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dos por sus tropelías, y por estas y por su valor ó ferocidad, adquirieron una celebridad bien triste.

Los triunfos que obtenian los carlistas, unidos á otras causas polítiticas, de que ya nos ocuparemos, amortiguaban el espíritu liberal, y al

Burjó, comandante general á la sazon de la fuerza carlista en Cataluña, le pasaba órdenes, pero las despreciaba. Cuando las fuerzas de la reina abandonaron à Viladrau, entró triunfante en el pueblo, dió un convite à todos los oficiales, siendo uno de sus brindis decir en alta voz, «que si concluida la lucha, el rey no queria seguir sus consejos, él solo era capaz de hacer la guerra.»>

Desmandado para cen sus jefes, y acostumbrado à una completa independencia, queria tambien supeditar al paisanaje. Mil actos de vandalismo pudieran citarse, pero nos contentaremos con referir alguno.

Cuando los carlistas tenian apenas un momento de reposo acosados por las tropas de la reina, Grau divagaba con su gente por las faldas de Monseny. Los dueños de las casas de campo de toda aquella comarca, fuese por miedo ó por simpatía, prestaban á su partida todo el apoyo posible; más no atreviéndose à admitirle en sus casas por el temor que tenian de comprometerse, apenas sabian su aproximacion, mandaban uno de los criados para que le condujese ȧ tal ó cual cueva, à donde le enviaban pan, carne y vino y dinero si lo necesitaba. Aquellos payeses manifestaban tal simpatía por Gran, que su celo le libró mil veces de ser cogido por sus enemigos. Apenas se vió con alguna fuerza, empezó á recorrer el país, y en todas partes era recibido con júbilo. El y todos sus oficiales se sentaban en la mesa de los amos, y la tropa comia en seguida un abundante rancho, preparado algunas veces por las mismas dueñas.

Tanta generosidad, hubiese inspirado en el corazon de todo hombre honrado un sentimiento de gratitud; pero sucedió lo contrario en Grau. Llamó un dia à todos los propietarios de estas casas, que eran en número de siete ú ocho, y les impuso, al que menos, 100 duros de multa. Un pobre anciano de setenta y dos años, à quien exigia 700, se le arrodilló á los pies jurándole que no tenia más que veinte duros en su casa; pero lejos de acceder, órdenó se le diesen setecientos palos. Afortunadamente para este anciano, su colono tuvo compasion de él y suplicó á Grau respetase las canas y le llevase preso á él en lugar del amo; que si queria 500 duros á cuenta, él los tenia y los daria de buena gana; lo que en efecto hizo, mandándole los restantes al cabo de tres dias.

Al poco tiempo de esto, impuso al pueblo de Tona una multa de 1,500 duros que debia satisfacerse dentro de tres dias. Viendo al cuarto que el pago no se había efectuado todavía, sin hacerse cargo de la imposibili ad de encontrar pronto esta suma en un pueblo tan pequeño, llamó á Viladrau al ayuntamiento, y en medio de la plaza dió al alcalde y regidores tantos palos como duros les habia pedido, reteniéndoles presos, con la circunstancia de que si dentro de tres dias los 1,500 duros no se habian hecho efectivos, repetiria el castigo. Estos hecbos llamaron la atencion de los jefes del ejército carlista, y á peticion suya fué depuesto en 1836. Nombrȧronle jefe de distrito, y desde entonces no volvió á figurar. El conde de España le tuvo mucho tiempo preso, y al fin le confinó á la parte de Candenavol.

Alli se hallaba en 1840, cuando arrastrado por la corriente emigró á Francia. Dos veces quiso penetrar en el Principado á la cabeza de veinte hombres, y dos veces fué espulsado à los dos dias. Cuando la entrada de Castells, vino él tambien, y tuvo últimamente unos cien hombres. Este es un verdadero cabecilla, si no de derecho de hecho, pues no obedece ȧ nadie, tan pronto anda por un lado como por otro. Posteriormente parece trataba de unirse à los Tristanys, pero queria tomar el mando de las dos partidas, y estos no estaban dispuestos à cedérselo.

Cabrera fué el único, puede decirse, que se hizo obedecer completamente, tanto de Grau, como de la mayor parte de los cabecillas acostumbrados al cosmopolitismo guerrero de Cataluña, al cual se presta la escabrosidad del terreno.

gunos pensaban más en conspirar contra el gobierno que en batir á los enemigos, contribuyendo así naturalmente á su poderío. Pero el peligro en que su crecimiento ponia á los liberales, y los escesos á que se entregaron los carlistas, pudieron reanimar algun tanto el espíritu público, á lo cual contribuyó no poco, al menos para regular algun tanto la guerra, el regreso de Llauder á Cataluña.

Seguramente que sin la confianza ó inercia de los defensores de Isabel, no se levantaran los de don Cárlos de la postracion en que quedaron al finalizar el año anterior.

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Llauder, despues de una existencia borrascosa en el ministerio, y luchando hasta con sus mismos compañeros, fué derribado por la opinion pública, y volvió á Cataluña, aunque sin precederle aquel gran prestigio con que saliera, pues los acontecimientos de que habia sido teatro Madrid en enero, y más que todo, el incremento que tomaban los carlistas en todas partes, contribuian á desprestigiar al ministro de la Guerra.

Así lo conoció el mismo Llauder, y como para dar una garantía á esa misma opinion que le era desfavorable, no esperó llegar á Barcelona para hablar á los catalanes, y en Lérida publicó una alocucion á los habitantes de Cataluña, é indivíduos del ejército y de la milicia urbana, cuyo frente iba para afirmar la paz y sosiego que disfrutaban, conservando la pública tranquilidad.

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Les manifestaba lo superior que habia sido á sus fuerzas el cargo que venia de desempeñar, que su intencion era pura, y siempre arre- . glada á los principios que profesaba; y sus deseos los más decididos para mejorar el carácter de la sangrienta guerra civil en las provincias sublevadas, y cortar al fin aquel profundo cáncer: que admitida, aunque con bastante dificultad, su dimision, volvia «para seguir combatiendo al fiero carlismo, único y verdadero enemigo nuestro, que sabe presentarse bajo diferentes formas,» que no habia sido inútil su corta permanencia en el ministerio, por haber conocido las virtudes de la reina gobernadora é interesada por la suerte del precioso suelo catalan, por el bien de sus naturales, y llena de gratitud por los heróicos esfuerzos que allí se habian hecho por la causa de su augusta hija, cuya conviccion debia bastar para aumentar los sacrificios hasta restablecer la paz, afirmando el trono de Isabel II, el Estatuto real, las libertades públicas y las leyes que en adelante se acuerden con la concurrencia de los poderes consti

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tuidos y la sancion real, para todo lo cual contaba con la cooperacion y decidido valor de todos, ofreciéndose el primero en los peligros.

Siguió á Barcelona, y no dejó de asombrarle el estado en que halló los ánimos de los liberales, la osadía que vió en los carlistas y en sus agentes que minaban el espíritu público.

Uno de los que más se distinguian, por contar con la impunidad que le daba su carácter diplomático, era el cónsul de Cerdeña, á quien envió arrestado á la ciudadela, pues su conducta le quitó el derecho á las consideraciones que hasta entonces se guardaran á su dignidad (1).

Pero ni estas prisiones, ni aun mayores castigos imponian á los carlistas ni se acababa así la guerra. Era en otra parte donde habia que combatirlos, en las montañas, y á ellas marchó Llauder.

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La milicia urbana, que era la base de las operaciones del ejército, y el agente más eficaz, activo y decidido por la causa liberal, tuvo que ser necesariamente atendida por Llauder, y lo fué. aunque no á gusto de muchos que querian lo fuese más. El reclutamiento de migueletes continuó estimulándole, y dispuso y adelantó la formacion de compañías de partido y de algunas otras fuerzas que fueron, á él y á sus sucesores, de bastante utilidad.

Atendió igualmente á las fortificaciones de muchos puntos, y no descuidó las principales líneas militares.

La del Segre se aseguraba desde la Seu de Urgel, con los puntos fortificados y armados del Plá, Orgañá, Nargó, Oliana, Pons, Camarasa, y Balaguer. La del Llobregat, desde Pons á Calaf por Sanahuja, Biosca y Torá. La del alto Llobregat, por la Pobla de Lillet, Baga, Serchs, Berga, Caserres, Purreig. Balsareny, Sallent, Manresa, Monistrol de Monserrat, etc., y á semejanza de estas las otras líneas indicadas por la direccion de las cordilleras, el curso de los rios, ó la exigencia de las vías militares.

Utiles eran sin duda estos puntos fortificados; pero quiso hacer de ellos el núcleo de la guerra, y por atender á veces á una casa fuerte se abandonaba un pueblo, que era saqueado á la vista de la tropa, que tenia órden de no abandonar el fuerte. Así eran despobladas las

(1) Arrestado por providencia del tribunal competente, fué à pocos dias puesto en libertad, y salió de Barcelona en virtud de real órden del ministro de Estado.

pequeñas villas por sus habitantes, otras se mostraban por el temor ó las simpatías afectas á los carlistas, y el resultado de todo era el aumento de estos.

Llauder habia ya perdido su prestigio, y no inspiraba á los catalanes la confianza que anteriormente. Veian con dolor que se hacian sacrificios inmensos, y que los carlistas fomentaban: que los urbanos de Reus daban guarnicion á Horta, que dista quince leguas; los de Barcelona á Cervera y Manresa; los de San Andrés á Viladrau; los de Mataró á la Garriga, y así los de otros pueblos, y los resultados de un servicio tan gravoso, especialmente para los que no tenian otro recurso para sostener á su familia que un simple jornal, eran estériles. No les disgustaba salir á campaña, sino el ir á encerrarse en un sitio aislado, en una casa mal fortificada, acechados siempre de enemigos, que, emboscados al regreso de los urbanos, les cazaban, pereciendo así los de Reus, Manresa y Camarasa, con los que cometieron inauditas crueldades, á la vez, que en la accion de Selma un jefe reconvino á un oficial de guerrilla por haber muerto á algunos carlistas á bayonetazos contra las órdenes del general, que mandaba hacerlos prisioneros.

El sistema de Llauder no podia ser más deplorable para la causa liberal, y á los que han defendido lo contrario les contestaremos con hechos. De poco sirve que Tristany fuera desalojado de Sorba, precisándole á dispersarse, y que el gobernador de Berga por un lado y Van-Halen por otro salieran á su encuentro, cuando el uno vió frustrados sus intentos por la profunda oscuridad de la noche que facilitó á los cercados la evasion, y el otro solo consiguió que Boquica se separara de Tristany, cuya reunion no pudieron impedir antes. Siguen persiguiéndoles, y á pesar de los descalabros que les causaron, segun los partes oficiales, los documentos nos dicen que nuevas partidas de respetable fuerza se presentan en campaña.

Una de doscientos hombres va al portazgo de Siraña á tomar raciones; otra desarma al mismo tiempo á los urbanos de la Garriga; otra derrota á una de migueletes, teniendo que huir su comandante Bernoya con solo su asistente; otra efectua una importante sorpresa en Sanahuja; y el 24 de febrero la del Ros de Eroles y Borges atacan á Oliana, y se hubiera rendido su guarnicion de tropa y urbanos, sin el socorro del general Varleta. El 26 es sorprendida en la casa Sallent la partida de Metgató, pero supo escapar de la multitud de enemigos que acosaban á los carlistas, perdiendo solo tres hombres. Añádase á esto los pueblos que ocupaban y saqueaban, destacamentos de urbanos que sorprendian, y á los cuales degollaban sin piedad, y se comprenderá si era fecundo el descontento público, aquel malestar que tuvo tan funestas consecuencias.

A pesar de lo mucho que se cuidaba Llauder de los deseos de los Eberales, procurando reprimirlos, no pudo menos de alarmarle el terrible aspecto que tomaba la guerra, y desde Cardona se organizaron algunas partidas para que sirvieran de guias á las columnas destinadas á perseguir á los dispersos y pequeños bandos, fortificó varios puntos, que era su tema favorito, y atendió algo más á la milicia urbana.

Pero no eran heróicos estos remedios, y las cosas continuaron en el mismo ser y estado que antes: los carlistas creciendo, el buen espíritu público liberal menguando.

La fortuna estaba entonces decididamente de parte de los carlistas en toda España.

De tan venturoso estado mucho tenian que agradecer á los liberales, cuyas luchas intestinas eran la pricipal causa. Se cuidaban más de luchar mútuamente que de combatir al comun enemigo, y éste se aprovecho, aunque no como pudo hacerlo, de tan favorables circuns

tancias.

Los acontecimientos de que por entonces empezaba á ser teatro Cataluña, pertenecen á la parte política y en ella les trataremos con la debida estension; manifestando en tanto que Bassa, que habia de ser la víctima de aquellos, operaba decidido contra los carlistas.

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Dejamos á Cabrera caminando con 7 reales, para Alloza (1), donde halló bueno y seguro asilo y pacífico descanso, y prosiguió el 27 de enero su viaje, con dinero y pasaporte á nombre de Vicente Cortiǝlla, y aumentada su compañía con una mujer varonil, María la Albeitaresa, á cuya prudente reserva confió su vida. Cargaron en Hijar sus caballerías con jabon, fueron el 28 á pasar el Ebro por la barca de Velilla, y á los ocho dias entraron en Navarra, llegando á Zúñiga, que era el cuartel general carlista, el 9 de febrero.

(1) Véase tomo I, pág. 313.

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