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resistencia permitió á los contrarios apoderarse del monte de Claverol, desde donde por segunda vez se dirigieron contra el costado del puente que hay sobre el Noguera, ocupado por dos compañías parapetadas. Contuvo la artillería el inoportuno acometimiento de los guias y el refuerzo de los carlistas á los demás puntos, continuando, sin embargo, el ataque con empeño, hasta que la noche se interpuso entre ambos combatientes, ocultando con su oscuridad más de cincuenta muertos que quedaron en el campo. El número de los heridos se hizo esceder á doscientos.

INSUBORDINACION DE BORGES.

XLVI.

Los carlistas continuaron retirándose, y aunque veian en su marcha el término de sus penalidades, la insubordinacion no cedia. Y no eran ya los espedicionarios los insurrectos. Borges, que mejor que seguir supeditado á otro, queria obrar independientemente por no tener freno á sus escesos, rompió el dique de la disciplina, y ofició á Torres diciéndole que la escasez de víveres y la desnudez de su gente, le obligaban á retirarse á la montaña, de donde los más de los suyos eran naturales, para sufrir allí menos privaciones. Esto, no obstante, se ofrecia á acudir donde el servicio le llamase. Como su objeto no era otro que el manifestado, reclamaba la caballería que tenia á sus órdenes, y las municiones que de su pertenencia debian existir en su poder.

A vista Torres de tanta audacia, puso en conocimiento del ministro de la Guerra (1) esta falta de Borges, justamente cuando hallándose las brigadas reunidas en Taus, tenia dispuesto un movimiento en observacion de una columna liberal que ocupaba á Tremp, á cuya cooperacion le habia prevenido inútilmente. Torres no se recató en manifestar que Borges «queria, al parecer, seguir en su sistema de capricho y desórden, y que no podia dar una idea del mal estado de los pueblos ocupados por este jefe y otros. Contínuas molestias, vejaciones é insultos, seguidos de la rapiña y el robo, sembraban la miseria en el país.» Añadia lo comprometido que quedaba por tal rebeldía, y opinaba que don Cárlos se dignara disponer pasase al cuartel real, y que otro jefe tomara el mande de sus fuerzas.

(1) Véase documento número 29.

REGRESO DE LA ESPEDICION.-OFICIALES PRISIONEROS.

XLVII.

Combinando la espedicion su marcha en la mañana del 24, sacó en clase de preso al obispo de Barbastro y á sus familiares.

En el camino interceptó un oficio del gobernador civil de Huesca al alcalde mayor de Barbastro, en que le participaba que el coronel Conrad se dirigia á pernoctar á Angües, y que al dia siguiente continuaria para Barbastro, porque se sabia que los navarros volvian á su país uno de aquellos dias, atendida la situacion en que se hallaban en Cataluña. Guergué con esta novedad, aceleró la marcha por ocupar, si le era posible, á Angües, pero Conrad se le anticipó. Travóse un combate en que Guergué llevó la peor parte por la precipitacion y mal órden con que conducia sus fuerzas, anhelando únicamente tomar el pueblo. Pronunciado en derrota, completa hubiera sido sin la presencia de una fuerte columna, mandada por don Toribio Sainz, que embistió de frente, y una carga de caballería dada por la izquierda. Restablecido el órden en las fuerzas de Guergué, merced á estos movimientos, Conrad se replegó al pueblo, desde donde continuó el fuego, y Guergué su camino, pernoctando en Ibieca, hora y media de allí. El obispo y familiares, sobrecogidos, escaparon y se volvieron á Barbastro. Las fuerzas de la reina que la víspera estaban en Benavarre, avanzaron al oir el fuego, y de haberse adelantado más, habrian conseguido batir á Guergué y destrozarle.

El 25 siguió por Copollano, los Cestales, Molinos, Barluengo y Apies á Bolea. Conrad regresó á Huesca. El 26 prosiguió por Sarsa y Anzanigo á Ena. Aquí supo la direccion de Cordeu con rumbo de Navarra.

El 27 fué por el rio Aragon á Berdun, por Salvatierra á CastilloNuevo el 28, y al dia siguiente pasó por el puerto de Ollate á Navascues y Aspuz.

En esta noche salió Santocildes con don Narciso Ferrer y dos ordenanzas montados, para el cuartel de don Carlos, con objeto, sin duda, de dar cuenta de cuanto ocurria; pero encontrando en Aoiz á Cordeu con la columna de su mando, que Guergué habia mandado desde Cataluña en observacion de las fuerzas de la reina, y como le manifestase que la division de Mendez Vigo habia pernoctado aquella noche en Lumbier, pidió cuatro paisanos de los que siempre habia preparados en los pueblos de Navarra para cuanto se ofrecia, y escribió la siguiente carta, que fué interceptada sobre la misma mesa.

« Aoiz 30 de noviembre, á las diez de la mañana.-Mi estimado ge

neral. Arabo de llegar á este punto, donde he sabido que la columna de Mendez Vigo pernoctó ayer en Lumbier; sírvale á vd. de gobierno mientras yo sigo para mi destino. -De vd., etc.-Bernardo A. de Santocildes.>>

Mientras se escribia esta carta, una compañía de la columna de Cordeu, que estaba en observacion á la entrada del pueblo, dejó aproximar impasiblemente las fuerzas enemigas que supuso compañeros de espedicion, á una distancia tan corta, que el jefe que mandaba la vanguardia, don Leon Iriarte, no pudiendo comprender aquella apatía en los carlistas, cargó con su caballería, en cuyo momento comprendieron aquellos, aunque tarde, la gravedad de su error y sucumbieron (1).

Mendez Vigo vió aquella noche á los jefes y oficiales prisioneros, á quienes trató con la mayor consideracion, permitiendo á Santocildes escribiese á Royo sobre asuntos particulares, y ofreciéndole poner de su parte lo posible porque llegase á su destino.

Al saber Guergué la ocurrencia de Aoiz, dirigió su marcha para Roncesvalles, en direccion al Baztan, hasta Elizondo, á donde llegó el 3 de diciembre. Descansó el 4 y 5, siguiendo el 6 á Riezu, Muez y Arguiñano, donde permaneció dos dias.

El 9 marchó al cuartel real de don Cárlos, donde fué llamado, quedando Royo encargado del mando de la division, y continuó en él hasta el último dia del año, en que se dió á los cuerpos otro destino.

Los jefes, oficiales y soldados prisioneros en Aoiz, fueron conducidos. el 1.o de diciembre á Lumbier, y de allí á Pamplona, donde permanecieron algunos dias, y luego á Lárraga, hasta que á la llegada de Córdova el 23, les hizo conducir á su alojamiento, y despues de hablarles afectuosamente, y de una conferencia reservada que tuvo con Cordeu, se despidió de todos, quedándose Santocildes á tener otra con el mismo general y el conde de Almodovar, ministro de la Guerra á la sazon, y que se hallaba presenciando las operaciones de la guerra en el Norte. Al dia siguiente fueron mandados, de resultas de estas conferencias, al campo carlista los jefes, oficiales y tropas prisioneros, sin esperar la llegada del cange; y á los pocos dias fué tambien llamado Santocildes al cuartel real, y encargado de una mision especial, pasó á Vitoria á verse con Córdova, de todo lo cual nos ocuparemos.

Guergué nombró á Brujó comandante general interino de las fuerzas del Principado y confirió igual autoridad á Torres: de aquí un contínuo altercado entre ambos, y una divergencia entre los demás jefes, de funestos resultados.

(1) Véase la pág. 236.

SE ENCARGA MINA DEL MANDO DE CATALUÑA.

XLVIII.

Los baños de Cauteretts, y el acertado tratamiento del doctor Lallemand, fueron restableciendo la salud de Mina. Antes de su curacion, ya se le invitaba desde Aragon á ponerse al frente del pronunciamiento contra el ministerio Toreno; y en el mismo mes de agosto pidió al gobierno la junta de Barcelona, le confiase el mando del Principado; más fué desestimada esta peticion, avanzando en tanto el estado crítico del país.

Hallándose Mina en Pau, recibió á mediados de setiembre nuevas invitaciones de Aragon y Cataluña, y aun de Madrid, para que sin pérdida de tiempo regresase á España; y el ayuntamiento de Pamplona á la vez, le rogaba no olvidase su país natal, y decia á la reina Gobernadora, entre otras cosas:

«El general Mina, que en todas partes puede prestar servicios importantísimos, en ninguna puede ser mas útil, en ninguna más necesario, señora, que en Navarra, que desafortunadamente es tambien donde la rebelion presenta un aspecto más imponente. Lejos del ayuntamiento de Pamplona la inoportuna idea de entrar en odiosas comparaciones; aun más lejos todavía la injusticia de deprimir en lo más mínimo el mérito del valiente guerrero que hoy manda el ejército del Norte de España. Pero las circunstancias particulares que concurren en aquel general, es incuestionable que le garantizan recursos y ventajas con que no puede contar otro alguno. El ayuntamiento esponente lo ha visto prácticamente, y por lo mismo lo afirma con más decision.»>

El cambio saludable que operó en el espíritu del país la subida de Mendizabal al poder, llevó á Mina al mando de Cataluña, y á Palafox al de Aragon. El 2 de octubre recibió Espoz su nombramiento, y al contestarle, dijo, «que no creia que él calmase la efervescencia que existia, pues por mucha confianza que inspirase, tendrian siempre los que se habian puesto á la cabeza de los movimientos un pretesto para continuar en su obra, por ser su objeto la reunion de Córtes generales, elegidas libre y espontáneamente para arreglar las cuestiones que se agitaban, y de las que dependia la suerte futura de la nacion.» Prueba de esto es, añadia, que á pesar del cambio de ministerio, y de que los indivíduos que componen el nuevo inspiran toda confianza, las juntas siguen en su marcha hostil contra el gobierno; y segun mis noticias, su opinion es de que si ceden sin tener seguridades, todo se quedará en promesas. Yo pregunto ahora, para el caso de marchar á Cataluña: ¿aquella

junta se ha de disolver, ó ha de continuar en sus funciones? Si el ánimo del gobierno es de que cese, ¿se cuenta con la voluntad de aquel cuerpo para ello, ó espera que yo le obligue, bien sea por la persuasion ó por la fuerza? Si antes de que yo obtenga una categórica respuesta á esta pregunta, recibiese mi nombramiento sin venir acompañado de algunas instrucciones, muy necesarias en el dia, aceptaré el cargo; pero antes de posesionarme de él, pediré aclaraciones sobre la conducta que deberé observar, y si ellas no fuesen compatibles con los sentimientos que me han dominado en todo el curso de mi vida, renunciaré y dejaré que otro menos escrupuloso que yo vaya á ocupar aquel destino.>>

El gobierno le contestó al instante que deseaba la disolucion de las juntas, pero por acuerdo y convencimiento de ellas mismas, no por la fuerza; que los capitanes generales nombrasen de entre sus indivíduos las de armamento y defensa hasta que eligiesen las diputaciones provinciales, que con más legalidad tomarian sobre sí este cargo. «Así que, añadia, por este respeto no puede vd. tener escrúpulo ni empacho, pues la intencion es pura y de buena fé. Esto se ha hecho en Estremadura, y se ha dado por órden formal.»

Apremiado, emprendió Mina su viaje el 8 de octubre á Perpignan, siendo á su paso visitado en Tolosa por Llauder, emigrado entonces, el cual, segun lice aquel, tuvo grande empeño en sincerarse de su conducta en el año 1830 con la espedicion de Vera, queriendo demostrar que estuvo muy lejos de ejecutar al pié de la letra las rigorosas órdenes que le comunicaba el ministro de la Guerra, Zambrano. Traquilizóle Mina; enseñó Llauder algunos papeles relativos á la conmocion de Cataluña, y en ellos aparecia, entre otras cosas, que, si bien los jefes militares, y en especial el primero de los que se hallaban en Barcelona, seguian á la cabeza de las tropas el torrente de las circunstancias, no desconocian la autoridad del mismo Llauder, aunque desprendido de ella y ausente, y seguian con él correspondencia, esperando su vuelta al mando.

Llegado á Perpignan, recibió á Colubi, cuya visita no le fué tan grata como la de Llauder, por ser más grave el motivo de su resentimiento con aquél.

Al saberse en los primeros pueblos españoles de la frontera la proximidad de Mina, se apresuraron las justicias á darle parte del estado de las circustancias, no muy lisonjero en verdad, lamentándose de que la division de Gurrea que llegó á Cataluña persiguiendo á la espedicion de Guergué, abandonase el Principado, precisamente cuando más necesaria era en él su presencia, por cuyo motivo la insurreccion se propagaba estraordinariamente en las montañas y ningun liberal se contaba seguro. «Los empleados en Puigcerdá, dice Mina, y en muchas otras admi

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