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de batalla que en el gabinete del ministerio; que manejaba mejor la espada que la pluma; que entendia algo más de guerra que de gobierno.

Llauder luchaba además con un inconveniente, que era el inconveniente con que todos luchaban, la escasez de fuerzas para proteger todos los pueblos. En vano las pedia al gobierno; éste no podia hacerlas surgir del suelo como los guerreros de la fábula, y cuando desguarnecia un punto para satisfacer los apremiantes deseos de un general, nue vos acontecimientos obligaban á distraer á otro sitio aquellas tropas. Insistia Llauder en su envío, y en 20 de julio le contestó desde San Il defonso el ministro de la Guerra, Ahumada, diciéndole que la reina gobernadora se habia enterado de los sucesos que le referia con fecha del dia 11, que no dudaba de la realidad de los hechos ni de las razones que le obligaban á pedir con repeticion se mandaran fuerzas á aquella capitanía general; «mas V. E., le decia, que ha sido secretario del despacho de la Guerra, sabe cuáles son las fuerzas que el gobierno tiene disponibles, y cuántas las atenciones que se ve en la necesidad de cubrir, perentorias todas, y siempre urgentes. Es por tan poderosos motivos por los que en varias ocasiones se le ha dicho á V. E. por este ministerio, que no tiene S. M. tropas disponibles que mandar á Cataluña. »

No podia darse comunicacion más desconsoladora; y en ella, sin embargo, se confiaba «en que el celo de Llauder seria empleado de tal modo, que las facciones no progresarian. »>

Esto era imposible, y así se vió que las fuerzas carlistas que fueron batidas y dispersadas en Pasanan, volvieron á reunirse en el mismo punto, sin que nadie les molestase, y que la Conca quedaba desde luego á merced de las partidas que quisieran invadirla, pues las escasas tropas que operaban en el distrito tuvieron que reconcentrarse en Valls, Reus y Tarragona, á donde las llamaron los desórdenes revolucionarios, tan favorables á los carlistas.

Colubí movilizó entonces los urbanos de Brafil, Puigpelat, Alió y otros pueblos; pero su corto número solo podia ser útil para perseguir los dispersos ó pequeñas gavillas; más no para oponerse á las crecidas fuerzas ya organizadas y en creciente aumento.

Warleta se retiró entonces con sus columnas al distrito de su cargo, y Van-Halen con la suya daba pocas señales de vida.

Llauder no podia llevar á bien las negativas del gobierno, y le calificaba de imprevisor, porque en vez de reforzar la guarnicion del Principado, se sacaban de él tropas que no se reemplazaban. Insistió en sus reclamaciones, pero fueron vanas. Y cada una era de mayor gravedad, más difícil de atender. En febrero pedia para atajar los males tres mil hombres; en abril cuatro mil, en junio ó julio seis mil, y últimamente

ya no creia bastante este número. Tal incremento iban tomando los carlistas.

En efecto, al poco tiempo se contaban en el Principado de Cataluña más de veinte mil hombres, que, á obrar con más inteligencia y union sus jefes, á saber aprovecharse de la espedicion de Guergué, á no haber ocurrido los desastres que referiremos, la guerra en aquel país hubiera tomado el imponente aspecto que en las Provincias Vascongadas.

CONCLUSION DEL MANDO DE LLAUDER.—JUICIO CRITICO.

XXXVIII.

La escolta que acompañó á Llauder se vió á su regreso sitiada en Tuyxent, donde sin murallas ni víveres resistió once dias contra considerables fuerzas carlistas.

Ya hemos visto lo imponente de estas: el estado del país era por tanto lamentable. En una esposicion dirigida á Mina en 7 de octubre, decia la junta de la Montaña:

«Las facciones divagaban de bosque en bosque, obligadas casi siempre á transitar de noche, padeciendo trabajos los más penosos, cargados de miseria, salvándose solamente en las dispersiones y ocultacion de los habitantes del país, sin que de nuestra parte hubiese más que pequeñísimas columnas en el Llobregós, Solsona, Cardona y Baga. Las poblaciones estaban defendidas, y con ellas y otros puntos militares establecidos en posiciones acomodadas y ventajosas, se lograba hacer más difíciles los tránsitos del enemigo, y más penosa y desesperada su situacion. Los pueblos no se atrevian á ir á aumentar la faccion viendo la desesperada vida que llevaban, así como el trágico fin de Romagosa y su colosal empresa, siendo de ahí que Tarragona, á pesar de sus decididos esfuerzos y conatos, y de los de sus partidarios, tampoco pudiese llegar á formar una regular gavilla. Ahí tiene V. E. la época pasada: veamos la presente, prosigue la junta. Desocupados todos los puntos militares, las poblaciones abandonadas, Solsona y Berga bloqueadas, y aun esta plaza de Cardona, á lo menos en muy difícil comunicacion, y sin que con fuerzas que no sean muy respetables se pueda salir de sus puertas. Sansó, teniendo fijado su asiento en San Lorenzo de Morunys. y recogiendo en aquel pueblo cuantos víveres y provisiones vienen destinados á nuestras poblaciones, dicta allí sus leyes con el mayor sosiego y seguridad: al propio tiempo que, estableciendo un hospital en el santuario de Nuestra Señora del Hort, nos acredita la prepotencia que han tomado las bandas rebeldes, cuando es sabido que en la pasada época era la pena mayor que los afligia, teniendo que curar sus heridos en alguna cueva ó barraca, y á lo más fiándolos à la contingencia de alguna casa liberal, á la que se obligaba con terribles amenazas. Oliana, Orgañá, Torá, la incomparable Tuyxent y otras ocupadas por el enemigo; estendido éste por varios otros puntos del Principado, y lo que es más,

con poder para obligar á nuestras tropas á una marcha retrógrada desde la Seu de Urgel hasta Agramunt, pasando por esta plaza y Calaf, despues que el infeliz y valiente comandante Sebastian, con su acreditada y meritoria columna, estuvo á punto de perderse entre los tres puentes de Orgañá. El espíritu público, la influencia de aquella en - éste, ¡ ah! señor, solamente trasladándose á este desgraciado país es como de ello puede tenerse una idea.»>

Otras esposiciones se hicieron en este sentido, y aunque está bastante recargado el colorido, hay verdad en el fondo.

El mando de Llauder en Cataluña, ha sido juzgado más por espíritu de partido que por sus hechos. Llauder, no hay duda, cometió errores: valióse de medios desacertados; pero ¿cabe culparle de tibieza, de falta de celo y adhesion á la causa de la reina? Si no recogió el fruto que se prometia y tanto procuró, no fué culpa suya en la mayor parte; fuélo más bien de los mismos que lo censuraban; él no pudo impedir el prodigioso aumento que, merced á las causas en otro lugar apuntadas, tuvieron los carlistas, aumento al cual contribuyeron en mucho, como hemos visto, los mismos que le acusaban de no ser liberal, los mismos que se atrevieron á echar sobre la frente de un militar honrado y decidido por la causa de la reina la calumnia de concusionario de indebidas. exacciones. Fuera de la guerra, todos vemos sin peligro y con serenidad las cosas; la dirigimos perfectamente sobre el papel, en el fondo de nuestro gabinete; hallamos yerros, los habríamos evitado, sabemos más que cuantos generales tomaron parte en esa lucha; que todos los de Napoleon, que marchitaron sus glorias, que abatieron sus laureles á los piés de los facciosos de aquella época, acaudillados por curas y frailes, por pastores ó labriegos; que todos los de la república, impotentes para con los paisanos de la Vendée: ¡condicion humana! Las guerras civiles son el escollo de los militares: la ciencia de la guerra es en ellas casi inútil. El enemigo no se presenta sino cuando reune las mayores probabilidades del vencimiento, escogiendo posiciones ventajosas para el ataque, defensa y retirada. Diseminado casi siempre, contando por lo general con el país, sin miramientos ni consideraciones que guardar, sin leyes que respetar, sin intereses que protejer, suyo lo que es de sus adversarios y aun de sus afectos, llevando sin murmurar toda clase de privaciones, porque á ellas se ha arrojado voluntario, sin que las derrotas y descalabros parciales le desalienten, porque ha contado con unas y otros, burlando siempre la persecucion de las masas, embarazadas de suyo, merced á su propia ligereza y movilidad, á su sistema de dispersion, llega á hacerse invisible, impalpable para el ataque, terrible para librarse de sus asechanzas, en todas partes reproduciéndose. Agréguese á todo la inclinacion á la guerra de los voluntarios, su osadía y valor, su

fanatismo, el genio de los jefes, la constancia española en el sufrimiento, y dígase, no por nosotros, sino por los estraños, si no llevaban en esta lucha mejor parte que el ejército las bandas rebeldes; si podian los generales, con opuestas condiciones, obrar con arreglo al arte, alcanzar las ventajas que su pericia y su valor hubiera podido conseguir de otro ejército. La misma contienda se encarga de hacer patente nuestro juicio. Mina, Jáuregui, Amor, Albuin y tantos otros, terror de las legiones, que al través del desierto, llevaron las águilas francesas á las Pirámides de Egipto, ¿lo fueron acaso de los guerrilleros de don Cárlos? ¿No tuvieron la mayor importancia los servicios prestados por partidas de voluntarios de Isabel? Téngase, pues, entendido, que, cuando aparte de faltas de tanto bulto que no admitan disimulo, y evidencien una ignorancia ó un descuido indisculpables, critiquemos las operaciones de los encargados de la guerra, lo hacemos siempre con la íntima conviccion de que nada omitieron á su alcance por mejores resultados, de que á todo eran superiores las circunstancias, de que sus mismos contrarios, ante los que muchas veces se eclipsaban glorias tan puras como justamente adquiridas, habrian eclipsado ante ellos la suya, cambiada la posicion. Zumalacarregui, Eguía, Villarreal, Zaratiegui, Negri y los principales jefes carlistas, habian salido del ejército; todos los caudillos que por tanto tiempo pusieron en peligro el trono de Isabel II, que hicieron necesario el apoyo moral y material de mayores potencias, todos los esfuerzos del país, que tantas batallas ganaron, y que no fueron, por fin, vencidos, todos, menos Cabrera, eran compañeros de nuestros generales. ¿Qué habria hecho Zumalacarregui siguiendo de coronel de un cuerpo? Batirse á las órdenes de su jefe como se batieron los demás, ascender por su denuedo y bizarría como ascendieron otros; llegar, si se quiere, por su inteligencia á mandar como Córdova y Espartero un ejército que carecia de todo, en un país enemigo, sin dominar otro terreno que el que pisaba, costándole cada movimiento, cada socorro, cada convoy, un ataque en posiciones escogidas del contrario, sujeto á las órdenes del gobierno. Las situaciones eran opuestas, y deben tenerse muy en cuenta para juzgar de unos y otros imparcialmente.

Pero volviendo á Llauder, tan lejos estuvo, y esto fué comun en nuestros generales, dicho sea haciendo á su probidad la debida justicia, de abusar de su posicion con los caudales públicos, apropiarse recursos que las desatendidas y apremiantes necesidades de la guerra hacian precisas, que, como lo prueba en sus memorias, fué gravado en sus intereses, que destinó muchas veces para sufragar gastos oficiales. No puede, pues, culparse de impura su administracion sin cometer la mayor de las injusticias, sin faltar completamente á la verdad. Ella hizo por el contrario, marcado contraste con la de su antecesor el

conde de España, cuya memoria fué tan fatal para los españoles bajo todos conceptos.

DEFENSA DE TORÁ Y OTRAS OPERACIONES.

XXXIX.

Cuando los liberales daban tregua á sus pasiones, y miraban en su rededor y veian lo que habia utilizado el comun enemigo sus disensiones, parecia cobraban nuevo brio; y sin que les asustara el multiplicado número de sus contrarios, se lanzaban á la pelea y oponian con su entusiasmo un fuerte dique al progreso de la insurreccion.

Esta cobró una osadía cruel y horrible, que demostró impiamente en Camarasa (1); más la indignacion que produjeron tan bárbaros y viles asesinatos, fueron causa de que otros pueblos hicieran defensas tan heróicas como Torá. El 8 de agosto se presentaron á su frente Sansó, Tristany, Ros de Eroles, Grabat de Guisona, Borges, Toriana de Velber, Camas-cruas y el Muchacho con unos dos mil hombres. Para hacerles frente sclo contaba el capitan de Saboya, don Matias Chamorro, con ciento diez, entre soldados y urbanos que de los pueblos de las inmediaciones se reunieron en Torá á la noticia de la aproximacion de los carlistas.

Sansó intimó la rendicion, y despreciada, se rompieron las hostilidades, siendo tan tenáz la defensa de los sitiados, como empeñado el ataque. Cortadas las aguas, quemadas algunas casas y pajares, y amenazados de destruirlo todo, presentaba el pueblo un espectáculo deplorable: cercado de las llamas por todas partes, conmovian los ánimos los alaridos de las víctimas, aturdia la gritería del combate. Este cuadro aterrador, que duró treinta y ocho horas, no fué, sin embargo, bastante para desalentar á tan animosos defensores: creció por el contrario su decision, y como si no fuera suficiente el valor de aquellos bravos, una mujer, doña Concepcion Preciado, esposa de Chamorro, ó de otro capitan de Saboya, recorrió sable en mano los puntos de más peligro, aumentando el entusiasmo de los combatientes, y suministrándoles víveres, La columna que mandaba don Manuel Sebastian, salió de Cardona

(1) Una partida de carlistas sorprendió á este pueblo à fines de mayo, y los cincuenta urbanos que le guarnecian se refugiaron á la iglesia para defenderse. Incendiada por los carlistas, rindiéronse los urbanos. Asesinados inhumanamente su capitan, su teniente y el alcalde, fueron atados los demás de dos en dos por la espalda, degollados, y arrojándolos desde el puente al rio Segre con piedras enormes por si acaso no estaban bien muertos. Este hecho horrorizó de tal modo á los habitantes de las cercanías, que dejaron de abastecerse mucho tiempo del agua y de la pesca de este rio.

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