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ZURBANO.

XXXI.

La guerra civil, como la de la Independencia, tuvo tambien, como hemos visto, sus héroes populares, sus hombres que, sobresaliendo de entre la multitud en que habian estado confundidos, se elevaron sobre los demás, y se pusieron al nivel de los más grandes, si no sobresalieron. El genio necesita ocasion, y cuando se presenta, se manifiesta.

El partido carlista contó indudablemente más hombres de esta clase en sus filas que el liberal; pero debe tenerse en cuenta la diferencia que hay de la causa de un gobierno establecido, á la que no tiene otro terreno que el que va conquistando. En esta todos están autorizados á obrar; en aquella todos tienen que obedecer; en una hay que conquistarlo todo, en otra que conservarlo. Los Viriatos han aparecido siempre en los alzados solo el que se siente con valor se arroja á las empresas atrevidas. Zurbano fué, sin embargo, una escepcion de esta regla.

Nació este desgraciado personaje en Varea, barrio inmediato á Logroño, que cuenta solo treinta y dos vecinos en veintidos casas, el 29 de febrero de 1788, siendo sus padres humildes labradores, si bien recordaban alguna vez, que uno de sus antepasados habia usado escudo cubierto de morrion y cimera, con dos águilas imperiales coronadas en campo de plata, como prueba evidente de la hidalguía de su linaje.

Estos antecedentes debieron inducir á los padres de Martin Zurbano á darle carrera, y siendo á la sazon preferida la eclesiástica, le dedicaron á estudiar latin en Logroño, cursando luego la filosofía ó ciencia de razonar. Pero el jóven estudiante no se sentia muy inclinado á los libros, y gustaba más de burlar la vigilancia de los hortelanos y coger su fruta, que de aprender las lecciones. El primero en las peleas, llegó á ser por su astucia y por su valor el caudillo sin rival de sus compañeros, y apenas tenia diez y seis años, cuando por castigar una ofensa hecha á su hermano, provocó y humilló á un hombre.

La muerte de su padre varió su posicion, y por ayudar á su hermano Justo, trocó los libros por la reja, la vida inquieta y bulliciosa del estudiante, por la tranquila y monótona del labrador; pero cuando la invasion francesa arrancó á nuestra juventud del seno de las familias para pelear por la independencia de la patria, el pendenciero estudiante, que llevaba sin grande aficion el arado, corrió á las armas y se alistó voluntario en la partida de Cuevillas, su enemigo en la lucha, objeto de esta obra. Pero hubo de disolverse esta partida y regresó Zurbano á su pueblo, en el que continuó siendo labrador. Casóse luego, y algun

tiempo despues arrastraba en el contrabando una vida llena de azares y peligros, en la cual recibió lecciones que practicó despues.

Bien conceptuado entre sus convecinos, dedicados en su mayor parte á tan azarosa profesion, recibió de ellos la investidura de alcalde de Varea, al que prestó beneficios dignos de eterna gratitud. En su tiempo ninguno del pueblo fué á servir de soldado, haciendo creer que todos los mozos eran pequeñuelos.

En 1820 fué nombrado por sus compañeros subteniente de nacionales de caballería; y el mismo que á nadie persiguió, ni delató de sus contrarios políticos, se vió al entronizarse la reaccion espuesto á ser víctima de una asechanza, de la que le sacó ileso su buena estrella, pues no le acertó ninguno de los disparos que le hicieron escondidos los que no se le atrevian de frente.

Salvó en aquella misma época á algunos amigos políticos con su fortuna y su arrojo, y aumentando este proceder plausible la odiosidad de los realistas, le provocaron de contínuo, llegando á formarle un sumario. Pero elevado al corregidor, no solo le absolvió, sino que condenó á sus calumniadores y testigos falsos.

Zurbano, sin embargo, perdonó al que más enemigo se mostró de él, y hasta compartió con él su fortuna y su mesa. Este solo rasgo basta para enaltecer á un hombre.

<«<La presencia de Zurbano, segun vemos en su bien escrita historia (1), de donde tomamos estos apuntes, no revelaba la humildad de su cuna; su actitud era gallarda, y aunque de cabeza erguida, no era altanero su aire. Jamás una fisonomía se ha revelado con más facilidad. Su mirada era fija y penetrante; en su movilidad y su semblante espresaba la energía de su carácter. Jamás el corazon ha estado tanto en la cara. Su conversacion era animada; su lenguaje cortado, sembrado de comparaciones exactas y picantes cuando referia alguna anécdota propia ó ajena, segun su gusto dominante.

>> Empezada la guerra civil, hallábase Zurbano oculto por sustraerse al fallo de una causa formada con motivo de uno de esos lances en que su género de vida le empeñaba con frecuencia. Zumalacarregui, que conocia lo útil que podia serle, procuró atraérsele con toda clase de ofertas; pero Zurbano le contestó «que él no volvia la cara, y que estaba decidido á sostener los derechos de la reina y de la nacion, y á combatir á muerte sin descanso á sus enemigos.»>

Fraguábase en tanto en Logroño una conspiracion espantosa y bárbara. Se trataba de que á la aproximacion de don Basilio García se le

(1) Por don Eduardo Chao.

uniesen algunos partidarios, dejando antes en la ciudad rastro terrible de desolacion y esterminio. Era el proyecto dar fuego por una mina que al efecto se habia abierto, al almacen de pólvora que encerraba el convento de San Francisco, y en el cual existian ciento cincuenta y siete mil doscientos cartuchos, cuarenta y dos quintales de pólvora, ciento sesenta y cuatro granadas cargadas, y otros pertrechos de guerra. A cinco varas del almacen estaba en el mismo convento el hospital militar con quinientos treinta y ocho enfermos y heridos, y á una vara el civil, con diez y siete. El dia señalado era el 5 de febrero, y ya iba á tener lugar la ejecucion de tan inhumano atentado, cuando llega á noti cia de Zurbano. Vuela á ver al jefe político, que lo era don Pío Pita Pizarro, le participa el hecho, marcha éste inmediatamente, y halla al sacristan y á un fraile en un subterráneo con la mecha ya dispuesta.

Logroño debió desde entonces su existencia á Zurbano. Pita Pizarro quiere compensar este servicio señalado, y le propone pida la gracia que guste. Anhelando prestar nuevos servicios á la causa de su reina, «recibiria, le contestó, como una merced la autorizacion de formar una partida de caballería é infantería para operar en la Rioja alavesa, con la precisa condicion de que se habia de sostener del país enemigo, sin ser en nada gravoso al erario nacional.»

El gobierno, atendiendo debidamente la recomendacion de Pita, que en su claro talento creia descubrir en Zurbano un notable defensor de la causa liberal, dió á principios de julio la competente autorizacion. El jefe político le facilitó diez caballos con sus monturas, que dió Zurbano á otros tantos amigos no menos valientes que él, equipando á cuatro más de infantería.

Comenzó dedicándose contra los aduaneros carlistas, y llamó á su partida de contra-aduaneros, apellidada por el pueblo de la Muerte, por la banderola negra que flotaba en sus lanzas. Aquella pequeña partida sin uniforme, sin instruccion, sin disciplina, guiada solo por su patriotismo y entusiasmo, no tenia otro estímulo que la victoria, otro premio que la gloria de vencer á sus enemigos. Iba á militar en un terreno invadido por los carlistas, á batirse contra centuplicadas fuerzas sin temor á la muerte ganoso de servir á la patria. Nada, sin embargo, atemoriza á aquellos valientes, y confiando en la causa que defendian y en sí mismos, marcharon á la Rioja alavesa, que les ofreció ancho campo á sus astucias, á su valor, á sus operaciones; campo en el que habia de adquirir Zurbano un nombre de todos conocido.

ZURBANO EN CAMPAÑA.

XXXII.

Las esperanzas que hizo concebir Zurbano no se vieron defraudadas. El nuevo guerrillero no iba á.pelear emboscadamente contra un ejército, iba á ponerse frente á frente contra otros partidarios que eran, como él, entusiastas, conocedores del terreno y astutos. Este era el mayor obstáculo al visoño campeon; y sin embargo, nada le arredra: no hay peligros para él porque no piensa en ellos, y la misma necesidad de sostenerse es el mayor estímulo de acometer todo género de empresas y salir airoso de ellas.

El Villar, Abalos, Samaniego, Barrio-Busto, Yécora, Bargota, Labastida, Peñacerrada, Aldea de la Poblacion, Torres, Sansól, Elciego, Tejera de Cripau, Albaisa, Bernedo y otros puntos, testigos fueron de sus triunfos más o menos importantes. En todos se distinguió como bravo, y cuando no alcanzaba un rico botin, ostentaba como glorioso trofeo no escaso número de prisioneros.

Tan brillante carrera estuvo á punto de ser interrumpida por la traicion. El cura de Dallo, partidario como él de la causa liberal, fuera por emulacion ó enemistad, en la mejor armonía y operando muchas veces de acuerdo, avisó uno de sus movimientos á los carlistas, y solo su valor y el de su gente le libró de no perecer en la emboscada que le ar

maron.

No pagó el cura su traicion, pero pronto se puso en evidencia. En el mes de agosto, despues de ver frustrado su plan de entregar á Peñacerrada á los carlistas, pasóse á estos por huir de un justo castigo. Tambien sus nuevos amigos estuvieron á punto de hacerle espiar otro esceso; pero lo evitaron algunos jefes.

Zurbano, consecuente siempre, halla medio de indemnizar á la causa de la reina de la falta de uno de sus defensores, aunque no de los más útiles, por su mal proceder, y la insubordinacion de su gente. Veloz como el rayo, interrumpe á los carlistas en la pacífica posesion de las riberas de Alava y Navarra; destruye sus henchidos almacenes de granos en Bernedo, matando á veinticuatro enemigos y haciéndoles algunos prisioneros, y al terminar el año sorprendió nuevamente á los carlistas en San Vicente de la Sonsierra y sus campos, y les ocasionó una pérdida considerable.

Los resultados no podian ser más lisonjeros para Zurbano y para la causa que defendia, pues en tan corta campaña y con tan escasa fuerza, habia causado á los carlistas una pérdida de más de quinientos hombres,

TOMO II.

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entre muertos, heridos y prisioneros, y se habia apoderado de cuantiosos recursos. Aquella partida de tan poco halagüeño aspecto en su creacion, instruyóse, se disciplinó, y aumentándose diariamente, fué más temida que una division del ejército; y el nombre de Martin Varea empezó á ser tan conocido en España como el de nuestros más afamados guerrilleros de la lucha contra los franceses.

ESPEDICION Á CATALUÑA AL MANDO de GuerguÉ.

XXXIII.

Como una consecuencia natural de los progresos que iban haciendo los carlistas en las Provincias Vascongadas, se presenta el origen de las espediciones, que, partiendo de aquel foco de la guerra, iban á llevarla por todo el resto de España. Habíase hecho creer á don Cárlos que bastaba la presentacion de alguna gente en casi todas las provincias que no eran dominadas por sus armas, para que se levantasen en masa á defenderle. Habia, es verdad, muchos pueblos dispuestos á abrazar su causa, pero no eran los más ni los más grandes, cuya mayoría, como tenemos demostrado, era por su ilustracion adicta á la reina, símbolo de libertad entonces.

La primera espedicion que se preparó fué á Cataluña, donde se hallaban hacinados sobrados elementos para empeñar en el Principado una lucha tan formidable como la que alimentaban las Provincias Vascongadas. Se pensó en que Maroto dirigiera la espedicion, y le escribió al efecto Villemur, aconsejándole lo solicitase de don Cárlos; más aquel le contestó que nada pediria, si bien aceptaria el mando que voluntariamente se le confiriese. No debió satisfacer á don Cárlos esta contestacion, porque nada se le volvió á decir de tal proyecto cuando se trasladó al cuartel real de Oñate, donde vió con sorpresa conferido el cargo que se le habia propuesto al coronel Guergué, por influjo de su íntimo amigo y paisano Echevarría, promoviéndole al mismo tiempo á brigadier.

Casi todas las espediciones tuvieron suma importancia, y no careció de ella la de Guergué, que, con un puñado de gente salió de Estella, penetró en Aragon por Verdun, pasó por Huesca y Barbastro, y marchando de Poniente á Oriente por la Montaña del Principado hasta el Mediterráneo, visitó el campo de Tarragona hasta Valls, dirigióse antes serpenteando hasta cerca de Barcelona, avanzó al cabo de Creus, se aproximó á los Pirineos por la Junquera y por mucho más allá de Escaló, y volvió por fin á Navarra, sin haber recogido el fruto de tantas marchas y fatigas, sin haber sabido aprovechar tantos elementos como fué reuniendo al paso.

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