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cian el punto fortificado de Cavanes, cerca de Villafamés, despues de haber hecho una brillante resistencia. Mayor habria sido la que aquellos puntos le opusieran; pero Quilez y otros partidarios solian respetar las capitulaciones que Cabrera despreciaba, y no se ensangrentaban por lo general, como éste, con los indefensos é infelices prisioneros.

Envalentonados y engrosados los carlistas con estos triunfos y los que obtuvieron por la izquierda del Mijares (1), marcharon Quilez y el Serrador á atacar la guarnicion de las Cuevas de Vinromá, á las órdenes de don Bautista Vidal. Encerrada en el fuerte, se apoderaron los sitiadores de las casas contiguas. Era tan corta la distancia que á unos y otros separaba, que se hablaron los que antes habian sido compañeros de armas. La guarnicion quiso capitular; pero no era Vidal de los hombres que se rendian fácilmente, y temiéndole sus subordinados, le abandonaron. Prisionero, aunque no se daba entonces cuartel, fué cangeado.

La buena estrella que guiaba á los carlistas, les hizo creer que nada detendria ya su victoriosa marcha, y engreidos con estas ventajas, se airigieron á Albocacer el 6. Guarnecian este pueblo veintiocho soldados al mando de Lasantas, y de acuerdo con los pocos nacionales que mandaba el juez Palomera, se propusieron defender el pueblo, y á ello se aprestaron con resolucion. Reciben á balazos á los carlistas, sin atemorizarse por su número, y heridos estos en su orgullo al ver que unos pocos les provocaban, contestaron con ardor. Atacado á la vez por diferentes puntos aquel puñado de valientes, y no pudiendo cubrirlos á un tiempo, repléganse á la iglesia, dominada por otros edificios, desde cuyas ventanas y tejados se les hizo un fuego mortífero. Lejos de desanimarse, sin esperanza de salvacion, le sostienen desde las troneras, y sin ceder ningunos, suspende la noche el porfiado asedio.

Intimada durante ella la rendicion, fué desechada, sin embargo de no exigirseles más que la entrega de las armas y municiones. ¡Tal era su coraje y patriotismo!

Exasperó á los sitiadores esta negativa, y redoblando su empeño, tratan de conseguir por el incendio, lo que no creian tan fácil por las armas. Arriman porcion de combustibles á las puertas de la iglesia, los prenden, y mientras arden las puertas, procuran otros horadar las paredes.

No desisten por esto los sitiados, y regulando su defensa á medida

(1) Parece increible el arojo de los enemigos, y que se hallen tan cerca del camino real de Murviedro á Castellon, decia el capitan general de Valencia don Francisco Ferraz, en 4 de agosto.

que lo iban exigiendo las circunstancias, y perdidos en la iglesia, retíranse á la torre, cortan la escalera, y se aprestan á vender caras sus vidas.

Dueños del templo los carlistas, nuevamente les intiman la rendicion, haciéndoles ver lo temerario de su resistencia, y lo decididos que estaban á hacerlos perecer de cualquier modo. Que sabian morir más no rendirse, fué la contestacion sublime de aquellos héroes.

Ya no quedaba otro recurso al prestigio de los carlistas que vencer, y sin reparar en los medios, queman paja para asfixiarles con el humo. No consiguen su objeto, y los titulados defensores del altar, pegan fuego á la iglesia, y sitiados y sitiadores la ven convertida en cenizas, aumentando ellas el heroismo de los primeros y el despecho de los segundos.

A las ocho de la siguiente mañana se les hacen otra vez proposiciones; pero tienen el mismo éxito que las anteriores. Avergonzados los carlistas al verse despreciados por tan reducido número de valientes, fian á la fuerza de la pólvora el vencimiento, y prefieren quedarse sin un cartucho, y las posibles y arriesgadas consecuencias á que la falta de municiones les dejaria espuestos, á tener que retirarse sin haber conseguido su intento. Era un medio horrible volar la torre; pero no le rechazaba la guerra; y le hubieran puesto en obra á no saber que Nogueras se aproximaba. No atreviéndose á esperarle, se retiraroa á Benasal las fuerzas carlistas, ofendidas, más que por la impotencia de sus esfuerzos, por lo poco en que las tuvieron los beneméritos defensores de Albocacer, cuyo digno ejemplo debia alentar á otras guar niciones.

NUEVOS TRIUNFOS DE QUILEZ.

LVI.

De la resistencia que halló Quilez en Albocacer se indemnizó el 11, apoderándose del fuerte del Horcajo con los treinta hombres que le guarnecian, haciéndose además con buen número de fusiles.

El 12 se le rindieron Ortells, Villores y Palanques, y el 13 capitularon los ciento cuarenta y dos hombres que formaban d destacamento de Beceite.

El de Valderobles, á condicion de marchar á Zaragoza, capituló tambien; y sin faltar Quilez á lo estipulado, se contentó con los doscientos fusiles y cinco caballos que pudo así proporcionarse. Regresó á Belmonte y Castellote, cuyo fuerte se entregó, y el Serrador se dirigió á la parte de Valencia. Satisfechos ambos con las ventajas obtenidas, se retiraron á los puertos á dar descanso y rganizar su gente.

ASPECTO DE LA GUERRA EN EL ORIENTE DE ESPAÑA.-MANDO DE NOGUERAS.

LVII.

Asienta con verdad un historiador de Cabrera, que los carlistas del Maestrazgo y Bajo Aragon empezaron á armarse con los mismos fusiles de sus enemigos; y convenimos con él, como lo hemos visto comprobado en los anteriores capítulos, en que el sistema de fortificaciones aisladas produjo resultados contrarios á los que se esperaban, y en que la persecucion no era entonces muy activa.

La lucha tomaba otro aspecto. Provistos los carlistas de armas, municiones y recursos, arrancados unos en buena lid y otros en mala, tomaron la ofensiva, y la tomaron con la osadía que sabia inspirarles su jefe, con el arrojo consiguiente á tantas y tan repetidas ventajas. No parecia sino que el país estaba enteramente abandonado y á merced de sus devastadores.

Es muy comun en la guerra apelar á la crueldad cuando se sufren reveses, y no se tiene fé en poder repararlos por otro medio. Así se vió á los liberales querer reparar su falta de actividad y sus desaciertos, y - detener el creciente desarrollo que, merced á sus propias culpas, adquirieron los carlistas con medidas tan estraordinarias como ilegales; con providencias que se llamaban fuertes porque eran crueles: eficaces porque eran destructoras. Bandos de destierro, de confiscacion, de muerte y de esterminio, aparecian en todas partes: hechos que no pendian del indivíduo remediar, acciones que la humanidad aconsejaba, que la voz de la sangre imponia, eran consideradas en cuanto podian perjudicar á la causa, ó no la favorecian, como delitos dignos del último suplicio: en ellos se hacia responsable al padre de la conducta política del hijo; al hermano de la del hermano, y ni aun el sexo débil, al que la naturaleza ha puesto bajo la salvaguardia del hombre, se libraba del castigo. La humanidad parecia degenerar en esta lucha bárbara, irracional y cruel; en esta guerra, que parecia no tener otro objeto que el comun esterminio.

Unos y otros eran, más b'en que sustentantes de principios elevados que habian, en su aplicacion, de hacer la felicidad de una misma patria, en su sentir respectivo, instrumentos de Lucifer guiados por un furor ciego que les impulsaba á cometer los más reprobados escesos, considerados por ellos, sin embargo, como meritorios.

La infraccion de las capitulaciones, las represalias, todo cuanto pudiera contribuir á la destruccion del hombre por el hombre, que no debiendo, es su mayor enemigo, todo lo ponia en juego con vandálica

decision, con propósito impío, con satisfaccion inhumana. Pero no apenemos nuestro corazon anticipando reflexiones sobre hechos próximos.

El aspecto de la guerra era, bajo este pié, capaz de infundir temores al más osado y de arredrarle. Así lo conoció el poder, aunque mirando siempre los peligros á tanta distancia. Esto no obstante, adoptó providencias que creyó eficaces, siendo la más importante, en vista de las frecuentes invasiones que de un territorio á otro ejecutaban los carlistas, aprobar lo dispuesto ya pôr otros jefes, á saber: que las columnas destinadas á operar, no se detuvieran en los límites de sus distritos, y pudiesen perseguir en todos á las facciones. El ceñirse al terreno de su circunscripcion habia irrogado inmensos perjuicios, imposibilitando la destruccion de las partidas que, cuando se veian acosadas por una columna, salian del distrito que esta tenia demarcado, y cuandò habian llamado la atencion de otra, ya se habian puesto en salvo.

Los jefes de las tropas de la reina, que no esquivaban género alguno de sacrificios, traspasaban á veces estos límites, pero no se atrevian á internarse por las rivalidades que ocasionaba esta extra limitacion, como las que produjeron al principio de la guerra entre el general en jefe del ejército del Norte y Quesada. Teniendo sin duda en cuenta este antecedente, y por evitar todo disgusto, Nogueras, á principios de este mes, agosto, manifestó deseos de entrar en el Bajo Aragon, á donde se dirigian los carlistas, operando en él con las fuerzas del brigadier Alcalá.

El capitan general de Aragon no pudo menos de acceder reconocido á tan celosa propuesta, advirtiéndole á mayor abundamiento, que el gobierno tenia recomendado muy especialmente, y él prevenia, que las tropas en el territorio de los tres reinos, operasen acordes y sin reparar en los límites de ninguno.

Esta determinacion, que hubiera producido ventajosos resultados á ser más pronta, no podia ofrecerlos ahora completos, porque los carlistas se habian aumentado considerablemente, y existian en muchos puntos, porque cada provincia tenia atenciones apremiantes que cubrir, y porque no eran bastantes las fuerzas.

Lejos, pues, la esperanza de reprimirse la guerra, presentaba, por el contrario, á la causa liberal, un porvenir sombrío, que no podia conjurar con los escasos elementos que contaba. Reducidas las operaciociones á contínuos movimientos, en que solian llevar la mejor parte los carlistas, las tropas se fatigaban y disminuian, y sufrian y se desanimaban los pueblos.

Para dar unidad á la persecucion, creyó útil, y aun necesario, el capitan general de Aragon, reunir el mando en un solo jefe, que obrando del modo que juzgase más conveniente, tuviera toda la seguridad

necesaria del cumplimiento de sus disposiciones; y en consideracion á las circunstancias que reunia Nogueras, le confirió este mando, que el gobierno hizo estensivo á toda la parte que forman los confines de Cataluña, Aragon y Valencia. Haciéndole responsable de sus operaciones, le revistió al propio tiempo de ámplias facultades para perseguir á los carlistas indistintamente y con absoluta independencia de las autoridades militares de dichas provincias, y para cuanto creyera necesario y útil á fin de destruirlos prontamente; pero en la revista que pasó el capitan general á las tropas en los dias que marchó con ellas, «vió su buen espíritu y decision y estraordinaria agilidad para las marchas, y calculando que tan buenos elementos no daban los resultados de que eran susceptibles, se convenció de que el defecto estaba en los jefes de las columnas, y en que se daba á los carlistas más importancia que la que se debia (1).»

No era desacertada la eleccion: Nogueras habia demostrado entusiasmo ardiente, actividad infatigable, constancia férrea, y de entre todos los jefes del ejército ninguno era tan terrible á Cabrera como Nogueras, su perseguidor incansable, su sombra, el que en ninguna parte le dejaba detenerse, el que le salia muchas veces al encuentro de sus proyectos, pareciendo como que los adivinaba

Nogueras anunció su mando con una alocucion, en la que se condolia del incremento de los carlistas durante su ausencia, y deseaba encontrarlos para destruirlos (2).

ENTRADA DE CABRERA EN SEGORBE.-ACCION DE LA JANA.

LVIII.

Aligerados los carlistas del rico botin que hicieron en las escursiones que ya conocemos, emprendieron otras.

Cabrera y Forcadell subieron el 11 hácia la parte de Culla, donde supieron que la columna de Buil debia pernoctar en Adsaneta. Propusiéronse batirla, más no lo lograron, á pesar del modo astuto con que lo intentaron, porque Buil conoció ser un ardid el desórden que mani.. festaron los carlistas al pasar por frente del pueblo, y permaneció quieto con su gente, marchándose los contrarios á Useras.

Aquí les resistió el destacamento, que tuvo que encerrarse en el fuerte, que era la iglesia. Rodeados por los invasores desprecian la in

(1) Instrucciones del capitan general de Aragon.

(2) Véase en el núm. 31.

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