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enemigos se presentan con tanta barahunda de clarines, cornetas y tambores: veremos si son algo mas que militares de parada.»>

Manda calar bayoneta y acometer, y con tal ímpetu se da esta carga, que los liberales ceden al fin, y se introduce en sus filas el desórden. Testigos fueron aquellos campos de una espantosa carnicería. No se dió cuartel, y ninguno se rendia. Cuando algun nacional ó soldado se veia solo y cortado por muchos, moria defendiéndose. Allí quedaron tendidos más de cien valientes enrojeciendo aquel suelo con su sangre. cruelmente derramada (1).

Los sitiados de Alcanar, despues de haber visto desde la torre el triste resultado de la accion y la desgracia de sus compañeros y amigos, continuaron defendiéndose, aunque sin esperanza de auxilio. En vano queman los carlistas la puerta de la iglesia, y atacan con obstinacion: los cercados apelan á todos los medios de defensa (2).

Pasaba el tiempo y la fatiga era ya superior á su ánimo: el triunfo de los sitiadores, de cualquier manera que fuese, era infalible; no quedaba, pues, ninguna esperanza. Angustiada su situacion con los lamentos de las mujeres, que acompañaban en el fuerte á sus esposos, á sus padres ó á sus hijos, fuéles preciso aceptar una capitulacion que aseguraba su vida y libertad, y se rindieron en la mañana del 19. Los valientes defensores de Alcanar marcharon á Vinaroz, y el mismo Cabrera los acompañó hasta muy cerca. Atribuyen algunos tan ines

(1) No obstante el estupor y el desaliento que se apoderó de los nacionales de Vinaróz desde el primer avance de Cabrera, que les indujo à una fuga y dispersion simultánea y desordenadísima, siendo esta la causa de su infortunio, ocurrieron combates y resistencias individuales muy denodadas, que, dando ocasion de mayor encono, hicieron que sofocase toda clase de sentimientos de humanidad hacia los nacionales, sin que las relaciones de paisanaje ni la conformidad de religion, ni quizá entre muchos de los combatientes los vínculos de la sangre, bastasen á mitigar la obcecacion y éncarnizamiento que les dominaba en aquel malhadado trance. Allí pereció la juventud mas florida de Vinaroz. Allí pelearon amigos con amigos, condiscípulos entre condiscípulos, y los recuerdos de la infancia desaparecieron, y las emociones de la amistad se sofocaron, y á la voz de viva el rey ó viva Isabel II, el furor y la muerte recorrian aquellas desoladas llanuras. Allí murieron, con otros estimables jóvenes, don José Julian, don Joaquin Ayguals, don Juan Ballester y don Francisco Marti, ornamento y prez de la hermosa villa que les vió nacer.

«Eran mis amigos desde la infancia: Cabrera consigna estos nombres en su Diario; séame lícito recordarlos tambien, y derramar una lágrima á su memoria. Dia fué este de indecible quebranto para la villa de Vinaroz, que conservará siempre el ominoso recuerdo de tan inesperada catástrofe, llorando la desventurada suerte de muchos padres, hijos, esposos, parientes y amigos. Leccion horrorosa, que solo puede trasladarse con lágrimas de sangre en los anales de nuestras discordias civiles para escarmiento de la posteridad.>>

(Vida de Cabrera por Córdoba)

(2) Uno de los recursos de que se valieron fue el de arrojar colmenas llenas de abejas que atormentaran á los carlistas colocados cerca de las paredes de la iglesia acechando el momento de entrar en ella.

perado comportamiento, á los proyectos que Cabrera tenia sobre Alcanar, viéndose con asombro el castigo que impuso á unos cuantos de sus soldadados, que siguiendo la costumbre, tuvieron el placer de incendiar cinco casas.

Aquel mismo dia dejó Cabrera á Alcanar, y marchó á San Carlos de la Rápita, desde cuyo puerto le cañonearon algunos buque ingleses y españoles surtos en él.

Se dirigió desde allí á Cenia, donde penetró el 24, y atacó su fuerte, apoderándose de las casas contiguas al primer recinto. Quizás se hubiera apoderado del segundo sin la aproximacion de una coluinna libeberal, que le precisó á retirarse á la parte del Martinete.

El 26 capituló la pequeña guarnicion del fuerte de las Roquetas en los arrabales de Tortosa, y á los pocos dias la de Cherta, situado á la orilla derecha del Ebro, por donde se retiró embarcada su guarnicion.

Como ni le convenia, ni podia conservar este fuerte, le mandó demoler, y se retiró á la Puebla de Benifasá, y participó desde aquí á don Cárlos sus triunfos, que eran importantes, pues le permitian dominar el bajo corregimiento de Tortosa y los ricos pueblos que encierra el semicírculo de montes, que empezando en Cherta, sobre el Ebro, concluye en la plaza marítima de Peñíscola.

PROVIDENCIAS DE LA COMISION DE ARMAMENTO Y DEFENSA DE ARAGON.

LXVI.

Los hechos que acabamos de referir, causaron una profunda sensacion en Zaragoza y en cuantos puntos fueron conocidos, á pesar del cuidado que se puso en ocultarlos.

La comision de armamento y defensa, creada de real órden en la capital, se ocupó en escogitar los medios que pudieran atajar el incremento estraordinario y terrible que tomaba la guerra, ya que no terminarla, y acordó, entre otras medidas, el fomento de la guardia nacional de Aragon; la espulsion para Málaga, Ceuta é islas Baleares de las personas de cualquiera clase, sospechosas de emplear su influjo contra el sistema liberal, y el destierro fuera de Aragon de las que en él estuvieran confinadas procedentes de otras provincias. Encargó á todas las autoridades civiles y militares ejerciesen la vigilancia más activa sobre los desafectos, requisó, prévia indemnizacion, todos los caballos útiles, privando así á los carlistas de este recurso, y esceptuando únicamente. los de los nacionales y oficiales de infantería; espulsó á los gitanos, por constar traficaban en caballos para los carlistas, escluyendo á los que tuvieran ocupacion fija ó abonasen las autoridades, y procuró asegurar

la tranquilidad de los pueblos, haciendo responsables de su conservacion, con sus personas y bienes, á los ayuntamientos, curas, escribanos y vecinos poderosos é influyentes. Propuso además en sesion de 31 de octubre al capitan general, lo conveniente que seria declarar en estado de sitio los distritos donde operaban y se abrigaban los carlistas; y esta autoridad, con presencia de lo prevenido por real órden, autorizó á los jefes en campaña para que usasen de las facultades que correspondian á un jefe superior militar estando el país declarado en estado de guerra. Muy propias eran de las circunstancias todas estas determinaciones, y no las criticamos. Solo nos condolemos de que los horrores que hemos lamentado iban á aumentarse, y de que la guerra tomaba cada dia un carácter más pronunciado de fiereza.

LUCENA.

LXVII.

Don José Miralles, conocido por el Serrador, y Torner, marcharon por insinuacion de Cabrera sobre Lucena, en tanto que él llamaba con sus movimientos la atencion de las fuerzas hácia otro punto distante para proporcionarle así la ocupacion de aquella, por sorpresa ó de otro modo, advirtiéndoles no se ensangrentasen con sus moradores.

Con dos mil infantes y cincuenta caballos á sus órdenes, se presentaron á la vista de Lucena en la tarde del 1.o de noviembre, confiando entrar sin resistencia en la villa por el temor en que creian á sus defensores.

Eran estos unos pocos nacionales, cuyo valor suplia al número, y aunque les impresionó la llegada de los carlistas, depusieron todo recelo, y trataron de acreditar que no en vano habia depositado en ellos la patria sus armas.

Circunvaló Miralles la poblacion con bien poca inteligencia, pues no impidió la salida de algunos á dar parte de su situacion á la columna que estuviese más próxima, y exigió contestacion al siguiente oficio, que merece ser trascrito sin variacion alguna.

«Me dirijo a ese pueblo con 3000 valientes de infanteria y Ciento quarenta caballos con el objie to tan solo en que si deponen las armas a esta inbitacion de paz que les ago en nombre del rey N. S. tratarlis con toda consideracion dejando quietos y tranquilos a esos á vitantes conforme lo he echo con los demas pueblos que han ovedecido, pero si desgraciadamente no ha tienden á esta voz de paz, en el momento hoygan un tiro daré orden para abrasar desde la primer masada del termino hasta lo mas sagrado de la Poblacion. -No creo a Us tan pertinases que quieran de clararse tan

abiertamente enemigos deun Rey tan venigno y que por ley divina y umana le corresponde la corona como hes costante que la ma no del Todo Poderoso guia sus pasos siendo el terror de sus enemigos.-Dios guarde a Us muchos años. Cuartel general de Vistabella 1.o de noviembre de 1835.José Miralles.-Señores justicia y ayuntamiento y comandante de urbanos de Lucena. >>

Como era lógico, este parte fué objeto de burla por lo que se prestaba al ridículo y no tuvo contestacion. Siguieron los sitiados en sus preparativos de defensa, y volvieron á recibir otra intimacion, creyendo Miralles no habia llegado á su poder la precedente. Recordábala y les conminaba con que si dentro de una hora no deponian las armas, serian aquella noche quemadas todas las masías del término, que hasta entonces habia mirado con consideracion, añadiéndoles, y mañuna seran esos a vitantes reducidos a ceniza con todo el pueblo a imitacion de Cortes de Arenoso con la diferencia que de aquellos oi sus clamores y de Us meharé sordo porque asi se lo merecen si antes no se humillan.

Los lucenenses le contestaron al instante de una manera atrevida é insultante. En su nombre, decia el comandante de la guardia nacional «no defraudarian la confianza que de ellos habia hecho el gobierno, entregándoles cuarenta mil cartuchos, cuatro mil granadas de mano y quinientos fusiles, todo lo cual imponia el deber de defender aquel baluarte hasta derramar la última gota de sangre: que estaba prevenido para recibir cual correspondia á un enemigo de la patria que con tanta atrocidad asolaba la provincia; que como hombres libres no sabian quebrantar el juramento sacrosanto que pronunciaron, ni menos transigir con los ladrones, incendiarios y asesinos.-Dios guarde á vd., terminaba diciendo, tan pocos años su vida como lo desea el comandante y demás nacionales de la villa.-Señor cabecilla de ladrones y facciosos.>>

Esta comunicacion no podia menos de irritar á Miralles y desbordar su cólera. Así es que mandó bárbaramente incendiar las masías, destruyendo con ellas la fortuna de pacíficos labradores alejados de la discordia que dividia á los españoles.

A la luz de aquellas horribles llamas escribió, sin duda, Miralles su tercera intimacion, diciendo que la respuesta que habian dado á su anterior era indecente é impropia de la civilizacion que querian aparentar; que era incendiario para los pertinaces, y humano para los humildes; y que para acreditarlo, les invitaba por última vez á que depusieran las

armas.

Recibióse este oficio en la madrugada del 2; y habiendo llegado á la sazon á Lucena el comandante don Francisco Sangüesa, que con treinta y un indivíduos de su batallon, acudió en pocas horas desde Castellon tan luego como supo el aprieto de la villa, fué contestado con

entusiasta entereza, diciendo que ni les intimidaban las llamas que veian, ni las cenizas con que les amenazaba, y le desafiaban á comenzar el combate.

No se hizo esperar éste, y el Serrador atacó por cuatro distintos puntos á la poblacion, resistiendo sus defensores con tal intrepidez, que contuvieron el ímpetu con que se arrojaron los carlistas al asalto. Dueños de dos casas, desde las cuales estaban al abrigo de los fuegos, intentaron, agujereándolas, facilitar la entrada en Lucena. Así lo habrian conseguido á no haberse apercibido de la novedad los liberales, que echaron al instante á tierra una casa vecina, é hicieron un parapeto con sus escombros.

Pero un esfuerzo de los carlistas podia vencer esta débil resistencia y poner en grande aprieto á los valientes de Lucena. Resueltos á todo, antes que á entregarse, pudieron adquirir mayor brio al ver que nuevas fuerzas venian en su auxilio.

Era la columna de Buil, que merced á una marcha forzada y casi increible, por la celeridad con que la habia ejecutado, estaba ya á la vista de Lucena. Miralles trata de oponérsele desde ventajosas posiciones, y los liberales, aunque fatigados, se ordenan para la batalla, y atacan denodados á los carlistas, que no esperaban tal arrojo.

Los sitiados hacen al mismo tiempo una salida oportuna y embisten con saña á los sitiadores, que no pudiendo resistir á unos y otros, ceden, y las tropas de Buil entran en Lucena orgullosas de su triunfo y en medio de los aplausos de los habitantes.

Los carlistas, abandonando algunos víveres que habian acopiado, emprendieron su retirada sin poder ser perseguidos por el cansancio de las tropas, llevándose bastantes heridos y dejando trece muertos; no apenando esto tanto á Miralles como el no haber podido castigar los insultos que habia recibido, y que por herir su amor propio le lastimaban más que una derrota.

Miralles se retiró á la parte de Benasal, y Torner á la Fatarela.

EMBESTIDA DE CABRERA A ALCAÑIZ.

LXVIII.

La herida de Nogueras fué causa de bastante importancia para que se propalase entre los carlistas la noticia de su muerte, predicándola algunos sacerdotes, entre ellos el padre Escorigüela, que la presentaron como uno de los sucesos con que más hacia prosperar la Providencia la causa de la religion y de don Carlos.

Influyó tan notablemente en el espíritu público este acontecimiento,

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