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ESCALAMIENTO DE LA CIUDADELA.-ASESINATOS.

XXVII.

A unos doscientos pasos del glacis de la ciudadela, se hallaba la Plaza de Palacio preñada de batallones, escuadrones y artillería, y la luz siniestra de los hachones de la multitud amotinada, permitia ver sus movimientos. Desde las cuatro de la tarde hasta cerca de las siete, en cuya hora se realizó el escalamiento de la ciudadela, estuvo la milicia y estuvieron las autoridades contemplando impasibles aquella escena de horror, sin que en este intervalo apareciese un soldado á secundar los esfuerzos de su gobernador, cada vez más inútiles por el progresivo aumento y las exigencias de los sublevados.

Impacientes ya éstos, y fraternizando con ellos la tropa que custodiaba la fortaleza, empezaron á escalar la muralla. Sábelo Pastors por

volver á palacio à decir: «Que los alborotadores, en número de más de ciento, se preparaban á subir por unas escaleras que habian traido, y que esperaba una pronta resolucion para evitarlo, ú órdenes terminantes.» A esta segunda órden salí corriendo hasta llegar á palacio, donde encontré al general Alvarez rodeado de muchos jefes y oficiales é indivíduos de los batallones de nacionales, y de otras personas, que hablando casi todas à un tiempo sobre el modo y medio de contener al pueblo, nada resolvian, privándome por un buen rato de hablar à S. E.; pero al fin lo conseguí, aña diéndole en voz alta que en la ciudadela, no solo se temia el que fusilasen á los facciosos presos, sino el que por buscarlos volasen los almacenes de pólvora ¦ mistos, ó el que abriendo los presidios, diesen la libertad á seiscientos ó setecientos facinerosos y ladrones que encerraban, capaces de cometer todo género de escesos y tropelías. Al oir esto se redoblaron los esfuerzos del general, los de un coronel que allí estaba, y mis exageraciones, dirigidas á conmover en favor de mi comision los ánimos de los presentes; pero todo fué infructuoso, pues no se tomó disposicion alguna.

>>Llevado, no obstante, del deseo de sacar á mí general gobernador de la crítica posicion en que le consideraba, y habiendo oido en medio de esta confusion al comandante Gironella que iria con su batallon hacia la ciudadela para contener al pueblo, se lo dije al general Alvarez, y me mandó que me fuese con dicho comandante; siendo la única contestacion que me dió S. E. á este segundo aviso. Busqué al señor de Gironella, que ya habia desaparecido, y encontrandolé en la Plaza de Palacio, le recordé su oferta, y le dije que S. E. me mandaba fuese con él; pero desentendiéndose de todo, y estando ya marchando su batalton hacia San Sebastian, me dijo no se separaba de sus nacionales. En vista de esto, vuelvo é subir à palacio, se lo digo à S. E., y sin darme contestacion, continuó exhortando á todos los que le rodeaban, hasta ofrecerles que al dia siguiente se facilitaria á todos los facciosos presos; con lo cual únicamente consiguió que un oficial y unos diez ó doce nacionales de todas clases fuesen conmigo à enterar de esta disposicion à las gentes por si se conseguia el que desistiesen de su intento y se retirasen à sus casas; lo que no tuvo efecto, porque dijeron que debia ser aquella noche misma, resultando de esta terquedad que el oficial y nacionales desapareciesen, dejándome entre la muchedumbre, de la que pude zafarme con mucho trabajo hasta entrar en palacio, en cuyo cuerpo de guardia me estuve hasta que supe que se habian ya bajado los puentes levadizos de la ciudadela, á la que me fuí en cumplimiento de mi deber. Real Ciudadela 5 de enero de 1836.-El capitan, pri mer ayudante supernumerario, Juan García.»>

el teniente coronel mayor de Saboya, y trata de reforzar aquel punto y prevenir el atentado; pero se le dice al mismo tiempo que arde la puerta principal, y corre á ella, haciendo antes responsables de todos los puntos á sus respectivos jetes.

Esta responsabilidad era de todo punto ilusoria; porque ni podian hacerse obedecer de los soldados, ni en ello mostraban, por infructuoso, mucho empeño. Los paisanos decian á los soldados que iban á vengar á sus jefes, á éstos, que á sus compañeros, y el grito de represalias y de «venganza á nuestros compañeros, amigos y parientes asesinados,>> aturdia el espacio y se confundia con las aclamaciones de todos á Isabel II, á la libertad y á Saboya. Entre los mismos amotinados se reclamaba el órden y la disciplina; pero eran tales la gritería y la confusion, que nadie se entendia, y se dejaban llevar unos á otros del más osado.

Corre Pastors al sitio escalado, creyendo que la tropa, obedeciendo sus órdenes, habria cortado las escaleras é impedido la subida; pero halla á los centinelas mezclados con la multitud, y el baluarte lleno de gente. Amonéstales se tranquilicen, y García, que regresa á la sazon de palacio, les manifiesta de parte del general, que al dia siguiente serian los presos juzgados y sentenciados por una comision de los jefes de la

milicia.

Era tarde para todo; y empujándose aquella masa compacta, y gritando unánime:

a

Que se nos entreguen los facciosos prisioneros y no perturbaremos el órden; queremos hacer un acto de reparadora justicia,» iban como las olas agitadas que se estienden por la orilla, derramándose por la ciudadela.

Pastors, en medio de aquella multitud que le aturdia, esforzábase inútilmente por hacerse oir. Conseguíalo un momento; pero los que iban invadiendo el baluarte, perturbaban aquel instantáneo silencio con sus aclamaciones y amenazas, y empezaban todos á pedir las llaves de los calabozos, lanzando acusaciones contra el gobernador, y amenazándole y á su familia. Nada, sin embargo, le intimida, á pesar de verse solo, pues á escepcion del alcaide, don Mateo Brun, nadie levanta una voz en su auxilio, nadie le defiende en su resistencia á las exigencias de los amotinados con un valor temerario.

Pero, ¿qué importaba á éstos que no les diese las llaves de las prisiones teniendo fusiles? Corren, pues, á ellas, y rompen las cerraduras de sus puertas á balazos.

Entonces, á la siniestra luz de las antorchas, en aquellos calabozos, cuyas paredes ennegrecia aun más el humo de les hachones, se consumaron escenas tan sangrientas é inhumanas como las del 2 al 6 de setiembre en la capital de la república francesa, y los alaridos de las víc

TOMO II.

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timas se mezclaron con el estruendo de los fusilazos, presentando un cuadro tan aterrador á la vista como al oido. Allí fueron todos inmolados sin piedad: allí fué ocioso pedir justicia, inútil desear morir cristianamente: la piedad habia huido de aquellos corazones, reemplazada por el furor político. Y dejándose llevar de su sed de venganza, ávidos de nuevas víctimas, creyendo hallar prisioneros en los almacenes de pólvora, corrieron á ellos con las hachas encendidas. Pero Pastors, con una energía, digna de memoria eterna, se desprendió de cuantos le rodeaban, voló al primer almacen amenazado, y con el teniente rey y sargento mayor, se puso frente á la puerta, rogando á los invasores que antes que forzarla, hollasen sus cadáveres, evitándole de este modo ser espectador de una esplosion que sepultaria á todos bajo las ruinas de la ciudadela y de una gran parte de Barcelona.

El acento de estas palabras les probó su verdad, aterrados se dirigieron de allí á donde los tiros y los ayes de nuevas víctimas llamaban su frenética atencion. Uno de aquellos desalmados, al retirarse, intentó asesinar traidoramente al que así le salvaba; pero afortunadamente desvió su puñal, apoderándose de él, Pascual Lopez, soldado de Saboya, único que se decidió á seguir á Pastors.

En Atarazanas, Canaletas y el Santo Hospital, donde tambien habia prisioneros carlistas, se repitieron iguales escenas, sin oposicion.

REUNION EN CASA DE ALVAREZ.

XXVIII.

A las ocho y media se presentaron algunos nacionales á la puerta principal de la ciudadela; la mandó abrir Pastors y entraron batiendo marcha hasta la plaza, donde se dispersaron como por encanto. Reconviniendo el gobernador á un oficial que con un corto número quedó formado, le contestó que «aquella fuerza era una comision de los nacionales que iba á enterarse de si habian sido ó no ejecutados los malvados, como deseaban y merecian.>>

La mayor parte del 2.o batallon de nacionales, con el coronel don Ramon Miguel á su cabeza, llegó tambien á la ciudadela; y convencidos de las ejecuciones, quedaron la mitad en el puente de piedra, y el resto entró en la plaza, cooperando con algunos lanceros nacionales y tropa á despejar el recinto, lo cual se consiguió á las diez Ꭹ media.

Terminado ya todo en la ciudadela, corrió Pastors á participar á Alvarez lo ocurrido, y le halló rodeado de las autoridades y jefes de los batallones de línea y de la guardia nacional, discutiendo el modo de contener los escesos no terminados y que palentizaban los tiros que

se oian, y eran los fusilamientos de los prisioneros de Atarazanas, Canaletas y Santo Hospital.

Pastors manifiesta que, al ver tan patente la impunidad, y aun proteccion, que se concedia á semejantes atentados, oyó al fin dirigirse el general Alvarez á todas las autoridades allí presentes, y con particularidad á los comandantes de nacionales, preguntándoles con energía si se hallaban ó no resueltos á impedir la continuacion de tamaños desórdenes; y poniéndose estos en pié le contestaron, «que lo ofrecian y cumplirian, asegurándole que se contendrian los escesos, menos el de ser fusilados los prisioneros facciosos, pues esta era la voluntad general.» «<Semejante proposicion, dicha en alta voz á presencia del capitan general interino, que en el acto de no contradecirla era claro que á ella se adheria, ó por lo menos que no la contrariaba, no dejó duda á Pas tors de la poca energía de esta autoridad, que le esplicaron claramente las causas de la conducta observada respecto á los insurgentes que lograron apoderarse de la ciudadela, así como las consecuencias funestas que se hubieran seguido de una resistencia por su parte inútil, al mismo tiempo que opuesta á las miras de la voluntad general, autorizada y sostenida por la primera autoridad de Barcelona, y aun puede decirse originada, por haber sido ella la que con la irreflexion y poco meditada publicacion del parte ya citado y su comentario, escitó la alarma y la indignacion en un pueblo agitado ya con sobrada vehemencia por pasiones encontradas y á cual más violentas é írresistibles (1).» En efecto; lo único notable que hizo aquella reunion de autoridades, fué consignar en un acta (2) su impotencia y su abandono.

Pastors no quiso hacerse cómplice y se retiró, ofreciendo al general remitirle al siguiente dia una exacta relacion de lo ocurrido (3).

Apenas daba crédito Pastors á lo que veia; pareciéndole imposible que tan elevada autoridad, abdicara de tal manera, no solo de un poder que tan justamente podia emplear, sino hasta de lo que el buen militar, lo que el hombre debe conservar siempre con orgullo.

SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL HORT, Y OTROS SUCESOS.

XXIX.

San Lorenzo de Piteus, cuyas fortificaciones mandó derribar Llauder, era la constante guarida de los carlistas de aquella parte de la montaña.

(1) Biografia de Pastors.

(2) Véase documento núm. 42.

(3) Idem 43,

Guarnecíala á la sazon Tristany con seiscientos hombres que, no pudiendo resistir á las fuerzas superiores de Mina, tuvieron que permitir la ocupase éste, como lo verificó el 23 de diciembre.

Inmediato al santuario de Nuestra Señora del Hort, se encerraron en él doscientos carlistas de los más intrépidos, al mando de Miralles. El edificio estaba convertido en un verdadero fuerte, y abastecido de víveres y municiones para un mes; circunstancia que aguijoneó más y más el deseo de Mina de ocuparle. A fin de imponer á los defensores y á los que pudieran auxiliarles, adoptó severas medidas; pero fué amenazado con represalias, y se contuvieron los sacrificios empezados. Estrechóse el sitio, rompióse el fuego, y entonces fue cuando tuvo lugar la muerte referida de algunos prisioneros del ejército y milicia, arrojados por las ventanas á un precipicio.

Así creemos murió el desgraciado Monfá y otros de sus compañeros, por cuya vida en vano fué su esposa á suplicar á Mina. ¡Cruel rigor que acabó con decididos partidarios de la libertad, dignos de mejor suerte, y causó las víctimas que han visto nuestros lectores se inmolaron en Barcelona!

Despues de los tristes acontecimientos de la capital, un destacamento de nacionales de Mataró y otros pueblos tuvo una accion el 6 con Zorrilla en San Pedro de Torelló. Batidos por el jefe carlista, con bastantes muertos, quedaron además 48 prisioneros, que fueron conducidos á Alpens, donde se encontraba Brujó, á la sazon comandante general interino. El 7 llegó la noticia al campamento carlista del desastroso fin de sus compañeros, presos en Barcelona-que por cierto eran muy pocos, aunque los asesinados fueron muchos,-y un grito aterrador de venganza resonó en todas las filas. Coge presurosamente las armas la soldadesca irritada, y en un instante centenares de hombres ávidos de sangre se agolpan á la casa de prevencion, en donde se encontraban los prisioneros del dia anterior. La guardia, fiel á su consigna, defiende valerosamente el puesto, ínterin daba parte á los jefes de la ocurrencia, los cuales llegaron con oportunidad; pero apenas saben qué responder á las apremiantes instancias de los amotinados. Los apaciguan, sin embargo, momentáneamente, y asegurándoles que se contestaria con rigor á los escesos de los enemigos, lograron disol ver el motin. Más el furor que abrigaban los corazones desarrollóse desde luego con más fuerza, y mientras Zorrilla y Brujó y algunos otros deliberaban una prudente resolucion, soldados y oficiales precipítanse de nuevo á la prevencion, arrancan de ella á los infelices prisioneros, y á pesar de sus lágrimas y de sus doloridos ayes, arrástranlos fuera del pueblo y les fusilan ó les matan á bayonetazos, ni más ni menos que lo efectuado en Barcelona dos dias antes.

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