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lo menos, los desgraciados que por su adhesion á la justa causa que defienden todos los buenos españoles, son víctimas de la venganza de tan crueles y desnaturalizados enemigos, sean indenmnizados por aquellos que pudiéndoles contener con su influjo no los contienen; que pudiéndoles resistir no los resisten, y que, en vez de contribuir á su persecucion, los abrigan, los ocultan, los dirigen, los auxilian y fomentan. Por tanto, en virtud de real decreto de 20 de octubre último, y con acuerdo de la junta auxiliar de armamento y defensa de esta capital, declaro en estado de guerra los partidos de Arzua, Ordenes, Santiago, los de Villalba, Fonsagrada, Nogales, Sarriá, Quiroga, Monforte, Chantada, Lugo, y los de Salin y Tabeiros. Todo daño que en adelante causasen las facciones, será indemnizado en la mitad por el cabildo de la iglesia catedral comprensiva del lugar en que se hubiere causado el daño, y la otra mitad por los curas y habitantes del radio de una legua en contorno, mancomunadamente. Serán relevadas de esta responsabilidad las familias en que el padre ó alguno de los hijos se halle inscrito en la guardia nacional del territorio.»

Grandes perjuicios causó este bando á los carlistas, no esperado de quien hacia doce años, en una alocucion á los pueblos y tropas del cuarto ejército, publicada el 2 de junio de 1823, llamaba á los nacionales de Galicia, que eran los únicos que contrariaban su deslealtad (1). «la hez de la nacion; hombres alucinados: el resto de los partidos que tanto daño nos causaron; temerarios que desconocen la voz de la razon, pretenden seguir el camino de la anarquía, y se complacen en la desolacion del país que los sustenta.»>

Sacando á plaza estas palabras combatieron los carlistas el bando de Murillo, pero no fueron atendidos por los liberales, que veian en el antiguo militar español, el nuevo y decidido partidario de la libertad, el terrible enemigo de los carlistas y de las pasadas instituciones que defendian, el entusiasta defensor de Isabel, resuelto á esterminar á los defensores de don Cárlos.

Este bando le colocaba en una posicion franca; no admitia interpretacion ninguna de sus palabras; los liberales le aplaudieron, y los resultados no fueron dudosos por el pronto.

La guerra se hacia aquí, como en todas partes, con rigor sangriento cuando no con crueldad. La cabeza de algunos jefes carlistas se puso á precio, y éstos le pusieron á su vez á la de Murillo.

(1) Sabido es que Labisbal, Murillo y Ballesteros no defendieron la Constitucion que habian jurado sostener, y que facilitaron la invasion francesa, y su nada envidiable triunfo.

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LIBRO QUINTO.

MENDIZABAL.

I.

Como vimos al finalizar el libro III, no pedia ser más crítica la situacion del país. Los carlistas en prosperidad, la guerra encrudecida; las provincias sublevadas; el gobierno sin amigos, sin dinero y sin crédito. La revolucion dominaba casi toda la Península; pero aunque resueltamente hostil al poder, era débil, torpe, incoherente; porque sus jefes no sabian hacerla, y los que tenian la osadía necesaria para su propósito, carecian de las demás dotes del revolucionario,. Esto, aparte de que el móvil de la rebelion en algunos puntos fue el interés particular, y conseguido, no se curaron de otra cosa sus autores.

Para fortuna de la causa liberal, un español, lejos entonces de su patria, era el destinado á salvarla. Y acaso no comprendia todo lo terrible de la crísis en que se hallaba nuestra Península, lo récio de las tempestades que la azotaban.

Este español era don Juan Alvarez y Mendizabal, llamado para combatir á la revolucion que prohijó y que la representó en el poder. Templándola y acallando sus exigencias, la hizo venir en su auxilio y en el del trono, que comenzaba á decaer.

La hermosa y culta Cádiz vió nacer á Mendizabal, en 25 de febrero de 1790, y el ambiente revolucionario que respiraba la Europa, enviado entonces desde las márgenes del Sena, debió alimentar al tierno infante, inculcándole las ideas que ya le distinguieron en sus primeros años.

Hijo de don Rafael y de doña María Mendez, ambos del comercio, trocó este apellido por el de Mendizabal, á fin de librarse de las perse

cuciones políticas que desde muy jóven comenzó á esperimentar de parte de los invasores, á quienes hizo frente denodado. No le libró esta precaucion de ser preso y conducido á Granada; pero aquella imaginacion verdaderamente meridional, siempre inquieta y atrevida, y fecunda siempre, no le abandonó en tan terrible situacion. Iba con otros á ser fusilado, y le sugirió medios de fugarse, haciendo lo verificasen primero sus compañeros.

que

Mendizabal siguió prestando importantes servicios á la causa de la independencia; y cuando se formó el ejército espedicionario á Ultramar, fué de los primeros que trataron de aprovechar sus disposiciones en favor del régimen constitucional; y á su decision y actividad, á su crédito y recursos, debió las Cabezas de San Juan la celebridad adquirió el primer dia del año de 1820. Y no se limitó á procurar recursos al ejército, desprendiéndose de los suyos: el movimiento no siguió, y hacian falta pechos esforzados que hiciesen frente á las fuerzas que le contrarrestaron el de Mendizabal se presentó á todos los riesgos, y no soltó las armas mientras fueron necesarios sus brios. Satisfecho de su obra, continuó tranquilo en el comercio, sin dejar de vestir el uniforme de miliciano.

De nuevo vió Cádiz á los franceses, y la causa liberal reclamaba el apoyo de sus partidarios, Allí hacia falta el brazo de Mendizabal, allí su talento para crear y ordenar medios; y su brazo y su talento la sostuvieron en lucha tan desigual. Tanto se distinguió entonces, que fué á llorar en país estranjero los males de su patria (1). Sus buenas relaciones, su probidad y conocimientos mercantiles, le conquistaron pronto en Londres un puesto de la mayor confianza, y él fué el banquero, como lo tenemos ya insinuado, de la espedicion á España, en 1830, y el que con su genio multiplicó los recursos que para ella le facilitó Mr. Ardoain. Multiplicándose á fuerza de actividad y celo, hallóse presente en todas partes, sin cuidarse de su interés; y fueron tan eficaces sus gestiones, que la espedicion fué en gran parte obra suya, y que no fueran más funestas sus consecuencias.

Frustrados sus deseos, el ardiente campeon de la causa liberal, halló nuevo campo en que consagrarse á su triunfo con el mayor ardimiento; y don Pedro, al venir de su imperio del Brasil, no halló un hombre de tanto genio como Mendizabal para que le ayudase en la empresa gran

(1) Tenemos la órden original de prision y embargo de bienes para que sufriese la pena ordinaria de garrote y confiscacion, à que fué condenado por la real audiencia de Sevills como autor del alzamiento de 1820. Contiene una lista de treinta y cinco nombres, entre los que se hallan los de Isturiz, Ceruti, Cuetos, Galiano, San Miguel (don Evaristo), Quiroga, Espinosa, Gamboa, Valdés (don Cayetano), Ciscar, don Vicente Beltran de Lis, hijos, y otros.

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