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ferentes direcciones las demás fuerzas y las piezas de montaña y cam paña, cuyos disparos abrieron pronto una brecha, si bien en el punto más difícil de penetrar, por defenderle el fuego de las casernas inmediatas y el de los pedreros del castillo.

Los carlistas colocaron entonces en batería una pieza de treinta y seis y otra de veinte y cuatro, en vez de las dos de á cuatro que tenian, y antes de comenzar sus dispares propuso Eguía una capitulacion, que se apresuró á aceptar la guarnicion de Valmaseda, conviniendo el gobernador de este punto, don Manuel Ladron de Guevara con don Melchor Silvestre, brigadier y comandante general de los ingenieros carlistas, en que la fuerza seria prisionera de guerra y la villa respetada; que los jefes y oficiales conservarian su espada y equipajes, y los soldados sus mochilas, bajo la responsabilidad de los jefes de no llevar más prendas y efectos que los de su pertenencia; que serian escoltados hasta el pri mer depósito y cangeados los jefes, oficiales y tropa con preferencia á todos los demás prisioneros existentes (1), y que la guarnicion saldria por la brecha tambor batiente, y haciendo pabellones de armas, seguiria su marcha.

A las cinco de la tarde del 9 se firmó esta capitulacion, y los carlistas, al hacerse tan á poca costa dueños de un pueblo tan mal defendido, se encontraron con cinco pedreros, trescientos sesenta fusiles, sesenta mil cartuchos de fusil y abundante repuesto de víveres, pues solo de bacalao habia sesenta y cinco quintales, ochocientas raciones de pan, cincuenta y tres cajones de galleta, y á este tenor otros artículos, incluso chacolí y vino de Valdepeñas.

Quedaron prisioneros unos cuatrocientos hombres del regimiento provincial de Tuy, que guardaba aquel punto, cuya posesion costó solo á los carlistas unos cuarenta entre muertos y heridos.

Los carlistas estaban rodeados á pocas leguas de fuerzas liberales, que si se hubieran combinado habrian impedido la pérdida de Valmaseda, y se habrian hecho dueños de Sodupe y el Berron, poniendo en grande aprieto á los carlistas.

SITUACION Y CAPITULACION DE MERCADILLO.

XI.

La toma de Valmaseda aseguraba la del inmediato pueblo de Mercadillo. A él se encaminaron con este objeto los carlistas en la mañana

(1) Córdova rehusó firmar este artículo, cl 2. de la capitulacion, fundándose para ello en honrosos motivos.

el 11, y despues de superar el obstáculo que les opuso Castañeda, caeron sobre dicho punto, cuyas débiles tapias eran defendidas por unos ien hombres escasamente del provincial de Tuy, á las órdenes de don edro Antonio Otero y Romay. Embestido aquel, al cabo de una corta esistencia capituló á las cinco y media de la tarde en los mismos térmios que lo habia hecho Guevara en Valmaseda, á pesar de hallarse cerca na columna liberal.

Demolidas las fortificaciones de ambos puntos, la artillería carlista olvíó á Durango, acompañándola Eguía y su estado mayor á pié.

Dirigióse luego aquel en observacion de Córdova; y el brigadier Anechaga quedó encargado de observar y reconocer los valles de Soba, fena y demás limítrofes que pertenecian á su comandancia general de as Encartaciones.

Importábales ir ganando terrenò en este punto, porque su pensaniento constante era acortar la distancia con Galicia, para que dándose a mano por esta parte, se formase una cadena no interrumpida que, anlando el tiempo, podia reducir su círculo y estrechar el centro. En conacto Galicia con Castilla y Estremadura, ésta con la Mancha y Valencia, ste reino con Aragon, y el Maestrazgo con Cataluña, los valles que erminan en los Pirineos y concluyen con Navarra, cerraban la cadena que tanto importaba poseer á los carlistas.

MOVIMIENTOS DE CÓRDOVA.

XII.

El 14 de febrero regresa Córdova á Pamplona; acuerda los medios de proseguir con actividad los trabajos de las líneas; deja una division para protegerlos, y marcha á Ulzama con el resto de las tropas á tomar la direccion de Lecumberri, Tolosa ó la Burunda, segun se presentase más conveniente para atraer sobre sí las fuerzas con que los carlistas iban obteniendo los triunfos que hemos referido; triunfos que inquietaban al jefe liberal, estrañándole no los impidiesen los cinco mil hombres que por aquella parte tenia Evans, los siete mil quinientos de Espartero, los cuatro mil de Ezpeleta y los tres mil seiscientos con que Ribero se encaminaba á aquel punto.

No podian, es verdad, operar todas estas fuerzas porque tenian importantes atenciones sobre sí; pero segun Córdova, siempre quedaban disponibles catorce ó quince mil infantes y más de mil caballos, con dos baterías, suficientes á estorbar los sitios mencionados.

La marcha de Ribero á la izquierda de la línea, obligó á Córdova á desprenderse de una brigada con ciento cincuenta caballos que al mando de O'Donnell envió en su reemplazo.

TOMO II.

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De esta manera quedaba la derecha, si no débil como deseaban los carlistas, poco nutrida. Pero aun hubiera querido Córdova llevar las tropas de este lado á donde la necesidad las reclamaba, si no hubiese mediado una distancia de cuarenta y cinco á cincuenta leguas, y lo que es peor, á no estar obstruidos los caminos con una vara de nieve, lo cua paralizaba los esfuerzos de todos.

Necesitando Córdova diez dias para prestar auxilio á los puntos amenazados, y creyendo más eficaz cualquiera diversion operada por la derecha, marchó el 17 á Ulzama, de donde se retiró el enemigo que le acechaba hacia el camino real de Lecumberri, reforzándose luego hasta el número de catorce batallones.

Dice Córdova que esto era lo que él deseaba, porque podia desde esta posicion atacar por la direccion de Tolosa ó por la Burunda, á pesar de las grandes dificultades que ofrecian aquellos escabrosísimos terrenos: pero otra vez el temporal no le permitió sino distraer de otras partes con su presencia en aquel punto, las fuerzas con que acudieron los carlistas á contenerle. «Apenas llegué á Lizaso, añade, empezó á nevar con un esceso tal, que á mí propio me era desconocido, á pesar de que he vivido muchos años en el Norte de Europa. No solo se hizo con esto imposible toda operacion, sino que nos encontramos incomunicados en nuestros cantones sin poder salir de nuestras propias casas, y en el mayor apuro para conducir desde Pamploma al campo algunas subsistencias para el ejército.>>

MANIFIESTO DE DON CARLOS Á LOS ESPAÑOLES.

XIII.

Los triunfos que alcanzaban las armas carlistas y el estado de prosperidad de la causa, decidieron á don Cárlos á dirigir la voz á los españoles en un manifiesto, que trascribimos, porque no carece de impor tancia y es apenas conocido, debiendo serlo, porque en él se retrata perfectamente su firmante, en él se ve al hombre que lo esperaba todo de Dios; al que atribuia á su favor el triunfo de sus armas, toda la gloria.

Sin abandonarle un momento la fé que tenia en el buen éxito de su causa, demuestra la entera confianza de que estaba poseido, confianza que no era en verdad entonces ilusoria, porque la division de sus contrarios le proporcionaba victorias que hubieran sido para don Cárlos de más precio si hubiera sabido aprovecharlas.

El manifiesto mandado leer tres dias á los cuerpos, dice así:

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Desde que la Providencia me puso en medio de vosotros, he sido compañero y testigo de vuestras heróicas acciones: dignos herederos de vuestros mayores, habeis igualado, y más de una vez superado, aquellas brillantes empresas que hicieron á la España tan gloriosa con admiracion del Orbe entero. Hoy tambien os contempla la Europa; y el mundo todo tiene la vista fija sobre estas Provincias inimitables, y sobre el valiente ejército, á cuyo frente me honro de hallarme colocado. Me congratulo con vosotros, y á nombre de la religion y de la patria os doy las gracias por vuestros generosos esfuerzos. El cielo mismo ha manifestado cuán gratos le eran vuestros servicios, y con su proteccion nos ha librado mil veces de espantosos peligros. El Dios de los ejércitos os ha conducido como por la mano á la victoria: sí, el Dios de los ejército les Dios de San Fernando, el Dios de los españoles: un rey católico no puede tener otro lenguaje hablando á un pueblo eminentemente religioso, que llora la religion ultrajada, y trata de aniquilar la infamia de sus perseguidores. El Señor poderoso en las batallas os ha hecho triunfar siempre que habeis peleado: á él se debe toda gloria, y accion de gracias.

Honor, y memoria eterna tambien á los héroes que han merecido sellar con su sangre el testimonio de su lealtad: la patria los bendice: la fama perpetuará sus nombres, y yo no olvidaré nunca sus servicios, ni las familias á que pertenecieron.

Vosotros, á quienes se ha dado el poner fin á tan grande empresa, continuad con valor y constancia, pues no está lejos el dia de disfrutar en paz el fruto de vuestras victorias entre las bendiciones de vuestros hermanos. Ya habeis hecho conocer á todos los rebeldes que sus maquinaciones y ardides son impotentes, y que la cobardía acompaña siempre al delito. Un ejército de españoles que desconociendo mis legítimos derechos ha hecho la guerra á su mismo soberano, y á los leales que le defendian, los recursos que la usurpacion les proporcionaba, los auxilios de los revolucionarios de otros paises... todo, todo ha debido sucumbir; y cuando más ufanos contaban con la destruccion de lo que ellos laman faccion teocrática, han visto sus generales humillados, sus ejércitos vencidos, sus planes deshechos, sus legiones auxiliares abatidas, sus esperanzas frustradas, y sus corifeos avergonzados á la faz de todas las naciones.

¡Qué contraste no ofrece aquel gobierno, de impostura y de concesioes, de espanto y de anarquía, con la verdadera libertad y alegría que rozais vosotros en medio de vuestras fatigas! Los revolucionarios, Îlevando por todas partes el llanto y la muerte, han hecho prevalecer á la mpiedad, la cual deja el sello de la desolacion: han impuesto á nuestra patria un yugo pesado y cruel, y la han engañado pérfidamente exalando los derechos del hombre para dejar caer sobre ella el terrible azote de la verdadera tiranía. ¿Y es esto lo que podrá temerse de los principios y de la doctrina que nosotros defendemos? Mirándose los reyes de la tiera como representantes del Altísimo, de quien tienen el poder y la autoidad ¿será fácil que se levanten en los pueblos sediciones y discordias,

que se enciendan guerras devastadoras, que se turbe el reposo de las familias, que se pierda la seguridad individual? ¿Podrá acaso verificarse que falten las artes; que la agricultura quede envilecida, y que por la division interna de los ciudadanos sean asolados los campos, saqueadas las casas, profanados los templos y altares, oprimidos, confinados ó muertos los ministros del Santuario? ¿Se podrá temer que la hez del pueblo, los hombres más desmoralizados, los malvados y asesinos tomen el carácter de representantes y jueces de la Nacion para dictar leyes ó absurdas y ridículas, ó duras é injustas, que opriman al inocente y salven al reo? Léase la historia de todas las monarquías y en especial la nuestra, y se encontrarán libres de tales horrores: se verá que sin las teorías democráticas ha florecido la paz, la industria, el comercio, las ciencias, y que á la sombra de la religion la España ha sido feliz con sus reyes, y con sus leyes patrias. Animaos, pues, que un porvenir dichoso enjuga rá vuestras lágrimas, y yo me tendré por el más venturoso de los soberanos en labrar vuestra felicidad, viviendo entre vosotros como un padre en medio de sus hijos: vosotros sois bien acreedores á mi amor, y mi corazon se dilata manifestándoos estos sentimientos paternales.

Entretanto, no puedo menos de afligirme el ver la marcha de la revolucion en España: los escandalosos sucesos que se han repetido en Madrid, Barcelona, Zaragoza y otros pueblos; la persecucion horrible que sufren los buenos en todos los ángulos de la monarquía: la opresion y horrorosa esclavitud en que viven mis pueblos entre los gritos de la bertad: cárceles, destierro, confiscacion y muerte sin más delito que la pura opinion; y sobre todo las iglesias profanadas, saqueadas, quemadas: los sacerdotes envilecidos, públicamente insultados, asesinados impunemente: los asilos de la virtud convertidos en escuelas de disolucion: los religiosos y las vírgenes consagradas á Dios mendigando, huyendo y cayendo víctimas á manos de la barbárie; en suma, la religion gimien do, y la patria pidiendo auxilio, son objetos que me consternan; y yo os lo recuerdo con dolor para que me ayudeis con energía á remediar tantos males.

Los execrables asesinatos cometidos últimamente en Barcelona á vista y con el consentimiento de las autoridades constituidas por aquel gobierno rebelde (si es que hay gobierno donde se perpetran tales atentados) violando los pactos más solemnes garantizados por potencias respe tables, y ejecutando aun con los cadáveres atrocidades indignas de mencionarse, y solo propias de gente bárbara é inhumana... Vosotros os llenais de indignacion, y es justa; pero estos ejemplos no se imitan: si ellos no tienen, ni gobierno, ni leyes, ni religion, ni humanidad, vosotros teneis virtudes heróicas; y los prisioneros que custodiais en los depósitos, y los que estos dias habeis hecho en San Sebastian, Valmaseda y Mercadillo podrán decir si mi ejército tiene disciplina, y si mi pueblo guarda las leyes. No obstante esto, descansad en mis desvelos, que yo tomaré las medidas más enérgicas para que no se repitan aquellos excesos nefandos.

Por lo mismo, y en vista de la proteccion del cielo, de las victorias continuadas, de la opinion general del pueblo español, de las pruebas dedecision en favor de mi causa que diariamente recibo de dentro y fuera del reino, con el glorioso fin de salvar la nacion de tantos males como

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