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-Nada: adios.

Volvió á verse con el ministro Villemur, á quien halló con el hermano del Sanz, fusilado despues en Estella; pero no estaban escribiendo tal órden sino procurando contrariarla, y manifestó Villemur á Maroto que interesaba su pronta llegada al ejército, y que en el camino le alcanzaria un posta con la órden.

Marchó Maroto, y al encontrarse con Zumalacarregui al paso, es fama le dijo entre otras cosas: «Amigo, yo estoy gravemente enfermo y no puedo ser superior á tanta fatiga: vd. vendrá á mandar el ejército, y de ello me alegro infinito.»>

Este lenguaje no era franco: Zumalacarregui parece que dejó ciertas prevenciones á Eraso que le contradecian.

La órden que Maroto esperaba llegó; más no como se le ofreciera, pues se decia en ella que «S. M. habia resuelto permaneciese en el ejército á las inmediatas órdenes de Eraso, para las atenciones del servicio, ínterin que dicho jefe dejaba el mando, como prometiera, en razon de sus enfermedades. >>

Y Villemur en carta particular le añadia, que se habia acordado guardar esta consideracion á Eraso por la seguridad de que no tardaria en separarse del ejército por la falta de salud, que tuviera paciencia, que observase las operaciones de dicho general, y que comunicase cuanto notara; pues se habia llegado á entender que tenia alguna intelige cia con los jefes de la plaza.

Sufriendo Maroto por lo que le hacian pasar, y por verse, siendo teniente general, subordinado á un mariscal de campo, llegó al frente de Bilbao y procuró granjearse el afecto de jefes y soldados, moderando para ello su ceño adusto y su carácter grave.

Segun su opinion, notó bastantes defectos en el sitio, y criticó los trabajos para adelantar la línea de circunvalacion, la direccion de los fuegos, la lentitud del bombardeo y el servicio de las tropas.

Acercábanse entonces los liberales desde Portugalete á socorrer á Bilbao, y fué enviado Maroto al frente de cinco batallonos á su encuentro. Cambiaron algunos tiros las avanzadas en las alturas de Castrejana y los carlistas se limitaron á impedir el paso, hasta que el tercero dia se presentó Eraso con un refuerzo que, si no insignificante era insuficiente para empeñar una accion, como queria obstinadamente Eraso, y la emprendió para ceder en breve, diciendo Maroto al hablar de este hecho que, si Espartero hubiese pensado en avanzar, nos hubiera sido indispensable verificar la retirada de la circunferencia de Bilbao, en poco ó ningun órden, pues careciamos de las fuerzas necesarias para sostenerlo.»>

Mientras Eraso y Maroto con noble emulacion procuraban ser mere

acaba

ceres del mando en jefe, era elevado á este puesto un militar que ba de entrar de Francia, de mal carácter y peores amigos, y corrió al frente de Bilbao.

Este militar era don Vicente Gonzalez Moreno, cuya primera disposicion en el sitio fué enviar once batallones de la línea á atacar por retaguardia á las tropas de Espartero, y sin conocimiento del terreno, ni de las distancias, ni de los obstáculos que se opondrian, fué causa esto de que Eraso, que permaneció sobre Bilbao, tuviese que ceder el paso á las tropas liberales, que entraron en la plaza.

No podia Morenc haber inaugurado su mando de una manera más desastrosa. Hizo estériles en un momento para su causa, los sacrificios de tanto tiempo, y el que fué elevado sin duda sobre el pavés de los intrigantes cortesanos, acreditó en este dia en Bilbao y á las dos semanas despues en Mendigorría el acierto de la eleccion.

El hizo la verdadera defensa de sus enemigos carlistas.

No era solo entre estos el descontento, le habia en los liberales, y limitándonos ahora al teatro de la guerra en el Norte, la diputacion de Vizcaya, contestando á la consulta que le hacia el conde de Mirasol, decia: «Medios dulces y ágrios son necesarios para contener los abusos que se han hecho comunes en esta lucha fratricida, pero no es menos preciso trazar una marcha franca y decisiva que indique á las autoridades su círculo de atribuciones, y á los subordinados la suerte que para todos se prepara, un cambio de conducta de parte del gobierno, que ponga fin á las exacciones militares, en las cuales los pueblos y particulares solo ven un abismo que absorbe todos sus recursos; y que se prodiguen elementos abundantes para hacer la guerra con armas, gente y dinero: la justicia y severidad completarán el cuadro de semejante sis.. tema...

>>> La guerra se ha hecho con poco tino y con medios exígüos: mal cuando el rigor, cuando la fuerza no bastaba para estorbar las represalias, los ánimos se han irritado, el partido ofendido se consideraba envilecido cediendo un combate en que la superioridad numérica le prometia victorias, y las consecuencias de las medidas violentas, doblemente ejercidas por el enemigo sobre el partido de la lealtad, han dado á aquellos el aumento de poder que debia temerse. Unido el prestigio de una causa falsamente interpretada como popular, con el terror de los castigos severos, con asesinatos cohonestados con el pretesto de represalias, quemas y otras violencias semejantes, el partido carlista ha adquirido un predominio talmente funesto que todos los medios políticos y practicables son ya del todo ineficaces, é inútiles, sino fueren apoyados con una permanencia constante de fuerzas que haga conocer la imposibilidad de resistirlo.».

TOMO II.

5

Pedia despues, entre otras cosas, la supresion de todas las órdenes religiosas de hombres en Vizcaya, y alejar á 30 leguas de este país, por lo menos, á todos sus indivíduos: estrañar á igual distancia á la mayor parte de los eclesiásticos seculares..... privar á los escribanos de concurrir á los ayuntamientos, cuyas secretarías debian ser servidas por fieles de fechos, suprimir los ayuntamientos generales ó concejos abiertos, y hacer efectivas las compensaciones ó reintegros prometidos á los liberales sobre los bienes de los carlistas.

Parecida fué la contestacion del ayuntamiento, que obra tambien en nuestro poder, abogando una y otra corporacion por los fueros.

MUERTE DE ZUMALACARREGUI.

XII.

Herido Zumalacarregui y obstinado en su propósito, continuó alejándose cada vez más de Bilbao, como si esta plaza fuera un espectro que le persiguiera, como si retumbaran en sus oidos los ayes de las víctimas que en uno y otro campo causaba el sitio.

Descansa dos horas en Zornoza, le vuelven á tomar los granaderos sobre sus hombros, y á pesar del calor, marcha á Durango, residencia de don Cárlos. Se aumenta el número de sus facultativos, se reconoce la herida, y pronosticaron que antes de quince dias podria el enfermo estar en disposicion de montar á caballo, lo cual reanimó el abatido espíritu de los carlistas.

En la mañana del 17 fué á visitarle don Cárlos, como lo anunciara la víspera; y en esta entrevista no resultó más, al parecer, de notable, que reconvenir afectuosamente al herido por haberse espuesto tanto, á lo que contestó: «Que no haciéndolo así, nada podria adelantarse: que demasiado habia vivido ya, y que en aquella guerra tan desigual y destructora por necesidad debian morir cuantos la habian comenzado.>>

Zumalacarregui sin hacer caso de las amonestaciones de don Cárlos para que se quedase en Durango, se empeñó en llevar á efecto su resolucion de ir á Cegama, y emprendió al instante la marcha como el dia anterior, siguiéndole los facultativos, á los cuales se agregó en el camino un famoso curandero llamado Petriquillo, en quien confiaba mucho Zumalacarregui por haberle conocido desde jóven y por la celebridac de sus curas. En Segura se incorporó tambien otro cirujano, retirándose el jóven facultativo inglés para incorporarse al escuadron de oficiales de la Legitimidad á que pertenecia.

El mismo dia 17 llegó á Cegama.

«Aunque Zumalacarregui llevaba á su lado al virtuoso fray Cirilo

de Pamplona, su hermano político, hoy dia misionero en la América, habiéndose encontrado en Segura con su ayudante secretario don Cárlos Vargas, apoyado todavía en dos muletas y sin acabar de curarse de la grave herida que habia recibido, le ordenó que le acompañase. Luego que el general llegó á Cegama, á pesar de su estado de postracion que se aumentaba de dia en dia, entabló formal correspondencia con don Francisco Benito Eraso, que como segundo jefe habia quedado mandando el ejército. Zumalacarregui pedia entonces con las mayores instancias que se levantase el sitio de Bilbao, añadiendo que caso de que se continuase y las tropas carlistas ocupasen la plaza, se guardase inviolablemente la promesa hecha por él á los cónsules de Francia é Inglaterra.....>>

Habla luego el biógrafo de Zumalacarregui, de quien hemos tomado las anteriores líneas, de la rivalidad y antipatía que Grediaga, Gelos y Boloqui debian tener al curandero Petriquillo, y asienta con la conviccion mas profunda, que la ignorancia tuvo el primer lugar en la muerte del caudillo carlista.

De acuerdo todos en la poca importancia de la herida, podrian ser responsables de las consecuencias. Es verdad que las molestias del viaje, el calor y..... disgustos posteriores le produjeron una enfermedad; pero no era esta mortal, y en su cura, y en la de la herida, obraron todos sin método, segun las opiniones mas autorizadas (1).

Lastimando al paciente la bala que le internó, se procedió á su estraccion en la mañana del 24, y lo verificaron causando un destrozo considerable en la pierna. La bala colocada en un plato, corria de casa en casa como una reliquia, y hasta se pensó enviarla á Durango. Pero á la alegría que produjo el creer ya curado á Zumalacarregui, sucedió la consternacion. Sobrecogió al herido un gran temblor, y conociendo su próximo fin se dispuso á esperarle. A poco espiró.

La principal y creemos la única cláusula de su testamento fué la siguiente.-Dejo mi mujer y tres hijas, únicos bienes que poseo: nada mas tengo que poder dejar (2).

(1) Véase documento número 5.

2) «<Asi terminó su carrera el héroe carlista á los cuarenta y seis anos de edad y diez y neve meses de haber comenzado sus campañas.

»Zumalacarregui fué vestido antes de llevarle á la sepultura con todo lo mejor que poseia: mas como nunca tuvo uniforme de general (a), se le puso su frac y pantalon negro, chal co blanco, corbata negra y la gran banda de la real y militar órden de San Fernando; la misma con que don Carlos le habia condecorado por su propia mano despues de las acciones del 27

(a) Al retratarle en esta obra de general y no con zamarra, ha sido por seguir exactamente el original que se nos facilitó, cambiando solo la boina,

Zumalacarregui, bajó á la tumba en el período mas crítico que hasta entonces tuvo la causa carlista. Esta perdió en él un buen servidor,

y 28 de octubre. Aun este único adorno era incompleto, porque solo consistia en la banda sin la placa ni la cruz que le es propia. El funeral se celebró el 25 por los curas del pueblo, acompañandó al cadáver varios parientes y amigos del difunto, y los ayudantes Lacy, Caces, Berdiel y Plaza.

>>Don Tomás Zumalacarregui era de estatura de cinco piés y dos pulgadas, tenia la espalda un poco ancha y algo torcida. De ordinario no llevaba la cabeza muy erguida, antes por el contrario, cuando caminaba á pié, marchaba con la vista fija en el suelo, como si fuese ocupado de una profunda meditacion. Sus ojos eran claros y castaños; el mirar penetrante, profundo como el águila, su tez clara, la nariz regular, el cabello castaño oscuro y espeso; en sus últimos años principiaba ya á encanecerse, y lo llevaba por lo comun muy corto. La patilla unida al bigote favorecia en estremo à su fisonomía, mostrándola tan singular como belicosa: nunca se veia en sus acciones ni públicas ni privadas, cosa que desmintiese aquel aire de imperio con que la naturaleza le habia dotado. Zumalacarregui hablaba poco y no reia mucho: escuchaba con particular atención á cuantos le dirigian la palabra, y cuando daba audiencia, era tan enemigo de dejar negocios pendientes, y de hacer esperar á las personas, (especialmente desgraciadas), que se olvidaba hasta de comer. Jamás se sentó a la mesa hasta no haber oido al último de los que deseaban hablarle. Así sucedia con frecuencia que la comida dispuesta para el medio dia, le aguardaba todavía por la noche: esto acontecia todas las veces que pasaba veinte y cuatro horas en un pueblo. Sin embargo, de haber residido en las principales capitales de España ocupando el lugar brillante que pertenece al jefe principal de un regimiento, Zumalacarregui frecuentaba poco la sociedad. De él puede decirse lo que Voltaire escribe de Carlos XII, rey de Suecia: «Que este retraimiento era efecto de que todo entero se entregaba á los trabajos de la guerra.» Mas no se crea por eso que cuando llegaba el caso, no sabia conducirse con aquella galantería tan propia de la oficialidad española; al contrario, era sumamente atento y urbano, y por lo mismo que no hacia alarde de ello resaltaban mas sus obsequios. Profesaba un odio implacable al juego y à la mentira. Su mayor diversion era la caza, siendo tal su pasion por esta, que dedicaba siempre à ella todo el tiempo que le dejaban libre sus obligaciones. De este ejercicio le provino sin duda aquella soltura y agilidad de miembros que se le notab, pues algunas veces, especialmente en invierno, hacia à pié jornadas enteras. El carácter de Zumalacarregui se resentia con facilidad de su temperamento bilioso, y como el gran Condé, llevaba á mal se le contradijese. No obstante, tan pronto como era en dejarse llevar de la impaciencia y aun del enojo, era fácil en calmarse. Arrogante con los soberbios, mientras daban muestras de altivez, se abatia, hasta ponerse á su nivel, con los modestos para infundirles el vigor que parecia habian perdido. Celoso por la religion de sus abuelos, estaba muy lejos del fanatismo y de la hipocresia. Trataba á todos segun la moral de su conducta, y ni a'n los cclesiásticos, si estaban faltos de virtudes, hallaban en él consideraciones particulares. Los talentos y la calidad de las personas eran tenidos en grande aprecio por Zumalacarregui. Como su afan le conducia á ser el primer actor de sus disposiciones, nada hay que estrañar que fuese el artillero que daba fuego al canon, el ingeniero que hacia los reconocimientos, el polvorista que juntaba los mistos, y hasta el cabo, sargento, capitan, coronel en sus funciones respectivas: los mas minuciosos detalles le llamaban la atencion. Jamás espidió una órden ú oficio por escrito sin entregarlo por su propia mano y examinar antes la inteligencia ó capacidad del conductor, obligándole tambien à repetir palabra por palabra, lo mismo que acababa de decir. Con tal observador, ningun hombre de mérito podia estar largo tiempo confundido, ningun criminal impune, ningun adulador bajo otro disfraz. Al contrario de lo que generalmente sucede, Zumalacarregui, conforme crecia en gloria y reputacion, iba deponiendo la gravedad de su aspecto; y no solo al último soldado, sino al mendigo mas miserable, se mostraba á toda hora accesible. La generosidad era en él una virtud innata, y la energía la cualidad mas sublime de su carácter.»

Vida de Zumalacarregui por Zaratiegui.

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