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Por estas comenzó Cabrera acertadamente el ataque, dirigiéndose alguna fuerza con serenidad y arrojo hácia el barrio de las Peñas. Contúvola una compañía de nacionales, y unos y otros se batieron con bizarro empeño, siendo esto causa de que se formalizase el cerco de Requena y su defensa. Los carlistas se aproximaron, y á su vez, las torres, ventanas y tejados de la poblacion aparecieron coronados de gente armada, mientras las mujeres y los muchachos abrian zanjas en las calles y formaban barricadas. Al mismo tiempo, unos ciento diez nacionales de Cofrentes llegaban en auxilio de sus compañeros.

Esta decision demostró á los carlistas la temeridad de su intento, y lamentando unas sesenta bajas, marcharon por Sieteaguas á Manzanera, trabándose antes de llegar á este punto una pequeña escaramuza, que habria sido accion formal si el terreno hubiera permitido maniobrar á la caballería de la columna de Amor y Buil, quienes al siguiente dia volvieron á alcanzar á los carlistas cerca de Mora, causándoles alguna pérdida.

Seguidos por aquellas asperezas, se internaron los carlistas en los pinares de Alcalá y Linares, y por las Bailías y Bajo Aragon, se refu. giaron en Beceite.

ACCION DE ORTA.

LXIII.

Nogueras operaba en tanto con su acostumbrada actividad, y sabiendo que las fuerzas reunidas de Quilez, Miralles y Torner se dirigian á atacar á Gandesa, acudió á su auxilio, y el 24 se encontraron uno y otro en las alturas de Orta, donde tuvo lugar una reñida accion, que comenzó siendo atacadas las posiciones carlistas por el regimiento provincial de Burgos al mando de Verdugo, que los desalojó de ellas, y les hizo sufrir luego una mortífera y acertada carga de caballería, que decidió la lucha, á pesar de la resistencia que opusieron.

Todas las probabilidades de la victoria estaban en favor de los carlistas, porque era doble su número y ocupaban ventajosas posiciones; tomando por esto la iniciativa, y provocando sus guerrillas á Nogueras, cuyo animo no era batirse por no arriesgar en un lance la suerte de la guerra. Por esto se le vió echarse á un lado del camino, é ir á tomar posiciones para hacer frente á sus numerosos enemigos, que les asombró no hubiese cargado de improviso como acostumbraba.

Pero Nogueras nunca esquivaba el combate á que se le provocaba, y sin que le arredrase el número de sus contrarios, ni verles tras una sé

rie de cercas que les servian de parapetos, lanzóse denodado contra los que se contaban vencedores, y venció.

En este choque, como es de suponer en todos donde la desigualdad numérica de los combatientes es tan visible y tan tenaz el empeño de todos, hubo momentos en que pudo sufrir una derrota completa el que alcanzó el lauro, hubo instantes en que unos cuantos ginetes liberales hicieron más de seiscientos prisioneros, que se les escaparon porque, faltando fuerza para custodiarlos, no pudieron sostenerlos.

En la dispersion que produjo la caballería del ejército, pudieron haberse obtenido ventajas de gran valer, si la aspereza del terreno no hu biera sido un obstáculo á la persecucion, á cuya circunstancia debieron los carlistas el poder guarecerse tras las tapias de las heredades, donde se rehicieron, para pasar en seguida á los cerros, casi inaccesibles, de los puertos. Merced á la fragosidad del terreno, aunque Quilez, Miralles y Torner perdieron la accion, no sufrieron una completa derrota. Este combate, que provocaron los carlistas en la confianza de destruir á Nogueras, como todo lo prometia, aumentó su prestigio y su reputacion de valiente y entendido.

De ochenta y cuatro muertos fué, segun él, la pérdida de los carlistas, y de veinte y seis, segun Quilez. Creemos inexactos ambos partes: mayor debió ser el estrago en la conquista de tan formidables posiciones, y en una carga, que autoridad competente para los carlistas ha apellidado de mortífera, y en un combate de más de tres horas. Si á esto se agrega que fueron desordenados en las cargas de la caballería, que no se daba cuartel, se comprenderá que, aun Nogueras, se quedó corto en su cálculo. Los heridos ascendieron á trescientos, segun algunos. No aparece tan clara la baja de las filas liberales, cuyo número no puede determinarse, si bien es indudable que fué mucho menor, aunque no insignificante, atendida la firmeza y constancia de su adversario.

Este triunfo alentó á los liberales, y se encargó muy especialmente á Nogueras, hasta por el gobierno, que aprovechase esta favorable circunstancia para ganar la voluntad de los pueblos y escitar un verdadero entusiasmo, que alentase la confianza de los tímidos y la decision de los resueltos, ya para aumentar las fuerzas que voluntariamente se prestasen á salir á campaña, ya para tener noticias ciertas de las operaciones de los carlistas, y para obtener recursos de los pueblos.

Todo, en efecto, era menester: habia que combatir á los enemigos, y que halagar á los amigos; que contrarestar el influjo del fanatismo, que tan hien servia á la causa de don Cárlos. Poco valia á los carlistas apoyo material de unos cuantos frailes; pero muchas ventajas morales les debian. Contaban en sus filas algunos eclesiásticos, y entre ellos

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el renombrado padre Escorigüela (1), predicador notable, cuya palabra empleaba con exaltacion ardiente y furiosa en pró de la causa absolutis. ta, predicando en los pueblos, en el campamento, en todas partes, una cruzada de esterminio contra los liberales. Acompañábanle otros misioneros de iguales creencias y sentimientos; y escusado es indicar siquiera la influencia que ejercerian sobre los rústicos y sencillos paisanos, á quienes hacian alistarse en las filas de don Carlos.

Los carlistas se dirigieron á Beceite. Nogueras penetró en Orta, dueño del campo. Envió á Gandesa los heridos, y al dia siguiente marchó por la falda de los puertos á Valderobles, en donde pernoctó. Al otro dia los carlistas fatigados y hambrientos, tuvieron que dejarse en Peñaroya los rarchos dispuestos, que sirvieron para la columna de Nogueras, viéndose aquellos perseguidos y precisados á internarse en los puertos.

ACCION DE MUNIESA

LXIV.

Todas las fuerzas de don Cárlos se iban abrigando á los puertos de Beceite. Cabrera, que comprendió lo inoportuno é inconveniente de tal aglomeracion, que haria escasear las subsistencias é interrumpir las es cursiones, tan fecundas en buenos resultados, en breve volvió á campaña, eligiendo cada jefe el terreno donde más ventajas se prometia.

Y tal era la audacia de Cabrera y su confianza en sí mismo, que dió quince dias de licencia á la infantería para que visitase á sus familias, y dejando á Forcadell y Arévalo en los puertos para reunirlos, marchó con la caballería, por no estar ocioso, al encuentro de Quilez sobre Valderobles, á fin de combinar alguna operacion. Pero los encuentros de Orta y Peñaroya frustraron su plan.

Nogueras perseguia á Quilez, decidido aun á internarse en los puertos, y con ánimo de que no se uniese al Serrador; pero no le fué posible impedirlo. Juntos en Alloza, marcharon á Alcorisa, donde fueron alcanzados y perseguidos á pesar del rio Guadalupe, hasta que tomaron posiciones en las formidables que les ofrecia el Salto de la Cabra. Rompióse

(1) Este eclesiástico se halló tambien en la notable accion de Mayals, que dejamos descrita en el tomo I; y es fama que yendo entre los pelotones de los fugitivos con un Santo Cristo al pecho, al pasar el Ebro, temió ahogarse y le arrojó. Los soldados carlistas que vieron esta accion, la consideraron horriblemente impía, y en poco estuvo no matasen al que la ejecutó. Algunos otros hechos podriamos citar de este sugeto, no muy favorables para él; pero creemos baste el referido.

el fuego, y no siguió adelante por retirarse los carlistas hacia la parte de Muniesa.

En sus campos les dió alcance Nogueras el 1.o de octubre, y sin aguardar las tres compañías de infantería que seguian de cerca á los ciento cuarenta ginetes que mandaba, con más arrojo que prudencia, avanzó contra la caballería de Quilez, que halló inesperadamente apoyapor la infantería del Serrador.

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Pero ya no era tiempo de retroceder, ni lícito vacilar: carga, se traba un sangriento combate de caballería, y antes que la infantería de Nogueras llegase, ayudando la contraria con oportunidad á sus ginetes, acometió impetuosamente, y puso en grande aprieto á sus enemigos. Para hacer más crítica la situacion de éstos, Nogueras, herido, cayó de su caballo, y cayeron tambien otros, lo cual introdujo el desórden, precursor de la derrota. A punto de sufrirla Nogueras, la oportuna llegada de los infantes varió la escena, y se duplicó el empeño de unos y otros por conseguir el triunfo. Bravos igualmente, eran españoles, acabó por cansancio la jornada. Algunos nacionales de caballería sellaron allí con su vida su juramento.

El fraile Garzon, jefe de la caballería carlista, á quien se supuso muerto, siguió su correría á Montalvan y Campo de Cariñena, desarmando á los nacionales de aquellos pueblos, alistando á unos cuatrocientos hombres, y recogiendo á la fuerza víveres, calzado y dinero, dejando en todas partes memoria de sus escursiones.

Nogueras, por lo escaso de sus fuerzas y por el estado de su herida, no persiguió al enemigo, que se retiraba en buen órden. Satisfecho con quedar dueño del campo, despues que su impremeditado ardor le espuso, y á los nacionales que le acompañaban, á un desastre que, en aquellas circunstancias, hubiera sido terrible y habria acrecido la audacia de los carlistas, tamaña entonces, y acabado de desalentar á muchos pueblos, cuya situacion era desesperada, necesitaba tambien descanso su columna.

SANGRIENTA DERROTA DE LA

ATAQUE DE ALCANAR Y OTROS PUNTOS.

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COLUMNA DE VINAROZ.

LXV.

Alcanar, guarnecido por un pequeño destacamento, era uno de los puntos que importaba tomar á los carlistas para dominar aquel terreno, beneficiar las salinas de San Carlos, introducir por mar los víveres y pertrechos y obtener otras ventajas, de que se cuidaria el padre político de Cabrera.

Fuera de este interés, la importancia militar ó política de la villa era de todo punto insignificante.

Cabrera, Forcadell y Arévalo, con dos batallones y la caballería, se dirigieron á sorprender la poblacion, emprendiendo su marcha desde Rosell la noche del 17 de octubre. Al amanecer llegaron á la ermita del Remedio, que abandonó su destacamento, el cual se encerró con la guarnicion en el fuerte, dejando al enemigo dueño de la villa.

Casas aspilleradas y débiles tapias de tierra formaban el primer recinto del fuerte: la iglesia era el segundo. Sesenta y cuatro nacionales, al mando de don Antonio Boria le defendian. Cuando ya no pudieron sostener la primera defensa del fuerte, la abandonaron, y fué inmediatamente ocupada por los carlistas, que para apoderarse de la iglesia apelaron al acostumbrado medio de incendiarla ó destruirla de cualquier otro modo. Mas era preciso para ello aproximarse, y á fin de conseguirlo, formaron los galápagos ó tortugas que en Rubielos, y Cabrera, temerario siempre, fué uno de los que se metieron dentro del carro, y el el único quizá que salió de él ileso, porque la inesperada lluvia de piedras que arrojaron con acierto los sitiados, destruyeron aquella máquina original é improvisada.

No le desalentó este revés, y tranquilizando á sus soldados, alarmados con el susurro de la llegada de fuerzas en auxilio de los sitiados, mandólos descansar y continuó preparando la rendicion de los que, acordándose de Rubielos, no podian entregarse.

A poco, la algazara de los sitiados aseguró á Cabrera de la llegada de una columna enemiga, compuesta de cuatrocientos trece infantes y veinte caballos entre nacionales, francos y carabineros, que salió de Vinaroz ignorando la considerable fuerza que iba á combatir.

Cabrera dejó alguna gente para contener á los sitiados, y con la restante y Forcadell y Arévalo, avanzó al encuentro de sus enemigos, yendo de vanguardia con él las compañías de cazadores y caballería. Ordenadas, les dijo:

«Ea, muchachos, ahora si que viene el enemigo; pero no temais, que no pueden ser sino los soldados de parada de Vinaroz, pues si fuese tropa del ejército ya tendria yo aviso. Espero que seguireis mi ejemplo, y venceremos. Voluntarios. ¡Viva el rey!»

Los liberales ya llegaban á Alcanar, cuando comprendieron la superioridad del enemigo; pero solo atendieron á su valor; que iban á perecer sus compañeros; que era peligrosa la retirada, y se decidieron á seguir adelante. Forman en batalla, adelantan sus guerrillas, y Cabrera arenga de nuevo á los suyos, diciéndoles:

«Muchachos, allí están; la victoria es indudable, á pesar de que los

TOMO II.

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