de estas ejecuciones se adicionó la aprobacion del general en jefe, véase núm. 26.

infamia, sino con su sangre en los puestos de más riesgo, con aumento de penalidades. Se sortea un batallon cuando todo él es culpable y merece la muerte segun ordenanza, y la humanidad rechaza tanto derramamiento de sangre, no cuando puede haber uno solo que sea inocente. Espartero, obrando legalmente, habria evitado el conflicto que tan fatal pudo ser á la nacion; y á nosotros, que admiramos sus brillantes y distinguidas cualidades, sus gloriosos hechos de armas, su ardimiento en los combates, sus inmensos servicios al país, procurándole la paz, el disgusto de narrar este suceso, y de atribuirle á un esceso de honra militar. Sin él, la justicia hubiera quedado satisfecha, toda vez que no la faltaban agravios, á juzgar por su comunicacion, en la cual decia lo siguiente:

«Si alguna injusticia se ha cometido, es sola la de no haber hecho más general el escarmiento, y que éste hubiese abrazado á las clases superiores, tan delincuentes como las de los demás indivíduos del cuerpo, acostumbrados antes de ahora á la ejecucion de tales crímenes, como podrá observar V. E. por lo que hasta ahora arroja la causa; estando bien seguro, por los disgustos que me ha dado en el poco tiempo que ha estado á mis órdenes, que su comportamiento habrá sido constantemente igual, y que en vez de haber sido útil, habrá, como llevo espuesto, fomentado la rebelion.» Y opinaba, por último, que el batallon franco de voluntarios de Guipúzcoa quedase disuelto, y se diseminase su fuerza.

Córdova fué del mismo dictámen, el gobierno obró cuerdamente en zanjar el negocio, que iba tomando colosales proporciones y podia producir aflictivos resultados, en obsequio del carlismo: la opinion pública estaba irritada, estábalo el Congreso, y los enemigos del trono constitucional comenzaban á gozarse de tan lamentable escision.

LOS OJALATEROS.

XXX.

Una palabra tiene á veces una grande significacion en los partidos, y colosal importancia, como lo comprueba el apodo que sirve de epígrafe á este capítulo.

El oficial de caballería carlista, don Cárlos O'Donnell, jóven, valiente, instruido y gracioso decidor, volvia en una ocasion de un hecho de armas, y algunos de sus amigos que no las manejaban, al oirle referir el suceso le contestaron: «¡ ojalá hubiesen vds. atacado por tal ó cual parte! ¡ojalá hubiesen vds. hecho tal ó cual movimiento! ¡ojala!... Pero les interrumpió O'Donnell replicando con viveza;

-Siempre están vds. con ojalás, ¿son vds. ojalateros?»

Esta espresion corrió de bora en boca, y desde entonces era ojalatero todo el que no militaba, y como esta ocupacion era la principal y más necesaria, ese nombre parecia imprimir un baldon á todos los que, pudiendo, no tomaron las armas, y el espíritu de partido adoptó luego este epíteto como un medio de herir, como hirió, á clases y personas respetables.

Si al pasar los batallones por un pueblo ó sus inmediaciones, veian los voluntarios entre las gentes que salian á verlos, alguno que le creyesen ojalatero, principiaban á decir los unos: ¡ojalá ataquen! y contes taban otros: y ganemos. Esto producia la hilaridad en las filas, que comunicándose desde la cabeza á la cola eléctricamente, se convertía en una gritería infernal, haciendo que desapareciesen los ojalateros, y los que no lo eran, para que no se les tuviera por tales. Aun entre los mismos navarros, ocurria algunas veces el que, si un oficial ó un voluntario, cualquiera, que habia estado curándose de sus heridas, no se presentaba en las filas en cuanto dejaba las muletas, se le llamaba, si bien en tono de chunga, ojalatero, por sus mismos convecinos y amigos, y muy particularmente por las muchachas del pueblo. Todo revelaba en aquellas decididas gentes el empeño comun, el deseo vehemente de que se pelease sin tregua ni descanso para vencer; más luego degeneró dolorosamente la ojalatería, haciéndola valer como arma de partido; luego se quiso que los que no pertenecian á cierta fraccion fuesen ojalateros, los ojalateros, transacionistas, y estos, traidores. Tanta animosidad para juzgar de las personas, y tan poco discernimiento para saberlas conocer fué sumamente ruinoso á la causa carlista.

La hidra de la ambicion que se presentara en Portugal en toda su deformidad y con sus siete cabezas, despues de haber llenado allí su funesta mision, se trasladó presurosa á Navarra; y si bien en un principio la repelieron vigorosamente como planta exótica la sierra de Urbasa y los montes de Ulzama, más tarde fué recibida en las antecámaras ejerciendo desde ellas su maléfica influencia. Habia personas que, aunque colmadas hasta más no poder de empleos, consideraciones y favor, temian que don Carlos, sentado en el trono, no tendria bastantes gracias para satisfacer su insaciable avidez, y por eso todo les causaba celos, todo les hacia sombra, y nadie que no fuese ellas solas podia inspirar confianza. Pero por desgracia de todos, hubieron de contentarse con lo que allí poseyeran, porque la discordia que promovieron imprudentemente, y la imprevision de quien debiera haberla cortado á tiempo los vuelos, hicieron que ojalateros y no ojalateros fueran envueltos en las ruinas del edificio levantado á tanta costa, y desplomado por los cimientos repentinamente.

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